—¿Belicista? —Atticus repitió, antes de estallar en una carcajada aguda. Daphne se sobresaltó, su aliento salió entrecortado mientras su esposo continuaba jadeando sin aliento para sí mismo.
—¿Qué tiene de gracioso? —Daphne exigió.
—Nada, realmente. —Atticus negó con la cabeza lentamente. —Simplemente no puedo creer que esté escuchando tal descriptor de mi propia esposa. Dime, Daphne, ¿qué crees que haré una vez que tenga éxito?
—Conquistarás reinos.
—¿Y qué haré con ellos? —Atticus preguntó, divertido. —Solo porque tengo la capacidad, no significa que esté a punto de cometer atrocidades a través del continente. Además, robar reinos no es mi estilo.
—Como si alguien hubiera podido detenerte, —Daphne añadió amargamente. —Una vez —si— tu plan tiene éxito, —y Daphne esperaba con cada fibra de su ser que no fuera así—, el mundo es tuyo, lo sepan o no.