La boca de Daphne se abrió sorprendida. No podía creer lo que escuchaba. No, Jonás tenía que estar mintiendo. Eso era lo que él hacía: era un mentiroso de pies a cabeza, y Daphne sería una tonta si volviera a creerle.
Pero si le faltaban las alas, eso explicaría el súbito deterioro de Zephyr. Nadie mejor que ella sabía cuán orgulloso era Zephyr de su plumaje. Le encantaba surcar los cielos. Si había perdido esa habilidad, habría sido un destino peor que la muerte.
Y no era como si Atticus no tuviera experiencia previa en robar órganos preciosos de criaturas mágicas. Le vino a la mente el ojo perdido de Nereo, y Daphne sintió que sus rodillas flaqueaban. Sus manos buscaron apoyo en las paredes de los escombros caídos, su aliento salía en ráfagas entrecortadas.