El príncipe Nathaniel no se movió. Daphne volvió sus acusadores ojos hacia Jonah y Atticus.
—¿Cuánto lo golpearon? Si muere aquí, ¡tendremos un desastre diplomático en nuestras manos!
Atticus se encogió de hombros nuevamente, de forma más despreocupada.
—Si lo hace, lo cortaré para obtener la piedra de kyanita azul. No podemos desperdiciarla en él.
Mientras tanto, Jonah tuvo una respuesta más racional. Sacudió la cabeza, rascándose el cuero cabelludo. Necesitaba desesperadamente unas vacaciones. Primero Sirona, ahora Atticus. Estos dos le estaban dando un dolor de cabeza que duraría cientos de vidas.
—Sirona se pudo haber excedido un poco —dijo Jonah con timidez—. Aún guardaba rencor porque los sanadores de él la encarcelaron. Déjame hacerlo a mí.
Jonah sacó un frasco y roció su contenido en el rostro del príncipe Nathaniel. Daphne no tenía ni idea de lo que había dentro de ese frasco, pero funcionó de maravilla.