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Chapter 4 - Capítulo 4: La Lucha Interna

Adrian, con su cabello blanco jade y su piel pálida, se encontraba en la penumbra de su morada, un lugar modesto y oculto en las afueras de la aldea. Sus ojos, una vez llenos de vida y curiosidad, ahora reflejaban una tormenta de emociones conflictivas y un anhelo perpetuo que no podía ser saciado.

Desde su transformación, cada día se había convertido en una lucha constante entre la humanidad que aún residía en él y la bestia sedienta de sangre que ahora formaba parte de su ser. La sed era una compañera constante, un recordatorio de la oscuridad que ahora lo envolvía.

Los primeros días después de su transformación fueron un borrón de confusión y horror. Adrian se había despertado en la orilla del Nilo, su cuerpo vibrando con una energía que no comprendía, sus sentidos agudizados hasta un punto sobrenatural. La luz del sol le quemaba la piel, y se había arrastrado a la sombra de las palmeras, su mente tratando de procesar lo que le había ocurrido.

En los días que siguieron, Adrian se escondió del mundo, temeroso de lo que podría hacer si se aventuraba entre los vivos. La sed de sangre era abrumadora, y luchó contra ella con cada fibra de su ser, reacio a sucumbir a la monstruosidad que sentía creciendo dentro de él.

Pero la sed era implacable.

Una noche, incapaz de resistir más, Adrian se encontró vagando por la aldea, sus ojos dorados escaneando a los aldeanos con una mezcla de desesperación y hambre. Se movía como una sombra, sus pasos silenciosos mientras se deslizaba entre las casas de barro y paja.

Fue entonces cuando vio a la mujer, una aldeana, caminando sola por un camino desolado. Su corazón latía fuertemente en su pecho, una melodía hipnótica que llamaba a la bestia dentro de él.

Adrian se acercó, su cuerpo moviéndose con una gracia y velocidad que no era humana. La mujer no tuvo tiempo de gritar antes de que él estuviera sobre ella, sus colmillos hundiéndose en su cuello con una mezcla de repulsión y alivio.

La sangre era como el fuego, quemando su garganta mientras saciaba la sed que lo había atormentado. Pero con cada sorbo, la humanidad dentro de él lloraba, un lamento silencioso por la vida que estaba tomando.

Cuando la mujer cayó al suelo, su cuerpo inerte y sus ojos vidriosos mirando hacia la nada, Adrian retrocedió, el horror llenándolo mientras miraba lo que había hecho. Había matado, había tomado una vida para saciar su propia sed.

Se retiró a las sombras, su cuerpo temblando mientras la realidad de su nueva existencia se asentaba sobre él. No había vuelta atrás, no había redención para la bestia que ahora era.

Los días se convirtieron en un ciclo de hambre, caza y auto-repulsión. Adrian se movía a través de ellos como un fantasma, su alma perdida en la oscuridad que lo había consumido.