Creí que había una cura, pero era
una enfermedad peor.
Al dar los tres pasos subsiguientes en búsqueda de Simón, no pude regresar. Voltear mi semblante en noventa grados y ver que Simón desaparecía nuevamente en el barrio. Era notable que los dichos referentes a que los gatos rondan en varios mundos, era una verdad que podría ser absoluta. No tenía remedio que ir hacia delante. El lugar a donde dirigirme no era tan extraño como debería ser, más bien, la figura del paisaje se conformaba en un camino lleno de polvo del viento como si hubiera una tormenta en un paramo lejano de un desierto semi árido. De un lado, como del otro, solo había llanuras de pastizales que a medida que se avanzaban iban creciendo hasta el tamaño de una persona promedio, por lo que el horizonte no podía visualizarse de en conformación topográfica plena. Aparte de ello, el polvo del camino no permitía tampoco la visualización amplia. El ir y venir del viento golpeaba mi rostro con granos de tierra que a veces golpeaba mis gafas, y otras la cubría de la arenisca. Mi atuendo estaba lleno de suciedad, y la camisa se manchaba. No parecía encontrar nada alrededor, pues no veía nada. Era mejor mantenerme quieto o ir hacia los pastos. Quise cambiar la dirección, pero al acercarme a ello, la maleza en su estructura se configuraba en un muro impenetrable, no tenía remedio que continuar. Los sonidos del aire se colocaron en mis oídos como voces que señalaban penas, y suplicios. No puede evidenciar con certeza, pero sentía que alguien alrededor
mío estaba caminando, y luego otro y otro revelando que realmente no estaba solo. No era un solitario viajero de ruta.
Me pregunto ¿Cómo saldré de aquí? En un momento ante el anuncio de una voz efímera que se prolongo como un tormento, llamo a mi atención. –
- Vamos, no sabemos, Vamos, no sabemos.
- Si, vamos a dónde iremos.
- Llegaremos, llegaremos.
Al oír esas repetidas voces de padecimiento, sin poder dirigirme a la dirección de ellos me cubrí con mi codo, y aun así era imposible.
- ¿Quiénes son? ¿Dónde están? Mi nombre es Jaime. –
- No estamos, no vamos, y vamos.
- No, no estamos, y vamos, solo vamos.
- Vagamos, en pena, vagamos.
- ¿Por qué? ¿Por qué vagan? – Pregunté tomándome el rostro con el codo, para tapar aquel viento improcedente y perturbador.
- No podemos saberlo, hemos estado aquí yendo sin rumbo fijo
- Si, sin rumbo, sin rumbo. –
- Puedo ayudarlos, solo díganme ¿En qué lugar se encuentran? No puedo verlos.
- No puedes ayudarnos, no puedes vernos, solo percibirnos
- No, no puedes vernos. No podemos verte, solo sentirte.
- Pero, ¿Entonces qué haremos? – Les pregunté con miedo
- No lo sabemos, estamos castigados, no nos quieren en el hospicio.
- No, nos aceptan, entonces por eso vagamos, por eso vamos queriendo encontrarlo.
- Queremos encontrarlo, pero no, nos aceptan, y no podemos, no podemos encontrarlo. –
- No, nos aceptan. – Configuraba la voz ante tal castigo. Es lo que comprendí de ello. Era un limbo, éste lugar es el limbo para quienes no pueden ir a ningún sitio, por lo tanto soy parte de ello, no obstante Koha me ha dicho que venga. Que debo ir al hospicio. En aquel momento recordé algo muy vago y era un campo de líneas. Era menor y seguía unas líneas de piedras color ámbar, como los ojos de Koha, y luego un establecimiento, con un hombre de bigote que parecía de un aspecto formal, y recio, con una ambo de médico, y luego todo parecía una sala de cirugía, y allí permanecía postrado en una cama, y desperté. Recuerdo, recuerdo ese sueño. Parecía tan real.
Quise dejar de caminar un instante, la manifestación más precisa es que mi cuerpo quería avanzar. No había opciones, solo ese camino polvoriento que mis pies rosaban desde el suelo, y esas voces en pena que se iban multiplicando en un ejército. Eran varias, y todas explayaban las mismas retoricas de palabras. No puedes vernos, no, no puedes ayudarnos, no lo sabemos. Como si fuera un chip implantado en sus cerebros para que siempre confesasen lo mismo. No había muchas alternativas, ni tampoco podría establecer una disyuntiva, pues la elección era seguir. El viento estaba tan grotesco que hasta pensé que no deseaba que avanzase en su preferencia entre llegar a no, al hospicio. Y nuevamente me planteaba si mi carne y corazón realmente sufrirían, lo que estas personas, o lo que fueren esos individuos. No podía abandonar este empréstito. Todo estaba convulsionado en la forma de lo que soy. Un humano que puede ver lo que otros no, y que no recuerda firmemente lo que es desde aquel accidente. Si me tuvieran
que analizar, dirían que soy una obra dramática de Kafka, en la cual me envuelvo en forma de cucaracha en una cárcel a la cual manifestar mi proceso.
"Largo es el periodo que nos inunda la mente durante el extenso sin fin de los años que transcurren."
Esa frase, no sé, a titulo de qué razón a llegado a mi mente, he camino ya varios kilómetros sin poder cansar el cuerpo, sin agua, sin comida. Siento que ha pasado una eternidad, y mantengo, en todas las palabras de mi mente la cordura, de lo contrario me volvería una maquina insana e insalubre como las
voces.
El viento parece disipar un poco su bravura. Y ahora si puedo bajar mi brazo y codo que cubrían mis lentes, y en ellos ojos. Sin embargo el polvo de éste prosigue suspendido en el aire como si levitara en su magia. Puedo por lo menos examinar el suelo repleto de pequeñas piedras, y las líneas del color del ámbar de los ojos de Koha, también algunos cactus. En efecto es como un desierto. El soplido de la ventisca cede casi definitivamente. Esa corriente parece seguir detrás de mí, aunque sin acosarme. Era mejor dejar de lado la tromba tan maliciosa que reprimía avance alguno.
Me despojé de mis lentes, y con un pañuelo del bolsillo, concentré en limpiar el vidrio de los mismos. Al colocármelos, algunos retazos del polvo continuaban sin molestia. Fue cuando el susto me atacó al estomago generando un revoltijo de sensaciones de asombro, temor, sufrimiento ajeno. Eran las voces. Eran tantas que no podía contarlas ni con los dedos de pies, y de las manos. Eran hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos, ancianas. De razas, de color, etnia, formados y malformados. Algunos en partes, otros sin partes, y todos iban hacia delante penando. Algunos no tenían boca, y otros ojos, algunos serios, y otros con una sonrisa de payaso. Uno se coloco casi frente a mí con una de esas sonrisas. Era
como si fuera un gesto obligado a la fuerza. Quiso colocar su mano en mi pecho. Temblando sus dedos se arrepintieron, y de aquella percepción cerré mis ojos. No deseaba verlo. En mi creencia estaba en lo cierto. Es un limbo. Un purgatorio.
¿El hospicio entonces es un campo de reclusión para dirimir el cielo y la tierra? El cielo, e infierno. ¿La salvación eterna, o la condena?
El payaso se alejó para reanudar su marcha sigilosa.
- No temas, es solo un alma que no sabe lo que eres tú. – Dijo otra voz, un tanto más pensativa
Al voltear mi rostro al lado mío se encontraba, una figura de esas sin ojos y nariz, pero tenía la boca intacta. –
- Me gusta hablar. Aquí nadie habla, nadie sabe expresarse, pero tu parece que sí. –
- No lo sé, ¿Cómo actúan estas personas?
- Por instinto, como lo hacen los seres vivos carentes de razonamientos. Que de alguna forma también razonan en su manera, no como los humanos. –
- ¿Cómo los insectos, las plantas?
- Posiblemente, o como otros seres como las rocas, los minerales, o la tierra misma. Solo saben que deben insistir.
- ¿Insistir en qué? – Pregunto sin retoricas al hombre casi sin rostro.
- En continuar.
- ¿Continuar hacia qué lugar? – Persisto en mis preguntas. –
- Al hospicio.
- ¿Ellos no pueden ir?
- No deben ir. No son aceptados. Son vagos que solo no pierden su perspicacia de añorar el hospicio. Anhelar lo que no tienen.
- Deberían desistir.
- Es que no tienen dónde ir. Nadie de nosotros tenemos donde ir. Estamos aquí desde no sabemos cuánto tiempo, pues el tiempo no existe.
- Y usted lo sabe. Lo sabe bien. – Objeté en sus palabras. -
- Si eso, es lo malo, por alguna razón puedo pensar, darme cuenta de lo que sucede, y entonces es la eterna manía de ser invadido por la ansiedad. El hecho de estar aquí y avanzar sin camino.
- ¿Sin camino? – Generó la dudas. –
- No hay camino, lo que tu vez parece un camino, pero no lo es. Siempre regresamos al punto de partida, cuando el aire se vuelve espeso, y el torbellino del tornado proveniente de la boca del cielo retorna para continuar indefinidamente el proceso. Como te he dicho nadie sabe lo que hace pues penan.
- Es un limbo como lo pensaba. – Le comenté sin guias. –
- No es el limbo, ni purgatorio. Esos sitios son diferentes. Este es un castigo, para las almas corrompidas que deben limpiar todo de sí mismas en el hospicio. Allí se calman todos los sentimientos. Se recogen los mismos, y se guardan en varios frascos para ser analizados, y luego la persona cumple con todas las tareas para una evocación final.
- ¿Y puede regresar?
- No sabría decírtelo. Es lo que me han dicho. Los buscadores de almas.
- ¿Quiénes son los buscadores de almas?
- Personas que se encargan de encontrar a quienes tienen algún motivo, don, o hayan estado involucrados con efectos del más allá. A quienes son vehículos de otros seres a los que llaman demonios.
- Entonces Koha es una buscadora. – Me dije en voz alta. – Pero almas del más allá. ¿Creí qué eran los llamados fantasmas o espíritus?
- Los espíritus existen, o fantasmas, o seres que están de otro lado manifestándose como espectros. Ellos no ingresan al hospicio, son las almas que erran y por algún motivo creen que deben estar allí. Que no saben que murieron o deben dejar un mensaje. Algunos vienen luego aquí, otros al hospicio, otros sobrepasan ese hospicio y van al cielo o al averno. Algunos se quedan para siempre en la tierra con los terrestres, sin saberlo y su cuerpo aun funciona. – me confiesa con verdadero misterio. - Ella, Koha, posiblemente te está buscando porque tienes algo importante, y al hospicio le interesa.
- ¿Podre llegar pronto?
- No puedo decirte si llegarás, veo que también tienes esa noción del tiempo. No se decírtelo, llevo años, o meses, o días, queriendo llegar. Lo peor que nos pasa, es que tanto, tu como yo, a diferencia de estos entes que circundan, tenemos en nuestros corazones, aun un diminuto sentimiento de esperanza, y eso se alimenta cuando volvemos a regresar al punto de partida y llegamos al final en el cual se nos manifiesta si llegamos o no.
- Estamos perdidos aquí. – Le dije sin motivo alguno. –
- No lo estamos. Es cuestión de proseguir, recomenzar y seguir ¿Acaso la vida no es eso cuando uno está en el mundo que conoce? Uno es derrotado y vuelve a seguir adelante
- Si pero es a punto de aprendizaje. –
- Todo es aprendizaje. Si te das una idea, veras que por algo no pudiste ingresar.
- ¿Qué sería ese algo?
- Falta de creencia, fe. Todo es aprendizaje. Fallamos, retomamos, volvemos a fallar, volvemos a retomar. Algunos fallan indefinidamente, otros aprenden del error, y modifican y vuelven a fallar, otros modifican y lo
solucionan, otros irremediablemente se rinden sin nada que hacer. Otros lo dejan y buscan otra alternativa para lograr el éxito. Sean cual fuere el camino que se elija siempre deberá continuarse ¿Cómo el por qué de que siempre volvemos a los mismos sitios? Es como si el universo, se encargase de darnos la misma piedra para pulirla, y si fallamos, nos regresa con el tiempo una piedra parecida, pero en definitiva es lo mismo. Es para que aprendamos a pulirla como corresponde.
- ¿A qué te refiere?
- A que debemos curarnos. Somos algo que prevalece en amor. Y ese amor debe crecer en nosotros. Fallamos y volvemos a comenzar. Es la experiencia de vida.
- ¿Y si el existo es pleno?
- Entonces hiciste las cosas bien, porque estas curado en tu interior. No necesitaste nada de ello. Nada que aprender, pues ya venias aprendiendo en otras vidas. –
- ¿Existe reencarnación?
- Sin duda que existe como existe un sinfín de personajes, y seres en todo el universo. Un sinfín de misterios que no han sido resueltos. Debes enfocarte en lo que amas, y estirar los brazos hacia ello.
- ¿Cómo se lo que amo, o no?
- Lo sentirás, como ahora quizás sientas que debes ir al hospicio. -
- ¿Qué encontraré en el hospicio?
- No puedo decirlo, solo se lo que mi buscador me ha dicho. –
- ¿Y tú?
- Estoy aquí porque mi buscador me ha reclutado. Ha dicho que debo ir, pero no cuando debo llegar. Te parecerá extraño, fui unos de esos fundadores en la construcción del hospicio, pero algo extraño nos ha
ocurrido cuando fuimos a un pozo que por razones desconocidas estaba allí. Del otro lado la iglesia. Una iglesia católica, con una cruz de acero en su cúpula, la cual le faltaba una parte de sí. Era como una capilla totalmente destruida por dentro, como si hubiera habido una batalla. Ingrese al pozo, y luego no recuerdo nada de ello, solo sé que durante los siguientes años me han ocurrido sensaciones extrañas. Como si algo dentro de mí estuviera mal, y debiera ser solucionado.
- ¿Qué es? - Le pegunto pensando en todo lo ocurrido. –
- Es lo que le sucede a todos. Una huella en el interior que parece que nos evoca generando un mal al exterior. La última vez mis manos estaban ensangrentadas y al lado mío solo había horror y muerte. No supe bien el hecho, y creí que había generado un delito atroz.
- Y por ello estas aquí ¿Todo sucedió desde el pozo?
- Sí, pero eso lo sé solamente yo. Nadie sabe lo que ocurrió.
- ¿Y cómo lo sabes?
- El pozo para los demás en ese entonces no existe como tampoco lo que ha acontecido, recordé todo este evento cuando entre aquí al camino, mientras tanto no sabía nada de ello.
- ¿Pero el pozo esta allí?
- Si, y no. Nunca estuvo para nadie que recuerde. Solo yo pude verlo, pero cuando ingrese aquí hasta entonces no sabía de él. Nadie sabe de ese pozo, pues nadie recuerda el mismo.
- ¿Cómo si no hubiera pasado nada?
- Así es.-
- Es todo tan extraño. – Me dije a mismo. -
Al oírlo pude imaginarme que podría recordar lo que aconteció en el sótano, pero no, no podía siquiera.
- ¿Y tú?
- Recuerdo algunos accidentes, que fueron asesinatos. Recuerdo un accidente de mi infancia, solo eso, un hecho, y luego ya de adulto los eventos que se producen que no puedo explicar, las extrañas desapariciones. Koha pidiéndome que venga, y mi gato Simón que fue nexo en este sitio, y ahora todo este camino maltrecho, y tu, y esas líneas color ámbar que sigo. Y pienso que si voy a un hospicio estoy loco. Estoy errado, filtrado en mente con una esquizofrenia
- ¡MMM! Todos tenemos una esquizofrenia, solo que algunos se refleja con mayor ímpetu. Un hospicio es para ello, para curar lo malo que debe ser solucionado. Tal vez todo eso se indicio. Las líneas solo tú las puedes ver.
- ¿En serio?
- Si, no todos aquí podemos ver lo que ven otros. –
- ¿Y tú que estás viendo ahora mismo?
- Veo el comienzo. El soplido del tornado, y el polvo, veo eso, veo el comienzo.
- No puedo verlo. Solo veo el polvo.
- Entonces estas en buen camino. Ojala puedas resolver, lo que a mi todavía no me permiten. ¡Buena suerte! –
- Espera, todavía tengo que preguntarte algunas dudas. Espera. –
- No puedo esperar, Adiós. –
Y todo ese ejército de personas de todo tipo y aquel ser misterioso, se iban desvaneciendo, y la claridad del paisaje se estaba fortaleciendo en todo el aspecto.
Había una claridad en el camino, y me voltee a ver detrás de mí. Y no había nada. No había esos seres que eran voces. No todo era quietud y paz.
- Adiós, sea quien sea, y ojala puedas ingresar al hospicio. -
Continué por el sendero. El polvo estaba disipado totalmente, y se venían de cada lado una suerte de llanura de pastos que se iba convirtiendo en meseta con las arenas de otros especímenes a medida que avanzaba en los pasos. Era tal que el sol se compuso de forma que un calor abrazante comenzó a inundar todo bajo el sonido de algunos insectos que por su canción son grillos, y langostas. Pero ellas son de un tamaño diferente al que solemos conocer. Eran gigantes como de un pie de alto. Una voló hacia mí y continuo rumbo, y luego otra, y otra. En ese entonces, una suerte de tierra parecía moverse, como si ese pedazo temblase. El grillo se poso frente a ello, y sin dudar de allí se abrió como una cueva en la cual una araña de su mismo tamaño apresaba. Eso me produjo un pánico inmenso
¿Qué rayos es esto? Me alejé intentando cuidar los pasos a los cuales me iba dirigiendo. Algunas partes de esa tierra del lado izquierdo del camino se movían.
–
- Mientras sigas por la ruta no te pasará nada. No salgas de la ruta. – Pude oír la voz de Koha que parecía venida de muy lejos.
- Sigue los pasos, estas cerca. –
- ¿Koha eres tú? – Pregunté con cierto ánimo. –
Continúe y aceleré el paso y allí estaba una reja grande y extensa que parecía que tomaba toda una hectárea de campo cubriendo como si fuera un fuerte. A medida que iba llegando crecía mas la misma, del otro lado podía verse algunas planicies de cerros, y la gran puerta de hierro en la cual se tallaba el nombre
Dyers. Del lado de adentro un complejo gigante de varios edificios como si fuera un hospital.
Al llegar del lado de afuera una mujer vestida de mucama, esperaba. Era Koha con su cabello rosado semi corto, y sus ojos ámbar, sus manos tomadas llevándolas en posición de sumisión a su vientre. Al verla me fui a cercando muy lentamente, aunque reticente. –
- Bienvenido Jaime. – Me dice ella sin expresión de ingreso. No era bienvenido, o sì. ¿No lo Sé?
- Koha, ¿Y ahora qué?
- Ahora solo debes entrar, y te llevaran los encargados. –
- ¿Y qué harás tú? – Le pregunté. –
- Hice lo que tenía que hacer. Traerte al hospicio. –
- ¿Por qué Koha?, ¡Dímelo! – Dime la razón fundamental del porqué de éste lugar
Ella suspiró, un tanto para hacerle saber que los secretos se guardan para no ser molestados con verdades, y cuando ellos son descubiertos solo resta explicarlos.
- En ti Jaime hay algo que no está bien, y que puede que no tenga cura – ella
se acercó y con su mano acarició mi rostro, y su expresión se dibujo entre querer decirme algo o no, como si no pudiera. – Todos tenemos dentro de nosotros un oscuro ser, que con el tiempo expiamos, la idea es extirparte ese ser en ti, pero lo que tú eres no tiene cura, lo que yace como esencia de cuerpo y alma no la tiene.
- ¿Qué quieres decirme?
- Como te he dicho, tú puedes ver la muerte, y ese es el problema quizás.
- Puedo verla, pero no generarla. –
Ella no sabía que decirme, hasta que su mano bajo lentamente en su dedo índice a mis labios como haciendo silencio.
- Tu puedes verla, oírla, sentirla, y puedes verlos a ellos que te usan, y usan a los demás
- ¿Los demonios?
Ella asintió.
- Pero algo más en ti, que debe ser resuelto, algo tomó posesión de ti y te despojó. Eso que es tan negro como la maldad acecha, en un cuerpo vacio.
–
- Pero no comprendo, ¿Por qué estoy vacio? –
- Porque estás muerto, Jaime – Me dijo Koha agachando la cabeza como lamentándose. Estas muerto, y vagas en el mundo terrenal como un muerto que puede ver la muerte. Como un vehículo que solo va. No existes, en nada y en nadie. Estas muerto Jaime.
Koha quitó su dedo de mis labios, y se evaporó.
Al disiparse las puertas se abrieron solas, como también el asombro. -