—Yo… Yo puedo seguir ahora. Gra… gracias… por tu ayuda —respondió, tartamudeando—. Definitivamente puedo hacerlo por mí misma ahora.
—Ten cuidado. Si necesitas ayuda, solo llámame —él dijo y cuando ella asintió, él se dio la vuelta con tacto y salió de la habitación.
En el momento en que se cerró la puerta, Gavriel pasó su mano por su cabello y exhaló temblorosamente mientras se apoyaba en la puerta del baño, sintiendo sus piernas tan inestables como las de un potro recién nacido. Sus dedos repentinamente rígidos forcejearon con su capa y la arrancaron como si le estuviera provocando sofocación por calor.