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Chapter 2 - Capítulo 1 - El rey demonio

En el camino de piedra, un automóvil antiguo se deslizaba con gracia entre la bruma matutina. Su presencia evocaba la nostalgia de tiempos pasados, con una carrocería reluciente de metal oscuro. Los faros, como joyas incrustadas, enmarcaban el rostro frontal del vehículo, lanzando destellos de luz que cortaban la penumbra. Sus ruedas, adornadas con radios relucientes, rodaban sobre el pavimento empedrado produciendo bastante ruido para las calles que estaban en un silencio sepulcral.

El interior del coche estaba envuelto en un lujo clásico: asientos tapizados en suave cuero, ornamentos de madera pulida que adornaban el tablero y los paneles, y detalles de metal labrado que agregaban un toque de refinamiento. La disposición de los asientos permitía espacio para cuatro personas, pero ese amanecer estaba ocupado por cinco personas.

La guardaespaldas de Henry se encontraba al volante, habiéndose desprendido de la voluminosa capa que antes envolvía su figura. En su lugar, lucía un atuendo de criada, con un vestido adornado con volantes y un delantal verde que hacía juego con el tono de su cabello. La falda, larga hasta los tobillos, completaba su vestimenta, confiriéndole una imagen tanto elegante como funcional. 

La niña, sentada sobre el regazo de Henry en la parte delantera, no podía apartar la mirada de la mujer que mantenía sus ojos fijos en el camino. Su nuevo amo la mantenía quieta sobre sus piernas con la mano izquierda, mientras con la derecha le acariciaba la cabeza en intervalos, como si fuera una mascota; curiosamente, la niña nunca protestaba. Sin embargo, la escena dejaba entrever que el interés del aristócrata se dirigía más hacia la niña de aspecto lagarto que hacia la mujer con apariencia demoníaca, por quien había atravesado innumerables problemas.

En la parte trasera del automóvil, el rey demonio con aspecto femenino permanecía inmóvil y en silencio, su mirada se perdía en la ventana con la misma indiferencia que había exhibido hacia Henry minutos antes. Junto a ella, una joven vestida de manera similar y con el mismo tono de cabello que la mujer al volante, pero con una actitud más alegre, se había sumado al viaje.

—Hermana, ¿quiénes son nuestros nuevos huéspedes? —preguntó con una risilla dirigida a la mujer al volante.

La joven se había quedado en el coche para cuidarlo, pero no esperaba tener visitas. Henry no le había informado sobre sus planes para esa noche, solo le pidió que se quedara quieta y esperara. Sin embargo, no se quejó y aceptó aquella orden.

—A partir de ahora, serán parte de la familia —respondió Henry en lugar de su hermana y prosiguió—. La niña que nos acompaña es tu nueva hermana, y será tu deber enseñarle a partir de ahora. 

—¡Qué emoción! Ahora tengo una hermanita pequeña, eso significa que ya no seré la más joven de todas... —hizo una pausa, como si hubiera notado algo, y luego continuó—. ¿Y ella también es nuestra hermana?

—Lo sabrás cuando lleguemos a casa —le respondió—. Esto es algo que debo compartir con todas.

—Está bien —musitó decepcionada.

—¿Cómo te llamas, pequeña? —preguntó a la niña sobre su regazo.

La niña volteó a verlo y le dijo —Sed, tengo mucha sed.

—Eres una pequeña salamandra, lo noté en cuanto te vi. No te preocupes, cuando lleguemos a casa podrás beber mucha agua y tomar un baño para humectar tu piel seca.

—¿E-enserio? —preguntó en voz baja.

Lo más probable era que la niña hubiera sido vendida a él para deshacerse de ella debido a las dificultades en su cuidado, que requerían atención constante y un suministro considerable de agua, generando gastos para los comerciantes de esclavos. Además, la baja demanda de esta clase de especies complicaba aún más su venta. 

Sin embargo, a él nadie le había advertido sobre estas dificultades al adquirirla, lo cual evidenciaba deshonestidad por parte de los vendedores, aunque no se podía esperar honestidad de delincuentes como ellos, reflexionó él. No obstante, su experiencia tratando con especies reptiles y anfibios le había hecho darse cuento de todo eso y de una cosa más.

—¿Eres venenosa? —le preguntó sin dejar de acariciar su cabello amarillo como sus manchas.

Henry finalmente llegó a la conclusión de que la ausencia de la niña en la fila con los demás esclavos se debía a las secreciones venenosas que su piel producía en situaciones de estrés o amenaza. A pesar de ello, reflexionó para sí mismo, no tenían la intención de deshacerse de ella o de causarle daño. Más bien, vieron la oportunidad para venderla a buen precio.

—Perdón —musitó triste.

—No te preocupes, solo hay que asegurarse de que siempre sonrías— la consoló con un abrazo. Después de todo, ella no tenía la culpa ni de ser como era ni de cómo había acabado en manos de personas viles. 

La niña salamandra comenzó a llorar sobre el pecho de Henry, pero no era un llanto de tristeza, sino de felicidad. Se dio cuenta de que no estaba secretando ninguna toxina por su piel.

—Oye, no llores, hermanita. Cuando lleguemos a casa, te regalaré mis juguetes. Ahora que soy mayor, ya no los necesito —dijo, inclinándose entre los asientos delanteros para plantarle un beso en la cabeza.

—¡Oye, no hagas eso! ¡Es peligroso moverse mientras estamos en movimiento! ¡Quédate quieta! —reprendió a su hermana menor sin apartar la mirada del frente. 

El viaje se había vuelto bastante emotivo y ruidoso, pero nada de eso pareció conmover el corazón del rey demonio, quien se mantuvo indiferente durante todo el trayecto. No podía apartar de su mente cómo había sido descubierto. Durante muchos años, había permanecido en el anonimato, sobreviviendo como podía hasta que unos comerciantes de esclavos lo capturaron.

De hecho, él creía que lo habían dado por muerto el mismo día en que su reino fue destruido. Su estratagema de intercambiar lugares con su sirvienta había resultado perfecta, salvo por un detalle crucial: sus poderes mágicos habían quedado confinados en su cuerpo verdadero y no se habían transferido con él.

La vida que tuvo que llevar fue un verdadero infierno; sin poderes, sin reino y sin dinero, tuvo que buscarse la vida como pudo. A lo largo de los años, se vio obligado a realizar todo tipo de trabajos, desde sirvienta hasta peón de campo, enfrentándose a abusos de todo tipo debido a su condición de ser inferior y de pertenecer a la raza demoníaca.

Después de todo, se lo había ganado. Su reinado había perdurado milenios y había sido despiadado con numerosos reinos, aunque siempre había creído que sus acciones eran justas y destinadas a proteger a su gente. Sin embargo, otros estaban exhaustos y se aliaron formando una coalición que derrocó su reinado, cobrándose millones de vidas en todos los bandos.

Sus vasallos cayeron en la pobreza, muchos terminaron esclavizados, compartiendo su suerte. Los pocos afortunados vagaban de reino en reino en busca de un nuevo hogar. 

El auto comenzando a detenerse, lo trajo de su ensimismamiento. El rey demonio desde la ventana observó la mansión que se erguía imponente, rodeado por jardines cuidados meticulosamente. Enmarcado por altos setos de boj recortados con precisión, el camino serpenteante conducía hacia la entrada principal, adornada con una puerta doble de roble macizo tallada con intrincados diseños de criaturas aladas escupe fuego.

A medida que descendía del automóvil, luego de que la mujer al volante le abriera la puerta, notó la quietud que envolvía el lugar, interrumpida solo por el susurro de las hojas mecidas por la brisa fresca de la mañana. Los detalles arquitectónicos de la mansión contrastaban con la suavidad de las enredaderas trepadoras que se aferraban a sus paredes, como si quisieran abrazar cada piedra con sus hojas verdes.

La fachada, iluminada por los primeros rayos del sol, reflejaba una paleta de colores cálidos y dorados. Sin embargo, una sombra imponente se proyectaba sobre parte de la estructura, dando una sensación de misterio y un halo de intriga que parecía envolver la mansión. Era un lugar majestuoso pero evocador, como si estuviera impregnado de historias y secretos por descubrir.

Si su amo no lo hubiera llamado "rey demonio", habría pensado que su nuevo trabajo era el de una sirvienta, en el mejor de los casos, o una mujer destinada al placer de un hombre de la aristocracia, en el peor de los casos. Sin embargo, ahora sentía que su nueva identidad estaba en peligro y temía lo que el futuro pudiera depararle.

De la imponente mansión surgieron ocho criadas, cada una distinta en estatura y aspecto, pero compartían algo en común: su belleza y el cabello del mismo color, un verde que recordaba a los setos de boj, decorado con flores que adornaban sus cabezas. Todas se acercaron con sonrisas radiantes para recibirlos.

En ese momento, la más joven de todas bajó del automóvil y se precipitó hacia sus hermanas, desbordante de emoción por compartir todo lo que había experimentado y por presentarles a su nueva hermanita, quien la había arrebatado el título de la más joven del grupo. Corrió directo hacia la más alta y, con un grito, la abrazó con todas sus fuerzas exclamando: —¡Mami, mami!

Al parecer, la más alta resultó ser su madre, y no todas eran hermanas como había asumido inicialmente. A pesar de su apariencia juvenil, podrían tener una edad igual o mayor que él, quien tenía varios miles de años, aunque solo unos cientos como mujer.

Su nuevo amo descendió del coche con la niña aún en sus brazos, y las demás criadas se apresuraron hacia su dirección. Con cuidado, la dejó en el suelo y las criadas se ocuparon de la pequeña salamandra. Durante el viaje, al parecer, él se había comunicado con ellas a través de una piedra mágica, informándoles de su llegada y de las instrucciones a seguir.

Una de las criadas se aproximó a la niña con una capa mágica y se la colocó con delicadeza, dejando a la niña sorprendida ante el gesto de bienvenida. Otra le entregó una cantimplora con un té dulce de frutos rojos, el cual la niña bebió con asombro, maravillada por su sabor. Finalmente, una criada con anteojos la llevó hasta la mansión.

Tras atender a la niña, las demás criadas se acercaron a Henry: una se subió al coche para conducirlo al garaje que se encontraba afuera de la mansión en el jardín como si fuera una pequeña casa, mientras madre e hija se ocupaban del rey demonio. Luego, fueron guiados hacia la mansión por el sinuoso camino, y las puertas se abrieron mágicamente dándoles la bienvenida.