La hoja plateada relucía bajo la luz de la luna, capturando la luz y reflejándola con un brillo amenazante. Combinada con la expresión maniaca que había en la cara de Atticus, nadie se atrevía a acercarse; nadie siquiera se atrevía a respirar demasiado fuerte.
—¡Atticus, espera! ¡Necesitamos que esté vivo! —gritó Sirona desde donde estaba en la enfermería.
Aún necesitaban las alas de Zephyr para la medicación de Daphne. Si a Atticus no le daba miedo la furia de su esposa una vez que se diera cuenta de que su pájaro mascota y querido amigo estaba muerto, entonces al menos debería considerar el hecho de que era un ingrediente necesario para asegurarse de que Daphne no sucumbiera a sus heridas.
Sorprendentemente, Atticus la escuchó alto y claro esta vez. Quizás siempre lo hizo, pero simplemente eligió ignorarla.