—Veré si puedo encontrar a alguien —sugirió Hazelle—, colocando su mano en el pomo de la puerta.
No podía volver a su casa natal. Su padre simplemente la enviaría de vuelta al palacio, probablemente inconsciente y atada. Si Alistair descubría que ella había intentado escapar, no dudaría en hacerla matar.
O peor aún, torturada.
Solo la idea la hizo romper en un sudor frío. Tomó algunas respiraciones en un intento por calmar sus nervios intranquilos. Lentamente, giró la manija de la puerta, preparada para correr por el corredor y desaparecer en la noche una vez que estuviera fuera del alcance del oído.
—Volveré enseguida
—¡No necesito médicos charlatanes! —rugió Alistair.
Lanzó el objeto más cercano a él, que resultó ser un afilado fragmento del jarrón roto. Se incrustó justo en la puerta de madera, rozando la cara de Hazelle por un pelo. Ella jadeó, su mano se soltó rápidamente de la puerta mientras retrocedía unos pasos asustada.
—Todo lo que necesito es… lo que necesito es…