—¡Evie! ¡Detente! —Gavriel rugió desesperadamente. La sed ardiente y su desesperada lucha por combatirla lo mareaba. ¡Esta pequeña esposa suya realmente sabía cómo meterse bajo su piel y volverlo loco! Sabía que estaba cerca de dejar que el monstruo se liberara. Tenía que agarrarse a la muralla para mantenerse de pie, pero sus uñas no podían, no, no podían ni siquiera hundirse en las piedras. Lentamente se dejó caer al suelo y se recostó cansado contra la muralla. Jadeando y luchando por respirar.
Entonces ella ya estaba ante él, arrodillada, con las manos en sus hombros, y revisándolo con auténtica preocupación y profunda inquietud en su delicado rostro. Cerró los ojos para recuperar un poco de cordura, para seguir luchando contra ese monstruo que estaba ahora justo debajo de la superficie.