—¡Salud! —el rey Calarian alzó una copa de vino—. Rey Atticus, estoy enormemente impresionado con la rapidez con que has cumplido mi petición. Podrías rivalizar con mi virilidad. Uno debe preguntarse sobre el momento: es nada menos que milagroso.
Sus palabras no eran más que felicitaciones, pero Atticus sería un tonto si no detectara el leve matiz de incredulidad en esos ojos calculadores. Atticus no se ofendió en lo más mínimo; si él estuviera en la posición del rey Calarian, acusaría directamente a la otra persona de mentir para conseguir el meteorito de hierro.
Después de todo, la noticia del embarazo de Daphne llegó el día después de su ultimátum. El diagnóstico lo hizo Sirona, una sanadora leal a Atticus. No se necesitaba ser un genio para conectar los puntos y formar una imagen condenatoria.