La sala ceremonial estaba iluminada con luces tenues y velas que creaban un ambiente sombrío y misterioso. Las paredes estaban decoradas con trofeos de caza, armas antiguas y retratos de antiguos líderes de la organización. En el centro se alzaba un gran escenario adornado con esmero, cubierto por un telón rojo que guardaba el secreto más ansiado de la noche.
Tarion conocía el misterio que se ocultaba tras ese telón. Sus pequeñas estaban ahí, esperando ser mostradas ante la multitud ávida de sangre y diversión. Pronto afrontarían una prueba brutal que mediría su poder y su estatus ante los ojos de los más poderosos e influyentes del reino.
Experimentaba una mezcla de orgullo, ansiedad y temor. Se enorgullecía de haber hallado a esas dos joyas que habían captado su interés desde el primer instante en que las vio. Ansiaba verlas en acción y demostrar que eran merecedoras de su protección. Temía por lo que pudiera ocurrirles si alguien intentaba quitárselas o lastimarlas.
Mientras se acercaba al escenario, oía algunos fragmentos de las conversaciones de los invitados.
"¿Qué crees que nos tienen preparado este año?", preguntó una voz femenina con curiosidad y expectación.
"No lo sé, pero espero que sea algo espectacular. El año pasado me aburrí mucho con ese duelo entre dos magos mediocres", respondió una voz masculina con desdén y bostezo.
"Yo también. Ojalá nos sorprendan con algo nuevo y diferente. Algo que nos haga vibrar", dijo la voz femenina con excitación y un brillo en los ojos.
"¿Has oído hablar de las dos bestias que van a presentar hoy?", preguntó una voz grave con interés y un tono de admiración.
"Sí, dicen que son unas niñas con un poder increíble. Que pueden crear o destruir lo que quieran con solo pensarlo. Eso las convierte en unas presas muy apetecibles", respondió otra voz grave con admiración y un toque de codicia.
"¿De dónde las habrán sacado? ¿Quién las habrá entrenado?", preguntó la primera voz con curiosidad y un poco de envidia.
"No lo sé, pero me gustaría averiguarlo. Quizás podamos hacerles una oferta al Gran Señor", sugirió la segunda voz con codicia y una sonrisa maliciosa.
"Esta subasta ya está perdida, este año hay muchas más cabezas de casas nobles del reino. Se van a llevar todo y solo dejarán las sobras para nosotros", dijo a nadie en particular una tercera voz en estado de ebriedad.
Tarion llegó a su mesa, situada en una plataforma elevada junto al Gran Señor. Desde allí podía contemplar todo el escenario y a los invitados que abarrotaban la sala. Eran los miembros más influyentes y poderosos de la organización, así como algunos aliados y socios. Todos vestían con elegancia y ostentación, portaban máscaras doradas de diferentes animales que ocultaban sus expresiones y rostros, pero sabía que detrás de esas máscaras se escondían las peores intenciones.
Y sin más dilación, las luces se apagaron y el espectáculo comenzó.
La oscuridad se adueñó del lugar. Solo se percibían los murmullos y el destello de las copas de cristal reflejadas por las tenues velas de los candelabros hasta que el telón se abrió y de allí surgió una elegante figura.
"¡Damas y caballeros! ¡Bienvenidos a la ceremonia más esperada del año! ¡Yo soy Markus, el Alfil! ¡Y seré su anfitrión en esta noche de maravillas!", exclamó con voz potente y clara, mientras hacía una reverencia.
"Como ya sabrán, cada cierto tiempo celebramos este evento para mostrarles las últimas novedades en sirvientes de combate personales. Para demostrarles nuestro valor y nuestro poder. Para divertirnos y disfrutar. Pero este año les tenemos reservado un plato fuerte, algo especial solo para ustedes. Algo que nunca han visto ni verán en otro lugar. Algo que los dejará sin palabras", prosiguió, mientras levantaba el bastón y señalaba hacia el fondo del escenario.
"Les presento a las dos bestias más extraordinarias que habitan en este mundo. Dos niñas que podrían acabar con un ejército entero con solo pensarlo. Dos niñas que son la obra maestra de nuestro más brillante investigador, Tarion", presentó bajando el bastón haciendo una pausa dramática.
"¡Les presento a las Reinas!", exclamó mientras dos focos se encendían y revelaban a las dos protagonistas.
Tarion sintió un nudo en la garganta al verlas. Ahí estaban sus pequeñas, encerradas en una jaula electrificada que emitía chispas y zumbidos. Vestidas y hermosamente arregladas con dos bonitos vestidos que contrastaban con su triste realidad, expuestas como trofeos ante una multitud de monstruos que las miraban con codicia y crueldad. Allí Eirys gruñía a todos los presentes como una leona protegiendo a su cachorro mientras Calis se escondía detrás de ella.
"Como pueden observar, son dos pequeñas niñas, pero no se dejen engañar por su adorable apariencia. Estas dos son unas fieras cuando la situación lo amerita. Son las dos recientes creaciones del grandioso señor Tarion, y para darles una demostración de su poder tenemos una sorpresa preparada", dijo enigmáticamente antes de presionar el botón de su bastón.
Al presionar el botón, Markus abrió las puertas del infierno en el escenario. De unas compuertas ocultas surgieron una docena de goblins armados hasta los dientes. Los goblins eran unos engendros verdes y pequeños, con orejas puntiagudas y dientes afilados. Eran débiles individualmente, pero peligrosos en grupo. Su objetivo era atacar a las niñas y probar su resistencia.
El público se estremeció al ver entrar a los goblins por la compuerta metálica. Algunos se inclinaron sobre la barandilla que separaba las mesas del escenario, curiosos por ver qué harían las dos niñas. Otros sintieron un leve remordimiento por las pequeñas, pero pronto lo ahogaron con el ansia de presenciar una carnicería. Algunos incluso sacaron sus monedas y empezaron a hacer apuestas sobre el desenlace del combate.
"¿Qué opinas? ¿Las crías lograrán sobrevivir?", preguntó una dama con un vestido verde esmeralda que se abanicaba con nerviosismo.
"No lo creo, ni lo espero. Quiero ver cómo las despedazan y las hacen suplicar por sus vidas", respondió un caballero con un traje negro que se relamía los labios con lascivia.
"Yo creo que las crías tienen alguna ventaja. Parecen ser beastfolk, quizás tengan alguna habilidad especial", opinó otro caballero con un sombrero de copa que se rascaba la barbilla.
"Bah, no seas ingenuo. Los goblins son más numerosos y tienen armas. Esas chicas no tienen ninguna posibilidad", replicó otro caballero con una cicatriz que se cruzaba de brazos.
Las niñas no se inmutaron ante la aparición de los goblins. Eirys tomó a Calis de la mano y la arrastró hacia el centro de la celda. Allí se pusieron en posición de combate, dispuestas a luchar contra todos. Eirys chasqueó la lengua aburrida.
"¿Esto es todo lo que tienen? ¿Unos goblins raquíticos? Esperaba algo más interesante", escupió con desdén y desafío.
"Eirys… ¿Estás lista?", preguntó Calis con voz nerviosa.
"Por supuesto. No te asustes, yo me ocuparé de todo. Solo confía en mí. Y sigamos tu plan", le respondió con una sonrisa confiada.
Los goblins se abalanzaron sobre ellas como bestias rabiosas. Sus dientes afilados y sus garras sucias buscaban desgarrar su carne y hacerlas gritar. Pero las niñas no eran presas fáciles.
Eirys agarró a Calis por la cintura y la lanzó por los aires con un impulso sobrehumano. Calis se elevó sobre las cabezas de los goblins y aprovechó para examinar el lugar, divisó una compuerta abierta en la pared opuesta, por donde habían entrado los goblins. Supuso que ahí estaría el pasadizo secreto que buscaban. Se lo señaló a Eirys con un gesto y se preparó para caer.
Eirys se enfrentó a la horda de goblins que la rodeaban con una sonrisa desafiante. No sentía miedo ante esas bestias asquerosas y deformes. Con un movimiento rápido, le cortó la garganta a uno de ellos, haciendo que la sangre brotara como un géiser. Luego le hundió las garras en el corazón a otro, arrancándoselo con un tirón. Las carcajadas confiadas de los goblins se transformaron en gritos agónicos que retumbaron en el salón al ser masacrados, mezclándose con los susurros de los invitados. Algunos se estremecían ante la brutalidad, otros se excitaban con la carnicería.
Calis cayó sobre un grupo asustado de goblins y los apartó con una patada. Corrió hacia la compuerta, esquivando a los que se interponían en su camino. Entró en el pasillo oscuro y siguió corriendo sin mirar atrás.
Pero lo que halló al final del pasillo no fue lo que esperaba. Otra compuerta se abrió al detectar su presencia. De ella surgió un golem de piedra ígnea, una colosal criatura hecha de rocas y lava que desprendía un calor abrasador. Sus ojos rojos centellearon en la oscuridad con una mirada maliciosa.
Calis al verlo dio media vuelta y huyó despavorida hacia Eirys.
"¡Eirys, un golem! ¡Un golem viene hacia aquí!", chilló Calis mientras esquivaba los charcos de sangre y los cadáveres de los goblins que alfombraban el suelo.
"¡¿Un qué?! ¡¿Qué es un golem?!", le preguntó confundida. Nunca había oído hablar de esa criatura, pero por el pánico de Calis debía ser algo terrible.
Los invitados observaron con horror y fascinación al golem emerger de la compuerta. Algunos retrocedieron del escenario por miedo a que el golem los aplastara. Otros se quedaron inmóviles en sus asientos, hipnotizados por el espectáculo.
"¡Por todos los dioses! ¡Es un golem de piedra ígnea! ¡Es una de las armas más poderosas del imperio!", gritó un hombre con una capa roja.
"¡Qué horror! ¡Esas niñas están perdidas! ¡Nadie puede enfrentarse a un golem y salir vivo!", dijo una mujer con un collar de perlas.
"¡Qué maravilla! ¡Es la primera vez que veo un golem en acción! ¡Esto es increíble!", comentó otro hombre con gafas.
"¡Qué crueldad! ¡Alguien debería detener esto!", protestó otra mujer con un pañuelo.
El golem avanzó hacia las niñas con pasos pesados, haciendo temblar el suelo. Su cuerpo estaba cubierto de piedras de fuego, unas rocas especiales que se formaban en los volcanes y que contenían una gran cantidad de energía mágica. Era capaz de usar esa energía para lanzar llamaradas y explosiones de lava a sus enemigos.
Las niñas se abrazaron en el centro de la celda, mirando al golem con pavor. Sabían que no tenían ninguna posibilidad contra él, pero tampoco podían escapar. Estaban atrapadas.
"Eirys… ¿Qué vamos a hacer?", sollozó Calis con voz temblorosa. Su cuerpo estaba cubierto de sudor frío y su corazón latía con fuerza. Sentía el sofocante calor del golem cada vez más cerca.
"No lo sé… no lo sé…", murmuró Eirys angustiada. Estaba perdiendo la calma, pero no quería mostrarlo. Quería ser fuerte por Calis. Quería protegerla de ese monstruo.
"¿No podemos usar la magia? ¿No podemos romper la celda?", propuso Eirys con esperanza. Miró a su alrededor, buscando alguna salida o alguna debilidad en la celda. Pero solo vio metal y electricidad.
"Eirys… escúchame… conozco un método que podría funcionar, pero... tenemos que hacer algo muy arriesgado… es nuestra única opción…", dijo con seriedad. Se acercó a ella y le tomó la mano. Le miró a los ojos con determinación.
"¿Qué es?", preguntó Eirys con curiosidad. Se dejó llevar por Calis y se preparó para escuchar su plan.
"Tenemos que acercarnos al golem… y tratar de arrancarle una piedra ígnea", dijo con rigor.
Ella abrió los ojos con sorpresa. No podía creer lo que acababa de oír.
"No tenemos otra opción… si logramos arrancarle una piedra ígnea… podremos usar su energía para romper la celda y escapar", explicó Calis con rapidez. Su voz sonaba firme, pero su rostro estaba pálido. Sabía que era una misión casi imposible.
"¿Y cómo vamos a arrancarle una piedra de fuego? ¿Con qué?", preguntó Eirys con duda. Miró al golem con temor. Era una mole de rocas y lava que se movía con una fuerza sobrehumana.
"Puedes usar tus garras, vi lo fuertes que eran cuando peleaste con Tarion, deberían funcionar", dijo con confianza. Recordó la escena en la que Eirys había arañado a Tarion en el hombro, dejándole una cicatriz. Era la única vez que lo había visto herido.
Los invitados observaban con incredulidad la escena. Aunque no comprendían el lenguaje beastfolk, algunos intuyeron el plan de las niñas y se quedaron petrificados. Algunos soltaron una carcajada sarcástica, pensando que era una locura. Otros guardaron silencio, admirando su valor.
"¿Qué es lo que tanto cuchichean? No entiendo ni una palabra de lo que dicen. Oye tú, tradúceme", ordenó un hombre a su sirviente.
"¿Están locas? ¿Quieren arrancarle una piedra ígnea al golem? ¡Es imposible! ¡Es un suicidio!", exclamó un hombre con barba. Se mofó de su ingenuidad, esperando verlas morir.
"¿Qué hacen? ¿Por qué no se rinden? ¡No tienen ninguna posibilidad! ¡Deberían aceptar su destino!", protestó otro hombre con bigote. Se indignó por su rebeldía y deseó que el golem las aplastara.
Tarion apretó el puño y soltó una carcajada. (¿Ese es tu plan? ¿Calis? Ja, ja estás desesperada. Aunque es tu única salida, si hubiera tenido más tiempo las habría instruido mejor para esto, pero ni yo sospechaba que usarían a los golems de guerra. Las posibilidades de que salga bien son ínfimas), pensó mientras se ocultaba la cara con la mano.
(Tengo que ayudarlas, solo un leve empujón, si lo hago lo suficientemente rápido, nadie debería poder notarlo. Solo debo sincronizarme con el ataque de Eirys), pensó ansioso mientras las observaba.
"Muy bien. ¡Ahora!", gritó Calis.
Eirys asintió y ambas se pusieron en marcha. Su plan consistía en distraer al golem y atacarlo por los flancos. Esperaban encontrar alguna grieta o algún punto débil en su armadura de piedra.
El golem las siguió con la mirada y rugió con furia. No iba a permitir que unas niñas le hicieran frente. Levantó un brazo y lanzó una llamarada hacia Eirys.
Ella esquivó el ataque por un pelo y siguió corriendo hacia el golem. Alcanzó su pierna derecha y saltó sobre ella. Clavó sus garras en la piedra y trepó por su cuerpo como una araña.
Calis la imitó por el otro lado. Se lanzó hacia el golem y se agarró a su pierna izquierda. Trató de clavar sus uñas en la piedra y trepar como Eirys, pero sintió un dolor agudo, sus finas uñas no podían con la dureza del material, Aun así, se resistió a abandonar el plan a pesar de las quemaduras y el punzante dolor de las puntas de sus dedos.
El golem se estremeció con furia, tratando de librarse de las niñas. Sacudió sus brazos y su cabeza, lanzando llamaradas y golpes a diestra y siniestra. Pero las niñas eran más rápidas y esquivaban sus ataques. Saltaban, rodaban y se deslizaban por su cuerpo, buscando una brecha.
Los invitados contemplaron la escena atónitos. Algunos se mordieron las uñas, temiendo por el desenlace. Otros se levantaron de sus asientos, aclamando y animando a las niñas que desafiaban al golem con valor.
Tarion sonrió con orgullo y emoción. Su corazón latía al ritmo de las llamas que envolvían al monstruo de piedra. (En verdad no dejan de sorprenderme. Bien, es el momento de actuar, solo un poco más), pensó con admiración.
Eirys alcanzó el hombro derecho del golem y buscó una piedra ígnea. Vio una que destellaba con fuerza entre las grietas de la roca. Se acercó a ella como una polilla atraída por la luz. Alargó su brazo y trató de arrancarla con sus garras.
Calis hizo lo mismo en el hombro izquierdo. Vio otra piedra de fuego que centelleaba hermosamente. Se acercó a ella con determinación. Alargó su mano y trató de arrancarla con sus uñas casi carbonizadas. Quería llorar por el dolor, pero sus lágrimas se evaporaban al instante por el sofocante calor del golem.
El golem sintió el dolor y rugió con furia. No iba a permitir que le arrebataran su fuente de energía. Alzó sus brazos y su núcleo comenzó a sobrecalentarse, preparándose para autodestruirse. Estaba decidido a acabar con las pequeñas, aunque eso significara sacrificarse a sí mismo.
Tarion no lo dudó ni un instante y actuó. Tomó una pequeña servilleta, la endureció en su mano e imbuyó maná en ella. Luego la disparó con sus dedos como si fuera una bala.
El proyectil impactó en el pecho del golem, justo donde latía su núcleo. El núcleo era el corazón del golem, el que le daba vida y poder. Era también su punto débil.
Las niñas vieron su oportunidad y tiraron con fuerza. Lograron arrancar las piedras de fuego, provocando una explosión que iluminó la sala.
El golem se tambaleó y cayó al suelo, inerte. Su cuerpo se desmoronó en pedazos de piedra y lava que se enfriaron rápidamente. Su energía se disipó en el aire. Había sido derrotado.
Un estruendo sacudió la habitación cuando el golem se estrelló contra el suelo. El aire se llenó de un olor acre y quemado que picaba en la nariz. El humo lo cubría todo, impidiendo ver el interior de la celda. Los invitados contuvieron el aliento, con los ojos clavados en la escena.
Cuando el humo se disipó, se vio a las niñas tendidas en el suelo, heridas pero vivas. Sus cuerpos estaban quemados y cortados por la explosión. Sus vestidos estaban rasgados y manchados de sangre. Sus rostros estaban pálidos y cansados. Pero aún tenían una sonrisa de triunfo.
Los invitados quedaron petrificados al ver el final de la escena. Algunos se quedaron mudos, incapaces de creer lo que habían visto. Otros se pusieron a vociferar, celebrando o lamentando el resultado.
La incredulidad dio paso al asombro y luego a la euforia. Los invitados se levantaron de sus asientos y rompieron en aplausos y vítores, aclamando a las vencedoras como si fueran heroínas. Algunos lloraban de emoción, otros reían de alivio. Todos querían ver más de cerca a las prodigiosas beastfolk.
"¡¿No es impresionante?! ¡Estas dos pequeñas han logrado lo imposible! ¡Han vencido a un golem de guerra del más alto nivel sin ayuda de nadie! ¡A pesar de su corta edad! ¡Imaginen lo que podrán hacer cuando crezcan!", exclamó Markus, golpeando su bastón contra el suelo para llamar la atención.
Tarion se relajó en su asiento y soltó el aire que había estado conteniendo. Lo había conseguido. Había usado su magia para debilitar al golem sin que nadie se percatara. Había salvado a sus niñas de una muerte segura. A su lado, el Gran Señor le sonrió con complicidad. Él era el único que sabía lo que Tarion había hecho y le divertía su astucia.
Eirys y Calis se abrazaron con fuerza y se sonrieron. Lo habían logrado. Habían cumplido su plan. En sus manos brillaban las piedras de fuego.
"Eirys… lo logramos…" susurró con voz quebrada y lágrimas que le quemaban las mejillas.
"Sí… lo logramos…" replicó con voz ronca y una sonrisa amarga.
"Ahora… solo tenemos que destruir la celda… y huir de este infierno", dijo Calis con un hilo de esperanza.
"Sí… solo tenemos que destruir la celda", contestó ella con determinación levantándose.
Pero antes de que pudieran moverse, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Eirys, alzando su vista se encontró con la enorme figura de una mujer de inquietantes ojos rojos como la sangre, seguida de una niebla espesa que envolvía su celda.
"¿¡Lissa!?", exclamó al reconocerla.
"La misma", contestó con una sonrisa burlona y una leve inclinación. "Vengo a recoger esto. Órdenes del Gran Señor", dijo arrebatándoles sin piedad ambas piedras. "Vamos, no pongan esas caras, solo hago mi trabajo. Son las únicas en este lugar que se han ganado mi respeto. Considérenlo un honor",
Las niñas se quedaron sin aliento al ver cómo les robaban su única salvación. Sin las piedras de fuego no podían escapar. No habían conseguido nada. Todo había sido en vano.
"¡No! ¡Devuélvenoslas! ¡Son nuestras!", gritó Calis desesperada.
"Lo siento, pequeñas. Pero el Gran Señor tiene otros planes para ustedes", dijo con una sonrisa malévola sacando dos pequeñas pociones verdes de sus mangas.
Ambas niñas quedaron paralizadas, no sabían qué más hacer. Era imposible librarse de la pegajosa red de Lissa y aunque lograran salir de ella seguramente alguien más les cortaría el paso.
Perdiendo las esperanzas y sin más opciones, Calis se derrumbó en el suelo mirando al oscuro y chamuscado suelo.
Eirys sintió una rabia tan intensa que al apretar sus puños clavó sus propias garras en sus manos, sin importarle el dolor ni la sangre que manaba.
"Bien, ¿al fin esa indomable voluntad se quebró? ¿Han aceptado finalmente que no hay salida de este infierno? Eso me ahorra problemas", se burló con una sonrisa cruel.
Pero para su sorpresa Eirys no le replicó. La sonrisa de Lissa se tornó en una mueca de disgusto al ver cómo el brillo se extinguía en los ojos de las dos niñas.
Lissa destapó los frascos en sus manos. "Bébanse esto, se ven horribles, dan vergüenza a la organización", dijo mientras le abría las bocas a la fuerza y les hacía tragar el brebaje.
Su sabor era asqueroso y se atascaba en sus gargantas, pero al vaciar los frascos sintieron como sus heridas se cerraban poco a poco.
"No es tan efectiva como las que hace Tarion, pero es mejor que nada", dijo con un resoplido. "Ahora sus vestidos… ¿No podían mantenerlos mejor? En fin…", se acercó a ellas. Con sus dedos tejió fina seda y remendó los vestidos con rapidez, dejándolos impecables.
"Ya está", dijo, cortando el hilo con sus dientes. Eirys y Calis permanecieron inmóviles e impasibles durante todo el proceso. Ahora parecían unas muñecas vacías y desechadas, una imagen que le revolvía las entrañas.
"¡Eirys! ¡Calis!", exclamó con repugnancia en su rostro, buscando una señal de vida en las chicas.
Calis abrió los ojos al escucharla y rompió a en llanto sin consuelo. Eirys alzó la mirada y clavó sus ojos en Lissa.
"¿Has renunciado finalmente a la vida? ¿Así es como quieres acabar? ¿Como una muñeca rota y sin voluntad? ¿Eirys?", inquirió con frialdad.
Ella parpadeó desconcertada al oír sus palabras. Sacudió la cabeza con vehemencia y se lanzó hacia Calis, que sollozaba desesperada.
"Ah… Bien", Lissa suspiró aliviada al ver que Eirys reaccionaba. "Aún quieres protegerla, ¿verdad?", preguntó con severidad.
Eirys asintió sin vacilar, abrazando a Calis y secando sus lágrimas.
"Guarda ese sentimiento en tu corazón. Será tu única arma contra los depredadores de ahí detrás. No te preocupes, estoy segura de que el viejo Tarion velará por ustedes dos, ese anciano testarudo no soltará sus preciadas creaciones tan fácilmente", dijo con una sonrisa cálida.
Ella la miró y le soltó un pequeño gruñido. Lissa al oírla no pudo evitar soltar una leve risita antes de desaparecer entre la oscuridad. La niebla se disipó tan rápido como ella se fue.
"¡Muy bien! ¡Ha llegado la hora de la verdad! ¡El momento que todos esperaban! ¡Empieza la subasta! ¡Quién se llevará a estas jóvenes guerreras a casa! ¡Que empiece la guerra de tiburones!", anunció Markus con entusiasmo golpeando su bastón contra el suelo.
Los invitados se alborotaron al oír el anuncio. Sacaron sus billeteras y sus tarjetas, dispuestos a pujar por ellas.
"¡Yo me quedo con las niñas! ¡Son hermosas y salvajes! ¡No escatimaré en gastos por ellas!", exclamó un viejo en traje.
"¡Yo también las deseo! ¡Son preciosas y feroces! ¡No permitiré que nadie me las arrebate!", gritó una mujer con collar de perlas.
"¡Yo las anhelo más! ¡Son obras de arte y guerreras! ¡Las haré mías a cualquier precio!", vociferó otro hombre con sombrero.
La sala era un infierno de ruido y codicia, el caos y el desorden reinaban en el ambiente. El Gran Señor había logrado su objetivo, pero para Tarion el momento que más detestaba había llegado.
"¡Veo grandes ofertas por aquí! ¡100 mil monedas de oro! ¡300 mil monedas! ¡¿500 mil monedas?!", clamó animando a los invitados a dar más.
"¡¿Nadie más?! ¡500 mil monedas a las tres! ¡500 mil monedas a las dos!", exclamó acercándose al final.
"¡Ofrezco un millón!", lanzó un hombre sentado en uno de los palcos vip.
Su máscara escondía su rostro, pero no ocultaba su figura. Era un hombre gordo y bajito, su traje ajustado no hacía más que resaltar aún más esa figura regordeta. Su cabello era corto y canoso. Junto a él en su mesa se encontraban su esposa y sus dos hijos. Su esposa era una mujer delgada y elegante, con un vestido rojo y una máscara de zorro. Sus hijos eran un chico y una chica de unos diez años, vestidos con trajes caros y máscaras de conejo.
Los invitados se quedaron atónitos al oír la oferta. Algunos se quedaron callados, sabiendo que no podían competir con ese precio. Otros se quejaron, pensando que era una locura.
El corazón de Tarion se congeló al oír la oferta. Era una cifra astronómica, que superaba con creces el valor de cualquier ser humano. No podía creer lo que acababa de escuchar.
Al ver a aquel hombre, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aunque llevaba una máscara que le cubría el rostro, su voz y su silueta eran inconfundibles. Era una persona que jamás podría borrar de su memoria, pues le había infligido mucho dolor y sufrimiento.
(¿Qué? ¿Qué hace ese hombre aquí? ¿No lo habían vetado de los eventos?), pensó perdiendo la calma. Su pulso se aceleró y su respiración se agitó.
Aquel hombre era un amigo cercano de la familia real de la nación. Era el duque de Lannister, un hombre poderoso, ambicioso y con un vicio enfermizo de lujuria. Tarion lo conocía bien, pues había trabajado para él como científico e inventor. Había sido el duque quien le había encargado conseguir niñas para entrenarlas y mejorarlas. Fue él quien le arrebató toda su investigación y a sus primeras creaciones, como si fueran simples objetos.
(¿Qué quiere con ellas? ¿Qué pretende hacerles? ¿Por qué las quiere tanto? ¿Solo las quiere porque sabe que son preciadas para mí y solo quiere joderme? ¿O solo las ve como sus próximos juguetes?), pensó dándole mil vueltas en su cabeza con rabia. Sentía una mezcla de impotencia y odio.
Se giró hacia el escenario y vio a las niñas. Calis estaba de rodillas en el suelo resignada a su destino tras escuchar la enorme oferta que habían dado por ellas. Tenía una expresión triste y derrotada en su rostro. Eirys no comprendía la situación, pero se aferraba a Calis con fuerza intentando consolarla.
Tarion quiso intervenir antes de que fuera demasiado tarde. No podía permitir que sus niñas cayeran en manos del duque. Eran su vida, su obra maestra.
Pero el Gran Señor lo detuvo sujetando la manga de su chaqueta.
"Tarion. ¿Puedo saber qué planeas hacer?", le preguntó con voz calmada.
Él se soltó de su agarre y lo miró con desafío.
"Planeo salvar a mis niñas. No dejaré que terminen en las sucias manos de ese hombre", le respondió con voz firme.
El Gran Señor lo observó con interés y curiosidad.
"¿Tus niñas? ¿Así las llamas?", preguntó con una sonrisa burlona.
"Precisamente, son mías. No toleraré que tanto talento se desperdicie en deseos mundanos", replicó con indignación. Apretó los puños y se levantó de la mesa con decisión.
"Hmm… Sí, en verdad será lo mejor. Confío en que no harás nada estúpido, Tarion", dijo con ironía. Lo siguió con la mirada mientras se alejaba. Sabía que Tarion tenía algo entre manos, pero no le importaba. Él ya había obtenido lo que quería.
"¿Debería seguirlo? Parece que la Primera Torre tiene el control ahora", sugirió Lissa con una voz suave que contrastaba con sus inquietantes ojos rojos que se iluminaban peligrosamente entre la oscuridad detrás de él.
"Sí, deberías. Ayúdalo y vigílalo de cerca", ordenó con frialdad. Le hizo un gesto con la mano para que se fuera.
Ella asintió y salió tras Tarion moviéndose grácilmente entre las sombras.
"¡Vendida al señor con máscara de conejo! ¡Cuando la ceremonia termine un sirviente le dará las instrucciones para reclamar sus nuevas sirvientas de combate! ¡Ahora pasemos a los demás candidatos, no se desmotiven, aún quedan grandes sorpresas para la noche de hoy!", anunció Markus con entusiasmo. Tiró de una cuerda y una tela cubrió a las pequeñas.
...
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Tarion avanzó con paso firme y veloz hacia los vestidores. Su corazón latía con fuerza en su pecho. Tenía que llegar a sus niñas antes de que fuera demasiado tarde.
"¿Señor Tarion? ¿Qué hace aquí? La ceremonia aún no ha terminado, no puede entrar aquí", le dijo nervioso un sirviente que vigilaba la puerta. Era un hombre delgado y pálido, vestido con un uniforme gris.
Él no le prestó atención. Con un movimiento rápido, su puño se incrustó en la cabeza del sirviente. La cabeza estalló como una sandía madura, derramando sangre y esparciendo sesos y fragmentos del cráneo por la puerta y el suelo. No tenía tiempo de perder con obstáculos insignificantes.
No tuvo tiempo de limpiarse la sangre que había manchado sus guantes y ropa. Con impaciencia, abrió la puerta y entró en los vestidores. Era una habitación amplia y limpia, llena de percheros, espejos y maletas. Un fuerte olor a flores y a perfume llego a su nariz, era insoportable. Se oían los gritos y las risas de los invitados en el salón principal.
Buscó con la mirada a sus pequeñas. Las vio detrás de una cortina a lo lejos. Eirys abrazaba a Calis con cariño, acariciando su cabeza mientras le susurraba una canción de cuna. Eran las únicas que se resistían a perder la esperanza.
Lanzó un grito de alivio. "¡Eirys… Calis!", corrió hacia ellas sin darse cuenta del peligro que lo acechaba.
Lissa se interpuso en su camino, con una sonrisa maliciosa. "Tarion… Bajaste la guardia", sus ojos brillaban con un destello siniestro.
Él la miró con furia. "¿Lissa? ¿El Gran Señor te envió? Debes saber que no estoy de humor", respondió. No le tenía miedo a Lissa, pero sabía que era una rival formidable.
"Ah, aunque debo admitir que un combate contra la Primera Torre suena tentador, no estoy aquí para detenerte. Estoy aquí para ayudarte, yo tampoco quiero que esas chiquillas terminen siendo la muñeca de algún pervertido. Estoy de tu lado en esto", explicó con una mirada compasiva hacia las niñas.
"¿Entonces? Fuera de mi camino", dijo con impaciencia. Quería llegar cuanto antes a sus niñas y sacarlas de allí. No confiaba en Lissa ni en sus intenciones.
"Espera, no puedes ser tan imprudente, debemos aguardar el momento. Cuando los preparativos para que ellas sean entregadas estén listos podrás actuar", dijo con calma. Le puso una mano en el hombro y lo miró fijamente.
Tarion suspiró al oírla, sabía que sus actos estaban siendo demasiado precipitados, "¿Qué tienes en mente?", preguntó.
"Así está mejor, necesito al Tarion calculador y tranquilo aquí. Vamos, no te decepcionaré", dijo con una sonrisa tomando a Tarion por los hombros y guiándolo a la salida.
Tarion y Lissa salieron de los vestidores y se dirigieron a un pasillo oscuro. Allí Lissa le explicó su plan.
...
..
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La ceremonia había terminado y el sol comenzaba a iluminar la ciudad con sus rayos dorados. Los edificios y las ventanas de cristal reflejaban la luz matinal. El aire estaba lleno de ruido y movimiento, mientras los carruajes circulaban por las calles empedradas.
Los invitados salieron del recinto en sus carruajes, algunos acompañados de los esclavos que habían adquirido, otros desanimados por no haber obtenido nada y otros aún emocionados por las batallas de la velada. Algunos comentaban las habilidades y el aspecto de los sirvientes de combate que habían visto.
"Bien, sígame por aquí señor Lannister. Sus sirvientas de combate ya están preparadas para partir, solo faltan los detalles finales", dijo Markus con una voz servil.
El duque Lannister lo miró con una sonrisa maliciosa y asintió, despidiéndose de su familia. Su esposa e hijos lo miraron con desaprobación, pero no dijeron nada. Sabían que el duque tenía gustos peculiares y que no toleraba las críticas.
Ambos emprendieron camino a la sala de sirvientes.
Llegaron a una habitación llena de armarios, tocadores y espejos gigantescos. Era el vestidor donde los sirvientes de combate eran vestidos y arreglados para la ceremonia. Allí estaban las dos chicas que el duque había comprado por una suma exorbitante. Tenían grilletes en las muñecas y los tobillos. Eran bellas y jóvenes, pero sus rostros reflejaban el horror y la desesperación que sentían.
El duque se aproximó a ellas con una mirada voraz y exclamó: "¡Qué preciosidades! ¡Estoy impaciente por degustarlas!", Les pasó la mano por el pelo y la cara con una carcajada. "Tranquilas, mis dulces. No les haré daño… al menos no mucho",
Las chicas retrocedieron con miedo y repugnancia. Llevaban unos vestidos ajustados que les habían puesto los sirvientes, que resaltaban sus inmaduras curvas y pechos. Parecían unas doncellas sacadas de un cuento de hadas.
Eirys gruñó, pero ninguna se atrevió a resistirse. Sabían que cualquier intento por escapar sería en vano. Se miraron entre ellas con desesperación, buscando alguna señal de esperanza o consuelo.
Markus observó la escena con indiferencia. Era su trabajo facilitar el trato entre los compradores y los sirvientes de combate. No le importaba lo que les pasara después. Solo le importaba cobrar su comisión.
"Muy bien señor Lannister, dígame, ¿dónde le gustaría que fueran entregadas y quién las reclamará para llevárselas personalmente?, ¿o preferiría que un sirviente especializado fuera asignado a usted para su seguro transporte?", preguntó señalando a los sirvientes presentes en la sala. Eran hombres fornidos y armados, encargados de custodiar a los sirvientes de combate.
"¿Mmm? no eso no será necesario, tengo a mi propio subordinado aquí. Es bastante fuerte e inteligente, le tengo una muy alta estima. Zalgo, ¡Ven aquí!", exclamó el duque con orgullo, momento en que de las sombras aparecía una figura masculina en un fino traje negro.
El hombre portaba una máscara negra que cubría la mitad de su rostro, dejando ver solo sus ojos rojos y su boca sonriente. Tenía el cabello negro y largo, recogido en una coleta. En su mano derecha llevaba un bastón con una empuñadura en forma de serpiente.
"¿Me llamó, mi señor?", dijo con una voz suave y educada, haciendo una reverencia.
El duque lo presentó con orgullo. "Este es Zalgo, mi mano derecha y mi fiel sirviente. Posee un don especial que lo hace muy valioso para mí. No hay nadie más indicado para este importante encargo",
"Zalgo, quiero que te ocupes de trasladar a estas dos preciosidades. No quiero que nadie las toque ni las moleste en el camino. ¿Puedes hacerlo?", preguntó el duque con seguridad.
"Claro que sí, mi señor. Será un honor obedecer su voluntad", respondió con una sonrisa perversa, devorando con la mirada a las chicas.
La cola de Eirys se crispó al percibir el peligro, Calis solo notó una ligera opresión en el pecho.
"Magnífico. Entonces… Markus ¿Hay algo más que deba atender?", inquirió impaciente por acabar. Ansiaba llevarse a las chicas lo antes posible y gozar de ellas en la intimidad.
"¡Oh! Una cosa más. Hemos borrado las marcas de esclavos en ellas para que pueda marcarlas con el escudo de su casa. ¿Quiere que realicemos el proceso ahora mismo?", preguntó Markus mientras sacaba unas piedras negras como el carbón de un cofre de hierro.
Eran unas piedras mágicas que se calentaban al contacto con la piel y podían grabar un símbolo en los sirvientes de combate, indicando su pertenencia. Desprendían un calor infernal y un olor a carne quemada.
"¡No! digo… no será necesario. Esa es mi parte favorita. Yo mismo lo haré cuando las tenga en mis dominios. No debes preocuparte por eso", dijo el duque con impaciencia. No quería que nadie más tocara a las chicas ni les causara dolor. Ese era su privilegio.
"Como usted diga, señor Lannister. No hace falta decirle que no es del todo seguro que estas chicas estén sin su marca, pero como usted desee. Entonces solo queda firmar el contrato y podrá marcharse con sus sirvientas", dijo con una sonrisa profesional. Le entregó un pergamino y una pluma al duque.
"Sí, sí, conozco bien los riesgos. Rápido, déjame ver…", respondió mientras leía el contrato. Era un documento que especificaba las condiciones de la compra y la garantía de los sirvientes de combate. El duque lo firmó sin prestar mucha atención y se lo devolvió a Markus.
"Muy bien, todo está en orden. Ahora puede irse con sus sirvientas, señor Lannister. Espero que disfrute de su compra y que vuelva pronto", dijo con cortesía.
"Gracias, Markus. Te aseguro que disfrutaré mucho de ellas. ¡Vamos, Zalgo! ¡Lleva a las chicas al carruaje!", exclamó con entusiasmo.
"Sí, mi señor", respondió Zalgo con obediencia. Tomó a las chicas por los brazos y las arrastró hacia la salida.
Las chicas se resistieron débilmente, pero no pudieron hacer nada.
Estaban atadas con unas cadenas que les impedían moverse o usar su magia. Solo podían mirar con horror y desesperación a su nuevo señor.
Dos carruajes aguardaban en la salida, uno de color negro y otro blanco, cada uno tirado por cuatro caballos robustos. El carruaje negro pertenecía al duque Lannister; el carruaje blanco a Zalgo.
El carruaje negro lucía elegante y sobrio, con adornos de plata y cristal. Los caballos eran negros como la noche, con crines largas y sedosas que ondeaban al viento.
El carruaje blanco mostraba un aspecto sencillo y modesto, con una lona blanca que lo cubría. Los caballos eran blancos como la nieve, con crines cortas y rizadas que contrastaban con el cielo gris.
"¡Zalgo! Quiero que lleves a la de pelo blanco a mi mansión. Yo transportaré a la otra conmigo a mis dominios del norte. ¿Queda claro?", ordenó el duque con autoridad.
"Por supuesto, mi señor. No se preocupe, la cuidaré y protegeré aunque me cueste la vida", respondió con lealtad.
"Me alegro de oír eso. Recuerda que son mías y solo mías. No toleraré que nadie más las toque", advirtió el duque con recelo.
"No se preocupe, mi señor. Yo nunca haría algo que lo ofendiera", aseguró con una sonrisa falsa.
El duque asintió satisfecho y subió al carruaje negro con una sonrisa maliciosa. Arrastró a Calis por el brazo y la arrojó al interior del vehículo. Zalgo hizo lo mismo con Eirys en el carruaje blanco.
Calis forcejeó con todas sus fuerzas, tratando de escapar del agarre del duque. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver cómo se alejaba de Eirys, la única persona que le había brindado algo de consuelo en aquel infierno.
Eirys se dejó llevar sin oponer mucha resistencia, sabiendo que era inútil. Su rostro reflejaba una mezcla de rabia y resignación. Se sentía sola y abandonada, sin nadie que la protegiera o la entendiera. Lo único que le quedaba era el recuerdo de Calis y su cálido abrazo.
Los dos carruajes se perdieron en el horizonte, levantando una nube de polvo. El carruaje negro se dirigió al norte, hacia el castillo del duque Lannister, situado en las montañas nevadas. El carruaje blanco se dirigió al sur, hacia la mansión del duque en la ciudad, rodeada de jardines y fuentes.
(Maldita sea. Las han separado, esto complica las cosas. ¿Qué hago ahora? ¿A quién salvo primero?), pensó Tarion con desesperación, observando cómo los carruajes se alejaban desde su escondite entre los arbustos frente al edificio.
"Vaya, vaya. Parece que el viejo nos ha jodido el plan", dijo Lissa con voz grave, mirándolo con preocupación. "¿Ya decidiste por quién irás?"
Habían esperado su oportunidad para actuar. Su plan era asaltar los carruajes del duque cuando salieran de la ciudad y liberar a las chicas antes de que se las llevaran lejos. Pero su plan se había ido al traste por la intervención del duque, que había decidido llevarse a una de ellas consigo.
"¡Mierda! No lo sé. Las quiero a las dos", contestó con voz angustiada. Sentía un nudo en la garganta y un vacío en el pecho.
"Date prisa, Tarion. No tenemos tiempo que perder. Tenemos que elegir ya", le urgió con severidad agarrándolo por los hombros y clavando su mirada en él.
"Ah…", suspiró tratando de calmar el torbellino que era su mente. Sabía que tenía que escoger entre una u otra, pero no soportaba la idea de dejarlas a su suerte. "Está bien… Tú ve tras Eirys. Yo me ocuparé de Calis", dijo con firmeza. Era una decisión dolorosa, pero no podía dejar a Calis a merced del duque.
"¿Estás seguro?", preguntó con duda. Señaló con el dedo el carruaje blanco que se alejaba por la calle principal. "Eirys está en ese carruaje, el que se dirige al centro de la ciudad. Será más fácil seguirlo y rescatarla",
"Lo sé", respondió mirando al carruaje negro que tomaba un desvío hacia las afueras de la ciudad. "Pero Calis está en ese otro carruaje, el que toma rumbo al norte. Será más difícil alcanzarlo. Calis no es tan fuerte como Eirys. Además, quiero ajustar cuentas con el duque personalmente",
"Está bien entonces", con resignación. Asintió con la cabeza y le dio una palmada en la espalda. "Ve por Calis. Yo iré por Eirys",
"Gracias, Lissa", contestó con sinceridad inclinando su cabeza.
"Eh, no tan rápido, no me lo agradezcas todavía", contestó con una sonrisa amarga. Le guiñó un ojo y le hizo una seña con la mano. "Este favor te costará caro",
Ambos asintieron y se separaron. Cada uno salió disparado y saltando entre los tejados de las casas tras uno de los carruajes.