—Oh, no sé... —Daphne comenzó a divagar—. Todavía no te he perdonado del todo. No creo que esto esté bien.
—¿Por qué no? —dijo Atticus, su voz como un murmullo.
Le colocó un beso en la mandíbula, luego otro en el cuello. Sus manos recorrieron descaradamente su cuerpo, quitándole toda la tela hasta que solo quedó piel radiante contra la suave luz de la luna.
Daphne lo permitió, suspirando cada vez que sus labios hacían contacto con su piel, dejando un rastro de marcas de amor donde quiera que exploraban. Había extrañado su tacto, no eran solo roces sexuales, sino también la suavidad de su abrazo y la ternura de sus besos.
Los últimos días habían sido largos y duros —reflexionó Daphne—. Era agradable tener de vuelta a su amoroso esposo. Quizás podría olvidar lo que había ocurrido, aunque solo fuera por una noche. Al llegar la mañana, las cosas podrían volver a ser como deberían ser.