Tarion se deslizó por los tejados como una sombra, ocultando su presencia con un hechizo de camuflaje. No podía permitirse fallar en su misión y poner en peligro a Calis, aunque su mente se distraía con otros pensamientos.
"Espero que Lissa no tenga problemas con ese sirviente, a pesar de su apariencia, si lo subestima podría llegar a herirla gravemente", murmuró para sí mismo con un suspiro. "Ah, no, eso no pasará, Lissa no es tan imprudente, probablemente debería preocuparme más por Eirys y que no cometa alguna estupidez que la ponga en una situación indeseable", decidió dejar de pensar en las posibilidades e intentar concentrarse en Calis.
Sus ojos se clavaron en el carruaje negro que se alejaba por el camino nevado. No podía permitir que se llevaran a su niña, sin pensarlo dos veces, se lanzó a una carrera desesperada, ignorando el frío que le calaba los huesos y el dolor que le atenazaba el pecho.
El carruaje había salido de los límites de la ciudad hacía rato y se adentraba poco a poco en el frondoso bosque nevado. Tarion sabía que si lo perdía de vista, nunca volvería a ver a Calis. Tenía que actuar rápido y arriesgarlo todo.
Aprovechó la ventaja de su agilidad y trepó por los árboles con destreza. Desde las alturas, podía ver mejor el carruaje y los guardias que lo custodiaban. Eran hombres armados con pistolas y espadas, mercenarios al servicio del duque.
Saltó de rama en rama hasta colocarse sobre el carruaje. Con un grito salvaje, se dejó caer sobre el techo del vehículo y lo golpeó con fuerza. Los guardias se sobresaltaron y apuntaron sus pistolas hacia él. Tarion no les dio tiempo a disparar y sacó un cuchillo de su bota.
Con un movimiento rápido y certero, lanzó el cuchillo al cuello del guardia más cercano, que se desplomó sin vida sobre el caballo que lo llevaba. El otro guardia logró disparar su pistola, pero Tarion esquivó la bala por poco y se abalanzó sobre él.
Lo arrancó del caballo y le clavó el puño en el pecho con tanta fuerza que le rompió las costillas. Luego cogió las riendas de los caballos y los detuvo en seco. Abrió la puerta del carruaje y miró dentro.
Allí estaba Calis, atada y amordazada, con los ojos llenos de terror. Se retorcía como una serpiente e intentaba decirle algo, pero solo emitía sonidos ahogados por la mordaza.
"¡Calis! ¿Estás bien? No te hicieron nada, ¿verdad? Es un alivio", exclamó Tarion mientras le quitaba la mordaza y la abrazaba con fuerza.
"Tarion… no… es una trampa…", susurró ella con voz débil.
"¿Qué? ¿Trampa?", al oírla abrió los ojos como platos, su cuerpo se tensó al darse cuenta de su error.
"¿El duque?", murmuró inconscientemente mirando dentro del carruaje. No había ni rastro de él. "Calis, ¿te contó su plan?", le preguntó, quien permanecía en sus brazos.
"¡Cuidado! ¡Atrás!", gritó Calis señalando hacia el bosque.
Antes de que Tarion lograra girarse, recibió un fuerte golpe en su cabeza y espalda, como si le hubieran aplastado contra un enorme pilar de piedra.
Con un abrazo desesperado, Tarion protegió a Calis del impacto que los lanzó por los aires. El árbol que se interpuso en su camino se partió como una cerilla ante la fuerza del choque. El sonido de la madera astillada y el metal retorcido se mezcló con el grito ahogado de dolor de los dos.
Tarion sintió que la sangre le brotaba de varias heridas y que el aliento se le escapaba de los pulmones. La oscuridad amenazaba con envolverlo, pero se resistió a perder el conocimiento. Con un esfuerzo sobrehumano, logró liberarse de los escombros que lo aprisionaban y miró a Calis, que yacía en sus brazos. Una profunda herida le surcaba la frente y le teñía el cabello negro de rojo.
"Calis… resiste… saldremos de esta… no es tan grave, esto debería bastar", balbuceó Tarion con voz ronca mientras sacaba dos frascos de su maletín. Le hizo beber uno a Calis y se tragó el otro. El líquido era amargo y ardiente.
"Tarion… lo siento… yo…", musitó Calis. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas al ver el estado en que se encontraban.
"No digas nada… todo va a estar bien… yo me encargo…", la tranquilizó mientras se quitaba su chaqueta y la arropaba junto al árbol. Le acarició el rostro con ternura y le sonrió.
Calis se aferró al abrigo y bajó la cabeza, temblando de frío y miedo. Tarion se puso en pie, ajustando su máscara. Se preparó para el combate, fijando su mirada en su nuevo enemigo, que no se había movido desde su último ataque. Solo los observaba de lejos con una expresión indiferente. Y justo detrás de él se encontraba el Duque.
"Así que al fin te dignas a mostrarte, Lannister", escupió Tarion con odio. "Y veo que has adquirido un nuevo perro guardián, no es de la organización, no lo reconozco, ¿Quién es?", preguntó acercándose lentamente a ambos.
"No te preocupes por él, Tarion, solo intervendrá si intentas algo estúpido", respondió el duque con una voz fría y arrogante. "Aparte de eso, me sorprende que el Gran Señor te haya dejado venir a robarme cuando pagué hasta la última moneda por esas niñas, ¿O es que te has rebelado contra los deseos de tu Señor?", preguntó entre risas. "¿Así que al final tus propios deseos son más importantes que el hombre que te salvó la vida? Pensé que habías cambiado desde que estabas bajo mi servicio, pero sigues siendo un traidor que muerde la mano que le da de comer", se mofó mirándolo con una gran sonrisa.
Tarion sintió que un fuego abrasador le quemaba las entrañas al escuchar las burlas del duque. Quería arrancarle la lengua y hacerle tragar su propia sangre, pero no podía permitirse perder la compostura y arriesgarse a morir, eso significaría el fin del juego para Calis y Eirys, debía ser fuerte por ellas.
"¿Qué? ¿Te has quedado mudo, Tarion?", se burló el duque. "Qué lástima que no pueda escuchar tus súplicas. No te servirá de nada hacerte el fuerte, porque no tienes ninguna posibilidad contra mí. Ni contra él", añadió señalando al guardián que lo acompañaba.
Tarion observó al silencioso guardián con recelo. Su cabello negro, como la noche sin estrellas, caía sobre sus hombros en mechones desordenados, con las puntas teñidas de un rojo sangre que contrastaba con su pálida piel. Sus ojos dorados, como dos monedas de oro malditas, brillaban con una luz malévola bajo una máscara negra que cubría el resto de su rostro como el bosal de un perro rabioso. Su cuerpo era delgado pero musculoso, y vestía un traje oscuro que resaltaba su elegancia y su porte. En su mano derecha sostenía un gran garrote de piedra con una empuñadura en forma de serpiente, que parecía estar viva y siseaba amenazadoramente.
"Tarion, ha sido un placer reencontrarte después de tanto tiempo, pero tengo asuntos más importantes que atender. Así que te propongo algo, ¿por qué no—",
Tarion no le dio tiempo a terminar. Respiró hondo el aire helado del norte y soltó un gruñido antes de lanzarse hacia el duque con el puño en alto.
Pero su ataque fue interceptado por el guardián, que se interpuso entre los dos y le asestó un golpe con su garrote. Tarion lo esquivó por poco y respondió con una patada que el guardián bloqueó con el brazo. Los dos se enfrascaron en un combate feroz, intercambiando golpes y esquivando los del otro.
El duque apenas si parpadeó de la impresión. Casi sintió como su alma se escapaba de su cuerpo. Su cuerpo se sacudió por la onda de choque y cayó al suelo de espaldas.
"¡Maldita sea! Aún no había terminado de hablar. Si lo que deseas es acelerar tu muerte, entonces que así sea", exclamó arrastrándose por el suelo hacía unos árboles cercanos.
Tarion lo ignoro y fijó su mirada en el guardián, el único que se interponía entre él y su ansiada meta. Era consciente de que se enfrentaba a un enemigo formidable. Pero eso solo aumentaba su excitación y su ansia de sangre. Podía oír el latido de su corazón, bombeando la sangre caliente por sus venas, incitándolo a darlo todo en el combate.
Sin vacilar, se lanzó hacia el guardián con un grito de guerra, dispuesto a despedazarlo con sus propias manos. El guardián lo recibió con su garrote de piedra en alto, que se transformó en un instante en un martillo gigantesco para aplastar a Tarion como si fuera un insecto. Este se lanzó al suelo y rodó por debajo del arma, sintiendo el viento del golpe rozar su cabeza. Se puso en pie de un salto y descargó un puñetazo lleno de maná al pecho del guardián.
El impacto fue tan brutal que el guardián salió disparado por los aires como una bala de cañón, arrasando los árboles a su paso. El golpe le sacó el aire de los pulmones y le hizo soltar un gruñido ahogado por su máscara.
La cara de Tarion se deformó en una sonrisa sádica. La adrenalina le inundaba el cuerpo, avivando su mente agresiva e impulsiva. Era la Primera Torre la personalidad dominante en ese momento. La Segunda Torre, relegada a su subconsciente, permanecía silenciosa, observando y analizando la situación, aguardando su turno con ansias.
El guardián se levantó con dificultad y se lanzó sobre Tarion con un grito salvaje, haciendo girar su arma sobre su cabeza como un torbellino. Su garrote se transformó en una lanza, buscando mayor alcance y precisión en sus ataques. Tarion se cruzó de brazos para bloquear el golpe, pero sintió un dolor punzante en su piel. Bajó la vista y vio unas marcas rojas que se extendían por sus venas. Era el efecto del veneno que le había inyectado la empuñadura de serpiente.
Tarion rugió de dolor, pero no se dejó intimidar. Con un movimiento rápido, agarró la lanza y tiró de ella, haciendo caer al guardián al suelo. Aprovechó la oportunidad para saltar sobre él y asestarle una lluvia de golpes con sus guanteletes en el rostro y el torso. El guardián trató de protegerse con sus manos, pero no pudo evitar que algunos golpes le rompieran las costillas. La sangre salía a borbotones de sus heridas y empapaba la máscara de Tarion, que se deleitaba con cada impacto.
El suelo temblaba y se resquebrajaba por la violencia del combate. La sangre salpicaba por doquier, tiñendo de rojo el blanco inmaculado de la nieve. Polvo se elevaba en el aire, formando una nube gris que ocultaba a los combatientes. Chispas saltaban de sus golpes.
En un último y desesperado esfuerzo por librarse, el guardián hizo crecer su garrote hasta convertirlo en una maza gigantesca, que golpeó a Tarion con una fuerza brutal. El golpe lo lanzó por los aires, haciéndolo girar como un muñeco de trapo. Cayó sobre unas rocas afiladas que le desgarraron la espalda. Un dolor insoportable le recorrió el cuerpo, su boca se llenó de un sabor metálico y escupió sangre. Su máscara se tiñó de rojo, dificultando su respiración.
El veneno le estaba consumiendo por dentro, debilitando su cuerpo y su mente. Tarion apretó los dientes. No podía permitirse perder esa batalla. Decidió usar su talento innato [Intercambio de Personalidades] para cambiar de estrategia.
Concentró su voluntad y dejó que la Segunda Torre tomara el control. Su rostro se volvió impasible y gélido, y sus gestos se hicieron ágiles y refinados.
Tarion extrajo de su maletín una poción de color verde oscuro y una pequeña esfera negra como el carbón. Se llevó el frasco a los labios y bebió el líquido de un solo trago, sintiendo cómo le quemaba la garganta y le aceleraba el pulso. Luego arrojó la esfera al suelo con fuerza, provocando que se estrellara con un ruido seco. De los fragmentos surgió una ilusión perfecta de él mismo, que se lanzó hacia el guardián. El guardián yacía en el suelo, con las piernas aplastadas por el peso de su propia arma. Tarion se había ocultado tras los árboles, esperando el momento oportuno para atacar. El guardián alzó su garrote con sus últimas fuerzas y golpeó a la ilusión, que se desvaneció en una nube de humo negro. Tarion aprovechó el momento de confusión y le lanzó una bola de fuego azul al guardián, que no pudo esquivarla a tiempo.
Las llamas devoraron al guardián, que se retorció en el suelo con un grito desgarrador. Tarion observó con satisfacción cómo su enemigo se consumía entre el fuego. Había ganado el duelo.
Tarion se plantó frente al guardián agonizante, cuyo cuerpo era un amasijo de carne chamuscada y cuyos harapos no ocultaban sus heridas sangrantes. El guardián jadeaba con esfuerzo, intentando aferrarse a la vida que se le escapaba. Tarion alzó su brazo para asestarle el golpe final, pero entonces un proyectil le perforó la mano. Un dolor punzante le invadió el brazo y la sangre tiñó sus guantes. Giró la cabeza hacia el origen del disparo y vio al Duque, que emergía de su escondrijo con una pistola humeante en su mano.
"Qué lástima, Tarion", se mofó el duque con una sonrisa cruel. "No permitiré que acabes con mi guardián. Me ha costado una fortuna adquirirlo y no pienso dejarlo morir tan fácilmente".
Tarion sintió un odio visceral al verlo. Ansiaba saltar sobre él y arrancarle la piel a tiras, hacerle sufrir cada segundo.
Pero antes de que pudiera moverse, el duque lo paralizó con un movimiento de su cabeza. "¡Ni se te ocurra Tarion! ¡Un paso en falso y le vuelo los sesos!", amenazó con una sonrisa triunfante, mostrándole lo que tenía en su mano. Era Calis.
La sujetaba del pelo con brutalidad, mientras ella lo miraba con terror y lágrimas en los ojos. Una cuerda mágica le ataba las manos y los pies, y un trapo sucio le tapaba la boca. El duque acarició su mejilla con el cañón del arma.
Tarion sintió una furia desbordante. Había estado tan concentrado que se había olvidado del duque, lo que lo hacía sentir más estúpido por haber descuidado algo tan vital como proteger a Calis. Pero aun así, no podía hacer nada. Él era capaz de matarla, sabía que no vacilaría en hacerlo si eso significaba someterlo a su voluntad. Lo tenía contra las cuerdas.
"¡Espera!, está bien, está bien, ¿qué quieres que haga?", preguntó sin moverse ni un milímetro, no podía arriesgarse.
El duque se relamió al ver a Tarion tan alterado, sabía que había tocado una fibra sensible en él. "Muy bien, Tarion, me gusta que seas razonable", dijo con una voz dulzona. "Lo que quiero es muy simple. Quiero que le entregues a mi guardián una de tus preciadas pociones doradas. Sé que las ocultas en algún lugar. Quiero que le devuelvas la vida".
Tarion se quedó paralizado al oír la demanda del duque. Aquellas pociones eran su tesoro más preciado, el único legado que le quedaba de su maestro. Había logrado salvarlas de las llamas cuando el duque había asaltado y saqueado su laboratorio, llevándose consigo sus creaciones. Eran el fruto de años de estudio y ensayo. No había podido reproducirlas durante todo ese tiempo. Las guardaba como un secreto, solo para casos extremos. Bajo otras circunstancias, preferiría arrojarlas al fuego antes que entregárselas a ese monstruo, pero la vida de Calis pesaba más que su orgullo.
"No tengo muchas", mintió Tarion. "Solo llevo una conmigo".
"Pues dámela ya", ordenó el duque. "Y date prisa".
Tarion no tuvo más opción que acceder. Se quitó la máscara con cuidado y sacó una de las pociones doradas. Era un líquido espeso y resplandeciente, capaz de curar cualquier herida o dolencia, e incluso aumentar la fuerza física y mágica de quien lo bebiera. Estaba diseñado para inyectarse directamente en la garganta mediante un mecanismo oculto en la máscara. Tarion extrajo la poción y se la arrojó al duque con desprecio.
El duque la atrapó al vuelo y soltó una carcajada triunfal.
"¡Muy bien, Tarion, muy bien! ¡Has sido muy inteligente!", exclamó el duque, mientras guardaba la poción en su chaqueta. "Ahora, trae el cadáver del guardián con cuidado y ponlo a mis pies".
Tarion obedeció con recelo, sin dejar de mirar a Calis. Arrastró el cadáver del guardián hasta el duque, que lo examinó con interés.
"Qué maravilla, qué maravilla", susurró el duque, mientras le forzaba la mandíbula al guardián y le hacía tragar la poción. "Esta poción obrará maravillas con él. Le devolverá la vida y la fuerza. Será mi arma más poderosa".
Tarion sintió un puñal en el corazón al ver cómo el duque desperdiciaba su poción en el guardián. Era como ver cómo quemaban su laboratorio de nuevo. Era como perder a sus pequeñas de nuevo.
El guardián empezó a toser y a jadear. Su piel se fue regenerando poco a poco, recuperando su color y su textura, como si nada hubiera pasado. Sus ojos se abrieron con una mezcla de sorpresa y dolor. Dirigió una mirada llena de odio a Tarion, que lo observaba con impotencia, y luego al duque, que le había salvado la vida.
El duque le lanzó un par de prendas al guardián con desprecio y se dirigió a Tarion con una sonrisa cruel. "Qué patético eres, Tarion. Has derrochado tus pociones en un ser que no vale nada para ti. Has desperdiciado tu oportunidad de vengarte de mí. Has perdido a esta chica, que pronto será mía también. Has perdido todo lo que te importaba".
Soltó una carcajada malévola y le plantó un beso en la mejilla a Calis, que se estremeció de asco. "Eres un desastre, Tarion. Un alquimista de pacotilla, un guerrero de risa, un amigo desleal. No mereces vivir, pero te dejaré agonizar un poco más. Te obligaré a ver cómo aniquilo todo lo que has querido. Te amarraré a una silla para que seas testigo de cómo me convierto en el señor de este mundo".
Tarion se consumía por una ira desbordante y una amargura corrosiva. Había estado tan cerca de lograr su objetivo, pero el duque se lo había arrebatado. Lo maldijo entre dientes, pero se contuvo, sabiendo que no podía hacer nada.
El duque seguía burlándose de él, disfrutando de cada momento, pero bajó la guardia por un instante y Calis lo aprovechó para clavar sus afiladas uñas en la mano del duque y morderle con fuerza hasta arrancarle un dedo.
"¡Maldición! ¡Puta desgraciada! ¡¿Qué te has creído?!", rugió de dolor al soltar a Calis, mientras el guardián acudía en su ayuda.
Tarion aprovechó el momento, y en un abrir y cerrar de ojos asestó un puñetazo brutal al guardián, destrozándole el pecho y lanzándolo por los aires como un muñeco de trapo. El impacto le había hecho añicos su guantelete y parte de la mano, pero no le importó. Tomó a Calis en brazos, y ella se aferró a él con fuerza, sollozando.
Acarició el cabello de la pequeña, sintiendo su corazón latir con fuerza por el terror que acababa de vivir. Una sonrisa se dibujó en sus labios al tenerla entre sus brazos. Pero pronto clavó su mirada en el duque, que estaba aplicando una gota de la poción dorada en su mano herida. Al instante, su dedo se regeneró.
"Maldita zorra. Has tenido suerte de que ese bastardo haya llegado para salvarte, si no… ¡Ja!, ¡ja! No sabes cuánto hubiera disfrutado contigo", escupió el duque con una mirada lasciva hacia Calis.
Calis lo miró con asco y miedo antes de refugiarse tras Tarion.
Él la abrazó con fuerza, protegiéndola de la vista del duque. Ya no podía contenerse más, ahora las cosas habían cambiado. Había recuperado el control, y eso le arrancó una sonrisa amplia y feroz, como la de un lobo listo para devorar al cordero.
Pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando una luz blanca deslumbrante lo cegó por completo. Junto al duque, un hombre alto y delgado había aparecido de la nada, vestido con un traje negro y una máscara blanca que ocultaba su rostro. Sus ojos eran gélidos y afilados, como cuchillas. Arrastraba con una mano al guardián, que jadeaba con dificultad.
"¿Quién eres tú?", inquirió Tarion con desconfianza.
"Nadie importante", contestó el hombre con voz apática. "Solo soy un sirviente más del duque. Respondo al nombre de Lázaro", se presentó con una leve reverencia.
Lázaro rodeó con su brazo al duque y lo alzó con facilidad.
Tarion iba a interrogarlo, pero una neblina negra los envolvió a los tres y empezó a devorarlos.
"¡¿Qué demonios haces?!", exclamó Tarion sin dar crédito a lo que veía.
"No te alarmes, no te haré daño", aseguró Lázaro. "Solo estoy llevando a mi amo y a su guardián a un lugar seguro",
El duque soltó una carcajada desafiante antes de desaparecer entre la nube de humo negro. "¡Qué ingenuo eres, Tarion! Has ganado esta batalla, pero has perdido la guerra. El gran señor no te perdonará por lo que has hecho. Su ira caerá sobre ti como una lluvia de fuego", le espetó con una mueca cruel mientras se desvanecía en el aire.
Tarion sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar esas palabras. Había logrado rescatar a Calis de las garras del duque, pero a qué precio. Había desobedecido las órdenes del gran señor, quien le había confiado una misión delicada y le había prestado la ayuda de Lissa, su mano derecha. Le había pedido que actuara con discreción y que no manchara el nombre de la organización. Pero él había fracasado estrepitosamente.
"¡Señor Tarion! ¡¿Está bien?!", La voz de Calis resonó en el aire helado mientras se abría paso entre la nieve con la chaqueta que le había prestado en sus brazos. Era una prenda enorme para su pequeño cuerpo y se arrastraba por el suelo, empapándose de nieve.
Mientras él se enfrentaba al duque, Calis había logrado escabullirse y recuperar el abrigo. Tarion la miró y suspiró aliviado. Al tener a sus pequeñas cerca, las tormentas que azotaban su mente se calmaron ante el cálido resplandor de su presencia. Ellas eran su luz en la oscuridad, y le recordaron una vez más el motivo por el que había decidido arriesgarlo todo. Todo fue para poder estar junto a ellas.
"Calis… ¿No tienes frío? Estás cubierta de nieve", le preguntó con preocupación. Le quitó los copos de nieve de la cabeza y le acarició el pelo con ternura. "Eres tan valiente, permanecer junto a Eirys te hizo bien".
Calis desvió la mirada al escucharlo. Se sentía avergonzada por haber sido una carga para Tarion y Eirys. Ellos habían luchado con todas sus fuerzas por salvarla y ella solo había sabido huir y esconderse.
"No soy valiente, señor Tarion. Soy una inútil, me falta mucho para ser como ustedes", murmuró Calis con voz quebrada.
Tarion la estrechó contra su pecho y extrajo dos piedras de su maletín. Eran piedras mágicas que podían almacenar el calor del fuego. Las activó con un chasquido de sus dedos y las deslizó en los bolsillos de su chaqueta, arropando a Calis con ella como una cálida manta.
"Shh… No digas eso. Eres una chica valiente y fuerte, cuando crezcas verás cómo superas a Eirys", le susurró Tarion al oído. "Apuesto que ella lo sabe y te admira",
Calis frotó las pequeñas lágrimas que se escapaban de sus ojos y asintió.
"Pero… ¿Y qué pasó con Eirys? Si usted está aquí, entonces eso quiere decir que ella está a salvo, ¿verdad?", preguntó Calis con ansiedad.
"¿Por qué piensas eso? ¿Crees que fui a rescatarla primero?", le preguntó Tarion con una sonrisa irónica. "No seas ingenua, Calis. Tú eres mi prioridad. Eirys puede cuidarse sola, es una chica bastante hábil y astuta. Además, apuesto que ella me mataría si hubiera ido a rescatarla primero y te hubiera abandonado", respondió mientras caminaba con ella en brazos, sus botas dejaban huellas en la nieve tiñéndola de rojo.
"Ya veo… Espero que Eirys esté bien, quiero verla otra vez, quiero estar a su lado", susurró Calis aferrándose al cuello de Tarion. Sus ojos comenzaban a cerrarse y se sentía agotada. El calor de las piedras y el abrazo de Tarion la envolvían como una suave cama. Se quedó dormida sin darse cuenta, soñando con volver abrazar a su hermana.
"Sí, yo también", respondió Tarion mirando al cielo. Rogaba que Lissa hubiera cumplido con su parte.
Tarion apretó el paso intentando no despertar a Calis de camino a la ciudad. Sabía que no podía bajar la guardia, debía llegar al punto de encuentro con Eirys y Lissa lo antes posible. Allí estarían a salvo, se enfrentaría al Gran Señor y aceptaría su destino de ser necesario. Pero ahora lo único que le importaba era reunir a las pequeñas, no podía permitir que fueran separadas de nuevo.
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Ito irrumpió en la taberna como una tormenta, haciendo vibrar los cristales con el estruendo de sus pasos. Su mirada se posó en el dueño del local, que estaba tras la barra, frotando unos vasos de vidrio con un trapo blanco. Sin molestarse en saludar a nadie, se dirigió hacia él y le susurró al oído, con voz baja pero firme. "Ey, viejo, ¿dónde están?", preguntó, refiriéndose a las personas que buscaba.
El viejo alzó la vista y lo observó con una mezcla de sorpresa y recelo. Sus ojos grises se estrecharon bajo unas cejas pobladas. "Están aquí", respondió con sequedad. "Llegaron hace unas horas y tomaron el cuarto del fondo. No se les veía muy contentos al enterarse de que no habías vuelto después de cumplir el encargo".
Ito sintió un latigazo de ira en el pecho. (¿Contentos? Claro que no. Estarán deseando que me haya muerto para quedarse con todo el dinero), pensó con amargura.
(Aileen quizás sea la única que se preocupe por mí), recordó las veces que ella le había salvado el pellejo, visión que fue rápidamente opacada por las incontables veces que le había hecho la vida imposible con sus bromas y burlas.
(Da igual, lo único que me importa es cobrar mi parte), se repitió a sí mismo, alejando cualquier sentimiento y concentrándose en su objetivo. Había cumplido su trabajo, había eliminado al objetivo que le habían asignado, pero se había encontrado con más problemas de los esperados. No iba a dejar que sus compañeros se aprovecharan de su esfuerzo. Había sido difícil conseguir ese trabajo y no iba a permitir que lo traicionaran, menos ahora que necesitaba el dinero para ayudar a Eirys.
"Te lo agradezco", murmuró Ito con un gesto frío, mientras clavaba sus ojos en el viejo.
El viejo se encogió de hombros con nerviosismo. Conocía la identidad de Ito y sus intenciones. También conocía el riesgo de entrometerse en sus asuntos. No podía negarse a darle la información que exigía. Después de todo, seguía formando parte del equipo.
Ito se apartó de la barra y se dirigió hacia el fondo del local, donde se hallaba la puerta del cuarto que albergaba a sus compañeros. Avanzó con paso seguro y determinado, sin mirar a nadie más. Al llegar frente a la puerta, respiró hondo y calmó su mente antes de girar el pomo.
Entró en la habitación de un tirón y gritó con los ojos cerrados. "¡He vuelto, cabrones! ¡Y quiero mi parte!",
Pero nadie le respondió. Confuso abrió los ojos. La habitación estaba sumergida en la oscuridad, la luz apagada y un silencio sepulcral reinaba dentro.
(Maldita sea, el viejo me engañó o se largaron al saber que venía… Qué hijos de puta…)
Pero sus maldiciones fueron interrumpidas por una sensación helada. Sintió una mano fina y delgada rozando su hombro.
"¡Mierda!",
En un instante, Ito se puso en guardia y activó su talento para defenderse del atacante.
Un chasquido húmedo y desagradable resonó en la habitación, como si una bolsa llena de agua se hubiera reventado. Un olor que le golpeó la nariz como un puñetazo invadió sus sentidos. Era un hedor rancio a sangre y carne putrefacta. Ito sintió una lluvia viscosa y nauseabunda que le empapó el pelo, el rostro y sus ropas. Se limpió la cara con el dorso de la mano, sintiendo una repugnancia que le revolvió el estómago. Aún a oscuras, sacó un viejo pergamino de su abrigo y lo activó con un gesto rápido. El pergamino se consumió en el aire, liberando una chispa que se transformó en una pequeña esfera luminosa sobre su palma.
La luz reveló el espectáculo dantesco que tenía delante. Ito contempló los restos del hombre que había matado sin querer.
Pero lo que había en el suelo no tenía nada de humano. Era un amasijo de carne y órganos esparcidos, como si alguien hubiera pasado una batidora por encima. (Maldita sea… ¿Y ahora quién limpia esto?), Ito se acercó con cautela a los restos, tapándose la nariz con el cuello de su abrigo. A pesar del hedor insoportable, tenía la esperanza de encontrar algo de valor entre las vísceras.
Pero antes de que pudiera hurgar en la sangre coagulada, algo le hizo retroceder.
"¡¿Qué mierda?! ¡Qué asco!", exclamó al ver cómo los restos empezaban a palpitar.
La carne y los órganos se agitaron como si tuvieran voluntad propia. La sangre se deslizó por el suelo hasta formar un charco alrededor del corazón, que latió con fuerza recuperando su color.
Ito observó la escena con una mezcla de horror y fascinación. Algo en su interior le resultaba extrañamente familiar.
"¿Aileen? Carajo, ¡casi me matas del susto!", exclamó al reconocer a la única persona que conocía con la capacidad de regenerarse de esa forma.
Frente a él, el cadáver se reconstruía lentamente, como si el tiempo se invirtiera. La cabeza fue lo primero en restaurarse por completo.
"¡Motoki! ¡Motoki! ¡Has vuelto! ¡Sabía que no estabas muerto!", chilló la cabeza con voz melosa mientras rodaba por el suelo con una gran sonrisa.
Motoki le dirigió una sonrisa forzada al verla, pero su estómago no soportó más y vomitó el alimento que Eirys le había regalado.
"¡Qué grosero!", se quejó Aileen con un adorable puchero. Ya había reconstruido su cuerpo y se acomodaba la cabeza en el cuello con ambas manos.
"Lo siento, no pude aguantar más. Había olvidado lo asqueroso que era el proceso. Toma, ponte esto", le dijo después de limpiarse la boca con el reverso de su mano. Se puso de pie y se quitó el abrigo ensangrentado para ofrecérselo.
Aileen lo aceptó con una sonrisa radiante y cubrió con el abrigo su pequeño y pálido cuerpo. "¡Gracias! ¡Siempre eres tan atento conmigo! ¡Por eso eres mi favorito!", le contestó, frotando sus mejillas con el suave pelaje del abrigo, como una gatita mimada. No le importaba lo húmedo y pegajoso que estaba.
Aileen formaba parte de los no muertos, descendiente de una raza maldita que había sido bendecida con dones sobrenaturales como la regeneración, la insensibilidad al dolor y la manipulación de la carne. Estos dones le conferían una ventaja sobre sus enemigos y le permitían moldear su cuerpo a su antojo, pero también le valían el desprecio y el miedo de las demás razas. Aileen era una necromante, una maestra de la muerte que sometía a los cadáveres y los convertía en sus sirvientes o sus armas. Su aspecto era el de una niña pequeña de piel cenicienta, cabellos dorados peinados en dos colas gemelas con forma de taladros y ojos áureos. Su rostro era redondo y dulce, con unos labios rosados que dibujaban una sonrisa angelical. Pero sus ojos centelleaban con una luz inquietante que delataba su curiosidad morbosa y su sadismo. Su cuerpo era delgado y frágil, contaba con diferentes cicatrices que surcaban todas sus extremidades, pero se movía con agilidad y gracia, como si fuera una bailarina macabra. Su único punto débil era su amor por Motoki, el único ser vivo que la había acogido con bondad y al que adoraba como a un hermano mayor.
"Ni lo menciones. ¿Y los demás?", preguntó Motoki, mirando la oscura habitación. Se giró con torpeza y se estrelló contra una fría y dura pared metálica. El golpe le rajó el labio y soltó una maldición al aire.
"¡Ahí está! ¡Señor Adgeva!", gritó Aileen al verlo, levanto su mano y lo saludó con entusiasmo. "¡Le dije que Motoki no había muerto! ¡He ganado la apuesta! ¡Ahora cárgame sobre tu cabeza!", le reclamó con euforia, saltando sobre sus pies.
"Qué suerte la mía", ironizó Motoki entre dientes.
Se pasó la mano por el labio y levantó la mirada para encontrarse con el dueño de la armadura. Era Adgeva, un autómata forjado para ser un guerrero implacable. Su cuerpo era una mezcla de metal mágico y cables que recordaba a las estructuras toscas de los golems, envuelto por una armadura que lo hacía invulnerable a cualquier arma. Su rostro era una máscara de metal, con un solo ojo descomunal que escrutaba con su luz amarilla todo lo que ocurría a su alrededor. Su voz era fría y mecánica, sin vestigio de humanidad alguna.
"Motoki, al fin regresas. Te estábamos esperando", dijo Adgeva.
"Adgeva, qué gusto verte. Veo que sigues tan implacable como siempre. ¿Cómo te encuentras? Sería una pena que te averiaras en alguna misión", le replicó Motoki con una sonrisa tensa.
"Estoy operativo. No he sufrido daños relevantes", afirmó, su ojo dorado parpadeaba al ritmo de sus palabras.
"Me alegra saberlo. ¿Y el jefe? ¿Dónde se encuentra?", inquirió Motoki ansioso.
"Está en la taberna. Te conduciré hasta él", respondió Adgeva con su voz metálica, agarrando a Motoki por el hombro con su brazo de metal.
"¿En la taberna? No lo vi al entrar. Qué curioso", replicó conteniendo el enfado en su voz.
(Ese bastardo se está ocultando de mí. Maldita sea… solo espero que mi parte siga intacta, debo volver con Eirys cuanto antes)
Motoki suspiró con resignación, dejándose arrastrar por Adgeva, mientras Aileen los seguía de cerca.
Atravesaron el pasillo y regresaron a la taberna, donde el viejo dueño limpiaba los vasos y copas con esmero sin mostrar ninguna emoción. Su mirada no se desvió de su tarea ni un instante, solo les dedicó un rápido vistazo y siguió como si nada.
Motoki escudriñó con su mirada el caos que reinaba en la taberna, buscando con desesperación a su jefe entre las caras ebrias y violentas que se cruzaban en su camino.
La taberna antes vacía y silenciosa era ahora un hervidero de voces, risas y golpes. El aire era una nube tóxica de alcohol y sudor. El ruido de las conversaciones y las peleas le taladraba los oídos. ¿Dónde demonios se habría escondido ese maldito? ¿Habría aprovechado todo aquel alboroto para escapar sin pagarle?
Adgeva se abría paso entre la multitud con su imponente figura, arrastrando a Motoki como un saco de papas. Aileen los seguía de cerca, parecía divertirse con la situación, sonreía y saludaba a algunos conocidos como si estuviera en una fiesta.
Finalmente, llegaron a una puerta trasera custodiada por dos matones armados con cuchillos. Adgeva les hizo una seña y ellos les abrieron el paso.
"¿Quién es?", se oyó una voz ronca desde dentro.
"Adgeva. Traigo a Motoki", respondió.
"Adelante", concedió la voz.
Adgeva abrió la puerta de un empujón y arrastró a Motoki al interior. Aileen los siguió y cerró la puerta tras de sí.
La vela que se consumía sobre la mesa redonda era la única fuente de luz en la habitación lúgubre. Sobre la mesa había una botella de vino, dos copas manchadas y un mapa lleno de marcas. El jefe se sentaba tras la mesa. Era un hombre de porte feroz con el pelo negro atado en una coleta y la barba descuidada. Una cicatriz le cruzaba la mejilla izquierda y sus ojos verdes brillaban con astucia. Vestía una armadura ligera de cuero negro y una espada en su funda colgaba de su silla.
Aileen y Adgeva se habían acomodado en un rincón del cuarto. Esperaban a que terminara el inevitable enfrentamiento entre Motoki y su jefe. Aileen se acurrucó sobre la cabeza de Adgeva con una sonrisa triunfal, reclamando su derecho por ganar la apuesta. Sus pies se balanceaban con alegría, mientras observaba la escena con curiosidad.
Motoki avanzó hacia la mesa con enfado. Arrastraba los pies y apretaba los puños desde que había entrado en la habitación. Su rostro reflejaba su frustración y su rabia. Sus ojos se encontraron con los de su jefe, que lo miraba con una sonrisa burlona.
"¡Motoki, por fin has vuelto!", exclamó el jefe con falsa alegria. "¡Qué bueno verte en una sola pieza! ¿Qué tal te ha ido?".
"¿Qué tal me fue?", repitió Motoki incrédulo. "Me tendieron una emboscada, me acribillaron a balazos y un loco destrozó mi casa. ¿Qué diablos hiciste?",
"Tranquilo, tranquilo", dijo el jefe con calma, llenando una copa de vino. "No te alteres. Todo tiene una explicación",
"¿Una explicación? ¿Qué explicación puede haber para que me vendieras al enemigo?", acusó Motoki.
"¿Venderte? No digas tonterías", negó el jefe sorbiendo su copa. "Yo nunca haría eso, recuerda que fui yo quien te acogió bajo mi ala cuando eras solo un niño huérfano y hambriento. Te di un hogar, un trabajo y una familia. Así que cuida tu lengua antes de hablar… Motoki".
La voz del jefe se endureció al pronunciar el nombre de Motoki, como si fuera una amenaza velada.
Motoki sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Era cierto que el jefe le había dado todo lo que tenía, pero también era cierto que esta no era la primera vez que le engañaba o lo mandaba a misiones suicidas, y dudaba que esta fuera la última. No podía perdonarle eso, pero ahora tenía otras prioridades.
"No me vengas con sentimentalismos baratos", espetó Motoki con desdén. "Sé perfectamente lo que hiciste. ¿Enviarme a asesinar a ese hombre?, seguro que ahora duermes más plácidamente sabiendo que ya no sera una piedra en tu zapato, y me da igual. Ya no es mi problema", hizo una pausa y respiró hondo para calmarse. "Mira, solo dame lo que me corresponde y nos habremos despedido".
La mirada de desprecio de Motoki se clavó en los ojos del jefe, que le devolvió una sonrisa burlona. Durante unos segundos, el silencio se hizo en el cuarto, solo interrumpido por el crujir de la madera del fuego. Entonces, el jefe estalló en una carcajada que resonó en las paredes.
Se secó las lágrimas de los ojos y se puso de pie. Caminó hacia Motoki y le extendió la mano.
"Vamos, Motoki, no seas tan duro. Eres como un hijo para mí. Solo era una broma, amigo. Un error, nada más. Toma tu parte como acordamos, e intenta no gastarla toda en algún burdel", dijó dándole una palmadita en el hombro.
Motoki sentía la sangre arder en sus venas y una furia ciega le invadía el cuerpo. La repugnante actitud del jefe le revolvía el estómago. Quería cortarle la cabeza de un tajo, pero sabía que sería una pérdida de tiempo. Lo único que le importaba ahora era volver con Eirys.
Examinó el saco de monedas que el jefe le había entregado. Un brillo metálico se reflejó en sus ojos. Hizo un recuento rápido del pago y comprobó que no faltaba nada.
Motoki cerró la bolsa con un suspiro de alivio y la aseguró a su cinturón. Se levantó y se dirigió hacia sus compañeros.
"¿Hemos terminado entonces?", preguntó el jefe con voz áspera. "Ahora vayan y diviértanse, mañana hay trabajo que hacer. Quiero verlos a los tres aquí cuando el sol se ponga. ¿Bien? Pues todos a sus casas", ordenó mientras tomaba su espada y su botella de vino a medio beber.
Motoki se limitó a asentir con indiferencia, mientras que Aileen lo hizo con pesar. Adgeva se incorporó y bajó a Aileen de su cabeza con cuidado, dejándola en el suelo.
El jefe se dirigió a la puerta con una sonrisa satisfecha, pero antes de girar el pomo de la puerta, esta se abrió violentamente con un estruendo.
"¡Oye! ¡Weld! ¡Mira lo que encontré husmeando por aquí!", exclamó una hermosa mujer de cuernos blancos al irrumpir en la habitación con una sonrisa maliciosa. Su generoso escote se balanceaba al compás de sus pasos.
Motoki se estremeció al verla. Se trataba de Lillia, una íntima amiga del jefe y una asesina implacable, que rara vez se dejaba ver. En su mano izquierda llevaba a rastras a una chica pequeña, inconsciente. Al fijarse mejor, Motoki la reconoció al instante. Era Eirys.
"¿Qué has hecho ahora, Lillia?", inquirió el jefe con voz severa.
"La he capturado, ¿no es obvio?", contestó Lillia con fingida inocencia alzando la mano para mostrarle la pequeña al jefe, a la que sujetaba con fuerza del brazo.
"¿Qué planeas hacer con ella?", preguntó Motoki alterado, sintiendo cómo el sudor le empapaba el rostro.
"Eso no te incumbe, Motoki", replicó el jefe con frialdad. "Tú solo ocúpate de cumplir tu trabajo. Mañana tenemos una misión importante y no quiero distracciones".
"¡Vaya! ¡Motoki! ¡Estás vivo! ¡Creí que te habías muerto!", exclamó Lillia al verlo.
Dejó caer a la niña y se lanzó sobre Motoki, abrazándolo por el cuello con sus brazos. Sus senos se presionaron contra su pecho y sus labios rozaron su oído.
"Dime… Motoki… ¿Sobreviviste porque ansiabas volver a verme?", susurró con voz seductora. "¿No te apetece jugar un poco conmigo después de rozar la muerte? Sería una lástima que te marcharas al otro mundo sin haber conocido el verdadero placer".
Las mejillas de Motoki se tiñeron de rojo al notar el aliento cálido de Lillia en su cuello, y aunque sabía que este tipo de insinuaciones eran habituales en ella, pues era una súcubo, no pudo evitar ruborizarse. Trató de apartarla, pero ella se aferró a él con más fuerza. Aileen observó la escena con asombro y Adgeva con curiosidad.
"Lillia, déjalo ya", gruñó el jefe con impaciencia. "No estoy de humor para tus juegos. Dime para qué me traes a esta niña".
Lillia hizo un puchero y soltó a Motoki, que se alejó de ella lo más que pudo. Luego se acercó a la niña inconsciente y la levantó del suelo con desdén.
"Esta chiquilla es una beastfolk, una de esas criaturas que viven fuera de las murallas. La vi merodeando en la taberna y pensé que sería un buen regalo para ti, Weld. Quizás puedas sacarle alguna información útil o divertirte un poco con ella", explicó Lillia con indiferencia encogiéndose de hombros.
Motoki se horrorizó al oír sus palabras. No podía creer que Eirys lo hubiera seguido hasta allí, y que ahora terminara en esta situación era en parte su culpa.
"¿Qué quieres decir con divertirte?", preguntó Aileen con curiosidad.
"Ya sabes, lo que hacen los hombres y las mujeres cuando están solos", respondió Lillia guiñandole un ojo.
"¿Te refieres a…?", Aileen se quedó pensativa.
"Sí, a eso", confirmó Lillia.
"¡Qué asco!", exclamó Aileen haciendo una mueca.
"¡Qué interesante!", comentó Adgeva, su ojo brillaba intensamente.
Motoki sintió que su corazón se aceleraba y su sangre hervía. No podía quedarse de brazos cruzados mientras Lillia amenazaba a Eirys. Sin pensarlo dos veces, se interpuso entre ellos y enfrentó a Lillia.
"¡Detente! ¡Esa beastfolk es mi amiga! ¡La conozco!", gritó Motoki con voz desafiante.
Todos se volvieron a mirarlo con asombro. El jefe arqueó una ceja y Lillia soltó una carcajada.
"¿Así que la conoces? ¿Y cuál es su nombre? Espera, déjame adivinar. Se llama Eirys, ¿verdad? Vaya, Motoki, no sabía que tenías esa clase de fetiches. ¿Te atraen las beastfolk? ¿Acaso ya has probado alguna?", se burló Lillia.
Motoki sintió una punzada de ira que le quemaba el pecho y cerró los puños.
"¡No digas estupideces! ¡Ella es una buena chica y bastante fuerte! ¡Estoy seguro de que nos será más útil si la recibimos como una miembro más del equipo!", exclamó Motoki.
"¿Hacerla parte del equipo?", Lillia sonrió perversamente y repitió. "Eso suena como una idea muy interesante. ¿Pero sabes lo que descubrí tras consultar a algunos amigos, Motoki? Que esta beastfolk es de una raza muy rara y codiciada. Podríamos venderla por una fortuna en el mercado negro".
"¿Venderla?", se alarmó Motoki. "¡No puedes hacer eso! ¡No es mercancía!".
"Por supuesto que sí", aseguró Lillia con una sonrisa triunfal. "Fíjate bien. Su piel es como un lienzo en blanco. Eso significa que no pertenece a ninguna facción ni casa del reino. Es una bestia sin dueño en perfectas condiciones, libre para ser cazada y vendida. Y yo la he cazado".
"Venderla suena tentador", intervino el jefe con interés, recorriendo con la mirada el cuerpo de Eirys. "¿Pero ¿qué la diferencia de todas esas bestias que los nobles coleccionan? No le veo nada especial, solo es un cachorro pulgoso más".
"¿Aún no lo entiendes Weld? La edad te está nublando la vista. Las beastfolk se marcan con tatuajes o cicatrices para mostrar su pertenencia a un grupo. Es una forma de identidad y protección. Pero esta niña no tiene ninguna marca. Y, lo que es más, nadie la ha tocado aún. Su piel está limpia y su pureza intacta. ¿Te das cuenta de lo difícil que es encontrar una así en estos tiempos? No solo hay que arriesgarse a salir de las murallas para cazar beastfolks, sino que además hay que dar con una de una raza tan extraña, virgen y joven. Es un milagro que la haya encontrado por aquí. Quizá sea una huérfana o una exiliada. O quizá sea una mestiza, fruto de la unión entre una beastfolk y un humano. ¿Ahora comprendes el valor que tiene esta 'pulgosa'?", le explicó Lillia.
"Ya veo… ¿Una mestiza, dices?", se asombró el jefe.
"Así es. A veces sucede que las beastfolk se unen con los humanos, por voluntad propia o por la fuerza. El resultado suele ser un híbrido estéril y despreciado por ambas razas. Pero a veces, muy de vez en cuando, el híbrido es fértil y posee talentos extraordinarios. Esta niña podría ser una de esas. Puedo someterla a algunas pruebas para confirmarlo", propuso Lillia pasando su lengua por la mejilla de la pequeña.
"Vaya, vaya. Pareces saber mucho del tema. No es la primera vez que tratas con beastfolks, ¿verdad? ¿De dónde sacaste toda esa información?", inquirió el jefe con recelo.
Lillia se encogió de hombros y sonrió.
"Tengo mis contactos", respondió enigmáticamente.
Motoki no podía creer lo que escuchaba. ¿Eirys era una mestiza? ¿Y qué más daba eso? Sentía un vínculo con ella y no iba a dejar que la trataran como una mercancía.
"¡No me importa lo que sea! ¡Déjala! ¡No quiero luchar contigo, Lillia, pero me dejas sin opciones!", exclamó Motoki con determinación.
Lillia estalló en una carcajada y le lanzó una mirada despectiva.
"Qué tierno, Motoki. ¿Por qué no me dices cosas así a mí también?", se mofó Lillia.
"¡Ya basta! ¡Cállense los dos!", rugió el jefe interponiéndose entre ellos, no le convenía perder a dos de sus mejores recursos por una mocosa. "Ya lo he decidido, la chica se queda. Lillia, entrégasela a Motoki y que él se haga cargo de ella, si resulta ser un estorbo entonces la vendemos, así de simple. ¿Todos de acuerdo?".
Lillia apretó los dientes y soltó un resoplido.
"Está bien, está bien. Pero que quede claro que yo la encontré primero. Si alguien quiere comprarla o usarla, yo me llevaré la mayor parte de las ganancias", exigió Lillia.
Aileen levantó la mano con entusiasmo y asintió con una sonrisa radiante.
"¡Me parece genial! ¡Estoy de acuerdo con el plan! ¡Así podremos tener una nueva amiga y vivir aventuras juntas!".
Adgeva se encogió de hombros con indiferencia, su ojo se tornó de un verde intenso y levantó el pulgar.
"Interesante. Apruebo la propuesta. Me intriga el potencial de esta beastfolk. La oportunidad de estudiarla no será desaprovechada", afirmó Adgeva con voz fría observando a Eirys con curiosidad.
Motoki soltó un suspiro de alivio y le dedicó una sonrisa llena de gratitud.
"Gracias, jefe. Gracias por darle una oportunidad a Eirys. No se arrepentirá, se lo juro".
El jefe le devolvió la sonrisa con frialdad y le tendió la mano.
"De nada, Motoki. Pero recuerda que esto es un favor personal. Si esa bestfolk causa algún problema o se vuelve una carga, no tendré piedad con ella. Y tú pagarás por sus errores", advirtió el jefe.
Motoki asintió con firmeza y le estrechó la mano.
"Lo sé, jefe. No se preocupe, Eirys será una gran aportación al equipo. Se lo demostraré"
Lillia soltó a Eirys y se la entregó a Motoki con desdén.
"Toma, aquí tienes a tu novia peluda. Disfrútala mientras puedas, porque puede que no dure mucho", dijo Lillia con una amplia sonrisa.
Motoki la cargó en brazos y la acurrucó contra su pecho. La niña temblaba de frío y tenía el rostro palido. Sus jadeos eran débiles y entrecortados. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y magulladuras, y su pelo sucio y enredado. Motoki sintió un nudo en la garganta al verla así.
"Eirys… Eirys… ¿Me escuchas? Soy yo, Ito. Estoy aquí contigo. No te preocupes, ya estás a salvo", le susurró al oído.
Pero Eirys no reaccionaba, y Motoki comenzaba a desesperarse.
"Tranquilízate, no ha sido nada grave, mis manos son delicadas, no soy un monstruo, solo la adormecí un poco con mis esporas", se justificó Lillia, se bajó el escote un poco, dejando escapar un aroma dulce y embriagador que le hacía cosquillas en la nariz.
Motoki no se creía sus palabras, pero no tenía más remedio que confiar en que Eirys se recuperaría pronto. "Te lo agradezco, has sido muy comprensiva al aceptar el trato sin poner pegas", dijo con una profunda reverencia.
"¿Generosa yo? No me hagas reír. No soporto tu hipocresía, me dan ganas de vomitar. Prefiero que seas el chico malo que eres en realidad, así me divierto más", le espetó Lillia con una mueca de asco, despidiéndose de Weld y los demás con un gesto de la mano antes de perderse entre la multitud del bar.
Motoki esbozó una débil sonrisa, sintiendo un peso menos sobre su pecho. (Por poco tengo que usar mi talento contra ella, probablemente habríamos acabado en un empate. Los dos muertos en el suelo como mucho)
Sacudió su cabeza para alejar ese horrible pensamiento, y se dispusó a salir de la habitación con Eirys en brazos.
Pero antes de que pudiera alcanzar la puerta, alguien le tiró de la camisa.
"¡Motoki!, No te vayas sin esto… Me encantaría quedármelo, pero es el único abrigo que tienes, y no quiero que te mueras de frío por ahí. ¡Cuídate!", le dijo Aileen devolviéndole su peludo abrigo con una sonrisa, luciendo un bonito vestido rojo de una sola pieza que Adgeva le había regalado.
"Gracias, casi lo olvido. Te prometo que te conseguiré uno igual cuando salga de este agujero", le respondió recibiendo el abrigo, y con una sonrisa le revolvió el cabello con cariño.
Con un gesto de la mano, se despidió de Adgeva y Aileen. Salió de la taberna con paso firme, sosteniendo la bolsa que contenía el fruto de su trabajo. Por suerte, el jefe había cumplido su palabra y le había dado todo lo que le correspondía por su ardua labor. Con cautela, volvió a contar el dinero en su bolsa: quince monedas de plata y dos de oro. Era una fortuna para alguien como él y debía gastarla con prudencia, pues ignoraba cuándo volvería a recibir un pago tan generoso.
Motoki evitaba las miradas hostiles y los alaridos de los habitantes nocturnos mientras se abría paso por las calles oscuras y mugrientas de la ciudad. Necesitaba encontrar un refugio donde pasar la noche, pero la mayoría de los establecimientos estuvieron cerrados o repletos de gente indeseable. Motoki procuraba no llamar la atención, pues gracias a Lillia ahora era consciente de que una beastfolk joven como Eirys era un bocado apetecible para muchos. Por eso la envolvió con su abrigo, ocultando su cuerpo, sus orejas y la gran y esponjosa cola que poseía.
Al fin, encontró una posada humilde y discreta, con un cartel que rezaba La estrella fugaz. Entró a la posada, su interior era sencillo y acogedor, con algunas mesas de madera, una chimenea y unas escaleras que llevaban a las habitaciones. Motoki sintió un alivio al ver que no había mucha gente en el lugar. Solo algunos viajeros solitarios o parejas que buscaban intimidad.
Se dirigió al mostrador, donde un hombre viejo y calvo les atendió con desinterés. El hombre tenía una cicatriz en la mejilla izquierda y una mirada cansada.
"Buenas noches, señor. ¿Qué desea?", preguntó el hombre con voz ronca.
"Una habitación para dos, por favor. Con una cama grande y limpia", respondió Motoki.
El hombre alzó una ceja y lo examinó con la mirada de arriba a abajo. Luego bajó la vista y se fijó en Eirys mirandola con curiosidad y recelo.
"¿Y esa niña? ¿Es su hija?", inquirió el hombre.
Motoki asintió rápidamente.
"Sí, sí, es mi hija. Está enferma, necesita descansar", mintió sin vacilar.
El hombre frunció el ceño y le dio un precio.
"Son dos monedas de plata por noche. La comida va aparte. Y no quiero problemas, ¿me oye? Las paredes son de papel, así que procure no hacer ruido", advirtió el posadero.
Motoki asintió y le pagó al posadero. El hombre le dio una llave oxidada y le señaló el número de su habitación.
"Está en el segundo piso, al fondo del pasillo. Que duerma bien", dijo el posadero volviendo a su tarea.
Motoki cogió la llave y subió las escaleras con Eirys en brazos. Alcanzó su habitación, la última del pasillo. Empujó la puerta con cuidado, que se resistió con un chirrido. Entró y cerró la puerta tras de sí.
La habitación era pequeña y lúgubre, apenas iluminado por una vela que se consumía sobre una mesa. Una cama destartalada, una silla de madera y un armario vacío eran los únicos muebles. El suelo crujía bajo sus pies, lleno de polvo y telarañas. El aire era pesado y rancio, con un olor a humedad y moho. Motoki se sintió decepcionado, pero se recordó que no podía permitirse nada mejor con el dinero que le quedaba.
Acostó a Eirys en la cama y le quitó el abrigo sucio que le había puesto. La arropó con las cobijas después de sacudirlas para quitarles la suciedad y el polvo.
Eirys permanecía inconsciente, ajena al mundo que la rodeaba. Motoki observó con atención su pálido rostro y sus labios entreabiertos. Le pareció ver una leve sonrisa en ellos, como si estuviera soñando con algo agradable. Su pecho se elevaba y bajaba con buen ritmo, indicando que su respiración se había estabilizado y que su cuerpo se estaba recuperando poco a poco. Motoki sintió un alivio mezclado con curiosidad. ¿Qué habría pasado por la mente de Eirys para hacerla sonreír así?
Se apartó de la cama y se dirigió a la mesa. Abrió su bolsa de cuero y vació su contenido sobre ella. Con un hábil movimiento de dedos, las contó una por una, mientras calculaba mentalmente cuánto le quedaba después de pagar la posada y la comida para mañana. Pensó en si debía comprar algo más para Eirys, como armas o una cota de malla. Quizás también algún dulce, para que se alegrara el día que despertara.
Guardó el dinero en la bolsa y la aseguró a su cinturón. Luego se quitó la ropa sucia y el poco equipamiento que llevaba y lo tiró a un rincón. Se puso una camisa blanca y unos pantalones de tela negros que había lavado hace un tiempo. Se sentó en una silla junto a la ventana y miró al exterior. La luna llena iluminaba el cielo nocturno, salpicado de estrellas. El silencio reinaba en las calles, solo interrumpido por el ocasional ladrido de un perro o el grito de algún borracho.
Motoki suspiró y se pasó una mano por el pelo. Se sentía agotado y confuso. No entendía por qué se había involucrado tanto con Eirys, ni por qué se había empeñado tanto en ayudarla. Solo sabía que algo en su interior le había empujado a hacerlo, a protegerla de aquellos que querían hacerle daño. Tal vez era porque la veía como una víctima inocente, como él mismo lo había sido en el pasado. O quizá era porque sentía una extraña afinidad con ella, algo en su mirada y su forma de ser le recordaba a alguien importante para él.
Sacudió la cabeza y trató de olvidar esos pensamientos. No tenía sentido preocuparse por esas cosas ahora. Lo único que importaba era mantenerla a salvo y cuidar de ella hasta que recobrara el conocimiento. Cuando eso ocurriera, podría averiguar más sobre ella, sobre su pasado. Tal vez entonces podría decidir qué hacer con ella.
Se levantó y se acercó a la cama. Se arrodilló junto a Eirys y le tomó la mano. La sintió fría y débil, pero también notó un leve pulso en su muñeca. Le sonrió con ternura y, sin darse cuenta, se quedó dormido.
Esa noche Motoki tuvo un sueño muy especial, uno que le permitió revivir viejos recuerdos que había ocultado en lo más profundo de su ser por demasiado tiempo.