(Desde la perspectiva de Azul)
No pude dormir esa noche porque me dolían las extremidades. También me dolía la espalda y los brazos.
—Nunca lo volveremos a hacer en esa posición —dije—. En la bañera está bien, ¿pero la ducha? Eso nunca volverá a suceder.
—Lo haremos en la bañera la próxima vez —dijo, acurrucándose más cerca de mí—. También creo que la ducha podría ser peligrosa. Perdiste fuerzas y cuando te bajé para secar tu cuerpo, tus piernas casi cedieron.
—Eres realmente raro. ¿Quién hace algo así de repente? Tenías una herida en tu pecho...
—¿A quién le importa eso? Ahora está curado, de todos modos —él se encogió de hombros—. Duerme ahora. Es tarde.
—¿Tarde? Es de mañana —gruñí—. No vayas a trabajar hoy. Quédate conmigo y duerme. Ninguno de los dos pudo dormir en absoluto.
—¿Es eso verdad?
—Hm... Nunca te digo que faltes al trabajo. ¿Pero al menos por hoy, lo harás? Te escuché y me quedé en el dormitorio durante tres días.