—Déjame tocarte —La voz ronca que ardía y pesada de deseo, literalmente la abrasaba con el intenso calor de sus intenciones.
Y Evie no podía hablar. Su lengua se sentía hinchada y su boca parecía estar pegada. Estaba hechizada por sus ojos brillantes que la sujetaban con tanta intensidad, haciéndola incapaz de moverse. Lo estaba haciendo de nuevo, seduciéndola, hipnotizándola y no podía evitar caer desamparada bajo este hechizo mortal pero de alguna manera acogedor que estaba matando cada uno de sus deseos, pensamientos y dudas.
—¿Es mucho pedir aún? —su voz salió como un gemido dolorido pero un momento después, se volvió aún más profunda, más ronca, más oscura y más hambrienta que nunca antes—. Entonces... ¿qué tal un beso? Déjame besarte, Evie... solo un beso... no tocaré, lo prometo.