Las fuertes ráfagas de viento hacían temblar la colosal jaula alada de hierro que me apresaba. Encerrado, débil, como un pequeño animalillo enjaulado siendo llevado al matadero. Un par de grilletes de hierro pesados, similares a un par de guantes de metal, me ocultaban las manos e impedían que moviera los dedos. La camisa de fuerza tomaba mis brazos y los contorsionaba en una posición realmente incómoda, hasta el punto de sentir que mis brazos se torcían como frágiles palitos de madera. El dolor en ciertos momentos del viaje era realmente insoportable, y aunque intentara gritar o quejarme, solo sería un malgasto de aire, la gente que se encontraban conmigo en el avión no parecían estar interesados en mi bienestar. Igualmente, mis labios se encontraban sellados por un bozal de acero oscuro similar al que se le pondría a una bestia salvaje. Este, se agarraba con fuerza a la parte trasera de mi cabeza gracias a una correa de cuero negro apretada para asegurar que no se soltara por accidente.
Tenía la mirada cansada, y mi cuerpo pedía nutrientes. Mi mente estaba tornándose blanca por la falta de alimento en mi sistema digestivo. Sentía las neuronas de mi cerebro estremecerse y morir lentamente, como las esperanzas que poseía de poder escapar de dicho infierno. Pero aún con todo el sufrimiento y el sentimiento constante de estar a punto de perder el conocimiento, las voces no cesaban de resonar en mi cabeza. Se reían de mí, me criticaban por ser débil, y se burlaban de la situación en la que me encontraba.
"Eres débil" Escuché una voz a mi derecha que me susurraba directamente al oído. Mi reacción fue prácticamente inmediata e instintiva, como un animal que se encontraba en las últimas que deja el raciocinio de lado para dejarse engullir por su propia naturaleza. Giré mi cabeza hacia el lado del que provenía la voz y me lancé con mi cabeza por delante. Mi cráneo golpeó con fuerza una de las paredes del vehículo, lo que hizo que un fuerte estruendo metálico resonara por todo el avión poniendo en alerta a varios de los guardias que me aseguraban. Levanté la vista lentamente, el dolor en mi cabeza nublando mi visión, y la imagen de él en mi cabeza aún burlándose de mí, con esa sonrisa siniestra que se dibujaba en su rostro de oreja a oreja.
Un hombre alto con cabello rapado de color castaño y piel morena se acercó a mí con una jeringa en mano. Vestía un traje conformado por un chaquetón azul marino, una camisa blanca, una corbata roja y unos pantalones de igual color que la chaqueta. Él no era el único vestido de esa forma, ya que todos los que se encontraban en el avión a excepción de los pilotos vestían de esa manera tan extrañamente elegante.
El señor agarró con firmeza mi hombro y me separó bruscamente de la pared. No me resistí por la falta de energía en mi cuerpo, y el dolor en mi cabeza que no me permitía pensar. El hombre agarró la aguja y la clavó en mi cuello con suavidad, inyectándome en las venas cervicales una sustancia espesa y fría que comenzó a recorrer mi cuerpo lentamente como si estuviera viva. Mi mente se sintió más pesada, y el mundo comenzó a dar vueltas, hasta que mi cuerpo se desplomó con un sonido seco. Lo último que ví antes de perder el conocimiento fue la imagen mental de aquella sonrisa siniestra, esos ojos diabólicos y afilados, y esas ansias sanguinarias que rodeaba su ser.
Me desperté con el sonido del mecanismo de apertura de la enorme puerta trasera del avión. Abrí los ojos lentamente conforme me incorporaba, y un par de agentes que se acercaban a mí y me tomaron de los brazos con fuerza y me ayudaron a ponerme en pie. Lentamente salimos del vehículo, y pisé con delicadeza la tierra seca que conforman el paisaje desolado en el que me encontraba. El polvo desértico se elevaba en el aire, formando calima que complicaba la visión.
En ese momento un par de sombras altas y de aspecto humanoide se revelaron entre la nube de polvo frente a mis ojos. Al acercarse pude observar que se trataba de un hombre de avanzada edad de piel bronceada, con un cabello parcialmente largo y completamente canoso que caía delicadamente por los lados de su cabeza, la cual se encontraba cubierta por un sombrero blanco de ala ancha. Sus ojos eran de un azul claro como la aguamarina, y se ocultaban tras unas gafas redondas de cristal rojizo que le otorgaban un aire de misterio. Su cuerpo parecía encontrarse en excelentes condiciones, ya que se movía de forma grácil, dando pasos con rapidez como si se encontrara bailando con el viento, y sin importarle que el polvo anaranjado de ese lugar estuviera ensuciando su pulcro traje que constaba de una camisa, corbata y pantalones blanco puros y una chaqueta larga con estampado de cebra.
Junto a él se encontraba una mujer jóven de cabello cobrizo largo que se extendía elegantemente sobre los hombros de su chaqueta azul celeste. Tenía un par de hermosos ojos color bronce, que se posaban constantemente en el archivador de su mano. Vestía bajo la chaqueta una camisa blanca similar al resto de agentes y una falda lápiz del mismo color que su chaqueta que ocultaba sus largas y oscuras medias.
El extraño hombre se acercó a mí mientras se agarraba la puntiaguda perilla de color blanco que poblaba su barbilla. Con una pequeña sonrisa agachó su cabeza para mirarme a los ojos directamente. Aún con todo mi cansancio acumulado, le devolví una mirada tranquila y serena, con los ojos entrecerrados pero mis pupilas fijas en las del señor frente a mí.
"Me gusta esa mirada" Dijo el hombre tras unos segundos mirándome fijamente. Luego se dirigió hasta uno de los hombres que me sujetaban y les ordenó que me soltaran.
"Pero señor Abadi, este individuo es peligroso, ha sido acusado de delito de genocidio masivo voluntario y múltiples intentos de homicidio a nuestros agentes." Respondió el chico moreno que me sedó hace unas horas.
Los ojos del señor volvieron a dirigirse en mi dirección por detrás de sus gafas de cristal sangriento y con una sonrisa en el rostro respondió. "Está bien, en estos momentos es inofensivo, puedo sentirlo."
Los hombres a mi lado se miraron confusos entre ellos y comenzaron a desabrochar el bozal de mi boca y quitar los grilletes y la camisa de fuerza que impedían mi movimiento. Lo primero que hice al ser liberado de mis cadenas fue mirar mis manos desnudas y mi ropa sucia que consistía en un par de vaqueros rotos, una camiseta blanca con varias manchas de suciedad y el hombro desgarrado, y un par de sandalias viejas. Introduje mi mano en el bolsillo de mi pantalón para asegurarme que el medallón seguía en su sitió y tras ello puse mi mano derecha en mi barbilla y con un movimiento rápido crují mi cuello dejando que el sonido seco se extendiera por el horizonte.
"¿Ya estás más cómodo?" Me preguntó el señor, a lo que yo asentí. "¿Vas a matarme y a escapar?" Me preguntó a continuación con una sonrisa tranquila. Yo miré a mi alrededor, y tras asegurar mi posición dirigí mis ojos hasta el hombre y me negué con la cabeza.
"Excelente." Dijo el hombre incorporándose lentamente. Aún con su avanzada edad, era bastante alto, encontrándose su altura cercana a los 6 pies y cuarto de alto. Extendió su mano con intenciones de saludarme, y después de un momento de reflexión la tomé con cuidado y se la estreché. "Mi nombre es Iyad Abadi, y soy el propietario de las instalaciones dónde residirá por los próximos días. Es un placer conocerte…" Dijo dejando un pequeño silencio con la intención de hacerme decirle mi nombre. "... Lucio, Lucio Heikkinen…" Dije débilmente con mi mirada aún enfrentada a la del señor Abadi.
"Es un placer entonces señor Heikkinen, ¿o tal vez prefiere que me dirija a usted por su nombre? Bueno, no importa." Soltó mi mano y la enterró junto a la otra en los bolsillos de su pantalón antes de darse media vuelta. "Sophie, anota la llegada del nuevo y prepara los documentos para que los rellene en mi despacho." Le dijo a la chica a su lado, para luego girar levemente la cabeza a un lado, y mirándome por encima de su hombro me dijo. "Acompáñame muchacho, y trata de no perderte. Estar solo aquí en mitad de la nada con tu condición será equivalente a una muerte lenta y desesperante." Y tras soltar una leve risa el viejo comenzó a caminar en línea recta junto a su secretaria. Junto a los dos hombres que me custodiaban, seguí al señor Abadi hacia lo desconocido.
Conforme avanzábamos por aquel paisaje sucio y desértico, una figura gigante se alzó frente a nuestros ojos. Se trataba de una estructura conformada por cuatro máquinas similares a grúas mecánicas, las cuales se encontraban sujetando una cabina metálica que se suspendía sobre un enorme hoyo que parecía adentrarse hacia las profundidades de la tierra. Caminamos hasta un pequeño puente de acero que se encontraba acoplado a una capa metálica que rodeaba el perímetro del hoyo. El puente estaba conectado con la entrada de la extraña cabina. El señor Abadi fue el primero en adentrarse en ella, siendo seguido por la chica, un servidor, y los dos agentes que aún me estaban vigilando.
Una vez estuvimos todos dentro, el anciano dirigió un leve gesto de cabeza hacia Sophie, y esta asintió con la cabeza, para luego proceder a dirigirse hasta un panel que se encontraba a un lado del interior de la cabina. Tras un rápido juego de manos de parte de la chica, una clave se introdujo en el panel, lo que provocó que las puertas se cerraran de golpe. Tras unos segundos, la cabina dió un pequeño salto, y tras ello comenzó a moverse lentamente, dirigiéndose a lo desconocido.
Cuando las puertas se volvieron a abrir, me encontré con una vista que me dejó anonadado. Estábamos dentro de lo que parecía ser unas instalaciones con aspecto moderno, las paredes hechas de lo que se asemejaba a algún tipo de aleación de acero, y el suelo era pulcro y conformado por placas metálicas gruesas. La luz que inundaba la sala provenía de unas lámparas de luz clara con forma cuadrangular acopladas al techo.
"Impresionante, ¿no es así?" Rió el señor Abadi, quien fue interrumpido por su compañera, quien con un pequeño tosido llamó su atención. Comenzamos a caminar por un extenso pasillo que en un principio parecía no terminar, hasta que llegamos a una sala pequeña que constaba de un único ascensor cilíndrico de cristal. Todos entramos y las puertas de vidrio se cerraron, y comenzamos a descender. Tras un tiempo, una brillante luz volvió a atacar mis ojos, y no tuve más remedio que mover mi mano hacia mi rostro para evitar ser cegado. Poco a poco empecé a apartarla, para poder contemplar la majestuosidad del lugar. Unas instalaciones enormes, del tamaño de una pequeña ciudad, que constaban de varios edificios de aspecto industrial, y otros más modernos. La zona se encontraba encapsulada por una cúpula de cristal enorme que, gracias a sus colores, simulaba el cielo azul del exterior. Un enorme foco esférico que colgaba desde arriba, parecía ser aquello que iluminaba toda la zona, similar a un sol artificial.
"Bienvenido, a 'El Purgatorio', centro especializado de rehabilitación de criminales y a su vez ofrece servicios como hospital psiquiátrico. Aquí vivirás de ahora en adelante." Dijo con voz seria la señorita secretaria una vez nos bajamos del ascensor. "Todo lo importante se os informará el día de mañana en la reunión general, por el momento lo llevaremos a su domicilio."
Comenzamos a caminar por las luminosas calles. Estas estaban formadas por suelo de hormigón pulido, y algunos pequeños jardines en los que se podía encontrar árboles, arbustos, y flores de todo tipo. Aunque había cierto detalle que me incomodaba…
"¿Dónde están el resto de criminales?" Pregunté extrañado mientras miraba a mi alrededor en busca de algún otro ser humano además de nosotros.
"Todos se encuentran en sus respectivas zonas, no podemos dejar que os veáis antes del gran inicio de mañana, ¡arruinaría la sorpresa!" Respondió de forma risueña el anciano, quien justo en ese momento giró su mirada hacia un edificio pequeño, cuya entrada era una puerta metálica con el número "7" pintado en color negro. "Ya hemos llegado, este será el lugar dónde vivirás." Me acerqué lentamente y la puerta automática se abrió de golpe, provocando que uno de los agentes que me custodiaban se sobresaltara.
"Ha sido un placer conocerlo señor Lucio, espero que su estancia en mi centro le ayude a rehabilitarse y mejorar como individuo." Se despidió el señor Abadi, dándome un cálido apretón de manos. Entonces me adentré en el edificio, no sin antes girarme una última vez para ver a aquellos que me acompañaron hasta aquí marcharse. En ese momento pude escucharlo. "لا أطيق الانتظار لرؤية وجهه يسقط في اليأس." Escuché al anciano decirle en árabe a la secretaria mientras se alejaban del lugar. No sabía en ese momento que fue lo que le comentó, pero por un segundo pude contemplar una torcida mueca en el rostro de aquel hombre. Una sonrisa maliciosa que se extendía por su cara, mientras sus afilados ojos se iluminaban de un color rojo sanguinario tras los vidrios de sus gafas. Aquellas no eran las facciones de un hombre amable que intentaba ayudar a la gente a mejorar como individuo, sino la mirada de un cazador. Orgulloso de haber atrapado a una nueva presa entre sus garras.