En el frondoso y sombrío bosque, la luz del sol se filtraba tenuemente entre las copas de los árboles, creando un ambiente misterioso. Criaturas de todo tipo vagaban libremente por este mundo, y una de ellas salió de su madriguera en busca de presas. Era un ser de ocho patas, cada una de las cuales parecía un tentáculo, y emitía un pálido resplandor azul mientras se deslizaba furtivamente entre los árboles.
La criatura se desplazaba a una velocidad impresionante siguiendo los gruesos troncos de los árboles, hasta que encontró una enorme bestia que yacía sin cabeza en el suelo. Extendiendo uno de sus tentáculos la devoró con avidez.
Una vez saciada, la criatura intentó regresar a su madriguera, pero antes de lograrlo, una explosión seguida por una flecha le atravesó su delicada cabeza. Los sesos y la sangre de la criatura salpicaron el suelo.
"¡Papá, lo hice! ¡Le di en el blanco!", exclamó una joven, cuya voz vibraba con la emoción del momento mientras corría hacia el cuerpo inerte de la criatura.
Su padre, un experto cazador, se acercó a ella con una sonrisa de orgullo en su rostro. Llevaba un gran arco sobre su espalda y una red en su mano, listo para asegurar la captura. "Vi que lo hiciste, fue una caza excelente. Tienes un talento natural para esto", dijo mientras acariciaba la cabeza de su hija desordenando su cabello con ternura.
El padre examinó cuidadosamente el cuerpo de la criatura y recuperó con cuidado la flecha que le había atravesado el cráneo. Luego extendió la red sobre el cuerpo de la criatura.
"Tu madre se emocionará cuando vea lo que has atrapado hoy", dijo el padre con una sonrisa, mientras se disponía a llevar la captura a casa.
La joven se llenaba de vida con la emoción de la caza, sabiendo que había demostrado su habilidad y que su padre estaba orgulloso de ella. Estaba ansiosa por llevar su trofeo a casa y mostrarle a su madre.
La joven saltó emocionada, siguiendo de cerca a su padre, quien llevaba a la criatura sobre sus hombros mientras emprendían su camino de regreso al clan.
Al fin, llegaron a la entrada de la aldea y, al alzar la vista, divisaron una magnífica plataforma suspendida en lo alto de los árboles. El padre avanzó con paso seguro hacia una cuerda negra, que se escondía entre los matorrales, y tras tirar de ella en un orden específico, una plataforma de tierra emergió majestuosamente desde su ubicación. Ambos subieron a ella con entusiasmo.
"¡El jefe ha vuelto!", gritó uno de los guardias que vigilaba desde lo alto de la muralla de madera, haciéndoles detenerse.
Un estruendo de cuerno retumbó en el aire y las robustas puertas de madera se abrieron.
Después de saludar brevemente a los guardias, los dos entraron en la aldea. El lugar rebosaba de vida y alegría, con niños que correteaban, jugaban y paseaban por los senderos. Todos los que se encontraban en su camino les saludaban con una sonrisa radiante.
La casa de la joven y su familia estaba en el corazón de la aldea y ya se divisaba a lo lejos. Era una cabaña acogedora y pintoresca, con un techo de paja y un jardín lleno de flores. Ambos aceleraron el paso, la joven se impacientaba por darle la sorpresa a su madre.
"Está bien, espera aquí, Eirys. Iré a buscar a tu madre y tú la sorprenderás cuando la traiga aquí. Prepárate también", dijo su padre dejando a la bestia en el suelo. Eirys asintió con una sonrisa mientras su padre entraba corriendo en la casa.
Mientras esperaba ansiosa a que llegara su madre, el tiempo parecía detenerse y no veía ni rastro de su padre ni de su madre. La paciencia de Eirys se agotaba y sin poder resistir más su emoción entró en la casa sin pensarlo dos veces.
"¡Madre! ¡Mira lo que hemos capturado con papá!", gritó con entusiasmo al entrar en la casa.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, todo lo que vio fue a un hombre alto y esbelto, vestido con un fino traje humano de color negro, que sostenía una enorme guadaña de metal en la mano. Se alejaba lentamente del cuerpo inerte de su padre y su madre.
El hombre detuvo la guadaña en seco con un movimiento rápido y limpió la sangre que se había impregnado en ella. Luego, fijó su mirada en la joven y comenzó a acercarse lentamente hacia ella.
Eirys se quedó inmóvil. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras observaba al hombre avanzar hacia ella con determinación. No podía comprender lo que estaba sucediendo.
El hombre finalmente llegó a su lado y le habló con una voz fría y siniestra que le heló la sangre.
"Así que tú eres la hija de este hombre", dijo mientras le extendía la mano. "Ven conmigo. Tengo algo que enseñarte",
Ella reaccionó rápidamente cuando aquel hombre la agarró. Con un movimiento brusco, apartó su mano y giró hacia la puerta, decidida a escapar del peligro que la rodeaba. Al salir, contempló horrorizada cómo su hogar, su oasis en medio del caos, el lugar donde había crecido, había sido arrasado por las llamas, como lenguas voraces que devoraban todo a su paso. Los cuerpos calcinados yacían por todas partes como muñecos rotos y sin vida, una visión que la dejó paralizada.
De repente, la figura de un hombre enorme y musculoso, tan alto como un muro de piedra, se irguió frente a ella. Al reconocerlo, gritó asustada.
"¡¿Tarion?!",
Tarion se abalanzó sobre ella con furia y la sujetó con tanta fuerza que le quebró las costillas.
"¿Qué haces aquí? ¿Qué has hecho?", exclamó con un grito sofocado mientras intentaba liberarse de él.
Pero la presión que aquel hombre ejercía sobre su frágil cuerpo era demasiado fuerte y perdió el conocimiento antes de poder hacer algo más.
…
..
.
Eirys abrió los ojos de golpe, sobresaltada y sudorosa. Su corazón latía con fuerza como si hubiera corrido una maratón. Miró a su alrededor, tratando de reconocer su entorno. El lugar era extraño y desconocido para ella: paredes de piedra y techos altos, camas dispuestas en fila y una mesa con utensilios médicos.
A medida que recobraba la conciencia, se dio cuenta de que todo había sido un mal sueño, una pesadilla que parecía real. Exhaló profundamente, intentando calmar su mente agitada. Al tratar de levantarse, notó que algo se aferraba a ella con fuerza.
"¿Cal?", susurró, mirando hacia abajo.
Allí estaba su amiga, con la cabeza apoyada en su pecho y el cabello negro cubriéndole el rostro. Parecía dormida, pero no estaba segura de sí estaba bien o si necesitaba ayuda.
Intentó mover a su amiga con cuidado, pero Calis seguía aferrada a ella. Eirys sintió un nudo en su garganta y empezó a preocuparse. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado allí? ¿Y por qué estaba sola con su amiga en ese extraño lugar?
De pronto, la puerta se abrió de golpe, haciendo que se sobresaltara de nuevo.
"Eirys, ¿estás despierta? ¡Impresionante! Hace solo unas horas parecía que el viento se llevaría tu vida, pero ahora estás aquí, recuperándote. Bien, esto realmente es bueno, aún queda algo de tiempo antes de la ceremonia, así que prepárate", ordenó Tarion.
Se sentó en una silla junto a la cama de Eirys, dejando al descubierto su cuerpo musculoso y marcado por varias cicatrices. La más notoria era la de su hombro, envuelta en una tela manchada de sangre. Sin su habitual casco y chaqueta gruesa, Tarion parecía aún más imponente.
Al verlo, Eirys sintió un escalofrío recorrer su cuerpo como una serpiente helada mientras los recuerdos de su pelea contra él invadían su mente. Su cola se erizó y trató de ignorar el dolor que aún sentía en su cuerpo. Sabía que Tarion no era un enemigo fácil de vencer y había subestimado su fuerza.
"Pero no te preocupes", continuó con una sonrisa enigmática y burlona. "Te ayudaré a estar lista para la ceremonia. Después de todo, tienes un papel importante que desempeñar en ella", dijo con voz sarcástica y amenazante.
Ella asintió en silencio, sintiendo que el tiempo se le escapaba de las manos. Era difícil imaginarse saliendo de allí en ese momento.
No tenía otra opción más que seguir la voluntad de Tarion. Era la única forma de mantener a Calis a salvo. Suspiró y miró hacia la puerta cerrada, preguntándose cuándo tendría la oportunidad de escapar.
Después de unos segundos de silencio, Calis despertó lentamente, confusa y desorientada.
Cuando su visión se aclaró, se dio cuenta de que estaba acurrucada junto a Eirys, cuyo rostro sereno le tranquilizó al instante.
"¿Eirys está bien?", preguntó, frotándose los parpados adormilados. Sus ojos estaban enrojecidos, como si hubiera estado llorando y moqueando toda la noche.
Eirys se volvió hacia ella con una leve sonrisa. "Estoy bien, Cal. Gracias por preocuparte"
Calis se levantó de golpe y parpadeó un par de veces antes de abalanzarse sobre ella, abrazándola con lágrimas en los ojos. Eirys se sorprendió al principio, pero luego la abrazó con cariño, sintiendo el calor reconfortante de su amiga. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla mientras se fundían en un abrazo prolongado.
"¿Qué pasa, Eirys? ¿Te abracé demasiado fuerte?, ¿Te duele algo?", preguntó, preocupada por la reacción de su amiga.
Ella le sonrió dulcemente. "No, no es eso, Cal. Es solo que ese abrazo me recordó a algo que no sentía desde hace mucho tiempo", dijo, abrazándola de nuevo.
Tarion observó la escena con una gran sonrisa, como un lobo acechando a sus presas. Estaba hipnotizado por la atmósfera pacífica que irradiaban las dos jóvenes, y no pudo evitar soltar una carcajada siniestra.
"¡Ah! Casi lo olvido, traje algo de comida para ustedes", dijo mientras colocaba con cuidado las bandejas de plata en la mesa frente a las dos chicas. Cada bandeja estaba llena de finas rebanadas de carne de cerdo sazonadas con pimienta negra y canela, un jugo de bayas silvestres de color morado oscuro y una selección de frutas frescas y jugosas como manzanas rojas, peras verdes y uvas moradas. Además, había un pequeño postre de chocolate en cada bandeja que parecía una tentación irresistible para el paladar.
El delicioso aroma de la comida les hizo babear a las chicas como perros hambrientos. Tomaron las bandejas con rapidez y Tarion salió sonriendo de la habitación.
Las dos chicas devoraron los cortes finos de carne de cerdo, perfectamente cocidos y sazonados, sin dejar nada en sus platos. El jugo de mora les refrescó el paladar con su dulzura. Las frutas frescas eran un arcoíris de sabores y texturas que deleitaban sus sentidos.
Pero el pequeño postre de chocolate las hizo gemir de placer con cada bocado. El chocolate derretido era una cascada de placer que inundaba sus lenguas.
Una vez que terminaron, Eirys soltó un pequeño eructo y luego se miró con Calis. Ambas se echaron a reír al instante.
"¿Y ahora qué, Eirys?", preguntó Calis al colocar sus cubiertos sobre su bandeja.
"Debemos prepararnos para ir a los vestuarios, ¿no es así? Hagamos eso", respondió ella, luego se limpió la boca con el mantel de la mesa.
"Oh…" Calis pareció decepcionada. "¿Así que decidiste seguir las órdenes de Tarion?",
Eirys frunció el ceño como un gato enfadado al escuchar eso. "No obedezco a Tarion, Cal. Ese bastardo casi me mata. Solo trato de sobrevivir. Él nos ha mantenido con vida hasta ahora, pero eso no significa que le debamos lealtad. Solo tenemos que mantenernos alerta y aprovechar la oportunidad perfecta para escapar",
"Buen punto", respondió Calis, levantándose y estirando sus brazos. "Pero no puedo esperar para ver el día en que podamos dejar atrás todo esto", sus ojos azules brillaban con esperanza.
Eirys asintió con expresión seria. "Yo también, pero por ahora, sigamos adelante y hagamos lo necesario para sobrevivir", sabía que no podía bajar la guardia ni un segundo en aquel lugar infernal.
Juntas recogieron sus bandejas vacías y las dejaron al lado de la puerta. "¡Terminamos!", exclamó Eirys con alivio.
"¿Terminaron? Muy bien, soy Lissa y seré su asistente hasta que la ceremonia comience. Estoy a su servicio", se presentó la joven que las esperaba. Hizo una reverencia elegante tomando su falda con dos de sus cuatro manos.
Lissa era una joven de piel pálida con un traje de sirvienta blanco y negro, adornado con volantes blancos como la nieve, encajes y manillas doradas. Su cabello plateado corto estaba peinado con esmero. Su rostro era agradable, pero sus seis ojos rojos como la sangre le daban un aspecto inquietante. De sus hombros le salían cuatro brazos finos y gráciles. Bajo el escote de su traje se apreciaban dos pechos generosos. Oculto bajo su falda estaba su cuerpo de araña, del que surgían ocho patas negras y ágiles. Llevaba una pequeña cruz de plata en su cuello. Cuando sonreía, mostraba unos labios rosados y delgados.
El cuerpo de Lissa era extraño e increíble. Eirys y Calis se acercaron para observarlo más de cerca e incluso lo tocaron con curiosidad.
Nunca habían visto a una beastfolk araña y sintieron fascinación por ella.
(Es fuerte, sus patas son afiladas como cuchillas. ¿Tarion la habrá traído aquí por eso? ¿Querrá que sepamos que él no es la única amenaza aquí?), se preguntó Eirys mientras tocaba con cuidado el exoesqueleto de la joven araña.
"Ah, ¿nunca habían visto a un miembro de mi clan? No me molesta su interés. Somos una raza muy rara y orgullosa. Nuestro Gran Señor nos ha dado un lugar de honor en sus dominios", dijo ella con una sonrisa amable pero vacía.
Sus ojos rojos eran como rubíes sangrientos que perforaban el alma de sus víctimas. Sus patas se movían con la gracia y la precisión de un bailarín asesino.
Calis sintió un escalofrío al verla. (La siento diferente a los demás beastfolk que he conocido. Hay algo en ella que me da escalofríos), pensó inquieta.
"Vamos, el señor Tarion me ha encomendado que las asistiera en los vestuarios. La ceremonia está a punto de comenzar y deben estar impecables", dijo Lissa llevándolas por el pasillo.
Las dos chicas la siguieron con temor, sin dejar de observar su extraña figura.
Lissa se detuvo frente a una gran puerta hecha de una madera oscura y pulida. Estaba adornada con grandes incrustaciones de hierro forjado en forma de flores marchitas. Golpeó la puerta dos veces y esta se abrió lentamente con un crujido, dejando ver el interior del vestuario.
El vestuario era una sala amplia y lujosa, llena de espejos, armarios y percheros con todo tipo de prendas elegantes y extravagantes. Había también un sofá rojo donde Lissa se sentó con aire de superioridad.
"Hemos llegado, por favor entren y desvístanse, tengo que tomar sus medidas", dijo con una sonrisa maliciosa mirándolas fijamente.
Eirys y Calis se miraron con nerviosismo. No sabían qué esperar de esa ceremonia ni de esa mujer araña.
"¿Qué vamos a hacer?", susurró Calis asustada.
"No lo sé, pero tenemos que estar juntas", respondió Eirys apretando su mano.
"¿Qué pasa? ¿Tienen miedo? No se preocupen, no les haré nada malo. Solo quiero asegurarme de que estén hermosas para la ceremonia. El Gran Señor es muy exigente y no tolera la imperfección", aseguró Lissa desde el sofá invitándolas a entrar.
El sofá era de terciopelo rojo y tenía forma de media luna. Estaba rodeado de cojines de plumas y telas finas. La sala estaba iluminada por candelabros de oro que colgaban del techo.
Eirys y Calis entraron finalmente, pero con recelo. Lissa se levantó y cerró la puerta tras de sí. Se acercó a las chicas con una cinta métrica, unas tijeras y un pequeño cuaderno.
"Vamos, no sean tímidas. Quítense esa asquerosa ropa y déjenme ver sus cuerpos. No se avergüencen, son muy bonitas. El señor Tarion las eligió por algo", dijo ella con una voz melosa.
Eirys se cruzó de brazos y miró a Lissa con desafío. Calis se abrazó a sí misma y retrocedió un paso. No iban a desnudarse frente a esa mujer ni dejar que las tocara.
Lissa frunció el ceño amenazadoramente y clavó una de sus largas y afiladas patas en el suelo como una lanza. "¿Qué sucede? ¿No quieren cooperar? Eso no es bueno. Si no hacen lo que les digo, tendré que castigarlas. Y créanme, no quieren verme enfadada", advirtió con voz áspera.
Calis sintió una opresión en el pecho y suspiró. Eirys seguía resistiéndose, pero sabía que no tenían otra opción. Se ofreció para ir primero y miró a Eirys con complicidad.
(Es mejor obedecer por ahora hasta encontrar una salida, ¿verdad, Eirys?), pensó con esperanza.
Ella captó su mirada y se calmó. Dejó de gruñir y bajó la mirada. Habían llegado hasta aquí, no podían rendirse ahora.
Lissa sonrió con malicia y mostró sus dientes afilados. "Así me gusta", dijo satisfecha. "Ahora tú, la delgada, párate aquí y tomaré tus medidas. No tardaré mucho, mis manos son muy hábiles", añadió señalando al pequeño taburete de mármol acolchado que parecía un altar de sacrificio.
Lissa chasqueó la lengua al ver la duda de Calis. "Apresúrate, no podemos perder más tiempo", dijo mientras se acercaba a ella y la tomaba del brazo.
La levantó del suelo con facilidad y la arrastró hacia el taburete.
"Vamos, no seas tímida. Déjame ver qué hay debajo de esos harapos", dijo mientras le quitaba la ropa a la fuerza.
Ella se resistió como pudo, pero era inútil. Lissa era más fuerte y rápida que ella. Pronto se vio desnuda y expuesta ante sus ojos implacables.
Calis se encogió de vergüenza y miedo. Lissa la examinó con curiosidad y desdén, tocando su piel pálida como el mármol, su cabello largo negro como el carbón y sus orejas afiladas como las de un hada.
"Qué extraña eres. ¿Qué tipo de beastfolk eres?, ¿De qué agujero saliste?", le preguntó Lissa con una voz que mezclaba fascinación y asco.
Ella no dijo nada. Solo apretó los ojos y esperó que todo terminara pronto.
(Aguanta el frío… Es como si sus manos fueran de hielo. Ah, duele tanto. ¿Lo hace a propósito?, ¿Este lugar la convirtió en un monstruo o ya lo era antes de llegar aquí?), pensó mientras sentía las manos ásperas y frías de Lissa recorrer su cuerpo.
En un instante, Lissa se alejó de ella.
"¿Qué pasa? ¿Ya acabaste?", murmuró Calis con voz débil.
Lissa se burló con una carcajada cruel. "Por supuesto, no hay mucho que ver en ti. Eres tan pequeña y delgada que pareces un cadáver andante. ¿Qué te ha ocurrido? ¿No te alimentas bien? ¿O es que te gusta padecer?",
Ella agachó la cabeza y se mordió el labio. No quería responder a sus insultos, pero tampoco podía evitar sentirse herida por sus palabras.
Eirys miró la escena con desesperación. Quería socorrer a su amiga, pero sabía que cualquier paso en falso podría ser fatal. Se mordió el labio con fuerza para contener su ira.
Apretaba los puños y miraba a Calis con una promesa silenciosa en sus ojos, que brillaban como estrellas en la noche. (No importa lo que nos hagan, Calis. Una vez que salgamos de aquí, no dejaré que sufras más. Te lo prometo), pensó con determinación.
Lissa midió a Calis y la bajó del taburete con un empujón, como si fuera un trapo viejo. Luego se fijó en Eirys con una sonrisa perversa.
"Ahora te toca a ti, preciosa. Ven aquí, no te haré daño, solo quiero divertirme un poco. Anda, ven", dijo con una sonrisa maliciosa llamándola con su mano como a un perrito.
Eirys no se dejó intimidar y caminó hacia ella con paso firme, retándola con la mirada.
Lissa solo le devolvió la mirada con una amplia sonrisa y preparó sus herramientas en sus manos, como si fueran cuchillos afilados.
Ella se acomodó en el taburete y se desvistió sin miedo ante Lissa.
"Ah… muy bien, eres muy valiente", dijo mientras tomaba sus medidas, posando sus cuatro manos sobre su cuerpo, deslizándolas con descaro. "Vaya, tu cuerpo es tan fuerte, pero delicado a la vez. Es un cuerpo perfecto. ¿Entrenas desde pequeña? Eso me gusta. ¿Cuántos años tienes?, Doce. ¿verdad?, Ahora entiendo por qué Tarion me pidió que te atendiera personalmente", terminó acercándose más a Eirys. Su aliento le llegaba a la nariz, dulce pero venenoso, como una flor carnívora seduciendo a una mariposa.
Ella le lanzó un gruñido amenazador a Lissa, mostrando sus afilados colmillos.
"¿Ah? ¿Me gruñes? Ja, ja. Eres incluso mejor de lo que Tarion me contó. Me hacía pensar que estaba exagerando, ese viejo no suele perder la compostura tan fácilmente, pero ahora veo el motivo. No puedo esperar por verte en la ceremonia", dijo con una sonrisa maliciosa acercándose a su oreja y lamiéndola suavemente con su larga lengua.
"¡Suficiente!", exclamó Eirys.
Harta de las provocaciones de Lissa, la apartó de una patada. Se puso en guardia y afiló sus garras.
Lissa quedó perpleja al verla. Luego de unos segundos, soltó unas pequeñas risitas mientras se tapaba la boca con la mano.
"Eres divertida, tu expresión y tus acciones son interesantes, no como la mayoría que termina aquí, como esa pobre criatura que tiembla junto al fuego", afirmó señalando a Calis, que se había refugiado en el calor de la chimenea.
Calis se estremeció al oír sus palabras y se volvió hacia ellas. Vio a Lissa mirándola con desprecio y a Eirys con una expresión de disgusto.
(¿Por qué grita tanto? Lo hace a propósito, quiere que me sienta mal. ¿Quiere humillarme al compararme con Eirys? Bueno, no voy a negar que me duele, pero no voy a traicionar a Eirys, ¡jamás!), pensó Calis aferrándose a su voluntad y ocultando su rostro entre sus piernas.
"¡Vaya! Creo que me he dejado llevar un poco. Les ruego que me disculpen por mi mal comportamiento; por favor, no me lo tomen en cuenta", comentó al ver sus expresiones de incomodidad y furia. "Por favor, siéntense y abríguense con esas toallas que hay allí, están limpias e inmaculadas para ustedes. Voy a traerles sus vestidos. Me retiro", terminó diciendo antes de irse a la habitación de al lado rápidamente y cerrar la puerta tras de sí.
Ambas se miraron desconcertadas y no entendieron a qué se debía ese repentino cambio de actitud. Pero como no hallaron una explicación se resignaron.
Eirys se levantó y se acercó a Calis con un par de toallas en mano.
"¿Estás bien? Lo siento no pude hacer nada contra ella. Está loca", dijo ella con voz suave.
La envolvió con la toalla y observó su cuerpo con atención. Era más delgado que el suyo, pálido y tenía algunas pequeñas cicatrices en su espalda que parecían mapas de un pasado tormentoso.
Calis le sonrió con gratitud y le apretó la mano.
"No te preocupes, esto no es nada. Gracias por estar conmigo", le respondió con voz débil.
Eirys le sonrió y la estrechó entre sus brazos.
(No sé qué nos espera más allá de esta puerta, pero sé que no quiero perderla. Es lo único bueno que me ha pasado en este maldito lugar. Es mi amiga, mi hermana), pensó Calis con emoción.
(No sé qué nos tiene preparado el destino, pero sé que no dejaré que le toquen un pelo. Es lo único que me importa en este mundo. Es mi amiga, mi hermana), pensó Eirys con determinación.
Se separaron al oír que la puerta se abría de nuevo. Vieron a Lissa entrar con dos vestidos en sus brazos.
"Ya he vuelto. Aquí tienen sus vestidos. Son los más bonitos que he logrado encontrar. Espero sean de su agrado", dijo ella con una sonrisa que deslumbraba como un diamante.
Les lanzó los vestidos y las examinó con atención.
El vestido de Eirys era de color rojo sangre, como si estuviera manchado por la violencia que había sufrido. El vestido de Calis era de color azul hielo, con encajes blancos y un cuello alto que le daba un aire de elegancia y frialdad.
"¿Qué les parece? ¿No son preciosos? Vamos, vístanse rápido. El tiempo apremia", dijo impaciente.
Las dos se miraron con recelo. No sabían si confiar en ella o no.
(¿Qué es la ceremonia? ¿Por qué necesitamos estos vestidos tan llamativos? ¿Los colores tendrán algún significado?), se preguntaban mientras se vestían con cautela.
Lissa al verlas lucir los vestidos que había elegido para ellas frente al gran espejo, no pudo ocultar su emoción y soltó un pequeño grito. "¡Se ven hermosas! ¡El Gran Señor me elogiará por mi buen trabajo! Soy muy buena en esto, ¿verdad?", dijo con emoción abrazándolas.
Eirys y Calis se estremecieron por su abrazo. No podían creer que esta fuera la misma mujer que las había insultado y humillado, y que ahora las tratara con tanta dulzura. Se preguntaban qué oscuro propósito se ocultaba tras su cambio de actitud.
"Gracias por los vestidos, pero… ¿qué es lo que pretendes de nosotras?", inquirió Calis con recelo.
Lissa se apartó de ellas y les dedicó una sonrisa perversa.
"¿Qué pretendo? Nada, queridas. Solo quiero cumplir con mi cometido. Soy la responsable de preparar a las invitadas de honor del Gran Señor para la ceremonia", declaró con arrogancia.
Eirys soltó una risa sarcástica al escuchar sus palabras.
"¿Invitadas de honor? ¿Acaso se trata de una fiesta?", se burló con desdén.
"No exactamente. Se trata de algo mucho más especial y macabro", replicó ella con una carcajada escalofriante.
Calis sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Recordó los diversos rumores que había oído en las mazmorras sobre la ceremonia.
"La ceremonia… ¿Entonces en verdad consiste en hacer que los diez candidatos se enfrenten entre ellos hasta que solo quede uno?", preguntó con temor.
Lissa negó con la cabeza, divertida por su ignorancia.
"¿Enfrentarlos? No… no, eso sería un desperdicio de tiempo. Ustedes ya han sido examinadas, conocemos bien cuáles son sus límites, capacidades, habilidades y potencial a futuro. Sobre todo, eso último es lo más importante", expuso Lissa mirando sus rostros de desconcierto con deleite. Ver a los ignorantes tan frágiles y perdidos era algo que le encantaba.
"Seré franca, tú, pequeña ogro, tuviste la fortuna de captar la atención del señor Tarion, por eso es que tu estancia en las mazmorras fue tan corta, normalmente no deberían de haber salido de allí, sino hasta después de finalizar una serie de pruebas creadas específicamente para cada esclavo. Y tú, delgada muñeca, deberías haber pasado ya por unas cuantas, ¿no? Tarion fue amable contigo también, ambas deberían haber permanecido allí por unos dos o cinco años más, tal vez", terminó, tomando sus barbillas y acercándose a sus oídos.
"Sobre la ceremonia, será mejor que lo vean ustedes mismas. No quiero arruinar la sorpresa", susurró mientras mordía suavemente a cada una.
Como un rayo liberador, una pequeña descarga eléctrica les recorrió los cuerpos a Eirys y Calis. Un gran peso se desvaneció de su cuerpo.
"¡No puede ser! ¡¿Las marcas de esclavo han desaparecido?!", gritó Calis con incredulidad al ver que el símbolo que tanto tiempo la torturó había desaparecido, como si nunca hubiera existido.
Eirys miró su propia marca, y confirmó que también se había ido.
"¿Qué pasa? ¿Sorprendidas?", preguntó Lissa con una sonrisa venenosa y un tono burlón, girando la cabeza para observarlas mientras tocaba sus labios con sus dedos. "Disfruten de su falsa libertad mientras puedan. Después de este día agradecerán mi pequeño gesto de amabilidad",
Lissa se dio la vuelta y caminó, les hizo un gesto para que la siguieran.
Eirys sintió que la rabia le quemaba las venas. Ya se había cansado de las provocaciones y el aire de superioridad de Lissa hacia ellas, que las trataba como carne sin alma ni voluntad. Y al ver que su sello de esclavo se había borrado, pensó que era su oportunidad de escapar, aunque fuera a costa de su vida.
"¡¿No nos estás subestimando demasiado?! ¡Maldita bruja!", rugió Eirys sacando sus garras afiladas y arremetiendo contra Lissa, que seguía dándole la espalda.
Con un salto, se lanzó como una flecha hacia la cabeza de Lissa.
(¿Qué hace? ¿Por qué no se mueve? ¿Acaso está esperando a que me acerque?), se preguntó al ver que ella la ignoraba, como si fuera una mosca molesta.
"¡Eirys! ¡Cuidado! ¡Te está tendiendo una trampa!", gritó Calis, que apenas podía seguir el movimiento de Eirys con la vista.
"¡…!
La cabeza de Lissa se giró con un crujido a una velocidad sobrenatural y escupió un chorro de líquido verde que desprendía un hedor a muerte hacia Eirys.
Eirys reaccionó por instinto, logrando evitar la peor parte, pero una gota le rozó el brazo izquierdo. El dolor fue tan agudo que la hizo perder el control y caer al suelo, contorsionándose.
Calis se precipitó hacia ella, aterrada. "¡Eirys! ¡Eirys! ¿Estás bien?", exclamó, tratando de ayudarla. Contempló con pavor cómo el brazo de Eirys se oscurecía y se llenaba de ampollas.
Lissa se acercó lentamente a ellas, con una expresión burlesca.
"Vaya, vaya. Parece que alguien no sabe seguir las reglas. ¿Qué te creías? ¿Qué podías atacarme así como así? ¿Qué te ibas a escapar de mí tan fácilmente?", se burló Lissa con voz sarcástica.
"Tarion me lo advirtió, pero no pensé que fueras tan idiota como para caer en una trampa tan evidente", añadió con una sonrisa irónica. "Aunque debo reconocer que esquivar mi ácido fue impresionante. Al menos… tienes eso a tu favor. Vamos, levántate, no tengo tiempo que perder", exclamó mientras tomaba a Eirys en brazos y ponía su mano sobre su herida.
Sacó un pequeño frasco escondido entre su escote y lo derramó sobre la herida de Eirys sanándola al instante. Ella dejó de retorcerse de dolor y se recuperó enseguida. Intentó bajar de los brazos de Lissa al verse curada, pero no podía moverse ni un poco.
"Quédate quieta, demonios. ¿No ves que arruinaste el vestido?", reclamó agarrando algo de telaraña que salía de la punta de sus dedos y tejiendo rápidamente el vestido, dejándolo impecable.
Eirys y Calis observaron con asombro las habilidades de Lissa. Si no fuera por su personalidad, podría parecer una madre cuidando de sus hijos.
"Listo. Ahora por favor no vuelvas a hacer una tontería como esa, no me quedan más pociones de esas", dijo ella soltando a Eirys en el suelo con un suspiro. "Son caras de fabricar, rara vez Tarion gasta alguna, ni siquiera las usa en él mismo. Precisamente me regaló una porque sabe lo suficiente de ti como para saber que eres una perra rabiosa"
Eirys chasqueó la lengua enfadada y se adelantó hacia el pasillo. "Apúrate, llegaremos tarde a esa maldita ceremonia, ¿no?", dijo con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
Calis suspiró aliviada al ver que se había recuperado y fue tras ella.
Lissa sonrió inconscientemente al verlas. Era una sonrisa sincera.
(Ah, espero que por lo menos esa pequeña ogro no termine en manos de algunos de esos asquerosos. Sería un desperdicio), pensó disgustada saliendo de la habitación.
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Tarion avanzaba por los largos corredores de la mansión con pasos firmes e implacables, haciendo temblar el suelo bajo sus botas. Su mirada era gélida y despiadada.
Llegó hasta la puerta de hierro custodiada por dos guardias, a los que saludó con un gesto de la cabeza. Estos se inclinaron y abrieron las puertas, dejando ver un pasillo de mármol reluciente.
A ambos lados del pasillo había muebles y cuadros de gran valor, adornados con joyas preciosas. El lujo y la opulencia contrastaban con el ambiente sombrío y lúgubre que se respiraba en la mansión.
"Tsk… ¿Aún sigue perdiendo el tiempo?", gruñó irritado al oír los gemidos que provenían de la habitación contigua.
Entró sin avisar, empujando las pesadas puertas de madera con sus dos manos.
Lo primero que vio fueron dos bellas mujeres humanas, semidesnudas, cubiertas solo por la sábana que las envolvía. En medio de ambas se hallaba un hombre de aspecto joven, con el pelo negro como la noche y la barba cuidadosamente recortada. Sus ojos, también de color negro, estaban ocultos tras unas gafas de fino armazón dorado. Mostraba una figura fornida y arrogante, rodeado de un aura de superioridad y poder. Abrazaba a las dos mujeres, fumando perezosamente entre ellas en la enorme cama.
"¡Vaya! ¡Pero si es el viejo Tarion! ¿Qué te trae por aquí? ¿Vienes a ver al Gran Señor?", exclamó el joven con una sonrisa sarcástica en la cara.
Tarion se dejó llevar por la ira. No soportaba más la insolencia de aquel joven. Lo cogió por el cuello y lo sacó de la cama. Las dos mujeres lo miraron con sorpresa mientras lo lanzaba al suelo con violencia.
"¡Oye! ¡Suéltame! ¿Qué crees que haces?" gritó el joven, forcejeando para soltarse de Tarion.
"¡Ya está bien! ¡Si sigues vivo es porque al Gran Señor le divierte tu estúpida actitud, pero en cuanto se canse de ti te perseguiré y te desollaré para ver de dónde brota tanta necedad!", gruñó Tarion apretándole el cuello con furia.
Las dos chicas huyeron en silencio, pegadas a la pared. El terror les cortaba la respiración. Solo cuando se alejaron lo suficiente del gran tigre que era Tarion, se lanzaron a correr.
El chico asintió con la cabeza, una y otra vez. "L-Lo entiendo, T-Tarion, suéltame, no puedo respirar…" balbuceó con voz ahogada.
Él soltó su agarre con un suspiro pesado. Se abrochó la chaqueta con un aire aburrido.
"Ah… discúlpame, solo estoy algo estresado", dijo dejándose caer en un rincón de la cama.
"No se preocupe, señor Tarion sabe que siempre puede desahogarse conmigo, ¿Quiere un trago?", dijo con indiferencia. Se alisó el pelo frente al espejo y se ajustó las gafas. No tenía ni un rasguño ni una marca.
Tarion lo observó con desprecio. Sabía que era un imbécil, pero le venía bien cuando hacía falta. Era un recién llegado a la organización y no sabía nada de él, lo que le inquietaba un poco, pero como había entrado por el favor del Gran Señor. Le daba igual. Él también guardaba sus secretos, y sus planes.
"¿Un trago? No, gracias. Tengo que estar listo para ver a mis niñas en la ceremonia", dijo con ilusión. "Más importante aún, ¿Ya te has preparado para dar la presentación de la ceremonia?, todo tiene que salir perfecto hoy, más aún porque el Gran Señor nos honrará con su presencia. Lo sabes, ¿verdad?", preguntó volviéndose hacia él.
"¡Claro que sí! Solo me estaba tomando un respiro del trabajo, un polvo de vez en cuando no hace daño, ¿No te animas a salir conmigo alguna vez? Creo que te vendría bien relajarte un poco", dijo acomodándose la corbata.
En un abrir y cerrar de ojos el joven se vistió con un traje negro que realzaba su porte distinguido. Llevaba una chaqueta cruzada con encajes blancos en los puños, una corbata negra y unos pantalones de corte clásico. Su peinado estaba impecable y su sonrisa radiante resaltaba su carisma.
"¡Yo Markus el Alfil del Gran Señor! ¡Estoy listo para la ceremonia!, ¿Qué te parece?, sueno bien, ¿verdad?", preguntó mirándose al espejo, perfeccionando su imagen al máximo.
Tarion lo observó con desdén y asintió con la cabeza. No soportaba a ese tipo tan confiado y arrogante. Era como un niño jugando a ser un mafioso, sin conocer el destino que le aguardaba. Sabía que Markus era solo un peón más en el juego del Gran Señor, y que tarde o temprano sería sacrificado.
"Sigue con lo tuyo y yo haré lo mismo. ¿El Gran Señor está en su habitación?", preguntó el levantándose, quitándose de la chaqueta los pelos largos y lacios que le repugnaban.
"Sí, está en su habitación. Con tu permiso seguiré con mis preparativos", contestó Markus comenzando a tararear una canción.
Tarion sin decir más, avanzó a la puerta al lado de la cama, abriéndola con cuidado.
Se adentró en el laberíntico pasillo hasta alcanzar la sala principal. Las paredes de mármol y las variadas decoraciones deslumbraron sus ojos con su resplandor. Un exquisito aroma a rosas inundaba el ambiente. El salón estaba a cargo de doce hermosas sirvientas de distintas razas y edades. Todas ellas eran su orgullo, la perfección de sus experimentos.
Al percibir su presencia, todas lo saludaron con una cálida sonrisa y una reverencia impecable.
"¡Señor Tarion! ¿Qué tal le ha ido? ¿Ha encontrado nuevas joyas que explotar? Se le ve muy feliz", dijo una de ellas, la más veterana, mientras se acercaba a él. Era una preciosa mujer, con una piel que desprendía un brillo dorado y rasgos de dragón que realzaban su belleza y majestuosidad.
"¡Por supuesto que sí! He encontrado dos hermosos diamantes, pero eso puede esperar. ¿Qué tal estás, mi pequeña Zyl? Veo que sigues avanzando y mejorando por el Gran Señor, eso es bueno. Hablando de eso, ¿se encuentra por aquí?", preguntó con una sonrisa.
"¿Dos hermosos diamantes? Eso suena magnífico, me encantaría conocerlos. Venga por aquí, lo llevaré con el Gran Señor. Puede contarme sobre ellos más en detalle en el pasillo. Vamos", dijo guiándolo al comedor.
Mientras caminaban, Tarion se fijó en las miradas curiosas de las demás mujeres del pasillo. Todas eran hermosas y exóticas, con rasgos de diferentes criaturas mágicas. No sentía nada más que orgullo por lo que se había convertido, pero solo tenía ojos para una bestfolk en especial.
"¿Así que logró herirlo? Eso explica su olor a sangre. Parece una niña interesante. Hacía mucho que no lo veía herido. ¿Cuándo fue la última vez?", se preguntó Zyl alzando su mirada hacia el techo con nostalgia.
"Esa fuiste tú. Aún conservo mi cicatriz de esa hermosa noche", respondió él tocándose el pecho.
"¿En serio? No recuerdo que fuera así. Bueno, ya hemos llegado. Siéntete como en casa. Una pena que nuestra charla haya terminado. Hasta la próxima, Señor Tarion", se despidió con una reverencia y se alejó por el pasillo.
Tarion entró al comedor.
En el centro había una enorme mesa de madera negra, pulida y tallada con dragones y serpientes entrelazados. Sobre ella había un banquete opulento y abundante. Había tazas de plata y platos de cristal. La mesa estaba repleta de manjares deliciosos, desde ternera asada con salsas exóticas hasta los postres más dulces. El olor a comida hizo que a Tarion se le hiciera la boca agua. Se sentó en una de las sillas acolchadas, se quitó la máscara y se cortó un trozo de carne jugosa y tierna que desprendía un aroma irresistible.
Mientras masticaba, sintió una presencia detrás de él. Se volvió y se encontró con el Gran Señor. Era un hombre alto y delgado, vestido con un traje negro y una capa roja que ondeaba como una llama. Su rostro era pálido y afilado, con unos ojos verdes que brillaban como gemas siniestras que escrutaban tu alma. Su cabello era negro y largo, recogido en una coleta y en su mano llevaba un bastón azabache con una gema roja en su extremo que emitía un aura oscura.
"¿Qué tal la comida, Tarion? Espero que sea de tu agrado", dijo el Gran Señor con una voz suave y seductora.
"Es excelente, mi señor. ¿Podría robarle un momento de su tiempo? Hay asuntos que debemos tratar", preguntó levantándose y ofreciéndole una silla.
"No tengo inconveniente, siempre disfruto de nuestras charlas", respondió sentándose en la silla y quitándose los guantes. Después chasqueó los dedos.
Dos sirvientas se acercaron y les prepararon dos platos exquisitos con lo que había en la mesa. Uno para Tarion y otro para él.
"Antes de empezar quiero asegurarme. ¿Con qué Torre estoy hablando? ¿Tarion?", dijo mirándolo fijamente.
"La Segunda. Señor, es un asunto importante el que tenemos que discutir y la Primera Torre está algo inquieto",
"¿Qué asunto?", preguntó el Gran Señor con curiosidad.
"El asunto de los diamantes que le comenté antes. No son simples joyas, sino almas con un potencial extraordinario. Personas que podrían cambiar el destino del mundo", afirmó él con seriedad, clavando su mirada en el Gran Señor.
"¿Te refieres a esas dos pequeñas beastfolk que tanto te obsesionan? ¿Qué tipo de poder ves en ellas?", preguntó el Gran Señor con interés, apoyando el mentón en su mano.
"Un poder que desafía las leyes de la naturaleza. Un poder que puede crear o destruir a voluntad. Un poder que solo se manifiesta en uno de cada millón", contestó con admiración, casi susurrando. Sus ojos se iluminaron con una pasión enfermiza.
"¿Y dónde están estas dos niñas ahora? Deberían estar listas para la ceremonia, según lo planeado, ¿verdad?", preguntó con impaciencia, golpeando el bastón en el suelo con un sonido seco.
"Así es, Lissa ya se ha encargado de eso. Pero sigo pensando que enviar a esas dos a la ceremonia es un desperdicio. Si pudiera entregármelas personalmente, sé que podría crear nuevas sirvientas de combate nunca vistas", afirmó Tarion con ansiedad, apretando los puños sobre la mesa hasta ponerse los nudillos blancos. Su voz temblaba por la emoción y el miedo.
"Ya veo. Sí, no dudo que podrías lograrlo, pero como ya sabrás, no puedo ocultar a esas dos por mucho tiempo. Este año en especial, esos hombres esperan algo fantástico. Ya he cumplido muchos de tus caprichos dejando a tu cuidado a los mejores especímenes y presentando en la ceremonia las sobras. Pero eso ha hecho que nuestro renombre baje. Por eso este año me presentaré personalmente. Mi deber es mantener esta organización bajo control y mantener a los perros atados a mi cadena. Dales lo que quieren de vez en cuando y tendrás a un perro fiel y obediente. ¿Lo entiendes?", dijo con firmeza, mirándolo fijamente con una mirada penetrante.
"Sí, entiendo su situación y respeto su decisión. Y le agradezco que haya priorizado mis intereses durante tanto tiempo. Le estoy eternamente agradecido por eso", Tarion bajó la cabeza con respeto. "Pero… No puedo renunciar a mis pequeñas. No quiero que caigan en manos de cualquier pez gordo. Déjeme observar su crecimiento. Me ocuparé de que nada les pase", terminó con determinación, alzando la vista con una chispa de rebeldía.
"Está bien. Si eso te satisface, no tengo nada que objetar. Pero no cometas ninguna imprudencia", dijo con desdén. Su voz era suave y autoritaria, como la de un rey que no admite réplica. "Y recuerda que son bestias, no humanas. No te apegues demasiado a ellas. Podrías lamentarlo más tarde",
"No se preocupe, mi señor. Sé lo que hago. Solo quiero aprovechar al máximo su potencial", respondió Tarion con una sonrisa fingida. Intentaba ocultar su nerviosismo ante la presencia del Gran Señor, el hombre que le había dado todo y que podía quitárselo en un instante.
"Espero que así sea", replicó el Gran Señor levantándose de la mesa con una gracia aristocrática. "Sé lo mucho que amas a tus niñas, sé que no me traicionarías. Pero cuida tus acciones", le advirtió con una mirada helada que hizo estremecer a Tarion.
Tarion asintió y se puso en pie también. "Por supuesto, mi señor. No le quepan dudas de que mis acciones son en beneficio de la organización", dijo haciendo una reverencia.
"Muy bien, entonces vámonos. La ceremonia al fin comienza", anunció el Gran Señor poniéndose los guantes de seda blanca con delicadeza. Eran un símbolo de su rango y de su pureza.
Tarion asintió, se ajustó la máscara negra que ocultaba su rostro y caminó junto al Gran Señor. Ambos salieron del comedor hacia el gran salón donde les esperaban los demás miembros de la organización.
(Eirys… Calis. No se preocupen, estaré pendiente de ustedes. No puedo esperar a ver la maravilla en la que se convertirán), pensó con una sonrisa de emoción cerrando la puerta tras de sí.