—Envíen la orden de arresto para la familia Argyle. Los detendré a todos —ordenó Cordelia—. Dudo mucho que ninguno de ellos supiera nada sobre las artimañas de su heredero.
—Sí, Princesa Cordelia —Jonás hizo una reverencia cortésmente. Mientras tanto, el Señor Waylen estaba prácticamente espumando por la boca al pensar que toda su familia se uniría a él en las mazmorras.
—No... no puedes... ¡ellos no saben nada! ¡Todo fue cosa mía! ¡El soborno, el robo! ¡Todo!
—Gracias por tu pronta confesión —dijo Cordelia secamente—. Pero en aras de la justicia, también tengo que interrogar a tu familia. Guardias, llévenselo.
—¡Sí, Princesa! —Lo arrastraron, y el Señor Waylen parecía más como una marioneta con los hilos cortados, pues su cuerpo colgaba inerte mientras lo arrastraban por el suelo como si no fuera más que un saco de papas.