—No te quedes sentada en tu habitación —dijo Evan al entrar al dormitorio mientras yo estaba sentada en una silla con Zafiro en mi regazo. Trataba de leer un libro sin éxito, ya que mi mente solo pensaba en una cosa, en una persona.
—No tengo nada más que hacer. Estoy intentando leer un libro —dije.
—Tú —dijo él, quitándome el libro—, lo estás sosteniendo al revés. ¿Y esto es lo que llamas leer?
—... Solo déjame en paz...
—No, te levantarás y darás un paseo conmigo por el jardín —dijo—. Yo también estoy aburrido. Tu marido me ha traído aquí, pero no tengo nada que hacer. ¿No crees que deberías escuchar al menos esta petición mía?
Suspiré y me levanté, aceptando la mano que me ofreció. —¿Estás seguro de que mi marido no te ha amenazado? No veo ninguna razón por la que deberías aceptar estar a mi lado durante su ausencia —dije.
—Sabes muy bien que incluso si tu marido me amenaza, no tengo ninguna obligación de escucharle. Lo que hago es por mi propio beneficio —dijo.
