—¡¿Sabes siquiera lo que podrías haber hecho?! —Jonás gritó casi a Atticus, quien sólo estaba sentado perezosamente al borde de la cama, escurriendo las últimas gotas de agua de sus pantalones. Cuando terminó, metió su meñique en su oreja y comenzó a escarbar, mirando la inexistente suciedad en la punta de su dedo.
—Sabía cuándo parar... —murmuró Atticus, aparentando ser tan despreocupado como siempre cuando en realidad, su corazón estaba comenzando a acelerar su ritmo de nuevo.
El ataque de agua fría sólo lo había calmado por un breve momento. Ahora que estaba empezando a calentarse, la sensación volvía lentamente pero seguramente. Sólo que la única persona que deseaba ya se había ido.
Lejos. A salvo de él.
—No es totalmente su culpa, Jonás —dijo Sirona. Caminó hacia Atticus, tendiéndole un vaso de agua seguido de un pañuelo. Una vez que Atticus tomó el vaso, ella desdobló la tela para revelar una pequeña píldora redonda en su interior. —El antídoto —explicó.