Desde las dunas del desierto de Aserft hasta las mareas del gran océano Dof, el nombre de Ziraza resonaba como una leyenda en todos lados. Algunas civilizaciones lo consideraban su dios, otros un gran mito con mensajes, y otros lo consideraban una historia inventada. Pero yo he visto todo, yo fui testigo de su viaje y su vida junto a la gran hechicera Elara en su planeta Satof, con un corazón y espíritu indomable, lleno de emoción ante sus primeras aventuras. Que los dioses los tengan junto a ellos.
"Co Ziraza, Co Ziraza"
Nota 1: En el planeta de los dragones y otros más bajo la influencia de los mismos "Co" significa "Salve" y en otras partes significa "Gloria" en el lenguaje antiguo de los dioses.
1: El nacimiento de la tormenta.
En el planeta natal de Ziraza, Aurora, la familia Miller vivía en un pueblo alejado de la capital, Calóft. Los padres de Ziraza tuvieron hijos antes que su primer varón. Miralda, la hija mayor, delgada con cabello café y ojos almendrados. Lucia, la mediana, rubia de ojos verdes y algo ingenua. Y Clara, la hermana menor, tez blanca, cabello ondulado y castaño oscuro. Las tres hermanas de la familia Miller. Su padre, el señor Frankie Miller, un veterano de guerra en contra de las máquinas, siempre había soñado con un varón que diera honor y gloria a su apellido, sin embargo, desde antes de la guerra contra las máquinas, por alguna rara enfermedad, las mujeres tenían más dificultades de dar a luz un varón, por ende la población femenina aumentó y por un breve periodo de tiempo lograron dominar todas las industrias, los hombres, por otro lado, bajo su población y gracias a sus condiciones biológicas eran muy atesorados por el nuevo gobierno femenino, pues se necesitaban para empleos que demandaban de fuerza bruta y de muy alto riesgo. Por cada hombre que vivía en Aurora había diez mujeres. Su población total masculina era de medio millón. Y la población total femenina era de Cinco millones aproximadamente. Entonces las mujeres en busca de un suplente del hombre decidieron dar rienda suelta a la
inteligencia artificial y los robots, hubo muchos avances tecnológicos pero de un momento a otro las I.A tomaron conciencia propia y decidieron revelarse. Ahora tanto la mujer como el hombre son dominados por las I.A y los Ciborgs. Aunque muchos se imaginaban un mundo donde el humano viviera oculto, en realidad viven en comunión con las máquinas, solo que son ellas las que crean normas y leyes estrictas que se deben seguir a pie de la letra. Las máquinas decidieron esta alianza entre especies porque también ellas necesitan de las habilidades humanas, como su capacidad de abstracción de problemas, ideas ingeniosas, capacidad de diseñar y automatizar cosas muy complejas. Además su capacidad de raciocinio es superior bajo la misma perspectiva de las Máquinas. La familia Miller vivía en aquel pueblo alejado de la capital, es un pueblo agricultor, hay varias hectáreas de tierra alrededor de más de tres kilómetros cuadrados solo de puro campo de cultivo. El señor Frankie después tomó como esposa a la señora Rocía Semir. Ya que su primera esposa no volvió a engendrar un hijo durante sus cinco años de casados la señora Alma Salvan. El señor Frankie tiene en su poder más de Cinco Hectáreas de cultivo donde siembra Papas, Zanahorias, Trigo y Maíz con dos hectáreas. Al principio él y dos amigos más de la familia el señor Garfio Aled y el señor Sergio Verde ayudaban a Frankie a trabajar esas tierras mientras las mujeres llevaban de desayunar a las ocho de la mañana, de comer a las tres de la tarde y finalmente hacían de cenar a Frankie cuando llegaba al ponerse el sol. Era la rutina diaria. Sin embargo un accidente con una máquina de labor hicieron que Frankie se lastimara permanentemente la pierna y por ende no pudo seguir trabajando. Sus amigos seguían ayudando pero también tenían que trabajar sus tierras. Y aunque la familia les ofrecía algo de dinero ellos decidieron no seguir ayudando. Así que el señor Frankie enseñó a sus dos esposas en ese tiempo y a sus tres hijas mayores.
Pasó el tiempo y el señor Frankie se casó con tres mujeres más las cuales engendraron todas Hijas. La familia crecía con poder femenino y los campos cada vez daban menos cosechas gracias al clima y las enormes olas de sequías a mitad de años. Pero Frankie tenía esperanzas de que alguien día un hijo varón llenaría de esperanza a la familia.
—¡Ya casi!— gritaban las señoras mientras corrían al primer piso donde el señor Frankie leía su periódico sin ningún sentimiento de ansiedad. Era una noche tormentosa, había relámpagos y truenos y la lluvia era fuerte y arrastrada con grandes vientos alborotados. Las gotas de lluvia chocaban con las ventanas produciendo un sonido relajante para el señor Frankie quien al mismo tiempo veía una copa de vino.
—¡Haaaa!—
Los gritos de su tercera esposa se escuchaban en toda la casa, la hija mayor de la familia, Miralda, ayudaba a las cuatro mujeres quienes estaban alteradas y apuradas a ayudar con el quinto parto de la señora Denisse.
—¿Por qué grita tanto?— preguntaban las pequeñas hijas de la familia mientras abrían las puertas de sus habitaciones. Lucia, quien pasaba por el pasillo del tercer piso con sábanas limpias, observó las pequeñas cabezas de sus hermanas pequeñas.
—¡Vuelvan a la cama! ¡Vamos, vamos!— dijo antes de seguir su camino. las pequeñas solo actuaron cerrar las puertas para después de no escuchar los pasos de Lucia volver abrir las puertas y seguir escuchando. Escaleras en un pasillo oscuro y los alaridos de su tercera madre, era una escena la cual la mayoría de ellas recordaría para siempre.
Las niñas dejaron la protección de las puertas y lentamente se acercaban a las escaleras para ver qué sucedía.
Las mujeres corrían, estaban alteradas con cubetas de agua, paños húmedos del sudor de la pobre Denisse.
Mientras tanto el señor Frankie encendió un cigarro y volvió a su periódico.
—¡Touch!— chistó la lengua al ver llegado al final del periódico y lo lanzó a su pequeña mesa y tomó un libro de pasta roja.
—¡Vamos, vamos, solo falta un poco más!— decían su cuarta y última esposa, Dolores y Amanda. Ellas subieron las escaleras con rapidez mientras llevaban agua tibia.
El señor Frankie tomó su reloj de bolsillo y observó la hora. "11:59"
—casi media noche— se dijo así mismo. Y entonces, bajo un último grito adolorido de Denisse y con un gran estruendo del cielo sucedió.
—¡Ya nació!— gritaban las mujeres.
El señor Frankie estaba algo sorprendido de una manera extraña, era como si sintiera un poco de alegría. Bueno, había sentido alegría al ver a cada una de sus hijas nacer, pero ahora era distinto.
—Media noche— dijo arqueando las cejas al ver la coincidencia de los condiciones.
—¡Padre!— bajó Miralda con una gran sonrisa. —¡Sus oraciones fueron escuchadas! ¡Es un varón!—
Frankie se puso de pie y tomó su bastón de madera cara y con toda la rapidez que pudo subió las escaleras. Miralda lo ayudó a subir. Todas estaban emocionadas, finalmente un nuevo varón en la familia.
—Déjenme verlo— pidió el señor Frankie a sus mujeres. Denisse estaba sonriente descansando en cama mientras las demás le ayudaban a limpiar y a acomodar al bebé.
—¡Es extraño, no está llorando pero sí respira! — exclamó Alma, entregando el recién nacido en brazos de su padre. El señor Frankie lo acogió con delicadeza, una sonrisa se dibujó en su rostro al contemplar a su hijo, un varón, su reflejo.
—Sí, eres exactamente como lo había imaginado — susurró con emoción.
—¿Y cómo lo llamaremos? — preguntó Denisse. Normalmente, las mujeres elegían los nombres, pero en esta ocasión, Denisse cedía el poder de nombrarlo a su esposo.
Las niñas observaban desde la puerta entreabierta, empapadas de la emoción que flotaba en el aire.
—Por haber llegado en medio de una tormenta, entre lamentos de dolor, y por ser mi primer hijo, te llamarás Ziraza² — anunció Frankie con orgullo.
² El nombre Ziraza es una combinación de palabras de las antiguas lenguas de los ancestros de Frankie, Zir-A-Za, que se traduce como "El que trae la tormenta".
Con el paso de los años, Ziraza creció bajo la sombra protectora de su padre, ganándose el respeto de los vecinos y el amor de su familia. Frankie le enseñó a trabajar la tierra y, a los doce años, Ziraza ya laboraba tanto como podía. Sus hermanas lo atendían con esmero, llevándole el desayuno a las ocho, la comida a las tres y la cena al atardecer. Al final del día, la familia se reunía alrededor de la mesa, compartiendo historias y risas, mientras Ziraza observaba en silencio, absorbiendo cada palabra y gesto.
Una tarde, Clarises, la hija menor de la segunda esposa, encendió un extraño aparato en la sala. Al tocarlo, una luz azul iluminó la habitación y música comenzó a llenar el espacio. Clarises y su hermana mayor, Alejandra, empezaron a bailar, contagiando a las demás mujeres de la casa.
Ziraza y su padre observaban el espectáculo mientras compartían un trozo de carne asada.
—¿Sabes, hijo? — comenzó Frankie. —Un hombre debe cuidar esas sonrisas, son su responsabilidad más sagrada. —
—¿Incluso la del señor Garfio o del doctor Paul? — preguntó Ziraza con curiosidad.
—No, ellos deben cuidar a quienes aman. Tu deber es velar por la felicidad y el bienestar de tu familia — respondió Frankie, poniendo una mano en el hombro de su hijo.
—¡Sí, los amo a todos! — exclamó Ziraza, con una sonrisa radiante.
—Así debe ser — concluyó Frankie, con un brillo de orgullo en sus ojos.