El despertar
La luz del sol entraba por las rendijas de las persianas, iluminando tenuemente la habitación donde Jonas dormía. Se revolvió entre las sábanas, tratando de escapar de los rayos del sol que amenazaban con despertarlo de su profundo sueño. Jonas tenía doce años, casi trece. Una edad difícil, le decían los adultos. Él no lo entendía, la vida en el refugio subterráneo le parecía bastante sencilla.
Se levantó de la cama y se vistió con su habitual mono gris. Todos en el refugio vestían igual. No tenía sentido vestirse de otro modo cuando nunca salían a la superficie. Jonas recordaba vagamente cuando vivía arriba. Imágenes borrosas de un cielo azul y árboles verdes cruzaban sus sueños de vez en cuando. Pero la mayor parte de su vida la había pasado bajo tierra, protegiéndose del mundo exterior contaminado.
Salió de su pequeña habitación y se dirigió al comedor comunal. Allí estaban sus amigos, sentados en una mesa con sus bandejas de comida sintética.
—¡Jonas! ¡Por aquí! —lo llamó su amigo Felix—. Date prisa o se acabará la ración doble de proteínas.
Jonas esbozó una pequeña sonrisa y se apresuró a unirse a sus amigos. Tomó su bandeja y empezó a comer. La comida no tenía mucho sabor, pero al menos calmaba el hambre.
—¿Preparados para la clase de Historia de hoy? —preguntó una de las chicas.
—No me lo recuerdes —se quejó Jonas—. Es tan aburrido escuchar siempre lo mismo sobre la guerra, la radiación y el día que todos entraron al refugio.
Sus amigos asintieron. Todos estaban hartos de esa clase, donde se limitaban a memorizar fechas y datos de eventos que ninguno de ellos había vivido realmente. Lo único emocionante eran las historias sobre la superficie que algunos adultos contaban de vez en cuando.
Después del desayuno, los chicos se dirigieron a la sala de clases. El profesor entró, activó la pantalla holográfica y comenzó a hablar con su habitual tono monótono sobre la guerra nuclear y el día del gran cataclismo que obligó a los humanos a vivir bajo tierra. Jonas desconectó rápidamente. Miraba las paredes metálicas de la sala y fantaseaba con cómo sería el mundo exterior.
De repente, las luces parpadearon y la sala se sumergió en la oscuridad. Los chicos miraron alrededor, desconcertados.
—Debe ser un apagón —dijo el profesor, tranquilo—. No se preocupen, la electricidad volverá enseguida.
Pero los minutos pasaban y la sala seguía a oscuras. Jonas notó que sus compañeros empezaban a ponerse nerviosos. De pronto, se escuchó un estruendo procedente de los niveles superiores. Era como una explosión. Algunos gritaron, asustados.
—¡Silencio! —ordenó el profesor—. Seguro no es nada. Quédense aquí mientras voy a ver qué pasa.
Pero su tono de voz revelaba lo nervioso que estaba. Salió de la sala dejando a los chicos confundidos y temerosos. Pasaron los minutos. Algunos lloriqueaban en la oscuridad. De repente, las luces volvieron a encenderse, provocando el alivio de todos. Pero el profesor no regresaba.
Jonas intercambió una mirada con Felix. Ambos tenían un mal presentimiento. Sin decir nada, se levantaron y salieron al pasillo. Avanzaron hacia la escalera que llevaba a los pisos superiores. El ambiente era de lo más extraño. No se encontraban con nadie por el camino.
—Esto no me gusta nada —susurró Felix.
Al llegar arriba vieron una escena caótica. Gente corriendo en todas direcciones, gritos y órdenes siendo ladradas por altavoces. En medio del pasillo había un enorme boquete por el que entraba una cegadora luz blanca. La luz del sol.
Jonas y Felix se cubrieron los ojos, desacostumbrados. Cuando pudieron ver, quedaron deslumbrados ante la visión. A través del agujero en el techo se veía el cielo azul más hermoso que jamás hubieran imaginado.
—No puedo creerlo... —dijo Felix con los ojos fuera de órbita—. ¡Es el cielo! ¡La superficie!
De pronto, una alarma ensordecedora resonó en todo el refugio. Una voz artificial dio un mensaje de emergencia:
"Protocolo de evacuación de emergencia activado. Diríjanse de forma ordenada a las salidas 72 y 85. Esto no es un simulacro".
El caos se desató. Gente empujándose por todas partes. Jonas y Felix se miraron, sin saber qué hacer. Fue entonces cuando vieron a dos robots de seguridad tratando de poner orden.
—¡Todos los menores de edad deben dirigirse a la salida 57! ¡Acompañen a los niños! —indicaba uno de ellos con voz metálica.
Jonas sintió un escalofrío. La salida 57 llevaba a la superficie. Iban a abandonar el refugio. Félix le apretó la mano, reconfortándolo. Corrieron junto a los otros niños hacia la compuerta metálica que llevaba al túnel ascendente.
El camino se le hizo eterno a Jonas. Por una parte, estaba aterrorizado de salir por primera vez en su vida al exterior. Pero por otra, la emoción lo embargaba. ¡Iba a pisar la superficie por primera vez!
Tras lo que pareció una eternidad, llegaron al final del túnel. Una compuerta circular se abrió hacia arriba con un chirrido. La luz los cegó momentáneamente. Cuando pudieron ver, contuvieron el aliento.
Un paisaje desolado se extendía ante ellos. El cielo tenía un tono grisáceo y las nubes cubrían el sol. No se veía rastro de vegetación, solo rocas, escombros y arena gris. Algunos edificios en ruinas se alzaban en lontananza.
-¡Vamos, avancen! ¡No se queden ahí! -urgió uno de los robots.
Los chicos obedecieron de forma automática. Jonas no podía apartar los ojos del panorama. Así que este era el mundo exterior del que tanto había fantaseado. No se parecía en nada a lo que había imaginado.
Caminaron durante lo que pareció una eternidad. Algunos lloraban y querían volver al refugio. Otros miraban todo con los ojos muy abiertos, impactados por el paisaje. Nadie hablaba.
De pronto, Felix señaló al horizonte. Entre las nubes empezaba a asomar un resplandor anaranjado. El sol comenzaba a ponerse. Los chicos olvidaron su miedo y cansancio y se detuvieron a contemplar el espectáculo. La luz teñía las nubes de colores cálidos que Jonas no había visto nunca. Era la puesta de sol más hermosa que jamás hubieran imaginado.
Siguieron caminando hasta que el cielo se tiñó de negro y las primeras estrellas empezaron a brillar. Jonas sentía el corazón desbocado. Jamás había visto un cielo estrellado tan espectacular. En el refugio no existía nada parecido.
Finalmente, divisaron unas construcciones a lo lejos. Parecía un asentamiento pequeño, con vehículos y personas moviéndose entre los edificios.
-Hemos llegado a Ciudad Refugio 12B -anunció uno de los robots-. Aquí culmina nuestra misión. Que tengan suerte.
Dicho esto, los robots se alejaron, dejando a los chicos confundidos ante la entrada del asentamiento. Jonas miró a su amigo.
-Tengo miedo, Felix. ¿Qué va a pasar con nosotros?
-No lo sé... pero pase lo que pase, estaremos juntos en esto. Ya verás que todo saldrá bien.
Jonas asintió, sintiéndose reconfortado. Juntos, él y sus compañeros se adentraron en la ciudad refugio, listos para empezar una nueva vida en aquel mundo desconocido y lleno de peligros, pero también de fascinantes maravillas por descubrir.