Chapter 27 - Polina, la zorra

Narra Bahar

Pensé en todas esas palabras que me dijo cuando me quedé a solas conmigo misma. Y es que me tomó por sorpresa... ¿Cómo lo supo? Busqué alguna respuesta o acción que no vi en mi cabeza y recordé cómo me desmoronaba en el cementerio hablando.

El sonido de la secadora en mis manos anunciaba que mi pelo estaba seco y listo, pero aún así no dejé de pensar.

—¿Qué demonios haré? —pensé— con el miedo constante por Kemal. Sabía que no estaba seguro en esta casa y, después de saber todo lo que me hizo mamá, estaba segura de que si se molestaba, iba a revelar todo.

Aunque me prometió que no iba a confesarle nada hasta ahora, eso me mantenía en un estado de alerta.

Me miré en el espejo y elevé mis dedos hacia mi boca, tocando mis labios. No podía olvidar cómo me tocó la noche anterior, cómo me hizo suya nuevamente. Mi estómago aleteaba y mi pecho empezaba a arder de tanto amor que sentí.

Pero ese momento no duró mucho porque la puerta de mi habitación se abrió y la persona que lo hizo no pidió permiso.

—Buenos días, princesa —era la voz de Evliyaouglu, en el umbral de la puerta— ¿Amaneciste rebelde o... ya se te pasó la locura?

—¡Lárgate! —ordené, furiosa— no quiero volver a verte aquí.

No hubo cosa más desagradable que me arruinara el día que su presencia. Detestaba su olor y su presencia me asqueaba.

—Tus tíos avisaron que vienen pronto. Creo que deberías darle una oportunidad a Melek, ya que la obligaste a salir de aquí.

Me sorprendió que Melek acatara mi orden, ya que se sentía con todo el derecho de decidir sobre lo que era mío. Y por primera vez en la vida me sentí aliviada porque, por fin, ya no me pesaban sus expectativas.

Sabía que iba a agotar todas sus opciones para volver aquí, puesto que se negaba a vivir en un cuchitril allá en el pueblo limpiando las casas de las mujeres de alta sociedad. Pero no lo iba a conseguir, esto solo era el principio. Quería que viviera miserable lo que le quedara de vida.

—No deberías opinar en esta situación —dejé la secadora en algún lugar y me incorporé— esto es entre ella y yo. Mantente al margen.

—¿Qué es lo que quieres? Tienes todo lo que una mujer de nuestra familia desea: su madre cerca para apoyarla en todo lo que haga. Lo tienes todo, Bahar, todas matarían por tener tu vida, pero tú no te conformas con nada.

—No puedo creer que te interese el estilo de vida que siempre he deseado tener —me crucé de brazos y lo miré; sus ojos azules me dedicaban miradas furtivas, curiosas, y su ceño ligeramente fruncido. Nunca sonreía y, cuando lo hacía, era en son de burla— ¿Por qué debería ser conformista si puedo aspirar a tener más? Ni siquiera tú te conformas. Cuando quieres algo, lo obtienes. ¿Por qué yo debería hacerlo? ¿En qué me beneficia?

No podía entender por qué de un momento a otro se convirtió en ese hombre frío, cruel y despiadado, y no quería averiguarlo tampoco. Pero me daba curiosidad entender por qué de la noche a la mañana cambió tanto.

Desde pequeños, nuestra relación era buena, como si fuésemos familia. Él era dulce, educado, gentil; sin embargo, su personalidad se fue moldeando y, cuando se convirtió en un hombre, se cerró por completo. Creí que fue nuestro matrimonio, pero no era así; tenía la corazonada de que había algo más que no decía.

—No tengo ningún interés en especial —contestó, y empezó a acercarse a mí— solo quiero tener todo bajo control antes de irme.

—Deberías tener cuidado cuando te vayas —le advertí— ni creas que me vas a exponer ante el público nuevamente con tus infidelidades.

No quería volver a pasar por lo mismo. Todas esas burlas de mujeres, todos esos memes. Mi cara era el hazmerreír de Internet y las personas allegadas a mí, las que estudiaron conmigo, incluso se burlaron.

Esos días, sin duda, fueron los más terribles. Perdí el control e hice cosas que no tenían que ver nada con ser humano y tener sentimientos. Me convertí en un ser apático incapaz de sentir otra emoción más que mi dolor.

Así que la secuestré y estuve a punto de cometer un delito. Si no hubiera sido por Evliyaouglu, otra historia hubiera estado contando. Cuando él descubrió que la tenía secuestrada fue que intercedió y le contó a Melek sobre lo "estúpida que fui". Ella me abofeteó como siempre y me obligó a tomar medicamentos para la depresión.

—¿Estás celosa? —su tono fue malicioso— dime algo, Bahar, ¿acaso estás enamorada de mí y no quieres admitirlo?

Reí mucho. Aunque Evliyaouglu hubiera sido el único hombre en la tierra, prefería morir antes de volver a sentir cosas por él. Lo aborrecía; su presencia me revolvía el estómago.

—Tienes la realidad muy distorsionada. Jamás voy a poder sentir algo por ti, imbécil —me puse seria— inclusive dejé de acostarme contigo porque me asqueas.

—Vaya, el sentimiento es mutuo. Pero te estás perdiendo demasiado...

Se acercó más a mí y entonces empecé a retroceder, extrañada.

—Créeme que no me estoy perdiendo de nada —se me revolvió el estómago cuando choqué contra la pared y su cuerpo se puso a centímetros del mío, colocando sus dos brazos en la pared y se inclinó hacia mí— ¿Qué quieres?

Se quedó en silencio, analizándome, y mis nervios se incrementaron. No podía creer lo que estaba pasando, así que intenté contar en mi mente hasta que su inmunda presencia desapareciera de mi vista.

—Esta noche voy a follar —avisó— voy a comerme a alguien, ya que mi esposa no cumple con sus deberes conyugales.

—No cumplo con mis deberes conyugales porque tú no das la talla en la cama, imbécil. Contigo no siento nada y no vas a usar mi cuerpo cada vez que se te antoje saciar tus necesidades.

—No lo creo —moví mi cabeza hacia el lado opuesto, pero él tomó mi mentón con brusquedad, logrando que pudiera conectar con su mirada.

—¿Estás drogado?

—¿Crees que voy a besarte?

—Si lo haces, te voy a romper las pelotas —tragué saliva, atemorizada— déjame ir.

—¿Estamos de acuerdo?

—¿Necesitas mi permiso? —inquirí con diversión— ¿No que eres el gran Evliyaouglu y ninguna mujer puede controlar tus acciones?

—No tengo que pedirte permiso, solo te estoy avisando. Recuerda que el que avisa no es traidor.

—Puedes hacer lo que se te dé la gana, siempre y cuando no inicies una relación con la mujer y te asegures de que ella no hablará en los medios de comunicación, porque de lo contrario, le cortaré la lengua y te la daré de comer.

—Detesto tu carácter —sentí su aliento con olor a menta en mi nariz— no me gustan las mujeres así, me gusta que sean sumisas.

—¿Crees que me importa? —murmuré, tiré de su corbata con fuerza; quería hacerle daño y sin duda pensé enredarla en su cuello y estrangularlo, pero me contuve— me alegra no gustarte, porque el infierno que vivo junto a ti sería más ardiente.

—¿Por cómo te cogería? —se burló.

—Hay otros que lo hacen mejor que tú y ni siquiera tienen que esforzarse.

—¿Eso crees?

—¿Quieres apostar?

Separó levemente su cuerpo del mío y se acomodó la corbata.

—Bien, en eso quedamos; tenemos un acuerdo.

—Ahora lárgate.

(...)

Gül vino a mi habitación; necesitaba desahogarme y contarle lo que sucedió y cuán preocupada me encontré en ese momento.

Necesitaba apoyo y ni siquiera podía pensar con claridad, aunque no podía negar que estaba totalmente feliz y me sentía en paz después de que mi madre partió. Sin duda alguna, ella se había convertido en el mayor problema de mi vida.

—¿Por qué estás tan callada? —le pregunté, extrañada al notar que ni siquiera me miraba a los ojos— ¿por qué no me miras?

Silencio; dudó para responder y su mirada insegura se conectó con la mía.

—Bahar, yo... perdóname... he estado muy distraída —sonrió con nerviosismo. Entrecerré los ojos con desconfianza, buscando alguna respuesta del porqué se comportaba de esa manera. A veces Gül se encerraba en sus sentimientos y pensamientos y no me contaba nada, así que para que ella se abriera y decidiera contar lo que sucedía debía insistir y preguntar varias veces.

—¿Qué hay de Ozgur? —inquirí, interesada.

—No lo he visto últimamente —su tono fue decaído; tal vez estaba desanimada y me sentí completamente culpable— y estoy muy nerviosa porque... me dijo que esperara para escapar.

—Creo que tengo que ver con eso —le confesé, llamando su atención— necesito que Ozgur haga algo por mí antes de irse.

Frunció el ceño, buscando una respuesta, así que me quedé en silencio.

—¿De qué estás hablando?

—No puedo decirte —murmuré, desviando la mirada. Era obvio que si le contaba sobre lo que quería hacer con esa maldita sirvienta no lo iba a aprobar. Gül era tan buena e inocente que no se atrevía a matar ni una mosca, y menos si era Ozgur; no podía imaginar a su amado tomando una vida.

—Bahar —insistió— dime qué es lo que sucede con Ozgur.

—Le pedí que se encargue de Mónica —decidí confesar sin rodeos y ella abrió los ojos de par en par, conmocionada.

—¿Tú le pediste eso? —cuestionó incrédula— No puedes hacer eso, Bahar; eso es un crimen.

—Entiende, Gül, yo no puedo arriesgarme —intenté explicar— Kemal está en peligro y si esa mujer decide hablar y le sucede algo —se me revolvió el estómago de solo pensarlo— te juro que no voy a poder soportar.

Negué varias veces con ese ardor en mis ojos al recordar cómo estuvimos anoche abrazados, compartiendo ese dolor pulsátil en el corazón.

—No entiendes —su voz sonó alta y directa— no solo la vida de Kemal está en riesgo, la vida de Ozgur y nuestro futuro también. Pero no... No te importa porque solo lo ves como a un sirviente.

No, no era verdad. Él solo era mi compañero de aventuras y mis diversiones. Además, me importaba; Ozgur era como parte de mi familia junto a Gül. No entendía por qué se empeñaba en esa conclusión errónea.

—¿De qué estás hablando, Gül? —inquirí, asombrada por esas palabras que me estaba diciendo y era injusto porque ella sabía que yo me encontraba desesperada.

—Sabes perfectamente de lo que hablo, Bahar —dijo— no quiero que se repita la historia; no quiero que Ozgur vuelva a estar preso. ¿O recuerdas cuando secuestraste a la amante de tu esposo? Tú no pagaste esos platos rotos y Ozgur estuvo a punto de ir a prisión.

—Lo sé —mordí mis uñas— sé que Ozgur iba a salir afectado, pero no pasó. Así, eso es lo más importante.

—Ahora que decidí escapar, quieres retener a Ozgur cuando tú sabes lo difícil que fue para mí tomar esta decisión. Y debe ser antes de que regrese papá.

—Él siempre ha trabajado para mí —le recordé— siempre me apoya en las cosas que quiero hacer desde mucho antes de su romance, Gül. Es su decisión, así que deberías hablar con él, no conmigo.

—¿Y qué hay de Kemal? Él dijo que iba a pagarle lo que pedía.

—No puedo confiar en su silencio. Puede que le pague ahora, pero estoy segura de que conseguiría más dinero si confiesa lo que sabe a Melek.

—¿Por qué no se van? ¿Por qué no abandonan esta maldita mansión y se van juntos?

—Porque es complicado. Porque Kemal no quiere lastimar a Samira, porque él ya tiene una vida y yo no formo parte de ella.

Negó.

—Entonces no sirvió de nada lo que le confesé —dijo, entrando en trance y con un hilo de voz, llamando mi atención— creí que valdría la pena.

—¿De qué estás hablando?

Me miró fijamente.

—Bahar... —ese titubeo en su voz me provocó darme cuenta de que tenía que ver con la situación de la noche anterior— yo fui quien le conté lo que pasó —me llevé la mano a la boca— perdona, pero... él...

—No, Gül, tú no. No puede ser cierto; ¡me lo prometiste!

—Lo hice; sé que traicioné tu confianza, pero él ya lo sabía; te escuchó hablando en el cementerio... Y pensé que tal vez eso era lo que ustedes necesitaban para dejar los malentendidos atrás...

—Gül, no debiste hacer eso; no debiste hacerlo. Ahora vivo con un miedo constante. ¿Crees que me he podido sacar de la cabeza las cosas que puede decirle Kemal a mamá en un momento de ira?

—Debe controlarse y comportarse como un adulto. Ya no es un adolescente... debe manejar sus emociones ahora que ya sabe que los podrían sentenciar a muerte en cualquier momento. Por favor, no te molestes conmigo.

—No estoy molesta, solo estoy asustada —admití— anoche cometí una imprudencia.

—Estoy muy molesta contigo, Bahar; ¿cómo te ocurre salir a esa hora de la noche?

—Estaba tocando fondo... necesitaba un momento a solas...

—Sé que no ha sido fácil para ti; perder a tu hija te afectó demasiado... No puedo imaginar cómo se siente, pero debes recapacitar y calcular bien tus movimientos. No puedes ser tan impulsiva cuando esos hombres están ahí, observando lo que sucede, esperando a que cometas un error.

—Lo sé, Gül, sé que fui una irresponsable. Pero anoche... anoche estaba dispuesta a morir...

De repente escuché el sonido de la puerta abriéndose y volviendo a cerrarse. Y mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Era él, era Kemal.

Gül se levantó y se encaminó en su dirección, y no dejó de mirarlo decepcionada.

—Pensé que ibas a hacer algo, pero veo que te quedaste con las manos cruzadas.

Me tense y rogué en mi cabeza que Gül no le dijera lo que estaba planeando hacer.

Él se mostró extrañado e hizo una expresión de confusión.

—¿De qué hablas?

—Gül —pronuncié y aproveché para incorporarme; ella levantó la mano, deteniendo mis pasos.

—No, déjame decirle —volvió a mirarlo a él— las cosas que te dije anoche te las dije porque pensé que ibas a hacer algo; sin embargo, me equivoqué. Sigues siendo un cobarde, Kemal.

Y se fue, dejando a Kemal de pie confundido. Sabía que estaba furiosa conmigo y que, si no le dijo a Kemal lo que planeaba hacer con Ozgur con respecto a Mónica, era porque no quería traicionarme.

—¿Qué le sucede?

—No lo sé —sonreí con nerviosismo— solo está decepcionada; tal vez esperaba más sobre la conversación que tuvieron.

No sabía qué iba a pasar entre nosotros después de esa conversación que tuvimos él y yo. Pero estaba segura de que nuestra relación iba a mejorar bastante y ya no íbamos a tener una lucha constante. Aunque no estuviéramos juntos, iba a poder estar con él sin sentir que debía guardar un secreto y sin estar siendo recriminada por algo que no hice.

—No debería estar molesta; ella no sabe lo que pienso sobre esta situación. ¿Cómo estás? —se acercó a estudiarme y posó una de sus manos en mi cara, elevando mi barbilla hacia arriba para mirarme a los ojos— ¿Te sientes mejor?

El olor de su perfume masculino se coló por mi nariz.

—S... sí —contesté, anonadada, perdida en sus orbes oscuros. Luego bajé la mirada a su hermoso traje azul que le otorgaba sensualidad y le dejaba marcar sus brazos fornidos. Todo en mí se descompuso. Lo estudié de arriba hacia abajo: llevaba puesta una camisa blanca arremangada y, por encima, un chaleco azul marino.

—He estado ocupado; por eso no vine a verte esta mañana —avisó— espero que hayas mejorado. ¿Ya comiste?

—Solo me comí un postre; no tengo hambre.

—Debes comer; te vas a enfermar, linda.

—No puedo, Kemal —murmuré— no tengo ganas de hacerlo.

—Cariño —me atrajo hacia él— sé que no te has sentido bien, pero debes hacerlo por tu bien.

—Está bien, intentaré comer después.

Recosté mi cabeza en su pecho y sus brazos fornidos se acomodaron en mi cintura, acariciándome por encima de mi vestido en la espalda.

—No te volveré a dejar —me aseguró— lo prometo; me quedaré contigo y lucharé por nuestro amor.

Levanté mi cabeza para mirarlo a los ojos, atemorizada. Ya no podía confiar en nada de lo que me dijera con respecto a lo nuestro, puesto que Samira existía en su vida. Así que no quería hacerme ilusiones y luego golpearme contra el suelo después de haber volado tanto.

—Dijiste que no querías lastimarla —le recordé, estaba decaída y triste— ¿acaso el hecho de que no maté a nuestra hija te hizo cambiar de opinión? ¿Estabas castigándome?

—Pensé que lo nuestro se había terminado porque un día te levantaste y decidiste que no me ibas a querer —sus caricias en mis mejillas se sentían suaves— pero no te estaba castigando. No fue mi intención lastimarte, mi amor.

—Es imposible que lo entienda, pero no tiene ningún sentido. No querías estar conmigo; lo único que te detenía era ella, y ahora me dices que estarás conmigo...

—Tú eres la única; eres el amor de mi vida, Bahar, y, aún estando con ella, lejos, lleno de rencor, cada latido de mi corazón te lo dediqué a ti, mi cielo.

Mi corazón se quiso destruir en mi pecho, enternecido.

—Dime que no te vas a ir; promete que te quedarás. Dame una razón para pensar que esto realmente te importa.

Quería que me convenciera, porque creí que esto no era real, que esto solo era un sueño y que iba a desvanecerse después de que volviera ella. Y era muy triste sentir este vacío en mi pecho aun cuando lo tenía cerca, aun cuando hubiera una pequeña esperanza.

—Me importa, mucho —me aseguró— después de que supe lo que hiciste y cuánto sacrificaste por mí, lo cambia todo.

—No te creo —mis manos se elevaron a sus mejillas y lo atraje hacia mí— tal vez estemos destinados a estar separados.

—Nuestro destino está en nuestras manos, amor. Solo nosotros podemos decidir y yo decido estar contigo, a tu lado.

Al día siguiente.

Finalmente había llegado esa desgraciada mujer que me estaba provocando tanto estrés y desasosiego.

Cerré la puerta de la biblioteca de la casa; el lugar más privado, y ella se encontraba de pie esperándome. Cuando me vio, pude percibir malicia en su mirada, como si estuviera disfrutando mucho tenerme en la palma de su mano.

—¿Ya cambiaste de opinión? —se animó a preguntar— ¿me vas a dar lo que te pido?

—No te daré el dinero que pides —le informé— ya te dije que no vas a recibir ningún centavo de mi dinero.

—Entonces estoy perdiendo el tiempo aquí —la respuesta que le di no le gustó— supongo que prefieres ser valiente, porque lo que va a pasar con Kemal y contigo después de que cuente lo que sé...

Ella no pagará —la voz de Kemal se escuchó en el umbral de la puerta, llamando la atención de la sirvienta— porque quien lo hará soy yo.

Esa respuesta sí le gustó porque desde que la escuchó, su expresión de desagrado cambió drásticamente.

—Maravilloso —volvió a sonreír mirándome— pensé que lo amabas tanto, Bahar; pensé que tú serías la que le ibas a salvar el pellejo a tu hermano, pero eres tan egoísta que eso es lo último que harías.

—De ahora en adelante usted no se va a dirigir a Bahar —dijo Kemal— absténgase de dirigirle la palabra.

—Usted no me condiciona —replicó en una postura arrogante— al parecer no se dan cuenta de que los tengo en mis manos, están acorralados. Su inmoralidad no tiene límites —negó con una sonrisa maliciosa— ustedes se han estado acostando desde hace muchos años y no solo fue una vez.

—¡Cállate, maldita! —ordené en un farfullo rabioso.

—Tranquila, ¿sí? —habló Kemal con calma y paciencia— no debemos perder la compostura frente a esta mujer.

—No importa lo valientes que puedan demostrar que son —volvió a dirigirse a nosotros, lo cual llamó nuestra atención— ustedes no me van a amedrentar porque... puede que tengan mucho dinero para silenciarme, pero esta información que tengo es como una espada de doble filo; tienen toda una tribu esperando a que fallen para matarlos a ambos, y ese dinero que tienen no les servirá.

—Quiero que sepas que sí le daré ese dinero —concluyó Kemal— pero tendrá que irse lejos de aquí.

—¿Ah, sí?

—Sí, si no lo haces, tú vas a salir perdiendo, desgraciada. No eres más que una maldita sirvienta sin valor.

—Bahar, por favor.

—¡No! Déjame, déjame recordarle a esta maldita serpiente que jamás será como yo —le pedí de una manera agresiva y desesperada.

—No vale la pena —concluyó— solo quiero que me dejes esto a mí, ¿sí? Eso es lo único que quiero. No te dirijas a ella, no lo merece.

—¿Y por qué no lo merecería?

—¡Porque solo eres una miserable sirvienta! No eres nadie, eres una maldita vieja quedada que no ha construido absolutamente nada. Muerta de hambre, porque sí, las personas que estorban a otros mendigando dinero son de lo peor.

—Algún día te haré tragar tus palabras.

—Tenga mucho cuidado, no voy a permitir que usted la amenace. Ella tiene quien la defienda.

—¿Qué diría su prometida si se entera de que estuvo acostándose con su hermanastra? —Kemal subió la mirada hacia ella— usted es un inmoral, señor. Lo peor es que ella lo sospecha y usted lo negó en sus narices, dejándola como una demente.

—No tengo que darle explicaciones a usted de lo que haga con mi vida —aseveró— usted es una mujer sin escrúpulos que prefiere el dinero antes que decir la verdad. Así que no puede juzgarme, aun cuando es parte del problema.

—No sea cínico. Mientras su novia está en América, usted está acostándose con su hermanastra; ¿acaso no le da vergüenza? —me miró— no me iré de esta casa, voy a seguir trabajando aquí hasta que a mí se me dé la gana. Si no es así, no olviden que puedo ganar más dinero porque esto puede convertirse en una primicia.

No sin antes matarte, infeliz —pensé— te vas a arrepentir, maldita, vas a desear no haber tomado ese dinero, vas a desear no haber nacido.

**Narra Emir.**

El teléfono en mi oficina comenzó a sonar. La voz de mi secretaria resonó al otro lado de la línea.

—Señor, su padre está en la línea.

De inmediato, tensioné la mandíbula y una sensación de desánimo me invadió. Mi padre parecía alimentarse de mi energía, disfrutando cada vez que lograba arrastrarme a su mundo. Por eso, cada vez que llamaba a mi celular, desviaba las llamadas, dejándole sólo una vía de contacto: el teléfono de la oficina.

—Dile que estoy ocupado...

—Insiste, dice que es urgente. Quiere hablar sobre el nuevo lanzamiento de la fragancia masculina.

—Está bien, adelante.

Descolgué el teléfono y lo llevé a mi oído, sintiendo la inevitable pesadez de la conversación.

—¿Qué quieres? —le pregunté con un tono frío y desinteresado. No vaciló en lanzar su veneno.

—Finalmente te dignas a tomar mi llamada— imaginé las muecas de su rostro astuto—. ¿Acaso crees que me he tragado eso de que tienes tanto trabajo?

—Supongo que no eres tan ingenuo como para no darte cuenta de que hablar contigo me resulta repulsivo.

—Te adoro mucho— se burló— aunque no lo sepas.

—¿Por qué llamas? No tengo paciencia. Habla de una vez.

—Necesito hablar contigo de algo importante, Emir— me advirtió—. En el consejo del pueblo preguntan cuándo planeas tener un hijo. Ha pasado mucho tiempo desde tu matrimonio.

—Ya te dije que no quiero ser padre, así que no cuentes conmigo.

—Podrías ser el jefe de la tribu cuando yo ya no esté, así que necesitas un heredero pronto.

—¿De verdad crees que me interesa ser jefe de la tribu?

—Debería interesarte. La empresa que hemos construido con sacrificio y sudor lo requiere. Si logras mantenerla en pie, tendrás acceso a mucho más. Quiero que me demuestres que eres apto para los negocios y así confiaré en ti.

Soñaba con ser dueño de todas esas minas de oro en el pueblo, de ahí venía mi dedicación total a la empresa de cosméticos. Pero ser jefe de una tribu, eso era demasiado.

—Solo me interesa ser un hombre de negocios— declaré—. No quiero ser el jefe de una tribu.

—Si rechazas el liderazgo, no podrás administrar las empresas y pasarán a manos de Murad Yildiz, que es un familiar cercano. Él ya tiene un hijo de diez años y otro que acaba de nacer. Debes engendrar a un hijo con tu esposa, es tu deber.

—Estoy cansado de ti— dije exasperado—. Cada vez que interactúo contigo, mi energía se agota.

—Tendrás que soportarlo. Solo quiero que todo esté en orden. Como anciano del consejo y jefe de la tribu, debo proteger nuestras tradiciones. Eres mi único hijo y tienes una gran responsabilidad. No solo tienes derechos, tienes deberes y estás obligado a cumplirlos sin quejarte. ¿Acaso no tocas a tu mujer?

—Eso no te incumbe.

—¿Me vas a decir que ella no lo desea?

—No tiene que ver con ella.

—Ha llegado el momento de que me des un nieto. Si no hay un heredero en estos meses, no te daré permiso para manejar las minas del oeste.

Y colgó. Apreté los puños, una y otra vez, y tensioné la mandíbula, sosteniendo el teléfono en mis manos. La rabia que sentía no se podía comparar. Odiaba que mi padre tuviera tanto poder, odiaba depender de él, de aquel hombre tan maquiavélico.

Estaba seguro de que cumpliría sus amenazas. No sabía qué demonios iba a hacer para evitar embarazar a mi esposa. Quizás si decía que Bahar era estéril y que ya no podíamos tener hijos, me dejarían en paz. Pero descarté esa opción, sabía que no era una solución, ya que mi padre buscaría otra mujer para llevar a mi cama. Si decía que yo era el problema, eso le daría más ventaja a Murad Yildiz, mi enemigo.

Sin opciones, lancé el teléfono al suelo, haciéndolo añicos. No tenía alternativa alguna, pero yo no quería ser padre; no estaba preparado para eso, demasiado dañado para asumir el rol de un padre.

(...)

Mis ojos se posaron en el pequeño trasero de la mucama rusa, que limpiaba los muebles de mi despacho. No disimulé mi interés por ella. Sabía que sería algo fugaz, ya que ella también me miraba de reojo, intrigada. No recordaba su nombre; ¿cómo se llamaba? No me importaba; solo quería un encuentro sin compromisos.

Estaba duro como una roca y odiaba sentir esa necesidad sin tener una opción. Para mí, era fácil elegir a cualquier mujer; incluso una prostituta podría haber satisfecho mi deseo en ese momento. Sin embargo, yo era un hombre diferente. Jamás podría ser como mi padre. Jamás pondría un pie en un burdel.

Mi esposa pensaba lo contrario de mí. Creía que era como esos hombres que frecuentan esos lugares, por ello siempre me amenazaba con contarle a mi padre qué clase de hombre era. Ignoraba que a mi padre no le interesaba lo que hiciera y que solo le decía a ella lo que quería escuchar, o quizás lo hacía para molestarme; en eso, era experta.

Observé sus delgadas y alargadas piernas... Tal vez la hija de Anya Porizkova las tenía así. Lamentablemente, esas mayas de ballet no me permitieron ver más. Por la tarde, Ali me envió fotos de la escuela de ballet de Anya, y en una de ellas aparecía su hija vestida de bailarina. Me excitó mucho verla así.

Sostuve la foto en mis manos, absorto en su pequeña y delgada figura. A pesar de su tamaño, sus piernas parecían aún más alargadas por su delgadez. La frustración me consumía y la desesperación por verla en persona me acercaba al límite de mi cordura.

Su cabello peinado en trenzas caía delicadamente sobre sus hombros, mientras los mechones rubios se deslizaban por su ovalada y delicada cara. Pero lo que más me capturaba era su preciosa expresión de inocencia.

Acaricié mi mandíbula, lamí mis labios y, cerrando los ojos con frustración, apreté la pequeña foto entre mis manos. No debía sentirme atraído por esa chiquilla; mi intención era la venganza. Ponerla entre la espada y la pared, obligándola a entrar en el juego de su encantador tesoro.

La sirvienta se acercó a limpiar mi escritorio, inclinándose hacia adelante, y noté cómo su blusa se desacomodaba, dejando entrever el inicio de sus pequeños pechos.

—Sé lo que intentas hacer— pronuncié, captando su atención con seriedad.

—¿Está hablando conmigo?— preguntó, mirándome fijamente, haciéndose la sorprendida—. ¿Desea algo?

Sonreí con malicia.

—Deja de fingir— me levanté y acorrale su pequeño cuerpo—. Sé que quieres estar conmigo.

—¿Quién no querría?— murmuró sin dudar, abandonando su aparente inocencia—. Dime...

Toqué su mentón, obligándola a mirarme a los ojos.

—¿Eres virgen?— Ella negó—. No me gusta perder el tiempo con vírgenes.

—¿Quieres averiguarlo?— me retó de manera provocativa.

—No quiero arriesgarme— murmuré, acercándome a sus labios y sujetando su mentón—. Pero contigo haré una excepción. Espero no salir decepcionado.

—Te aseguro que no— afirmó, colocando su mano en mi pecho—. ¿Sabes? Muchas veces he escuchado a tu esposa masturbarse en su habitación— sonrió con malicia—. ¿Acaso no la satisfaces en la cama?

—Eres muy curiosa... ¿Por qué no me acuerdo de ti? ¿Por qué una chica como tú pasó tan desapercibida?

—Es por mi madre, ella me cuida mucho.

—¿Y eso?

—Me muero por estar contigo— confesó—. Te juro que me excita muchísimo, tanto que a veces me toco pensando en ti.

—¿Quieres ser mi nueva amante?

—Lo que tú deseas

Ella intentó acercar sus labios a los míos, pero la rechacé.

—No me beses en los labios— ordené—. No quiero aburrirme contigo. Ven— pedí mientras tomaba asiento en el sofá—. Ponte de rodillas.

Así lo hizo, llevando su mano a mi pantalón—. Quiero que lo lleves hasta la garganta— le indiqué, tirando de su cabello de manera brusca—. Haz lo que te ordeno y prometo que te haré sentir como nunca antes, si es que no eres virgen.

Su lengua juguetona comenzó a lamer mi glande, mientras su boca tibia cubría mi miembro, disfrutando de su propio juego. Jadeé, sin ser delicado; deseaba que me complaciera sin pronunciar palabra alguna. Su cabeza se movía de arriba hacia abajo, y mi mano se deslizaba en el interior de su cálida boca; el cosquilleo que sentí me llevó a cerrar los ojos, sumido en ese placer.

—Alekxandra— murmuré, una y otra vez, acariciando su cabello y empujando mi pelvis con fuerza hacia su garganta—. Te quiero solo para mí, Alekxandra... Quiero... que seas mía.

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