Durante un año, las lluvias fueron escasas y apenas hidrataban los campos. Pero últimamente, la sequía apretaba con fuerza y la familia Miller, al igual que las demás, se encontraba en apuros. No podían preparar la tierra, ya que estaba completamente seca. Todos los agricultores se reunirían esa tarde en el centro del pueblo, donde los Ciborgs de la capital escucharían sus problemas.
—Y recuerda, ¡solo debes escuchar, no hables! — le recordaba Denisse a Ziraza, colocándole un sombrero de paja en la cabeza y un pequeño chaleco de cuero bajo su camisa blanca.
—Sí, lo sé — asintió Ziraza.
—Tu padre aún duerme, vete ya — instó Denisse.
Ziraza salió de su casa y se encaminó hacia el centro del pueblo. En el camino, pasó junto a tiendas de comida rápida y establecimientos de ropa de segunda mano. Las casas estaban construidas con el mismo material que las de la capital, y las calles estaban cubiertas por un extraño material frío que servía como carretera para vehículos terrestres y aéreos. Bajo esas carreteras fluía mercurio y nitrógeno líquido. A pesar de su corta edad, Ziraza ya comenzaba a destacarse entre los demás, con su cabello castaño ondulado, ojos avellana y una estatura que superaba a la de algunas de sus hermanas. Su presencia atraía las miradas de muchas chicas del pueblo.
El centro del pueblo estaba impregnado de tecnología y modernización. Desde vehículos flotantes que se deslizaban sobre las carreteras de metal hasta lámparas flotantes que iluminaban el camino, todo era una muestra del avance tecnológico. Las tiendas ofrecían desde objetos caros y joyas hasta restaurantes finos y lujosos que la mayoría de los habitantes no podía permitirse. En el aire, lámparas flotantes emitían una luz suave y cálida, mientras las colosales naves de carga surcaban el cielo, transportando recursos hacia y desde las ciudades y pueblos.
—¡NO PODEMOS PAGAR SI NO LLUEVE!— gritaban a unos metros de Ziraza, los hombres del pueblo estaban reunidos al rededor de una fuente.
—¡Si, además los impuestos subieron este mes, no nos queda nada nada!—
Ziraza rápidamente se acercó y se abrió pasó entre los hombres hasta quedar al frente de todos.
Habían hombres de dos metros de alto con partes humanas y partes Robots. Uno de ellos tenía un brazo de metal, otro un ojo que le permitía identificar a cada uno de las personas. Tenían armas negras en sus brazos, eran armas de plasma. La multitud mantenía una cierta distancia de al menos cuatro metros de los hombres máquina.
Vestían con un uniforme azul protegiendo con armadura la parte de su pecho, codos, rodillas y espaldas. Solo eran dos Cyborgs más que suficientes para imponer temor en las personas.
En medio de los dos hombres máquinas había un hombre de estatura promedio con un traje negro y un sombrero elegante.
—si, lo siento mucho, pero últimamente las sequías han azotado a toda Aurora, y lamento que tenga que ser así señores— Decía el hombre elegante alardeando sus palabras. Se retiró el sombrero mientras decía lo siguiente : —pero a pesar de nuestros lamentos, la capital necesita recursos, y las órdenes son claras, ¡Cada familia tendrá que cosechar al final de mes lo equivalente a Quinientos costales de lo contrario se le quitará una parte de sus tierras! Esto, cada mes señores — El hombre mostró arrogancia con una ligera sonrisa.
—¡Imposible! No hay agua, la cosecha se seca!—
—¡Imperdonable! ¡Imperdonable!—
La multitud de hombres furiosos estallaban, empujaban y gritaban y Ziraza solo miraba a los hombres máquina y trataba de mantener el equilibrio mientras los adultos lo empujaban. Uno de los hombres de la multitud empujó más fuerte, Ziraza cayó al suelo chocando con algo duro.
—¡Ugh!— su cabeza dolía mientras se ponía de pie. Era extraño, los gritos y el fulgor de la gente se había detenido, como si algo los hubiera hecho callar. Ziraza miró a sus espaldas ya de pie y observó que los hombres miraban con rostros serios a él mismo. Miró al frente suyo era la armadura de uno de los hombres máquina con lo que había chocado su cabeza. Alzó la vista y miró al Cyborg que tenía su ojo derecho como el de una máquina. Metal plateado y una luz roja en medio.
—Lo siento— dijo Ziraza manteniendo sus impulsos, estaba nervioso y asustado, había escuchado rumores de las malas lenguas que los hombres máquinas eran muy malos, que desmembraban hombres por solo tocar una parte de ellos. Ziraza había temido por mucho tiempo a estos híbridos, y aunque en varias ocasiones había visto en el pueblo a Ciborgs jamás intercambió palabras o miradas, siempre había desviado su mirada a otra parte para no mirarlos a los ojos. Y ahora, lo estaba haciendo, lo miraba a los ojos mientras trataba de dar un paso atrás, pero no podía, sus piernas temblaban y daba la impresión de que si daba un paso solo sería para huir de ahí.