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Chapter 3 - 2. Ira

—¡Pero hijo! ¡¿Qué te pasó?! —gritaba su madre al verlo todo herido y magullado en la sala principal.

Después de contarle lo sucedido, su padre salió con los criados para buscar a los responsables con espadas. Ya estaba entrando la noche cuando todo ocurrió. El plan de Darío estaba funcionando.

Ya cerca de la medianoche, cuando su padre y sus criados volvieron de su búsqueda infructífera y desalentadora, pero jurando que cobraría venganza hasta el fin de sus días, Darío se encontraba en su habitación con una tiza en su mano derecha y un candelero en su izquierda. Había estudiado meticulosamente el pergamino que pagó a cambio del engaño hacia su familia.

Dibujó un endecagrama perfectamente delineado en el suelo, con un círculo alrededor. Dio seis vueltas alrededor recitando el conjuro, luego se paró en el medio recitando el nombre de María tres veces. Las velas se apagaron y un humo negro envolvió su cuerpo y el de María mientras estaba durmiendo, hasta desaparecer. El hechizo estaba completado.

Como un toque eléctrico, María despertó sobresaltada. Y lo único que deseaba en ese mismo instante, era estar al lado de quien lo conoció como su hermano apenas tres años atrás. Su apetito sexual había despertado como una bomba que quería explotar lo antes posible. Así que, salió de su cuarto, llegó a al cuarto que estaba al lado y, cuando abrió la puerta, el apetito voraz de ambos se encendió como un incendio forestal. Se desnudó completamente. Y corrió a los brazos de su hermano.

En medio de la cama exploraron sus deseos carnales en un descenso de lujuria y desenfreno total. Hubiese durado más, si no es porque un criado que pasaba por el pasillo haciendo guardia oyó desde la puerta el crujir de la cama.

El momento eterno de ambos fue interrumpido por el estruendo de las pisadas apresuradas de su padre, que corría con la fuerza de una estampida hacia la habitación. Darío, con rapidez, tomó la llave que descansaba en su mesita de noche y logró cerrar la puerta en un instante.

—¡Abran esta maldita puerta! ¡Es una orden! —rugió su padre, golpeando la puerta con furia.

Darío se vistió y abrió la ventana de par en par. Miró hacia abajo, calculando la distancia con las sábanas de su cama.

—¡Vístete y ayúdame a hacer una cuerda para que bajemos!

La mujer comenzó a sollozar. El apetito había desaparecido y volvió a la realidad.

—¿Por qué me hiciste esto?

—¿A qué te refieres?

—Yo siempre te vi como mi hermano mayor.

—¡Si no abren la puerta, la echaré abajo!

—Eso ya no importa. Ahora somos uno solo. —Comenzó a unir las sábanas para hacer la soga—. Si logramos escapar de las garras de tu padre, podremos vivir en paz.

Sus sollozos no cesaban.

Darío hizo rápidamente la soga improvisada y ató un extremo en el pomo de la cama. Se giró para hablarle a María para que se vistiera y fuera la primera en escapar. Pero no vio venir el golpe que le propinó en la mejilla. Lo derribó al suelo. Ella agarró el otro extremo de la soga, se lo ató al cuello y se subió al alféizar.

Se escuchó un forcejeo de la cerradura desde el otro lado.

—¡Darío! ¡Si no abres la puerta, te juro que te la echaré abajo!

—¡María! ¡No!

María se dejó caer hacia atrás. Lo único que se vio fue cómo las sábanas se tensaron.

El padre de ambos logró abrir la puerta. Pero ya no había nadie. Corrió hacia la ventana. Miró abajo y su rostro se desfiguró. La familia estaba de luto. Ahora, el padre juraba venganza contra Darío, creyendo que él era el responsable.

Darío llegó a Bethlehem en la profundidad de la noche. El frío invernal no era suficiente para calmar la ira que sentía hacia María por haber optado por el camino más fácil. Quería gritar, pero las criaturas de la noche podrían detectar su ubicación y llevarlo directamente hacia su hermana. Contuvo su ira como pudo mientras se deslizaba por los rincones de la ciudad, buscando un refugio no solo para su cuerpo, sino también para su alma. Las horas parecían haberse detenido, como si quisieran decir: vivirás en la oscuridad toda tu vida. Pero, cuando había encontrado un callejón solitario con unas mantas que algún vagabundo había dejado y se había acurrucado en ellas, el sol de la esperanza comenzaba a asomarse en el horizonte. Sabía que no podía quedarse allí.

Estaba amaneciendo cuando se le ocurrió una idea: ir a los bosques del Este. Si se quedaba allí, su vengativo padre lo encontraría para arrebatarle la vida. Entonces tomó una manta y se cubrió con ella para protegerse del frío del amanecer y pasar desapercibido. La lujuria había desaparecido para dar paso a la ira. Su maquiavélico plan había durado solo un instante. Un instante que quería que fuera eterno.

Con el odio en una mano y con la pena en la otra, Darío se adentró en los bosques del Este. Había sido fácil evitar ser detectado por la gente. Pero sabía que su victoria sería efímera si no cruzaba al otro lado para llegar a Nazareth, una ciudad refugio para todos los criminales perseguidos. Allí reharía su vida. Pero, aunque tuviera un hogar, buscaría la manera de vengarse de su padre por interferir en sus planes.

Al ser un bosque tan vasto, la fatiga comenzó a apoderarse de él. Los músculos pedían descanso y su estómago le rogaba que comiera. Pero los bosques del Este eran un lugar estéril. Ni siquiera los árboles servían para leña. Los lugareños creían que era una burla de Dios para recordarles que de él venía el alimento y el sustento. Pero Darío ni siquiera era capaz de mirar al cielo.

La queja de su cuerpo era cada vez más fuerte, pero Darío en su obstinación seguía su camino. Quería cruzar antes de que su padre y sus secuaces lo alcanzaran. Pero cuando llegó apenas a la mitad del camino, el cuerpo no dio más y se desplomó.

Un suave aroma se filtró en sus fosas nasales, una mezcla de almizcle y otras especias aromáticas. Sintió el frescor del agua que provenía de una cantimplora de piel de becerro y comenzó a beber. Parecía que no solo su cuerpo, sino también su alma estaban siendo saciados. Abrió los ojos y vio a una hermosa doncella de cabello blanco que lo tenía recostado en su regazo. Dejó de beber y se incorporó.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella con dulzura. —Mucho mejor. —Me alegro mucho. Estaba dando un paseo cuando te vi desmayado. —No había dormido ni comido toda la noche.

La joven quedó boquiabierta.

—¿Y por qué? ¿Qué te pasó? —Lo siento. Pero es un secreto.

Hubo un silencio.

—Mi casa está cerca de aquí. Tengo mucha agua, comida, pan, miel, leche e incluso vino. Y si quieres puedes quedarte todo el tiempo necesario para que te recuperes y continúes con tu camino. Pero para que te abra la puerta, necesito que seas sincero conmigo. —Gracias por su amable oferta. Pero debo continuar. —Se puso de pie y comenzó a caminar—. Gracias por el agua. —Estás siendo perseguido, ¿verdad?

Darío se detuvo.

—Un joven vestido así, sin comer nada y caminando hacia otra ciudad… está claro que cometió una falta grave hacia la sociedad. Si bien es cierto que en Nazareth reciben a todos, la verdad es que allá será difícil que empieces desde cero. Está tan abarrotada de gente que solo estarás mendigando por las calles por un bocado de pan. Sé sincero conmigo y te prometo que tendrás una vida mucho más de lo que puedes desear.

Darío, confundido, se volteó.

—Es cierto que huyo. ¿Pero por qué una mujer tan hermosa y amable como tú le ofrecería algo tan sencillo para ti a un desconocido como yo?

La mujer se puso de pie. Se le acercó y con una voz suave y delicada le susurró al oído:

—El demonio que reside en ti, quiere salir a jugar. Y en mi casa está la persona que te puede ayudar a liberarlo.