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Chapter 2 - C a p í t u l o 2

En la soledad de la habitación evalúo cada rincón del sitio. No hay nada que me permita salir de estas cuatro paredes más allá de la puerta vigilada del otro lado, aunque sí hay una pequeña ventana enrejada. Resignada, me acuesto con cuidado y pienso en todo lo ocurrido.

Torsha Yunuenko, mi abuela y matriarca del aquelarre del que provengo, no titubeó ni por un momento cuando dio la orden a los demás de comenzar a realizar el castigo al que sería sometida. Por ello voy a matarla en cuanto la vea.

Y luego voy a ir a por los demás.

Las sombras susurran en mí oído palabras en el antiguo idioma y me sacan de mí furor interno justo en el momento en el que la puerta se abre y entra el hombre barbudo. Ni siquiera me da un vistazo, sólo se aproxima a la mesa y deja la bandeja que se trae entre manos, luego se marcha como si nada hubiese pasado. Yo opto por ignorar todo.

La cama tiembla un poco cuando dejo emerger un poco de mí poder hacia el exterior. Mis sentidos se agudizan y me aseguro de que los licántropos fuera de la habitación no perciban el cambio.

Tal poder es algo característico de mí especie. Tenemos sentidos mucho más desarrollados que los demás seres sobrenaturales. Aunque durante estos últimos años de esclavitud no me sirvieron de mucho. Procuré ocultarlos bien para que nadie los notase e intentaran suprimir mis habilidades, dejé que creyeran que había sido drenada de toda fuerza proveniente de mí cuerpo, cuando en realidad, no hacía más que acumular cada vez más con el pasar de los días.

Aunque yo siempre fui diferente al resto.

Mí maduración llegó a los veintitrés, allí fue cuando la esencia de la inmortalidad terminó de implantarse en mí cuerpo y mí envejecimiento se ralentizó. Creí que eso sería lo único diferente en mí, pero me equivoqué.

Fue cuando cumplí veinticuatro años que descubrieron algo sobre mí que incluso yo desconocía.

Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, ni siquiera pude moverme cuando, en medio de una reunión, envolvieron gruesas cadenas ardiendo a mí alrededor y me arrastraron por el suelo rocoso hasta el recinto del aquelarre. Allí me torturaron durante horas. Creí que era parte de un entrenamiento rutinario, como a los que había sido sometida anteriormente en muchas otras ocasiones para llevar a cabo mí preparación para el ascenso como Matrona, hasta que mi abuela nombró la razón de mí presencia allí, siendo estas sus palabras: Sucia mestiza.

Ahí comprendí que mí tortura ni siquiera había empezado.

Con veinticuatro años yo ya era considerada la mejor bruja que hubiese existido, mi abuela también lo era, pero todos notaron un potencial aun mayor que el que ella poseía y por ello mí Matrona se encargó personalmente de mí adiestramiento.

A los cuatro años comenzó mí capacitación, con seis años recibí mí primera tortura y cuando alcancé los doce era una experta asesina sanguinaria. Me convertí en el monstruo proveniente de las leyendas que los padres narraban a sus hijos. Me transformé en la muerte viviente.

Me había encargado de ganarme esos títulos. Miedo es lo que sentía retumbar en el interior de todos aquellos que se cruzaban en mí camino. Años de entrenamiento, años de masacres y luchas en mis manos y nada de ello me ayudó a evitar lo que me hicieron.

Mis años de experiencia no tenían comparación con la basta imaginación y experiencia en torturas que mi abuela tenía con casi doscientos setenta años. Yo la superaba en poder, resistencia y ataque, yo era un arma en potencia. Nacida para matar. Única. Y, aun así, había algo en lo que yo no era la mejor y eso era que jamás podría aprender el nivel de tortura que mi abuela manejaba.

Fui sometida a nueve años de las más inimaginables torturas.

Anularon mis poderes, suprimieron mí naturaleza y me mantuvieron bajo un hechizo que me dejó a merced de sus maltratos. Nueve años.

Hasta ahora.

Abruptamente miro en dirección a la puerta cuando siento pasos aproximarse. Esta se abre dándole paso a Denny, quien cierra tras de él y se queda mirándome curioso de brazos cruzados.

— ¿Qué? —le espeto. Él se encoje de hombros, ladeando un poco el rostro mientras sus labios forman una mueca.

—Aún no logro comprender cómo es que tú te encuentras frente a mí —comienza y titubea antes de continuar—: No... te imaginaba así —Me repasa de arriba abajo con la mirada, acompañando el movimiento de sus ojos con su mano derecha.

— ¿Y cómo lo hacías? —pregunto y, ante el bajo e insinuante tono de mí voz, sus ojos vuelven a darme la ilusión de que se oscurecen. Abre la boca para responder, pero la cierra al instante y, por la forma en que rápida y disimuladamente traga saliva, me doy cuenta que está algo inquieto.

—Vieja —dice y, como si no fuese suficiente, añade—: Y horrenda. Macabra.

—Lamento decepcionarte, supongo —Inquiero, sarcástica.

—Oh, no lo haces, en absoluto.

El silencio que le sigue a sus palabras es espeso. No incómodo, pero se siente latente, por lo que se apresura a romperlo.

—Me hablaban de ti cuando era pequeño. Mis padres decían que vendrías a buscarme si hacia algo que los disgustara o que no debiera. Y hoy vengo a enterarme de que el demonio que vendría por mí es incluso menor que yo. ¿Cómo es posible que seas y hayas sido la pesadilla de muchos siendo solo una niña? —pregunta, incrédulo. No respondo.

Él permanece mirándome, cada vez más profundamente, y luego da un paso al frente. Esa acción produce que algo en mí interior se agite, algo desconocido y que hace que mí piel se erice. Parece notar el cambio repentino en mí, por lo que se queda estático en su lugar y se mantiene expectante.

Tomándonos a ambos desprevenidos, cuando quiero darme cuenta, vomito. Luego un dolor punzante y ensordecedor proveniente de mí cabeza me deja inconsciente.

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El silencio es lo primero que percibo a mí alrededor.

Mis párpados comienzan a abrirse con pesadez y la luz filtrándose a través de mis pestañas me obliga a parpadear continuamente para acostumbrarme y aclarar la visión. Me encuentro en una camilla, siendo más específica, en una especie de enfermería.

Hay al menos dos docenas de camas iguales con sus respectivos suministros. Una fina cortina oculta lo que tengo a mi izquierda, pero no hace falta ser adivina para deducir que seguramente solo hay más camillas. Unos pasos delicados, acompañados de otros más firmes, se hacen escuchar en la lejanía viniendo en mi dirección.

Los dueños de las mismas se colocan frente a mí y observo a los ojos a la misma ancianita que me cambió las vendas, Rhiannon, junto a Denny. Ella se acerca un poco y sin siquiera pedir permiso coloca su mano en mi frente, después, sin decir palabra alguna, comienza a palpar con ambas manos mi abdomen mientras evalúa mis expresiones en busca de alguna señal que le facilite su evaluación.

— ¿Dónde sentiste dolores? —pregunta de repente, siguiendo con su exploración. Abro la boca para responder, pero me veo en la obligación de aclararme la garganta cuando se me hace imposible soltar sonido alguno.

—En todas partes —digo con voz algo rasposa—. Llegó primero a la cabeza.

Ella asiente, pero no vuelve a abrir la boca. Luego de unos minutos, cuando hasta Denny se remueve impaciente, deja de palpar con sus manos las distintas zonas de mi cuerpo y se voltea en un sutil movimiento para poder mirarme de frente.

—Dime qué clase de mestiza eres. Ahora —espeta. El tono serio de su voz me hace saber que, sea lo que sea que responda, nada bueno se avecina. Me apresuro a responder, pese a que era algo que no quería que supiesen.

—Licántropo —digo y, como si no fuese obvio, aclaro—: Licántropo y bruja.

—Era lo que me temía —murmura mirando hacia abajo, pero logro escucharla con total claridad. Eso me alarma.

— ¿Qué? ¿Por qué? —pregunto, intentando erguirme un poco, pero termino apoyándome un poco en ambos codos, levantando el torso.

—Estás matándote, muchacha —responde serena, como si no estuviese soltándome una noticia de esa magnitud. Al ver mi cara, levanta la palma de sus manos en mi dirección, como queriendo retenerme y continúa—: A las brujas la edad de maduración les llega entre los 20 y los 25, en cambio a los licántropos es a los 18, ni un año antes, ni un año después. Y como sabrás, la maduración de nuestra especie llega acompañada con el cambio, ya sabes, de humano a lobo. Hay casos en donde el cambio se realiza a la inversa incluso, de lobo a humano, pero eso no es a lo que quiero llegar —Luego de una pausa, pregunta—: ¿Qué edad tienes?

—Treinta y tres, pero mi maduración se congeló a los veintitrés, por eso aparento lo que era a esa edad —la anciana suelta una exclamación ahogada.

—¡Quince años! Has estado manteniendo a tu loba encerrada quince años. Esto es peor de lo que pensaba —dice, algo alterada. Horrorizada. Toma una honda respiración y se acerca más a mí—. Escúchame con atención. Lo que estás haciendo, ya sea inconscientemente o no, debes detenerlo. El que estés forzando a tu loba a no salir está matándola y si muere, ¡tú lo harás con ella!

—Pero... no. No voy a hacerlo, no quiero dejarla salir —digo, sin importarme lo estúpida que me esté viendo al admitir algo como eso. La anciana me mira confundida y ceñuda, no hace falta echarle un vistazo a Denny para saber que se encuentra en el mismo estado.

— ¿Es que acaso quieres morir, entonces? —pregunta él, por fin abriendo la boca desde que llegó.

—No, yo...

—Pues no hay nada más que discutir. Debes dejarla salir, Yunuenko. Esos dolores los está causando ella —Me señala, refiriéndose a la loba—. ¿No se ha comunicado nunca contigo?

Lo miro sin entender a qué se refiere. El da un paso hacia mí, mientras Rhiannon comienza a alejarse con pasos apresurados.

—El lobo que tenemos dentro se comunica con uno desde siempre —dice, y busca durante un segundo las palabras para intentar explicarlo mejor—: Lo escuchas como si te estuviese susurrando al oído, como si lo tuvieses en la cabeza. ¿Lo has escuchado alguna vez?

—No, ni siquiera sabía que eso podía suceder. Creí que como era mestiza yo no podría y el no escuchar ni sentir nunca nada sólo volvió más firme esa creencia.

Mentirosa.

—Bueno, entonces supongo que los dolores y malestares te los está causando ella para que la notes. Aunque lo que no entiendo es porque tiene que recurrir a eso para que la sientas —murmura mientras niega un poco con la cabeza.

—Recurre a eso porque quien le impide que se comunique conmigo soy yo —digo.

No siempre lo logras, ¿cierto, Kora?

Él me mira sorprendido. Bajo la vista mientras me resigno a contarle—: Yo la odio.

El silencio que le sigue a mí declaración es pesado. Denny, quien se había sentado a mis pies en la camilla, se pone de pie y se aleja un poco para verme con más detenimiento.

—Soy una bruja, Denny, somos criadas y entrenadas odiando a toda especie que no sea la nuestra —murmuro—. Cuando... cuando me enteré de lo que era, me odié. Lo hago mucho. Y llegó un momento en el que, sin pensar en lo que hacía, me conjuré a mí misma. Yo hice que todo poder o acto sobrenatural que perteneciera a tu especie se viera opacado en mí. Que desapareciera. Pero es... tanto, que solo logré contenerlo —levanto la mirada, mirando esos ojos hipnotizantes—. Y ahora no sé cómo liberarlo. No sé cómo sacarla afuera. Y no quiero hacerlo, tampoco.

—Morirás si no lo haces —me dice, su voz profunda.

—No quiero... —enmudezco. No quiero morir, pero me rehúso a mostrarme atemorizada frente a alguien como él. Sigo guardando silencio, esperando una respuesta que tarda mucho en llegar, pero que al final lo hace. Haciendo que sienta un ligero alivio.

—Veré... veremos qué hacer para ayudarte —Asiente para sí mismo, como si ya estuviese ingeniando un plan en su cabeza. Aunque su frente se encuentra fruncida, seguramente pensando lo mismo que yo: ¿Por qué, de repente, busca ayudarme? Miles de respuestas pasan por mí cabeza, pero sólo logran confundirme aún más. Luego me señala con su dedo índice y mientras comienza a alejarse me advierte—: Prepárate, Tharlik.

Aturdida, lo veo salir de la enfermería. Se supone que todavía están considerando que hacer conmigo en este sitio, no veo porqué querrían involucrarse más conmigo. Si fuesen más precavidos, o inteligentes, no desaprovecharían la oportunidad de deshacerse de mí sabiendo la situación en la que me encuentro.

Además, soy una estúpida, ¿cómo se me ocurrió siquiera contarles sobre ello? No sólo estoy dejando en evidencia que no controlo el poder de mis conjuros, sino que, también, estoy dejando que me vean débil, como presa fácil.

Y encima, se lo revele a nadie más ni a nadie menos que al jodido futuro alfa de la manada.

Mil veces estúpida.

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—Vamos, levántate.

Su voz, profunda y sensual, me saca de mí ensoñación haciéndome abrir los ojos mientras suelto un gruñido. Su cara de imbécil es lo primero que veo, luego mí atención es desviada a las prendas de ropa que lleva en su mano derecha. Ropa oscura, en su mayoría.

Él la lanza a mis pies haciendo una seña para que me la ponga y sale de la habitación. Con una mueca, me enderezo y comienzo a desvestirme para sustituir mis prendas por esas cosas horrendas.

Termino de ponerme las prendas oscuras, que consisten en una camiseta manga larga holgada, unos pantalones ajustados y unas especies de zapatillas grandes y raras que he visto que muchos usan, creo haber escuchado que se llaman botas o algo así. Me da igual, todo es raro, preferiría tener mí usual vestuario. Me pongo de pie y en cuanto lo hago, la puerta vuelve a abrirse. Denny me observa de arriba abajo con detenimiento, dos veces.

— ¿Qué tanto ves? —le espeto. Él frunce un poco el ceño, mientras me lanza una mirada fulminante y se da la vuelta ignorándome. Sale por donde entró, no sin antes hacer una seña para que lo siga. Sonrío, divertida, cuando diviso un imperceptible sonrojo en sus pómulos justo antes de voltearse. Cachorrito.

Borro la sonrisa de mí rostro al darme cuenta de que estoy haciendo justamente eso, sonreír. Niego con la cabeza, no debo permitirme bajar los muros con nadie de aquí. Con un resoplido, comienzo a seguir al licántropo en silencio. Apresuro un poco mis pasos al verlo a unos metros, cuando por fin lo alcanzo, noto los músculos de su espalda un poco tensos. ¿Está incomodo con mí presencia? O quizás, más bien, alerta.

La caminata sigue durante unos minutos, ninguno emite palabra, no hay necesidad. Un poco curiosa observo hacia donde nos dirigimos, expectante. Él continua con la mirada al frente, sin desviar sus ojos del camino en ningún momento. Salimos al exterior y avanzamos hacia el interior del bosque.

En el trayecto veo a unos cuantos licántropos. Todos lucen únicos y diferentes, no hay nada que parezca caracterizarlos como exclusivos de esta manada. No obstante, cada uno lleva al menos una prenda de tono oscuro. Algo que hace contraste notablemente con los llamativos alrededores; hay desde cabañas con curiosas decoraciones, hasta flores y artesanías de cientos de colores. Admito que ese estilo le da al pueblo vibras tan positivas y serenas que incluso me parece extraño que todos usen algo negro.

A cada paso que damos los demás nos miran disimuladamente, pero no parecen alterados por mí presencia, supongo que ya les informaron sobre quien soy y les pidieron discreción o algo por el estilo. Los niños que nos cruzamos jugando en el camino detienen sus apresurados pasos y se esconden detrás de sus respectivos padres o simplemente huyen de mí vista.

Nunca lo admitiría frente a alguien, pero el verlos huir de mí, que crean que sería capaz de lastimar a niños, hace que me sienta como un monstruo.

Aun así, mantengo mí mentón alzado y evito mirar a alguien a los ojos, no queriendo que vean la vergüenza en ellos. Mis hombros se destensan un poco cuando el bosque comienza a ocultarnos de la vista de esas miradas temerosas y en alerta.

Suspiro, concentrándome en el camino frente a mí. El canto de los pájaros no se hace esperar y el tranquilizador sonido de la naturaleza comienza a relajarme de a poco. Observo algo fascinada como predomina el color verde a cada paso que doy, es bellísimo.

Allá de donde provengo, reina la oscuridad. Los árboles se encuentran secos y sin vida, el suelo rocoso y la vista cegada por la común niebla que se aloja en la zona. Esto es, sin duda, un paraíso. En mis anteriores expediciones visite muchos lugares parecidos a este, pero nada se le asemeja. Es desconcertante la variedad de vegetación que hay aquí.

Salgo de mí ensoñación cuando algo hace que el pie se me atore, provocando que me tropiece un poco; me yergo rápidamente justo antes de que Denny voltee su rostro en mí dirección. Disimulo, mostrándome repentinamente interesada en las flores que decoran un ancho arbusto.

Luego lo miro, haciendo como que me doy cuenta de su mirada, pero la sonrisa burlona en su rostro me hace darme cuenta de que está al tanto de lo ocurrido. Idiota. Bajo la vista, un poco abochornada por mi falta de atención al camino. Avanzamos unos metros más hasta que él decide romperlo casualmente.

—Cuidado la rama —señala al suelo, observo hacia donde apunta y veo una ramita que ni siquiera amenaza con hacer tropezar a un bebé. Veo su espalda relajada y entrecierro los ojos. Decido ignorar su comentario sin sentido y continúo la marcha.

—Ojo con esa otra —vuelve a señalar otra parecida, esta vez percibo el tono burlón en su voz. ¿Me está tomando el pelo? Por supuesto que lo está haciendo.

Respiro hondo y luego resoplo, ignorándolo de nuevo. Él parece notar mí molestia con ese sonido, ya que sus hombros tiemblan ligeramente. ¿Se ríe de mí? Veo su mano inclinarse un poco con su dedo índice extendido, apuntando a otra ridícula ramita, pero antes de que diga algo lo interrumpo.

—Ya cierra el hocico —espeto, mientras me adelanto y sin ser brusca lo empujo, haciendo que ahora él se tropiece—. Ten cuidado, no vaya a ser que te lastimes.

Él se endereza y me mira divertido, extendiendo en sus labios una salvaje sonrisa, antes de asentir y continuar con la caminata. Yo ruedo los ojos, parece un niño insoportable. Sus actitudes siguen desconcertándome.

Quiero decir, se supone que estamos en bandos distintos y que, por lo general los licántropos y las brujas se odian, así que ¿por qué me trata de tal forma? Mi abuela decía que estos seres siempre nos han menospreciado y atacado. Me inquieta darme cuenta que, hasta ahora, lo único que han hecho es cuidarme. Sí, me mantienen cautiva por desconfianza y precaución, pero me han salvado la vida.

Ese pensamiento hace que abra los ojos más de lo normal. Ellos, licántropos, me han salvado la vida.

Oh, sí... ahora se la debes.

Frunzo el ceño.

Unos segundos después Denny se detiene de repente, miro a mí alrededor, buscando algo de fuera de lo común en la zona, pero no hay nada más que un extenso y pintoresco bosque.

—Hasta aquí está bien —murmura, volteándose hacia mí—. Ahora voy a explicarte que es lo que tengo en mente, quizá funcione, quizá no, pero al menos lo intentamos ¿no? —Me mira esperando una respuesta, pero solo recibe silencio, por lo que continúa—. Hay... algo que implementamos con los niños cuando a determinada edad no han sentido alguna conexión con sus lobos, es raro que ocurra, pero pasa. Cuando cumplen los diez años y todavía no hay ninguna señal hasta ese momento, recurren a realizar estos entrenamientos de ambientación —Él se balancea un poco sobre sus pies, mirando un momento a su alrededor, antes de volver a posar su mirada en mí.

—Lo que hacemos es traerlos al interior del bosque y hacer que, básicamente, se comporten como lobos —explica y, por la cara de apuro que pone, asumo que no disimulé muy bien mí incredulidad—. Sé que parece una estupidez, pero en verdad funciona. Al hacer que actúen de esa forma, ayudamos a que se forje una conexión con la naturaleza; luego, durante la próxima noche de Luna Llena, el poder que esa Luna otorgue servirá para que la transformación se lleve a cabo correctamente.

—Entiendo. Y bien, ¿cómo actúan los lobos? No sé, ¿tendré que ponerme a aullar a la Luna? —digo con sarcasmo, encogiéndome de hombros.

—No exactamente —sonríe. ¿Por qué sonríe tanto? —. Es parecido a los campamentos que hacen los humanos. De alguna forma hacemos que conecten con la naturaleza y a la vez con su lobo; los dejamos correr libremente, les enseñamos a orientarse, vigilar, cazar...

—¿Cazar? ¿Les enseñan a niños de diez años a cazar? —pregunto, curiosa.

—Sí, bueno, tu matabas gente a esa edad, no creo que nos estemos propasando con enseñarles a cazar —responde a la defensiva malinterpretando el verdadero sentimiento inofensivo de mi pregunta, pero luego abre mucho los ojos, dándose cuenta de lo que acaba de decir.

Sus palabras son como un golpe a mis entrañas. Podré haber sido un monstruo a esa edad, pero hubiese preferido cualquier otra cosa a tener que vivir esas experiencias. Aun así, no entiendo por qué decirme aquello, no es como si lo hubiese preguntado en tono de queja o con negatividad, solo me parecía curioso.

El silencio que le sigue a sus palabras es tenso, incómodo, Denny me mira como si estuviese degollando a un gatito en frente a él. Abre y cierra su boca queriendo pronunciar palabras que no consiguen salir, se acerca titubeante y con expresión arrepentida, pero me apresuro a mover la mano, para que no dé un paso más.

—Déjalo —murmuro, no es como si hubiese dicho alguna mentira.

—Yo...

—Déjalo —lo corto, ahora más fuerte—. Bien, ¿qué hago primero? —digo, en un intento de olvidar lo ocurrido. Él se aclara la garganta y se recompone rápidamente, luego, mueve su cabeza ligeramente.

— ¿Qué dices de una carrera al río? —señala a su izquierda.

Ni siquiera respondo. Miro la dirección en la que apunta su dedo pulgar y salgo disparada hacia donde, supongo, queda el dichoso río. Siento sus maldiciones detrás de mí, luego sus gritos diciendo lo tramposa que soy, pero no me detengo.

Salto rocas, esquivo ramas y procuro no tropezar a cada paso que doy. Siento rápidos pasos seguirme a una distancia demasiado cerca para mí gusto, por lo que, sin detenerme, reduzco un poco la velocidad y espero unos segundos a que se aproximen más.

Diviso a unos metros una gruesa rama larga y sonrío. Estiro la mano frente a mí, tomando con firmeza la planta y no la suelto hasta que se encuentra tirante, empujando mí brazo hacia atrás. Deshago mí agarre y ella da justo donde quiero.

— ¡Joder!

El alarido furioso por parte de Denny no se hace esperar, ojalá y le haya dado en esa cara de mala leche que a veces tiene. Escucho un golpe y festejo en mi interior, si lo he hecho caer, ganaré mucha más ventaja. Corro, salto y esquivo cosas durante otros largos minutos hasta que finalmente el sonido del agua corriendo llega a mis oídos. Acelero el paso aún más y luego de un instante por fin llego al río.

Reduzco la velocidad a medida que me acerco y me pongo en cuclillas para alcanzar con mis manos la fría corriente. Junto el borde de ambas palmas, dejando que se aloje en medio una cantidad pequeña de líquido y lo llevo a mi rostro, refrescándome y limpiando los rastros de sudor que me dejó la carrera en la zona.

Humedezco un poco mi cabello y me pongo de pie para aproximarme a una gran, pero baja roca en donde tomo asiento despreocupadamente. Me quedo un rato allí, expectante, hasta que el esperado sonido de pasos apresurados comienza a acercarse. Cuando noto su silueta aproximarse por el rabillo del ojo, me apresuro a colocar en mi cara una mueca de autosuficiencia.

— ¿Listo para volver? —pregunto.

Sus jadeos por la carrera se detienen un momento para ser reemplazados por un bajo gruñido. Giro la cabeza hacia el lado contrario a donde se encuentra, para que no vea la diversión en mi cara.

Volteo a mirarlo nuevamente y observo como es él quien se acerca ahora hasta el río para refrescarse. Luego de unos minutos su cabeza gira hacia mí para observarme detenidamente.

Yo hago lo mismo, dándome cuenta de que todo él es atrayente. Su cabello humedecido, por el agua que echó sobre él, cae ahora desprolijo y se pega en su frente, sus mejillas se encuentran sonrojadas por la ejercitación y sus labios permanecen entreabiertos, luce agitado, pero sigue siendo sexy.

—Creo que es hora de regresar —inquiere con voz grave. Se aclara la garganta a medida que se yergue y mueve su cabeza hacia un lado, indicando por donde comenzar a caminar.

Durante todo el trayecto permanecemos en silencio, uno al lado del otro, observando desinteresadamente a nuestro alrededor.

Casi una hora después atravesamos los últimos árboles que limitan con la aldea, las casas comienzan a rodearnos y llega a nuestros oídos el sonido de los niños y adultos que rondan cerca.

Mi estómago ruge, reclamando alimento, y la idea de preguntarle a Denny donde conseguir comida llega a mi cabeza, por lo que desvío la vista un segundo del camino hacia él.

—Oye —Comienzo, pero un fuerte golpe llega a mi rostro y hace que mi cuerpo impacte de lleno contra el suelo.

Venía tan distraída que ni siquiera noté si a mi alrededor había algo peligroso; bajé la guardia. Me regaño mentalmente por ello.

Atontada, intento orientarme para saber qué demonios acaba de suceder, cuando un grito inentendible llega a mí, seguido de otro golpe.

Joder, ¿qué mierda esperas Kora?

Sin darle tiempo a mi atacante para alejarse, en un rápido movimiento aferro con fiereza el brazo con el que me golpeó y lo atraigo hacia mí, logrando que su cuerpo se precipite hacia adelante. Velozmente llevo el otro brazo hacia atrás y luego hago impactar mi puño contra el rostro masculino enfrente mío. La fuerza del empuje más la de mi golpe en dirección contraria hace que, definitivamente, le duela como el infierno.

La violencia del mismo lo empuja a su posición inicial casi de pie y en un cuarto de segundo le realizo una zancadilla, provocando que caiga al suelo mientras suelta un alarido.

Me aproximo al cuerpo, subiéndome a horcajadas de tal modo que logro impedir que pueda realizar movimiento alguno y acerco mi rostro al suyo.

Intuyo que debe rondar cerca de los treinta años, es de tez bronceada y cejas pobladas. El resto de su rostro es dificultoso de identificar, ya que la sangre que sale de su nariz, más la sangre mía que cae sobre él, pintan su rostro de color carmesí. Coloco una mano en su cuello y a medida que acerco la boca a su oído aprieto cada vez más mí agarre.

—La próxima vez te destrozaré la mano —murmuro, solo para que él escuche. Su cuerpo se tensa más al oír aquello y se sacude debajo de mí, intentando zafarse del firme agarre del que lo mantengo cautivo.

Con un último apretón en su cuello a modo de advertencia, me levanto rápida y elegantemente, observándolo desde arriba. Hay mucha furia en sus ojos azules, pero mayor es el temor en ellos y por eso permanece estático en el suelo hasta que me alejo a paso lento, conteniendo mí furia interna.

Ni siquiera hace falta que eche un vistazo a mí alrededor, todos están petrificados sin saber que hacer realmente. Siento a alguien caminar detrás mío, persiguiéndome para luego tomar mi brazo. Con un tirón me libero del agarre y volteo en su dirección.

Denny me mira, sus manos están abiertas, con las palmas apuntando en mí dirección. Hay precaución en sus ojos, pero también determinación.

Ni siquiera hago amague de preguntar por qué ese hombre me atacó, tampoco exijo saber por qué él no se acercó a detener la pelea... o el que nadie lo haya hecho. Sus razones tendrán, aunque no hay que ser adivino para suponer que el simple hecho de ser yo es incentivo suficiente. Sólo permanezco callada, expectante.

Pero de su boca no sale ningún sonido, sólo la abre y la cierra buscando que decir. Resoplo, negando con la cabeza, antes de girarme nuevamente en dirección a mi "habitación".

No alcanzo a recorrer ni veinte pasos cuando vuelvo a detenerme, esta vez, por el sorpresivo y atemorizado grito proveniente del otro lado de la aldea.

Están atacándonos.