28 de diciembre del año 2021. Vuotso, Finlandia.
El crujir de la madera ardiendo lentamente invadía mis tímpanos mientras la luz anaranjada resultaba tan potente que temía quedar ciego contemplando semejante obra maestra. Me agarré la cabeza con ambas manos mientras miraba al suelo. Antes de darme cuenta una carcajada comenzó a brotar de mi garganta, áspera y débil. Mis manos se movieron hasta la fría nieve bajo mis rodillas y la agarró con fuerza y rabia acumulada. Luego, mirando al frente, comencé a arrojar la nieve hasta el edificio en llamas.
"¡Arded en el infierno, cabrones!" Grité usando toda la fuerza que
quedaba en mis pulmones.
El fuego envolvía la estructura en un abrazo fulminante, dando a entender que no tenía intenciones de dejar el lugar impune. Finalmente aquel lugar de pecado y traición estaba cobrando lo que merecía, es lo que les ocurre a aquellos que juegan a ser dios. Tal y como le ocurrió a Ícaro, quien en un intento por alcanzar la luz, voló más alto de lo que debería, lo que provocó que sus alas se derritieran por el calor y este acabase precipitándose hacia la muerte.
Los humanos somos estúpidos, seres despreciables que creemos poder alcanzarlo todo con esfuerzo y dedicación, y creer que no habrá consecuencias por nuestros actos.
Pero ya todo daba igual, ese lugar estaba ahora desapareciendo justo frente a mis ojos, siendo envuelto en un mar de llamas incandescentes. Aún podía escuchar los gritos de los investigadores y demás miembros que se encontraban dentro del edificio. Unosmmaldecían, otros lloraban, y otros lamentaban no poder volver a ver amsus familiares. Gritos desesperados, gritos de lamento, gritos de agonía. Se sentía increíble poder escuchar tal orquesta bendita, era una sensación que rozaba lo orgásmico.
A lo lejos se podía escuchar la voz de varios residentes del pueblo
cercano, quienes parecían venir atraídos por la luz del incendio, como
polillas hambrientas que se acercaban a la luz. Debía levantarme e irme de ese lugar, no podía dejar que me encontraran en ese estado, las preguntas no cesarían y lo más probable es que llamasen a las autoridades. Por ello intenté levantar mi pierna derecha, pero esta no parecía encontrarse en condiciones para caminar. La observé con detenimiento y me fijé en la hinchazón de color
morado que se extendía por mi torcido tobillo. Ignorando el dolor con
una amplia sonrisa, pisé con fuerza y me levanté de golpe. Ladeando la
cabeza de lado a lado mientras acercaba las manos a mi rostro para
limpiar la sangre que brotaba de mi frente y caía por mi ojo derecho,
me fijé en un pequeño resplandor entre la nieve. Me acerqué tambaleante y me tiré débilmente junto al pequeño brillo, barriendo la nieve con mis manos desnudas. Allí se encontraba un colgante de plata que portaba un pequeño medallón metálico. Lo tomé entre mis manos, mientras sentía el frío metal en las yemas de mis dedos.
"¡Alto!" Gritó una voz firme a mis espaldas.
Giré lentamente la cabeza hasta que mi mirada se cruzó con la demun hombre cercano a sus cuarenta, quien iba junto a un grupo demoficiales de policía. Parece ser que los pueblerinos, temerosos por la situación, habían alertado a la policía, tal y como deduje que iba a suceder.
Estaban armados, y me encontraba en un estado físico deplorable, por lo que un enfrentamiento directo no sería conveniente. Tampoco podía salir de ahí negociando, ya que mi cabeza daba vueltas y mi conciencia se estaba desvaneciendo, no me encontraba en situación de pensar demasiado. Me encontraba jodido, hasta un punto inimaginable. Agarré el colgante con ambas manos y lo miré con detenimiento mientras abría el medallón y contemplaba la foto en su interior.
"Chico, date la vuelta con las manos en alto." Me ordenó el policía, a lo que yo obedecí, girandome lentamente mientras sujetaba el colgante en mi mano derecha. Noté la expresión de horror de los policías al observar mi estado, y la sangre que brotaba por varias heridas en mi cuerpo. Mi tobillo estaba torcido totalmente, y mi brazo izquierdo roto y morado, con una herida de bala profunda en el hombro derecho. Pero yo me mantenía en pie, sonriendo diabolicamente, mientras mi cabello que usualmente es blanco como la nieve que se encontraba bajo mis pies, yacía frente a mis ojos tiñéndose del color de la sangre de mi frente.
"¿Quién… demonios eres tú?" Preguntó el oficial acercando su mano a la pistola que se encontraba en su cintura.
Una pequeña risita escapó de mis labios, lo que alertó aún más a los oficiales. Mientras las llamas a mis espaldas continuaban iluminando el ambiente con un hermoso color anaranjado. Sonriente, alcé mi mirada hacia el cielo. Mis brazos extendidos, que parecían tratar de agarrar la luna que se elevaba en el cielo solitaria, observando la situación. Si tuviera que describir la expresión que mi rostro tenía en ese momento, diría que era la de un completo psicopata, un demonio encarnado. Mis ojos empezaron a dilatarse conforme mi sonrisa se extendía de oreja a oreja formando una mueca grotesca en mi cara, y usando toda la energía que me quedaba en el cuerpo grité.
"¡Soy dios!" dije con voz rasposa, mientras una larga y escalofriante risotada acompañaba el sonido de la madera quemándose a mis espaldas, formando una melodía digna del infierno.