Los ojos de Zephyro se movían de un lado a otro, mirando entre Nereo, la Reina Lavinia, Sirona y, por último, Daphne. El sudor comenzó a brotar en su frente mientras jugueteaba con sus pulgares, su corazón retumbando salvajemente dentro de su jaula torácica.
No era su culpa. Él no había hecho nada. Si la Reina Lavinia decía que esta magia extranjera de hielo era lo que estaba causando la condición de Daphne, entonces definitivamente Zephyro no tenía la culpa. Entonces, ¿por qué se sentía como si él hubiera martillado el último clavo en su ataúd?
El suspiro de Nereo fue lo que finalmente rompió el tenso silencio. El kelpie no hablaba muy a menudo y detestaba la idea de tener que conversar con esta sanadora de dos caras, pero era obvio que la salud de Daphne —por lo menos— era una preocupación para ella.
Ella necesitaba saber esta verdad.
—Jean Nott lo hizo.