Vera se quedó allí, arrodillada en el suelo, y simplemente mirando hacia adelante. Esos ojos que no veían estaban llenos de lágrimas silenciosas que fluían profusamente por su rostro sin control y caían al suelo. Porque ¿quién más estaba allí para impedírselo? Su compañero ya no estaba con ella. Aquel que secaría sus lágrimas, que la consolaría y reconfortaría, ya no estaba allí.
Después de un tiempo, emitió un grito agudo. No estaba preparada para esto. Todavía no. No ahora. Que su Gideon la dejara tan pronto era demasiado para ella. Esto no era justo. ¿Por qué se desarrollaron los acontecimientos de esta manera?
Su grito agonizante y prolongado parecía haber atraído la atención de los dragones. Todos giraron sus cabezas hacia donde estaba Vera.