—Yo... Yo... —tragó para dejar de tartamudear—. No sabía que eres... eres tan grande. Me temo que quizás no pueda... uhm... acomodar algo tan... grande. —La última palabra apenas salió como un susurro.
Se retiró, se sentó sobre sus talones y echó la cabeza hacia atrás. Una risita entrecortada escapó de sus labios. La escena era tan cautivadora y seductora que el corazón de Elle no pudo evitar saltar un par de latidos. ¿Cómo podía un hombre tan diabólicamente sensual como el Príncipe Sebastian transmitir tal aura pura y fresca? Sin duda era un hombre de muchas contradicciones...