Sus ojos, pozos de oro fundido, brillaban con una intensidad que trascendía lo físico. Sin embargo, dentro de ese radiante atractivo, hervía una corriente tempestuosa, una tormenta silenciosa de ira. El habitual calor en esos orbes dorados era eclipsado por sombras, lanzando un velo inquietante sobre su luminiscencia.
Cuando fijó su mirada en Daphne, parecía como si el aire mismo temblara en respuesta a la furia no expresada contenida dentro. El usual chispazo de vitalidad en sus ojos ahora se parecía a brasas humeantes, amenazando con estallar en llamas en cualquier momento.
Daphne había visto a Atticus enojado antes, más veces de las que podía contar. Sin embargo, cada vez, había un poco de diversión mezclada con sus agravios. Esta vez, no obstante, era pura frustración la que solo podía describirse como asesina.