—Michelle...
—¿Dijiste algo?
Ese día Gabriel había ido a recogerme, aprovechando el que no veríamos al resto de la familia, hasta la noche me invito a comer unas hamburguesas, tan ensimismado estaba que el nombre de esa chica se me salió.
—... ¿Cómo está Daniel?
—Bien, pero no me quieras cambiar el tema, ¿Quién es Michelle?
Quería que mi asiento me tragara, ¿Cómo se me había podido salir enfrente del más chismoso de mis hermanos?
—Nadie, solo una chica que conocí.
—¿Y te tiene loquito, babeando el piso, suspirando cuál cupido?
—¡Cállate!
El muy sinvergüenza se rio de mí, yo solo podía ocultar mi rostro bajo el mantel de papel. No es como si me hubiera enamorado a primera vista, aunque si había alguien con quien tuviera la suficiente confianza para hablar de eso, sin duda era Gabriel.
—¿Cómo supiste que eras... bueno, que te gustaban los hombres?
Dejo de reír, adopto una postura seria, o lo que su personalidad podía permitir.
—Es algo que siempre supe, solo que me daba miedo admitirlo frente a los demás.
Tenía sentido.
Gabriel era el más callado de mis hermanos, aunque también se enojaba por la preferencia que mis padres me daban, parecía ser el menos molesto por eso, como si hubiera algo más importante sobre lo que debía estar preocupado.
Salió del closet un año después de mi incidente. El estar en una situación similar hizo que empezáramos a ser más unidos, aunque, era curioso como a mis padres les costó menos trabajo aceptar la homosexualidad de mi hermano que mi situación.
—Entonces, ¿te gusta?— pregunto Gabriel después de unos segundos.
No estaba segura sobre que responderle, me había impresionado su belleza, pero era muy pronto para decir si me gustaba. Había pasado por tanto dolor que había prescindido del romance por buena parte de mi vida.
—No, no lo creo.
—Quien lo diría, dos homos en la familia.
...
¿Homosexual?
No estaba segura, ni siquiera estaba seguro si había dejado de ser mujer. Rechazaba la idea de serlo, pero no me sentía de otra forma.
Al día siguiente me encontraba sentada sobre la barda que separaba la cancha de atletismo del patio de la escuela, tenía la mente ocupada en dos misterios: era aún o no mujer, y Michelle.
El primero era un misterio al que no había podido dar respuesta desde hace dos años, ser quien era ahora había sido una revolución contra mis padres y contra mí misma.
Aunque por fin logre hacer y vestir las cosas que durante mi infancia me fueron negadas, renuncie a muchas que sí me gustaban, pero que al ser cosas relacionadas con lo femenino sentía que me anclaban a todo lo que ya no quería ser.
Había usado tanto esfuerzo y tanta energía en dejar de ser aquello que me aprisionaba, que cuando mis padres se rindieron, estaba esta nueva persona que había creado, pero que yo tampoco conocía del todo.
¿Era un chico?
¿Era una chica masculina?
¿No era ninguno, o era los dos?
—Sara
La prefecta estaba parada detrás de mí, de un salto bajé de la barda para hablar mejor, era una mujer amable, traía consigo la lista de los clubes.
—Solo quería confirmar si estabas segura de querer tomar Tae Kwan Do.
—¿Cree que no debería hacerlo?
—No lo digo por... esto— dijo señalando todo mi cuerpo, —Había escuchado que tenías interés en inscribirte al equipo de natación, ¿tus asuntos en casa no influyen?
Siempre.
—No, pienso que sacaría mejor provecho a mi gusto por golpear gente.
La prefecta me miro, palmeo mi hombro.
—Si así sacaras todo ese enojo, supongo que está bien.
Comenzó a caminar a la dirección, una idea vino a mí, ella debía conocer a todos los alumnos, corrí para alcanzarla.
—Disculpe prefecta, ¿sabe en qué salón estudia Michelle?
...
¿Cómo era posible que nadie supiera de ella?
La prefecta me dijo que no conocía a alguna alumna con ese nombre, pregunte a los prefectos de otros años, incluso recurrí a preguntar salón por salón, nadie conocía a la chica de la que hablaba.
Estaba por suponer que era alguien ajeno a la escuela cuando un grupo de primer semestre salía al patio, —No olviden contar a Michelle para la presentación.
Fui tras ellas, hablaban todas a la vez. —Disculpen, ¿Conocen a Michelle?
Fue como si hubiera dicho una mala palabra, el grupo de chicas me volteo a ver al mismo tiempo, todas parecían analizarme.
—No vino hoy, ¿quién eres?— pregunto una chica algo más chica que yo, era como la alfa de la manada.
Me quedé en blanco, solo esperaba que me dijeran donde encontrarla, —Yo...
—Si es para molestarla como todos, mejor piérdete.
Qué carácter. Vi al grupito alejarse, al menos ya tenía una pista, sabía quienes eran sus amigas; los siguientes días estaba atento a ellas en caso de ver a Michelle, de vez en cuando veía a un chico salir con ellas.
Paso una semana sin que pudiera verla de nuevo, justo el tiempo límite para inscribirte o cambiarte de Club.
A la salida esperaba a mi mamá, ese día ella me llevaría con la ginecóloga. Vi su carro estacionarse, bajo con ese aire de todo en mi vida es perfecto.
—Espérame en el carro, voy a hablar con tu prefecta.
—Mamá... —seguramente ya se había enterado de mi elección de club.
Una nueva discusión estaba formándose cuando aquella música volvió a salir del auditorio, —Ok ve, olvide algo— sin darle tiempo a reaccionar volví a entrar a la escuela.
Abrí despacio la puerta, la música invadía el espacio, y tal y como esperaba, Michelle estaba de nuevo en el escenario. Traía puesto el uniforme deportivo, sus pies descalzos daban vueltas gráciles, en verdad parecía disfrutar tanto el baile.
Alguien abrió la puerta, el ruido alerto a la chica, quien abandono el escenario con prisa.
—¡Miguel!— un hombre un poco mayor y de traje entraba al auditorio, solo me vio a mí. —Oye chico, ¿no has visto a un muchacho?
—No señor.
—Ah, disculpe señorita.
El hombre salió del auditorio, aprovechando la puerta abierta, hice lo mismo.
Apenas había dado unos pasos fuera del edificio cuando alguien paso a mi lado, me empujo un poco, pero no le di importancia.
—Miguel, llevo esperándote desde hace mucho— gritaba el señor que había visto hace poco. Algo cayó de la mochila de aquel chico, pero con la prisa que llevaba no se dio cuenta.
Corrí para tratar de recoger aquello y regresárselo, pero padre e hijo ya se habían ido.
Iba a guardarlo en mi mochila cuando note que era, una peluca, y ya la había visto puesta. Me dirigí lo más aprisa que pude a la oficina de la prefecta.
—¿Aún me puedo cambiar de club?