Chapter 13 - DOCE

El sol comenzaba a ponerse. Las sombras se alargaban sobre las calles y las nubes eran de un hermoso color rosa y naranja. Led soltó un suspiro mientras contemplaba la escena en silencio; aquello era como si alguien hubiese cogido una caja de tizas y luego procediera a difuminar los colores por todo el cielo con los dedos.

No paraba de preguntarse como estaría su madre, sus amigos…, incluso la doctora Sherman. Cuando el bazar de la iglesia llegó a su fin, Led, junto a su madre y Olivia, habían decidido ir al aeropuerto de Seattle a despedir a los Ottman. Vicky se había puesto muy feliz al verlos llegar y corrió a los brazos del joven que consideraba su hermano. Por otro lado, Olivia le trenzó un par de mechones de cabello con algunas coletas de flores y le grabó un sonoro beso en la mejilla; la adoraba, ambas eran adoptadas y no podía evitar ver un poco de ella en la niña. Fue justo en ese instante cuando el teléfono de Led sonó y tuvo que dejar a la pequeña en los brazos de su amiga.

—Me alegra que contestaras, Led —Reconoció la voz al instante, se trataba de la asistente de la doctora Sherman, una joven que se había colado de él en su primera visita—. Llamo para informarte que tu cita con la doctora Sherman deberá posponerse hasta nuevo aviso…

La chica le había contado que, luego de su sesión del viernes, la doctora había caído en una especie de coma y se encontraba hospitalizada. El joven descoloró y su madre pareció notarlo.

—¿Sucede algo? ¿Led?

Por un lado, la noticia era terrible, puesto que aquella profesional se esforzaba al máximo en ayudarlo con su problema del pasado, y, ahora, no obtendría las respuestas que le había prometido para el lunes. A pesar de ello, le cayó como anillo en el dedo a causa de su repentino viaje a París.

Volvió la mirada hacia el interior de la alcoba, y contempló al origen de su estrés durmiendo con serenidad en la cama. Las sombras de la ventana se proyectaban sobre su rostro duro y Led deseó tener un lienzo y sus acuarelas a la mano.

En silencio, abrió la mochila, cogió el lápiz y su cuaderno de dibujos, y tomó asiento en la pequeña cama que reposaba junto a su nuevo e inconsciente modelo. Con una soltura increíble, deslizaba la punta de grafito por el papel, como si ambas herramientas fueran una extensión de sus brazos. Los trazos que plasmaba jugaban con las tonalidades, variaban de espesor e iban dejando el rostro del príncipe infernal con absoluta precisión.

Las comisuras de sus labios se alzaron, ya que se le hacía un poco extraño ver a Rakso mantener un aspecto tan calmado, casi angelical… Luego recordó que los demonios eran ángeles caídos y por eso portaban aquel aspecto.

Una vez terminado el retrato, lo comparó con el verdadero Rakso y sonrió satisfecho. Mientras apreciaba su arte, una pregunta cruzó por su mente: ¿Acaso era posible que un demonio pudiera alcanzar el perdón de Dios? ¿Era posible que pudieran volver a los cielos?

—¿Vas a mostrármelo o tengo que arrebatártelo? —dijo Rakso de pronto. Aún permanecía con los ojos cerrados.

—¿Estuviste despierto todo este tiempo? —quiso saber Led con vergüenza.

El demonio separó los párpados y aulló un bostezo. Con pereza, se incorporó y estiró sus extremidades al igual que un felino.

—Cuando desperté, ya estabas dibujando —confesó—. No quise romper tu concentración, así que fingí seguir durmiendo —Y sin más, le arrebató el cuaderno al mestizo y contempló su retrato por varios segundos en absoluto silencio. Los nervios carcomían a Led como el humo del cigarrillo lo hacía con los pulmones de un fumador—. Me lo quedaré —dijo Rakso, arrancando el trozo de papel.

Led protestó, pero el demonio alzó la mano para pedirle silencio. Dobló el dibujo cuatro veces y lo guardó en el interior de su gabardina.

—Es hora de irnos, mestizo.

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Las nubes de tormenta cubrían por completo al cielo nocturno, y en cada rincón de la ciudad podía escucharse el rugir de los truenos. Led y Rakso se hallaban en el Champ de Mars, un extenso jardín público totalmente abierto y situado en el séptimo distrito de la capital francesa. El dueto charlaba en medio de un enorme rectángulo de césped que se veía cercado por dos pasos peatonales con el ancho de una avenida; a sus espaldas, la famosa torre Eiffel apuntaba al firmamento. Era una noche bastante solitaria, debido a que las autoridades parisinas habían ordenado a los ciudadanos mantenerse en sus residencias a causa del incidente de la tarde.

—Hay algo que no he dejado de preguntarme —comenzó Led, sus manos escondidas en los bolsillos del abrigo.

—Dispara —lo animó Rakso, con la guardia puesta en el cielo.

—¿Por qué no pude sentir la presencia de tu habilidad en casa de Olivia? En la iglesia pude hacerlo, y ni siquiera lo estaba intentando… Simplemente sucedió.

Rakso pareció meditarlo por un momento.

—Puede que hayas tenido contacto con esa energía demoniaca, y eso fue lo que despertó tus sensores.

Led recordó los videos que había mostrado el presentador de noticas aquella mañana, y como esas imágenes acudieron a él cuando la resplandeciente flor de energía demoniaca apareció ante él.

—¿Puede ser un contacto indirecto? —apremió—. ¿Cómo mirar una imagen?

El demonio asintió en silencio.

Led apartó la mirada, comprendiendo lo que había sucedido. Desde que vio las noticias, sintió que algo había despertado en su interior, como si le rodearan el cuello con una cadena y tiraran de él en miles de direcciones. El aire a su alrededor se tornaba más pesado, y podía sentir débiles corrientazos en su piel. Sabía que se trataban de las energías espirituales; eran frágiles, delicadas, y flotaban a su alrededor como la esencia de una muestra gratis de perfume en el centro comercial…

Un poderoso trueno captó la atención de ambos, lo que les hizo recordar el rugido de una bestia. Segundos después, observaron con asombro como un brillante rayo descendía de las nubes y se estrellaba contra la terraza de un edificio, luego, saltó al tejado de otra edificación que se elevaba a unos pocos metros del primero, y así fue avanzando en dirección a Rakso y Led.

—Da miedo —advirtió Led, retrocediendo un diminuto paso y aliviado de que no sería él quien se enfrentara a esa centella—. Se ve muy poderoso.

Rakso sonrió con fanfarronería.

—Puedo con ella.

—¿Ella?

Pero no obtuvo respuesta, el demonio ya había desplegado sus alas y emprendía vuelo hacia los cielos.

La brisa helada azotaba su rostro, pero no le importó. Daría todo en esa batalla y absorbería su habilidad a cualquier costo. Arrancó el cuarzo rosa que colgaba de su cuello y lo miró con el ceño fruncido.

‹‹Es una dosis de mi energía —La voz de Lux resonaba en su cabeza—. Úsala para que puedas invocar tu arma››

Apretó el puño, y la roca se deshizo en un polvillo brillante que estalló en una llamarada. La guadaña apareció entre sus manos y aceleró el vuelo, directo al rayo que zigzagueaba hacia él.

—Llegó la hora —farfulló.

La centella arremetió contra Rakso, pero él giró en el último instante para evitar el ataque. A sus espaldas, el agresor dio la vuelta describiendo un amplió arco y disparó un rayo que el demonio desvió con la filosa hoja de acero. Ascendió unos metros, y volvió a esquivar la embestida.

—¿Es todo lo que tienes? —se burló él.

La habilidad volvió a describir una curva en el cielo para regresar una vez más hacia el príncipe, quien apretó con fuerza el cayado de su arma, dispuesto a partir en dos al atacante.

Un rayo salió disparado hacía él, pero lo desvió de un golpe, como si fuera el mejor bateador de un equipo de beisbol. Un segundo y tercero lo esquivó valiéndose de piruetas. Con los dientes apretados, y sus cuernos llameando, voló directo hacia el enemigo para asestar el golpe final, sin embargo, la centella se ramificó, sorprendiendo al príncipe e impactándolo desde todas las direcciones.

—¡Rakso! —gritó Led desde los jardines. Aterrado, vio como su compañero caía hasta estrellarse al otro extremo del campo. Sin dudarlo por un segundo, corrió en su ayuda—. ¡Rakso!

La centella aterrizó en medio de la distancia que los separaba, cerrándole el paso al joven. De alguna forma, Led sintió que aquella cosa iría tras él, así que dio media vuelta y les rogó a sus piernas que no le fallaran. Lanzó una mirada fugaz sobre sus hombros, y gritó al ver que la desordenada masa eléctrica lo perseguía.

Los rayos danzaban de farola en farola, despidiendo potentes chorros de energía hacia el mestizo, el último de ellos le salpicó en el brazo, arrancándole un grito; la piel estaba al rojo vivo y el olor a quemado no paraba de abrirse paso por la nariz de Led. 

El joven tropezó y cayó de bruces contra el piso cuando el agresor impactó a pocos metros por delante. Sin darle un momento para respirar, emprendió a rodearlo en un peligroso vórtice que iba cerrándose segundo a segundo.

Rakso, con torpeza, consiguió ponerse de pie con ayuda de la guadaña, mientras entonaba algunas maldiciones. Levantó la mirada, y el horror lo abofeteó al descubrir la situación del mestizo. Desplegó sus alas y voló directo hacia ellos, con el arma en alto y soltando un rugido de guerra.

—¡DÉJALO EN PAZ!

Y blandió el filo del arma contra la estela de energía, que terminó rebotando contra el tronco de uno de los cientos de árboles de copa cuadra que bordeaban al campo.

Led jadeaba sin control, con sus lágrimas goteando en el suelo. Las manos le temblaban y no dejaba de pensar en lo cerca que estuvo de morir.

—¿Estás bien? —urgió el demonio, clavando una rodilla en el suelo. Sus labios se volvieron una dura línea al advertir la humeante herida del brazo—. Descuida, no es tan grave…

—¡¿No es tan grave?! ¡¿NO ES TAN GRAVE?!—le espetó el joven, preso de la furia, el terror y las lágrimas—. ¡Por poco muero!

Se escuchó una risita divertida.

Ambos se volvieron con la guardia en alto.

—Vaya, vaya. Así que Gakso adoptó una mascota —Era la voz de una mujer, cargada con la dosis perfecta de veneno, burla y un claro acento francés.

Perplejo, Led observó como una mujer se erguía junto a los restos de un flameante árbol. Iba ataviada con un traje negro que se ajustaba a la estilizada silueta de su cuerpo. Sus ojos, que parecían estar inyectados con sangre, los estudiaba con una mezcla de diversión y desprecio.

Rakso se puso de pie y, una vez más, extendió el brazo para crear una barrera imaginaría entre Led y la amenaza.

—Así que te vales de un mestizo paga localizagnos —continuó, paseando la mirada del uno al otro hasta detenerla sobre el demonio—. Sin tus habilidades, no eges nadie.

—Es hora de que vuelvas a donde perteneces…

—No me hagas geíg, demonio. No sabes quienes somos, ni cómo funcionamos, o cuáles son nuestgas debilidades —La habilidad caminaba alrededor de ellos, como un león asechando su próxima comida—. Simplemente nos aggancaste de nuestgo vegdadego amo y te autonombgaste nuestgo dueño.

—¡Cállate! —le espetó, señalándola con el extremo letal de su arma.

Led no lograba salir de su estado catatónico. Nunca se había imaginado que una habilidad demoniaca contara con un aspecto humanoide… y que fuera capaz de hablar. Algo en su caminar le resultaba familiar. Su cuerpo brillaba, como si se tratara de una bombilla fluorescente que despedía pequeños rayos.

La mujer rio, mientras sus dedos jugueteaban con las espinas que conformaban su larga cabellera; a Led le recordaba el lomo de un puercoespín.

—Nunca tendgás nuestga lealtad, y alguien como tu jamás podgá ganágsela —escupió con desagrado—. Lo único que nos ata al vegdadego demonio de la iga es nuestgo pacto en vida.

—Eso cambiará cuando te haga regresar aquí —dijo él, señalando el medallón incrustado en su pecho.

—¡No pienso volveg a esa pgisión, demonio! —chilló la mujer sin escrúpulos—. Y menos ahoga.

Un resplandor bañó a la mujer, y en un parpadeó volvió a ser la peligrosa centella que surcaba el cielo hace unos segundos. Rakso soltó una palabrota, cogió a un petrificado Led entre sus brazos y despegaron los pies del suelo.

Led ahogaba sus gritos contra el pecho de Rakso, apretaba los ojos y rezaba para que no lo dejara caer. Detestaba las montañas rusas, y aquella situación era exactamente lo mismo: subidas y bajadas violentas, giros y luces en todas las direcciones. Por el rabillo del ojo, vio las calles de la ciudad y los edificios alzándose debajo de ellos como un borrón; su rostro perdió el color y las náuseas lo abordaron.

Los rayos se precipitaban con furia hacia ellos, pero Rakso los esquivaba con agilidad o los desviaba de un golpe con la guadaña.

—¡Rakso, no puedes seguir huyendo! ¡Tienes que hacer algo!

—¿Crees que no lo sé? —le gritó con histeria—. E-es sólo… Es sólo —Era la primera vez que titubeaba.

—¡Por dios! ¡No tienes un plan! —advirtió con pánico y amargura—. Ella tenía razón. No sabes cómo atraparla… —Led cortó sus palabras con un grito, ya que Rakso descendía en picada y se escabullía por las avenidas y callejones de la ciudad, con la centella pegada a sus pies arrojando chispas a diestra y siniestra.

‹‹¿Cómo detienes un rayo?››, pensaba Led, esforzándose en hacer a un lado el miedo para idear un plan… Y la idea vino a su mente, como si alguien le pasara el interruptor de encendido.

—¡La torre Eiffel! —soltó, haciéndose escuchar sobre el viento y las explosiones que causaban los ataques del enemigo—. ¡Necesitamos regresar a la torre Eiffel! —Rakso lo miró sin comprender, como si el mestizo estuviera loco—. ¡Confía en mí!

El asintió y se elevó sobre los edificios, cortando el aire con sus alas en dirección a la enorme estructura metálica.

Un par de relámpagos emergieron de la nada y envolvieron al demonio en un chispeante abrazo, causando su declive hacia el suelo. Led gritaba, a la vez que se aferraba con fuerza a Rakso y pensaba que perdería la vida en aquel lugar lejos de casa.

Las alas del príncipe se cerraron alrededor de la pareja, formando un siniestro capullo que amortiguó el golpe del inminente impacto.

Led rodó unos pocos metros de Rakso y, con torpeza, se incorporó entre toses y arqueadas. El almuerzo no tardó en abandonar su estómago. La garganta le ardía.

Miró a su alrededor. Después de todo, habían conseguido llegar a los pies de la torre Eiffel. Sus ojos escrutaron la imponente estructura de acero, y la voz de Axel sonó en el interior de su cabeza. Nunca antes se había sentido tan feliz de tener a un amigo que estudiara arquitectura. Despacio, gateó hasta Rakso y lo zarandeó hasta que despertó.

—Hay una oportunidad de ganar, Rakso.

El aludido se incorporó, masajeando las sienes de su cabeza; estaba seguro de que ésta le estallaría.

—Te escucho.

—Tu electroquinesis es sólo un rayo, un potente rayo —explicó el joven repleto de adrenalina. Había olvidado el miedo y la terrible herida que escocía su brazo—, y para atraparlo necesitamos un pararrayos —prosiguió, señalando con el índice el gran símbolo de Francia y su capital—. Una vez, Axel me dijo que la torre Eiffel funciona como un enorme pararrayos. En la cima hay cuatro de ellos, cinco, si contamos el de la punta… Creo que puede funcionar.

La centella surcaba el cielo, directo hacia ellos y dispuesta a terminar la batalla.

—Ella describe curvas muy abiertas para dar la vuelta —meditó el demonio, adoptando una postura acorde a la situación—. Sólo debo esperar el momento justo… Bien, lo intentaré —decidió, recuperando la guadaña y la verticalidad. Mantenía los ojos clavados en su objetivo—. Ve a esconderte.

Rakso desplegó las alas y volvió a los cielos una vez más. Era su última oportunidad. Al alcanzar la cima de la torre, divisó cuatro escobas de cobre apuntando al cielo, éstas iban unidas a un enjambre de cables aislados que bajaban hasta el suelo. No estaba seguro del plan, pero era el único que disponía y se esforzaría en hacerlo funcionar. Dio media vuelta, decidido a ser paciente por una vez en su vida.

La centella viajaba hacia él en línea recta, dispuesta a dar el golpe final.

—Espera —se obligaba el demonio por lo bajo—. Espera —Sus puños cerrados con fuerza y sus alas batiendo para mantenerse en el aire—. Espera…

‹‹¡Ahora!››, se ordenó en sus pensamientos.

En el último instante, se arrojó hacia un lado y el relámpago se estrelló contra las varillas de cobre. Un potente destelló iluminó por completo la ciudad, y la electricidad fluyó a través de los cables y las vigas de la estructura a tal velocidad que, al tocar tierra, se produjo un estallido que lanzó volando a la mujer de cabellera espinosa contra un cesto para la basura.

—Dios te bendiga, Gustave Eiffel —susurro Led desde la seguridad de un árbol. Finalmente podía respirar con tranquilidad—. Lo pensaste todo.

Incrédulo, y con una gran sonrisa, Rakso soltó un aullido de victoria. Sin vacilar, aterrizó junto a la inconsciente mujer; las chispas, que recordaban a un cortocircuito, no paraban de brincar.

—Es hora de que vuelvas a donde perteneces —Acto seguido, el príncipe infernal descubrió el pecho, mostrando así el medallón que reposaba incrustado en su piel. La pieza brillaba ansiosa, como si reconociera la energía que yacía frente a ella—. Ira.

La habilidad estalló en una enorme masa de humo azulado y, despidiendo una potente ventisca, se adentró en el medallón como un vórtice que lo absorbía todo. La calma volvió y las nubes de tormenta desaparecieron, dejando al descubierto un oscuro cielo despejado.

—Lo lograste —soltó Led, emergiendo de su escondite. La batalla comenzaba a pasarle factura a su cuerpo. El ardor en su brazo regresó, al igual que el dolor de cabeza y las náuseas.

El dueto se encontró en el medio de la distancia que los separaba, y Rakso mostró con orgullo su medallón.

—Misión cumplida —dijo, señalando el brillante cristal que palpitaba de un intenso color cian. Abotonó su gabardina y la guadaña en su puño desapareció—. Volvamos al hotel —ordenó—. Quiero darme un baño y tú debes localizar al resto de mis habilidades.

‹‹Un gracias estaría bien››, pensó Led con algo de amargura.

El piso bajo los pies de Led se movió, provocando que el joven se tambaleara y cayera a cuatro gatas. El mareo y las náuseas se intensificaron, el terror reprimido estalló en sus pensamientos con cientos de imágenes de la batalla que no paraban de atosigarlo con crueldad…

—¿Te encuentras bien, mestizo? —inquirió Rakso, acuclillándose junto a él. Parecía preocupado.

El joven no podía dejar de pensar en lo cerca que estuvo de morir. Su visión comenzó a difuminarse, como si una bruma lo invadiera todo.

—Mi estómago… No siento mis piernas… ni mis brazos —advirtió el joven con voz débil, mientras terminaba por desplomarse en el suelo. El demonio lo acunó entre sus brazos—. Rakso…

El príncipe dijo algo, pero su voz se escuchaba lejana, distorsionada. Led no pudo comprender.

Y la oscuridad se lo llevó.