Después de los eventos en la ciudad de Resistencia, donde Krauser resultó gravemente herido, Candado recibió noticias sobre su estado gracias a Moneda. Aunque se encontraba fuera de peligro, Candado optó por visitar el hospital para verificar personalmente su condición. Sin embargo, lamentablemente, no pudo ir solo, ya que se vio obligado a llevar consigo a Clementina y Hammya debido a sus caprichos. A pesar de las indirectas constantes de Clementina sobre la cercanía entre Candado y Hammya en los últimos meses, él optó por ignorarlas como siempre.
Al llegar al hospital de la agencia de los Semáforos, se dirigió a ver a su compañero herido. Según el médico Bautista Aguirre, Krauser había sufrido heridas potencialmente mortales para cualquier ser vivo, que incluían un corte profundo en el abdomen, la amputación de su pierna izquierda y, en dos ocasiones, la pérdida temporal de la cabeza. Todo esto había llevado a una concentración extrema de su cuerpo para sanar, agotándolo considerablemente. Una herida adicional podría resultar fatal. A pesar de su regeneración, Krauser seguía sintiéndose fatigado debido a la enorme energía utilizada en su proceso de curación.
Comprendiendo la situación, Candado decidió visitar la habitación de su amigo. Krauser yacía en la cama, encadenado de pies y brazos por órdenes de Rozkiewicz, quien aún estaba obsesionado con perseguir a Desza. Dado que Krauser se apegaba rigurosamente a las leyes de los Semáforos (que eran cerca de 3897 en total), específicamente la que prohibía dañar la propiedad de la agencia, se encontraba limitado en sus acciones, es decir no podía romper su "prisión" para escapar.
—Hola, veo que estás bien — saludó Candado mientras cerraba la puerta detrás de él.
—Bien para el culo. Rozkiewicz me ha atado como a un animal y me prohibió moverme hasta que estuviera recuperado — respondió Krauser molesto.
—¿Cómo haces para ir al baño?
—Estas cadenas son de largo alcance. Puedo movilizarme en la habitación, pero no puedo salir de ella — explicó Krauser.
—Ya veo — dijo Candado mientras se sentaba al lado de la cama.
—Buenos días — saludaron Clementina y Hammya al entrar en la habitación.
—Veo que ustedes siguen deslumbrantes — comentó Candado.
—Oh, qué caballero — respondió Clementina.
—¿Somos los primeros o alguien más vino aquí? — preguntó Hammya.
—No, antes de ustedes ya habían venido personas — contestó Krauser.
—¿Así? ¿Quiénes? — preguntó Candado.
Krauser se acomodó en la cama y apoyó su espalda en el respaldo.
—Bueno, vinieron Moneda, Rozkiewicz, Cabaña, Maidana, Joaquín, Ruth y Glinka.
—Me sorprende que Joaquín haya venido — comentó Candado.
—Claro que lo hizo. Cuando se enteró, suspendió su reunión y volvió aquí para ver cómo me encontraba.
—Ahora sí, le van a cagar a pedo — dijo Clementina.
—Le dije por teléfono que no viniera, pero qué se le va a hacer; a veces me pregunto qué rayos pasa por su mente.
—Bueno, yo tampoco lo entendía, pero ahora sí, supongo que vos también lo entenderás.
—Antes de que sigan —Hammya levantó una canasta y le trajo dulces, frutas y bebidas—, es para que te recuperes pronto.
—Gracias, niña. No me sorprendería del por qué nadie se lleva mal contigo.
Candado dirigió su mirada fría y penetrante hacia Hammya.
—Sí, la verdad que sí.
—Vos también eres amable, Candado. Si no fuera de tu bolsillo, esos regalos nunca hubiesen llegado al destinatario—se burló Clementina.
Krauser se echó a reír.
—Así que la dama te hizo que aflojaras con la guita.
—Sí, búrlate todo lo que quieras —dijo Candado de manera seria mientras cruzaba los brazos.
—Para ser alguien tan tacaño como vos, veo que tienes una gran conciencia en ese caparazón podrido tuyo.
—¿Qué libro o película ve todo el mundo para decirme esas cosas tan poéticas?
—La verdad, yo lo saqué de un libro de cocina.
—Oh, ya veo, los poemas vienen decodificados en cosas ordinarias —Candado sacó de su bolsillo una agenda— 4 de junio de 2013, los poemas vienen de las pequeñas cosas.
—Eres un payaso. ¿Quién anota esas cosas?
—Yo —luego se puso de pie y tomó la mano de Krauser— Me alegra que estés bien, bien atado, y también que estés muy, pero muy saludable —luego lo soltó— Bueno, vámonos.
—¡Espera!
Candado se detuvo y volteó.
—¿Qué quieres?
—Un obsequio.
—¿Obsequio?
Krauser metió su mano bajo su cama y sacó una bolsa.
—Falta para mi cumpleaños.
—Ten y guárdate los comentarios —dijo Krauser mientras ponía la bolsa en sus manos.
Candado metió su mano dentro de la bolsa y sacó una caja con una envoltura roja. Hizo una mueca y rompió la cubierta, luego abrió la caja.
—¿Qué? —preguntó Candado mientras sacaba un teléfono celular.
—Tu regalo.
Candado, mirando de arriba abajo el obsequio, dijo.
—Krauser, ¿para qué me regalas estos aparatitos? Suenan y suenan, vibran y vibran y lo peor de todo, no te dejan dormir.
—Vamos, Candado, tienes que actualizarte.
—¿Yo? ¿Actualizarme? ¿Qué diablos dices? Apenas me llevo bien con el teléfono fijo y el teléfono de Clementina.
—Piensa, Candado, no toda la vida seguirán escribiendo cartas.
—Con solo tener luz y televisión me basta y sobra.
—Y el internet— se rio Clementina.
—Solo... Acéptalo como un regalo de un amigo a otro.
Candado pensó en cómo demonios no se lo confiscaron los doctores. Sin embargo, solo cerró los ojos momentáneamente y dijo:
—Bien, tú ganas, aceptaré este celular. Me hubiese gustado que esta cosa tuviera botones y no fuera táctil.
—Nunca satisfecho, ¿no? —dijo Clementina.
—Bien, ahora me voy. Gracias por el regalo.
Candado volteó y antes de que pudiera llegar a la puerta.
—¡ALTO!
Candado se detuvo y miró nuevamente a Krauser.
—¿Y ahora qué diablos pasa?
—Recibí un mensaje de un tío mío aquí, en Resistencia. Parece que tuvo un pequeño "envío erróneo".
—¿Y?
—Bueno, el tema es que mi tío tiene unos visitantes que exigen verte. Los tiene desde hace tres días en casa. No podía contactarte, así que se comunicó conmigo.
—¿Visitantes? —Candado se llevó la mano derecha a su mentón— Qué extraño. ¿Te dijo algo más?
—Sí, dijo que estos visitantes no hablan español, por lo que no sabe su nombre ni de dónde vienen.
—Esto es bastante extraño —luego miró a Krauser con su típica expresión— Aceptaré el caso. ¿Dónde vive?
—Por la Castelli, es dónde fuimos a festejar mi cumpleaños.
—Ugh, ese lugar. Bien, iré ahí de inmediato.
Candado se despidió de su amigo y salió de la habitación. Ahora tenía que ir a un lugar que no despertaba buenos recuerdo a reunirse con personas desconocidas, así que, ni bien salieron del hospital, miró a Hammya y a Clementina.
—Escuchen, aquí hay un servicio de remis. Tomen uno y vayan a casa —decía Candado mientras le daba doscientos pesos a Clementina.
—¿Qué significa esto?
—Que se vayan a casa, esto es un trabajo mío y de nadie más, por lo tanto, están libres.
—Oh no, señor, iremos contigo —dijo Hammya.
—Claro que no, váyanse a casa ahora.
—Pero...
—Déjalo, señorita. Que Candado se arregle solo. Total, él es grande y sabe cuidarse.
—Así se habla, Clementina. Bueno, chau, nos vemos en la casa más tarde.
Luego de decir eso, Candado se fue del lugar con las manos en los bolsillos. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, Clementina puso su mano en su hombro y le susurró.
—Tengo un plan, acompáñame.
—Bueno.
Mientras Clementina le contaba su plan, Candado se dirigió a una cabina, mostró su identificación y pidió un transporte. Al principio, no le querían dar un vehículo de la agencia, ya que se usaba en casos de emergencias, pero Candado no quería gastar su dinero en un taxi. Mostró su pase especial de la O.M.G.A.B. para que le asignaran un coche y un chófer. Candado se subió a uno de los autos con los colores de la agencia.
Este solo dio la dirección y el chófer solo se puso en marcha. Mientras el coche salía de la agencia, Candado se recostó por la puerta y miró por la ventana. Sin embargo, el chófer más de una vez miraba por el espejo retrovisor.
—Usted es el muchacho que peleó aquel día de la tragedia, con ese muchacho rubio.
—Peleé, pero sí.
—Sabía que era usted.
—Perdón, ¿Quién es usted?
—Ricardo Juliano, soy guardia de seguridad de esa agencia. Fui uno de los miles de guardias que ayudaron a los niños que estaban heridos.
—Vaya, sí que usted arriesgó su vida para ayudar a esas personas.
—Claro, tengo treinta y seis años, soy casado y con dos hijas. ¿Cómo no voy a ayudar a esas personas que podrían ser mis hijos?
—Guau, es impresionante. ¿Tuvo un problema cuando ayudaba a los demás?
El chófer meneó un poco la cabeza y dijo.
—No tanto. Tuve cobertura de una de mis hijas mientras levantaba a todos los heridos que podía ayudar, pero sí tuve un problema con una niña de cabello verde.
Candado frunció el ceño y levantó su ceja izquierda.
—¿Cabello verde?
—Sí, la encontré arrastrando el cuerpo de una niña de más o menos su edad bajo la lluvia de balas. Cuando llegué a ella, levanté el cuerpo de la niña inconsciente y quería llevármela a ella. No era seguro el lugar, por eso quería llevarla conmigo.
—¿Qué pasó?
—No quiso seguirme, entonces la agarré del brazo e intenté que viniera conmigo a la fuerza. No me gusta tratar mal a los niños, menos a las mujeres, pero en esa situación no era la adecuada para pensar sobre mis valores. Intenté e intenté, pero ella no dejaba de forcejear hasta que se detuvo, y te vio a vos peleando con aquel gringo de machete. Fue ahí donde empezó a forcejear más y más, hasta que me dio un pisotón bien fuerte en mi pie. Luego se disculpó y salió disparada hacia donde estabas. Tomó una roca que había ahí y la lanzó al sujeto. Después de eso, no sé qué más ocurrió porque me desmayé, pero recuerdo que ella empezó a correr hacia a ti. Le disparaban, pero ella los esquivaba. Parecía que vos le dabas fuerza, mucha fuerza.
Candado quedó perplejo por lo que estaba escuchando. Nunca pensó que alguien tan tímida y miedosa como ella hiciera algo así. No entendía; él era duro con ella, sin embargo, ella respondió ayudándolo.
Sin entenderlo muy bien, decidió mirar por la ventana del auto y trataba de analizar el porqué de su actitud. Era muy extraño, y como Candado lo había dicho antes, le frustraba el no encontrar una respuesta a sus preguntas.
—Señor, ¿le molesta si le pregunto una cosa?
Candado negó con la cabeza mientras miraba por la ventana, mordiendo su dedo pulgar con el guante puesto.
—¿Por qué decidió ser parte de los gremios?
—Es de familia —dijo Candado sin mirarlo.
—Oh, pero por qué ser parte. No quiero ser grosero, pero yo tengo la particularidad de ver a una persona inteligente, instruida y capaz, sentado en mi auto. Yo sinceramente, no creo que usted esté en ese camino solo porque es de familia.
Candado miró por el espejo retrovisor del auto con una expresión de desconfianza. Aunque era muy difícil saber exactamente lo que estaba pensando, sus expresiones son muy diferentes con sus acciones. Sin embargo, Candado se sacó la boina, la volteó y dentro había una especie de bolsillo pequeño. Candado metió su mano derecha y sacó un papel con letras doradas, después se acercó un poco hacia al frente y le dio el papel al chófer. Este lo tomó mientras veía la carretera, y cuando hubo una luz roja, el auto se detuvo. Miró y leyó el papel que le había entregado Candado.
—Dios mío, no me lo puedo creer.
El pedazo de papel era en realidad un diploma, pero no cualquiera. Era un diploma de los Circuitos, en él, decía palabras honoríficas y el ascenso a un cargo mayor de la Formación; era el cargo de Mariscal Íntegro del G.C.G (Un cargo que dejó de existir, pero en ese momento significaba ser el presidente de las cámaras del G.C.G).
—¿Usted? ¿Circuista?
—Antes pensaba que los caminos no existen, qué ignorante era. Mucho antes de que yo estuviera en el cargo que estoy ahora, era parte de los Circuitos.
—¿Por qué?
—Yo pensaba que el mundo era injusto con Tanatos, así como lo son con Cuba. Mis padres me hablaban de la grandeza de los Gremios, sin embargo, jamás oí sobre las acciones buenas de los Circuitos, pero… —Candado sacó su facón y observó la insignia del lobo que tenía el mango— yo estaba equivocado. A diferencia de Cuba, los Circuistas habían hecho matanzas por todo el mundo. Yo quería saber, del por qué seguir a un asesino, qué les dijo para impulsar una enorme masacre. Me di cuenta de que la respuesta no la podía encontrar preguntando a los que me rodeaban. Si quería saber un poco más, tenía que ser parte de ellos.
—¿Fue así que te uniste a ellos?
—Sí y no, sólo quería conocer cómo pensaban ellos, pero, a medida que iba leyendo los escritos de la historia del Circuito, me di cuenta de que hubo muchos líderes que intentaban cambiar su pasado y crear un futuro, pero ninguno de ellos tuvo éxito; Quería crear paz entre ambos grupos, pero...
—¿Pero?
—La gente no estaba preparada para una paz —Candado miró por la ventana—. Fue en ese momento que conocí a alguien que compartía mis ideas.
—¿Cómo se llamaba?
—Esteban Napoleón Everett, un chico con una mente mejor que la mía, le había atrapado mi discurso, él me apoyó en todo, y poco a poco fui ganando electores. Fui a elecciones y gané para Mariscal Íntegro, llevé a cabo mis ideas para mejorar las relaciones con la O.M.G.A.B. y lentamente se fue aceptando mis ideas. Sin embargo, mis acciones eran repudiadas por los que alguna vez fueron amigos míos, los Gremios, pero siempre estuvo ahí mi hermana para defenderme y apoyarme.
—La conozco, Gabriela Esperanza Barret, fue una increíble líder.
Candado mostró una sonrisa, pero luego su expresión cambió.
—Fracasé.
—¿Cómo que fracasó?
—Me di cuenta de que todo lo que yo había hecho, todo lo que construí había sido destruido por las personas que me habían votado, así que me rendí. Yo no quería hundirme, por eso tuve que hacer un gesto que dañaría a alguien, para siempre.
—¿Qué ocurrió?
—Los Circuistas atacaron un asentamiento, dejando muchos heridos. No solo eso, quemaron una escuela y un hospital. Todo eso lo hicieron mientras yo ascendía a ese cargo, Brigadier. Todo era un engaño, solo querían sacarme de ahí de la peor forma posible, usaron mi nombre y mis palabras para dañar a los gremios. Decidí acabar con el proyecto. No quería construir un futuro para esa gente, y tomé una decisión. Renuncié a mi cargo, y para obtener el perdón de los Gremios, di información de los Circuitos: documentos importantes, espionaje, zonas débiles de la Formación, archivos de Tánatos, todo, absolutamente todo lo otorgué. Quería vengarme de ellos por lo que me habían hecho, pero no solo terminé por ser odiado por los Circuitos, sino por mi amigo. Hice algo horrible del que no estoy orgulloso, un traidor.
—No sabía...
— Que era amigo de Esteban, sí, muy pocos lo saben. —Candado exhaló y miró otra vez por el espejo— Jamás supe si lo que hice fue lo correcto o no. Y no ayudó sus acciones para tener apoyo de los Circuitos y las mías para el favor de los Gremios. Y a consecuencia de eso, Esteban terminó por odiarme y yo, terminé por odiarlo a él.
—¿Crees que llegará la paz entre estos dos entes?
Candado mostró una risa cínica.
—Señor, no importa lo que crea o no. La pregunta verdadera es, ¿estaremos vivos nosotros para ver eso?
El chófer empezó a reírse, luego tomó una bocanada de aire y dijo.
—Yo estoy seguro de que esa paz llegará, no sé cuándo, pero sé que llegará.
Candado, de manera escéptica, dijo.
—Sí, también es seguro que Estados Unidos sean comunistas.
El chófer volvió a reírse. Pero en ese momento algo surcó por la mente de Candado, las acciones son las que hacen el futuro, y él quería eso, un futuro, para él y su gente.
El auto se detuvo al frente de la casa donde Candado quería llegar, bajó del coche, mostró una sonrisa y le pagó trescientos pesos por su molestia de llevarlo hasta ahí. En un principio no quería aceptarlo, pero Candado le tiró la plata en la cara y cerró la ventanilla con su chasquido. Cuando se estaba por ir, escuchó unos ruidos en la parte de atrás del auto, para ser más precisos el maletero. Candado hizo una seña al chófer, quien estaba contando la plata ya que eran billetes de diez. Este quitó el seguro del maletero, se acercó y abrió la puerta del todo. Pero lo que vio no lo dejó ni sorprendido ni alarmado, solo mantuvo esa expresión fría e indiferente de los demás, al ver que Hammya estaba dentro del maletero.
—Hola —dijo Hammya de manera disimulada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Candado manteniendo su expresión.
Hammya, tratando de improvisar una respuesta, no tuvo mejor idea que contestar.
—Me perdí.
—Oh, bueno, pues sigue buscando entonces —luego cerró, levemente, el maletero.
—¡ESPERA!
Hammya empezó a patear la puerta hasta que cayó a los pies de Candado. Este miró al chófer e hizo una seña para que se fuera, al parecer no estaba enterado de nada.
El auto se marchó, y dejó a Candado y a una Hammya bastante aturdida y con problemas para ponerse de pie.
—Eres una idiota, te dije que te quedaras en casa.
—No, quería saber qué ibas a hacer.
—Eres peor que Clementina —dijo Candado mientras le ayudaba a ponerse de pie—. Hablando de eso, ¿Dónde se metió ella?
—Ella sí fue a casa, dijo que sería una mejor idea meterse en el maletero.
—¿Y vos le creíste? Tuviste suerte de que el terreno fuera llano o que no estuviéramos en una persecución.
—Je, sí, la verdad tuve suerte.
Candado le pellizcó la mejilla con ambas manos.
—La próxima vez que te diga algo, lo vas a cumplir sin hacer estas idioteces. ¿Está claro?
Hammya afirmó con la cabeza, ya que no se le entendía absolutamente nada, debido a que Candado le estaba estirando las mejillas.
—Bien, así me gusta.
Candado le dio unas palmaditas en los cachetes y se dirigió hasta la casa, una casa bastante extraña que resaltaba entre las demás por su color blanco y un techo demasiado inclinado a la derecha.
—El arquitecto estaba borracho en el momento que levantó la casa, no hay duda de eso —dijo Hammya mientras se acariciaba las mejillas rojas con las dos manos.
—Prejuiciosa —dijo Candado mientras tocaba la puerta.
—¿Quién es? ¿Qué quiere? —preguntó una voz detrás de la puerta.
—Soy Candado Barret, me ha enviado su sobrino, Reinhold Krauser.
—¿Cómo sabes que esta es mi casa?
—Señor no diga estupideces ¿Cómo que no es su casa? ¿Es okupa un secuestrador? ¿Un cobrador de impuestos atrapado en una casa?
—La casa dice Reinho...basfdasdr.
Candado le tapó la boca a Hammya.
—Señor—. Luego suspiró—Soy el chico del incidente del baño.
Luego hubo silencio.
—Oiga, ¿está ahí verdad?
—...
—Oiga.
—...
¡OIGA! —después empezó a golpear la puerta —¡OIGA, CONTESTE!
—Espera, espera, por favor, solo estaba haciendo memoria, ya abro.
Cuando dijo eso, Candado dejó de tapar la boca a Hammya y metió sus manos en los bolsillos y se alejó dos centímetros de la puerta. Luego, esta se abrió y de su interior salió un hombre cerca de los cincuenta años, pelirrojo con canas, un bigote de herradura y anteojos de aumento. Vestía una camisa de mangas cortas de color verde, pantalones negros y zapatillas rojas.
—Hola, perdón por la tardanza, es que estaba haciendo memoria y recordé.
—¿Lo recordó?
—Sí, verá... —luego miró a Hammya—. Lo sabía, estoy loco.
Candado volteó y la miró, mientras ella se sentía incómoda por la forma en que los dos la miraban. Candado miró un rato al suelo, como si estuviera pensando qué decir, hasta que se le ocurrió algo.
—Oh, ella, solo es una niña a la que le encanta el verde, nada más.
—Oh, ya veo —dijo mientras relajaba los hombros.
—¿Qué le ocurrió, mi buen hombre?
—Pase, pase por favor —luego miró a Hammya—. Y usted también, pase.
Ambos entraron a la casa, estaba muy ordenada, no había mugre ni suciedad. Todo estaba ordenado y limpio, parecía como si tuviera Misofobia (temor a la suciedad). No había indicios de tierra o polvillo. Es más, cuando Candado entró a la casa, el señor cerró la puerta mientras agarraba un pañuelo blanco. Candado se sintió ofendido por aquel acto del señor, pero se mordió los labios cuando Hammya lo tomó del brazo. Ella sabía muy bien lo que él estaba por hacerle.
—Lamento que usted tenido que devolver el pastel de esa manera, no sabía que un sapo había saltado.
Candado hizo una mueca de asco cuando le recordó eso.
—Es agua pasada.
—Así—Sonrió Hammya—. Quisiera.
Candado volteó mirándola con un grado de hostilidad que sus ojos empezaron a volverse levemente violetas.
—Está bien, me callo.
—Bien, por aquí, señores —decía mientras se limpiaba las manos con alcohol en gel.
El señor los guio hasta una habitación con una puerta blanca.
—Se los advierto, no entenderán nada. Pedí que usted viniera porque mencionaron su nombre y su apellido a cada oración que salía de sus bocas.
—¿Hablan japonés?
—No.
—Entonces no es un problema para mí.
El señor inclinó la cabeza y procedió a abrir la puerta. En su interior, había tres niños, uno de ellos era una nena. El otro era el mayor de todos, estaba recostado en un sillón con un trapo húmedo en la cabeza, mientras que los otros jugaban con sus muñecos. Y estos, al ver a Candado en la puerta, soltaron todo lo que tenían y fueron corriendo a abrazarlo. Eran muy pequeños, tenían la estatura de Yara. Candado no entendía por qué esas dos pequeñas e inocentes estaban abrazando sus piernas.
—Eh, hola, ¿Cuáles son sus nombres?
Los niños mostraban una cálida sonrisa mientras abrazaban a Candado. Pero cuando dijo las primeras palabras, el chico que estaba acostado abrió los ojos y miró a Candado.
—Pojkar, rör inte.
Candado se sorprendió un poco al escuchar lo que aquel muchacho dijo.
—¿Ves, Candado? No entiendo ninguna palabra de lo que dicen.
—Sueco —dijo Candado mientras miraba al muchacho acostado en el sillón.
—¿Qué dijo? —preguntó Hammya.
—Dijo que dejen de abrazarme.
—¿Sabes hablar sueco?
—Sí, ¿Algún problema, niña?
—No, ninguno.
—¡Pojkar! —dijo nuevamente, luego empezó a toser.
Al ver que su hermano empeoraba, los niños corrieron hacia él.
—¿Qué sucede? —preguntó Candado mientras se acercaba a él, tomó la mano del muchacho y le indicó a Hammya que abriera la ventana, ya que la habitación tenía muy poca iluminación. Apenas se distinguían a los niños por la escasa luz en la habitación. Cuando Hammya corrió las cortinas y abrió la ventana, ella y Candado quedaron sorprendidos al ver que los niños no tenían piel como un humano normal, sino que estaban hechos de porcelana de pies a cabeza. Tenían una piel muy lisa.
—Dios mío —dijo sorprendida Hammya.
—Vaya, parecen muñecos de porcelana —comentó Candado de forma escéptica.
Los dos pequeños eran mellizos, y al igual que su hermano, tenían la piel muy blanca y sólida. La luz del sol hacía brillar sus cuerpos. La niña, al igual que sus hermanos, tenía los ojos totalmente negros con un círculo, presumiblemente su iris, pequeño y de color blanco. Poseía cabello largo y rubio, vestía un camisón largo de color negro con una insignia de un diamante en el pecho. El otro hermano tenía las mismas características de la niña, solo que tenía el cabello corto y vestía pantalones negros con tirantes, y una camisa azul. El hermano mayor tenía el cabello negro y parecía más enfermo que agotado.
—¿Quién eres y de qué me conoces? —preguntó Candado mientras sostenía su mano.
El muchacho habló en sueco, un idioma que Hammya y el señor no podían entender, pero Candado sí.
—Mitt namn är Andersson Ljungqvist
—Tu nombre es Andersson Ljungqvist.
—Yes.
—¿De qué me conoces?
El muchacho empezó a hablar en su idioma.
—Vi träffades för en tid sedan, jag söker... hjälp... din hjälp.
Candado era el único que podía entender lo que decía. Los demás observaban atentamente lo que Andersson decía, pero después, Candado le respondía en el mismo idioma.
—Jag minns ingen Andersson, säkert är det mig du letar efter?
—Självklart, jag beklagar att vi har en sådan här träff. Tycker du inte att det är romantiskt?
Candado se asqueó.
—Parece que dijo algo malo—dijo el señor.
—Es muy probable.
Esto continuó por unos cuantos minutos hasta que el niño perdió la conciencia. Candado puso su mano en la frente y cerró sus ojos, luego pronunció unas palabras.
—Descansa, compañero. Yo me haré cargo de todo.
—¿Qué sucede? —preguntó el señor.
Candado se puso de pie y miró a los niños, quienes estaban bastante preocupados por lo que estaba pasando. Se acercó a ellos, los abrazó y sin mirar atrás preguntó.
—¿Los chicos tienen un lugar para dormir?
—Sí, su habitación está al lado.
—Bien, ¿Me haría el favor de llevárselos de aquí?
—Está bien, lo haré.
Candado tomó las manos de los niños y dijo:
—Lyda herrn, er bror är i goda händer.
Luego procedió a entregárselos al señor. Este último tomó sus manos con un guante de látex. Candado suspiró al ver su actitud.
—Ten pensamientos positivos —dijo Candado para sí mismo.
Hammya, quien no sabía de nada, decidió preguntárselo directamente.
—¿Qué sucede?
—Te lo diré cuando el señor vuelva, creo que él también debe saberlo. Después de todo, ellos buscaron refugio en su casa.
—Tienes razón —dijo ella mientras miraba al muchacho.
Candado se sentó en un sillón igual de grande donde estaba acostado el muchacho, cruzó las piernas y los brazos mientras esperaba que el señor volviera. Mientras tanto, Hammya, la única en la sala que estaba de pie, comenzó a sentirse un poco nerviosa por el silencio que reinaba en el lugar, hasta se agarraba el vestido con ambas manos.
—Y... ¿Qué hacemos?
—Yo espero —dijo Candado mientras tenía la mirada perdida.
—¿Y yo? ¿Qué hago yo?
—No sé, querida. Si estar parada ahí te ayuda a pensar más rápido, entonces quédate ahí.
Hammya exhaló de forma desilusionada y decidió sentarse al lado de Candado.
—Sabes, creo que en estos últimos meses no has empeorado con tu estado.
—Ni mejorado —agregó Candado.
—Bueno, pero es un avance.
Candado dio una risa sarcástica mientras alejaba sus brazos.
—Creo que no lo entiendes, niña. Yo no estoy mejorando en absoluto. No me pasa nada porque no he usado mi poder estos últimos días, así como también, que me he exaltado y agradezco que vos no me sacaste de quicio.
—Bueno, creo que es un cumplido.
—Tal vez lo sea —luego puso su mano en su frente—o tal vez no.
—Has cambiado últimamente, Candado.
—¡NO! —Candado cerró los ojos e inhaló todo el aire mientras colocaba su mano entre el medio de ella y él—no empieces con eso. Creo que estoy un poquito, ¿Qué digo? Poquito, estoy podrido de que se metan en mi personalidad.
Antes de que Hammya pudiera decir algo, llegó el señor limpiándose las manos con alcohol en gel.
—Bien, los niños están en su pieza comiendo algunas golosinas que les di.
—Asegúrate de que no sean muchas, podrían enfermarse.
—Lo sé, Candado. Les di una bolsa pequeña para cada uno.
—Me alegro.
—Bien, ahora dime, ¿Quiénes son y de dónde vienen?
—Bien, su nombre es Andersson Ljungqvist, sus hermanos son Gerald Ljungqvist y Rosío Jönköping Ljungqvist. Son de Suecia.
—¿Cómo te conocen? —preguntó Hammya.
—Hace dos meses deambulé por Estocolmo. Me habían informado sobre ciertos incumplimientos de un Gremio corrupto. Los Semáforos no pudieron hacer nada debido a su alto poder adquisitivo, e influencias con el estado así que no pudieron resistirse a los euros. Gracias a unos pocos de ahí, me escribieron una carta. Era raro, pero no hacía nada investigar un poco y fui ahí sin dar previo aviso.
—Pero eso es ilegal.
Candado miró a Hammya levantando su ceja izquierda.
—¿Y cómo sabes que es ilegal?
—Porque lo leí en el código de la O.M.G.A.B. que me dio Jacqueline, "Todo representante desde juez a candado/presidente tiene que avisar al congreso de una visita a un gremio que no sea de su nación".
—Vaya, veo que no pierdes el tiempo.
—Me elegiste vicepresidente. Se supone que debo cargar con una responsabilidad.
—Por favor, continúa con lo que estabas hablando anteriormente.
Candado aclaró la garganta y continuó. (*Aclaración, lo que hizo es ilegal).
—Bueno, llegué a Estocolmo, me dirigí hasta el lugar y los atrapé delinquiendo muchas leyes de la O.M.G.A.B. y de la propia Harambee. Cerré el lugar y me encargué de sancionarlos y expulsarlos. Y si, me encargué de dar mi presencia dos horas antes, así que técnicamente no es ilegal. Después de eso, mientras volvía para tomar mi avión, fui golpeado en la nuca con un palo. Aunque no sentí el golpe en sí, la fuerza era tal que quedé temporalmente inconsciente y débil. No podía hablar ni gritar, es más, ni siquiera pude llamar a Tínbari. Estaba muy aturdido, todo mi cuerpo se había quedado inmóvil en el suelo. Fue un erro mío al subestimarlos, sin embargo vi una silueta que apareció de la nada y peleó con ellos. Trataba de moverme, luchaba contra el sueño que me estaba dando. Lo único que pude ver era su rostro cubierto por un pasamontaña. Luego me desmayé. Cuando desperté estaba en una comisaría de ahí con dos policías ayudándome, mientras que el muchacho que me había ayudado se estaba alejando de la comisaria. Me puse de pie con las pocas fuerzas que tenía y corrí hacia donde estaba y le grité: "Soy Candado Barret, de la República Argentina. Te estoy muy agradecido por tu ayuda. Cuando estés en problemas, ven a buscarme. Estaría encantado de pagar mi deuda contigo". Claro que todo esto lo dije en sueco.
—Increíble —dijo el señor.
—Vaya, ¿Y qué te dijo? —preguntó Hammya.
—Me dijo que él era la persona que me había salvado, y que él y sus hermanos son codiciados por todo el mundo, incluido en su país, ya que ellos son los últimos Korslin.
—¿Qué? —preguntaron ambos.
—Así son los niños de porcelana. Pensé que ya no existían, pero después de ver de que aún quedan dos Bailak vivos, no estoy sorprendido.
—¿Por qué son codiciados? —preguntó el señor.
—Ellos, a diferencia de los Bailak, son los castigados por el poder del asteroide, ya que sus pieles son demasiado débiles. Un golpe, una herida e incluso un rasguño es una sentencia a muerte, pero ellos habían creado la forma de reconstruirse. Lo cual llamó la atención de todo el mundo. Ellos habían descubierto el secreto de la inmortalidad, así que comenzaron a ser secuestrados para que les dijeran la forma de poder ser inmortal. Respondieron que no es posible que su magia funcione con humanos normales como nosotros, solo aquellos que posean el corazón de su raza pueden crear esa magia. Grave error, esas palabras impulsaron una caza masiva de su especie, arrancándoles sus corazones y usándolos para ser inmortales.
—Qué tragedia, ¿Por qué el hombre es así? ¿Por qué tiene que acabar con las cosas lindas?
—Eso siempre será un misterio, pero no todo está perdido. Ya no existe ese pensamiento de la época, por lo que estarán a salvo.
—Pero ¿Por qué huir de su país?
—No lo sé, pero sé esto. Andersson ha sido perseguido por alguien desde Suecia hasta a este país, y con su estado, no podrá defender a sus hermanos. Es por eso que acudió a mí. Se lo debo.
—¿Tienen un lugar donde vivir? —preguntó el señor.
—Claro, voy a llevarlos a mi pueblo, ahí estarán a salvo.
—Bueno, gracias a Dios.
—Por favor no haga eso señor.
—Oh, Bueno, ¿perdóneme?
—Candado, préstame tu celular.
—¿Para qué lo quieres?
—Voy a llamar a Nelson para que nos lleve al pueblo, ahí podrán curar lo que sea que tenga. Candado se llevó la mano izquierda al mentón y pensó: "Tal vez, si llevo a esta persona ante Rucciménkagri, podría curarlo."
—Bien, por fin dices algo que me sirva —luego Candado metió su mano en su bolsillo, sacó su celular y se lo entregó en la mano—. ¿Sabes el número del anciano por las dudas?
Hammya quedó con la boca y los ojos bien abiertos por la pregunta que le había hecho, se olvidó de lo más fundamental.
Candado hizo una mueca con los ojos y le quitó el celular de las manos.
—Tonta —dijo Candado mientras marcaba el número de Nelson.
—Lo siento —dijo ella muy apenada.
—Creo que está atendiendo —dijo Candado con el celular en el oído.
Luego, alguien respondió y se lo entregó a Hammya.
—Ahí está, atiende.
—Hola, Nelson.
—Sí, ¿Quién habla?
—Soy yo, Hammya.
—Oh, la novia de Candado, ¿Cómo anda che?
—Yo bien gracias... ¡NO!—gritó avergonzada.
Candado puso su mano en la cabeza de Hammya y mientras aplicaba algo de presión, dijo. —No vuelvas a gritar así —señalando el hecho de que Andersson estaba dormido.
—Hola, hola, ¿Sigues ahí niña?
—Sí, sigo aquí, perdón, es que… Soy nueva en esto.
—Bueno, ¿Qué es lo que necesitas?
—Tenemos algunas personas que debemos llevar con nosotros.
—¿Nosotros?
—Sí, nosotros. Candado está conmigo, así que por favor, necesitamos tu ayuda.
—Claro, empezaba a aburrirme en estos últimos días, iré enseguida.
—Bien, gracias.
—¿Cuál es la dirección?
—Ah, bueno, es —en ese momento Candado mostró su libretita a Hammya— la Av. Castelli al....
—Lo tengo, iré enseguida.
Luego colgó y entregó el celular a Candado.
—¿Dónde se ha visto que alguien haga un plan sin tener uno?
—Lo siento, quería ser de ayuda.
Candado suspiró, guardó su celular y libreta en el bolsillo .
—En fin, gracias por la idea.
Hammya sonrió.
Luego Candado se dirigió hasta la habitación de los niños.
—¿A dónde va, señor?
—A ver a los chicos, no quisiera preocuparlos por la salud de su hermano, así que voy a hacerles compañía.
—¿Y yo qué hago?
—Cuenta las hormigas.
—¿Qué?
Luego Candado cerró la puerta detrás de él.
—Ay, esa piba me está volviendo loco con sus preguntitas —dijo Candado recostado en la puerta.
Luego se reincorporó y fue directamente a la habitación de los niños, tocó la puerta y después la abrió. Para su sorpresa, estaban jugando, saltaban en una misma cama, hasta que vio al niño caerse al suelo y romperse el brazo. Candado se alteró al ver esto, pero rápidamente se tranquilizó al ver que las piezas de sus brazos volvían a unirse, para después volver a su lugar. La niña, que estaba aún saltando en la cama, quiso hacer lo mismo y se tiró al suelo, pero Candado reaccionó rápido y también se tiró para amortiguar la caída de la niña, cayendo en su pecho. Como eran de porcelana, eran bastante pesados, y terminó con el aire sacado.
—Isidro, espero que me des fuerzas —dijo Candado aguantándose el dolor.
La niña se bajó de su pecho y se escondió debajo de la cama, pensando que se iba a enojar con ella. Por otro lado, el niño seguía sentado mientras veía cómo su brazo se reconstruía solo. Candado se sentó y buscó a la niña por todos lados con la vista, hasta que la encontró bajo la cama cubriéndose la boca; sus ojos brillaban en aquella oscuridad. Este sacó de su bolsillo un caramelo y se lo ofreció. La niña lo tomó, lo desenvolvió y se lo comió. Luego, Candado tomó la mano de la niña y lentamente la sacó de ahí, mientras masticaba el caramelo que él le había dado. Candado se sentó y sacó de su bolsillo otro caramelo, pero esta vez, se lo dio al niño. Luego habló en sueco, para preguntarles ciertas cosas, y la fundamental era:
—¿Hablan español?
Los niños afirmaron con la cabeza, y la primera en hablar fue la niña.
—Hola, soy Rosío.
—Y yo soy Gerald.
—¿Su hermano habla también español?
—No, solo nosotros. Mientras veníamos en avión, compramos un diccionario de español, lo estudiamos y lo memorizamos, y gracias a eso, y a las personas que hablaban a nuestro alrededor, pudimos aprenderlo bien.
—Vaya, pequeña —dijo mientras le acariciaba la cabeza; luego continuó—. Aunque todavía se le nota el acento.
—Claro, todavía estamos tratando de hablarlo a la perfección —dijo Rosío.
—Fue difícil al principio, pero después lo pudimos hablar bien —añadió Gerald.
—A propósito, ¿Qué pasó con su hermano?
—Mientras veníamos a este estado, nos encontramos con un ser extraño que atacó un bus.
Nuestro hermano se enfrentó a esa mujer extraña y terminó herido; lamentablemente, eso lo enfermó —explicó Gerald.
—¿Mujer? —Sí, tenía un dibujo de un ocho en la frente. A Candado se le iluminaron los ojos al escuchar la descripción.
—¿Ocho? —susurró Candado.
—¿Dijo algo, señor?
—No, solo que me alegra que ustedes y su hermano estén a salvo. Después de todo, tengo una deuda que saldar con él.
—Andersson nos contó que salvó a un chico con boina azul y que lo llevó a la policía.
—Sí, Rosío, fui yo. Le dije que, si nos volvíamos a encontrar, saldaría mi deuda con él. Los heraldos de Harambee siempre cumplen con su palabra.
Luego los niños comenzaron a entristecerse.
—¿Qué les sucede? —preguntó Candado de manera preocupada.
—¿Va a estar bien Andersson? —preguntó Gerald, suprimiendo las lágrimas.
Candado abrazó a ambos, mientras empezaban a soltar lentamente su tristeza.
—Él estará bien, yo lo aseguro. No permitiré que ustedes tengan que sufrir la pérdida de un ser querido.
Mientras Candado abrazaba a los niños, Hammya, quien estaba observando todo, se conmovió al ver la escena, luego cerró la puerta silenciosamente, aclaró la garganta y golpeó la puerta. Candado, al escuchar los golpes, se puso de pie y tomó las manos de los niños.
—¿Sí?
—Nelson está esperando afuera.
—¿Tan pronto?
Candado llevó a los niños afuera de la habitación y luego se dirigió hasta la sala, donde vio al señor cargando al muchacho.
—¿Qué sucede? —preguntó Gerald.
—Los llevaremos a mi pueblo, allí estarán a salvo.
—¿Andersson vendrá con nosotros? —preguntó Rosío.
Candado puso sus manos en los hombros de la pequeña y sin titubear dijo.
—Sí, voy a ponerlos a salvo, confíen en mí.
Candado tomó nuevamente las manos de los niños y los llevó afuera de la casa, donde estaba el auto de Nelson reluciente, con él fuera del auto recostado como si fuera un adolescente esperando a su novia.
—Vaya, no pensé que traerías muñecos.
Cuando Candado puso un pie afuera de la casa, sintió un escalofrío que recorrió desde su espina dorsal hasta su nuca, para luego escuchar el susurro de Tínbari.
—Te han seguido, Candado.
Las palabras de Tínbari lo alertaron; no podía concebir lo que le había dicho su guardián.
—(¿Quienes?)
—Agentes.
Candado sintió asco, repudió e indignación a escuchar eso. Estaba preocupado, sobre todo porque tenía a personas inocentes bajo su cuidado. Se detuvo a mitad del camino entre la casa y el auto, disimuladamente miró a la izquierda y vio un auto rojo estacionado observándolo. Luego, giró a la derecha y vio dos motos y una camioneta, obviamente estaban disimulando. Los motoqueros fingían hablar entre sí, el conductor de la camioneta fingía leer un diario, lo cual era obvio porque el diario estaba al revés y el sujeto estaba ocupado observándolos.
—¿Sucede algo, Candado? —preguntó Rosío.
Él no respondió y seguía mirando a su alrededor, hasta que sintió que la niña le tiró de la manga. Candado rápidamente volvió a la realidad y mostró una sonrisa cínica, luego se acercó al auto y abrió la puerta. Para su sorpresa, Clementina estaba ahí.
—Hola señor. Candado no tuvo tiempo de reaccionar y subió a los niños en el regazo de Clementina.
—Señor, qu…
—Peligro—susurró Candado.
Clementina se disponía a escanear el área, pero él la tomó de la mano a Clementina y la miró a los ojos.
—Cuida a estos niños y no los sueltes, por favor.
Clementina no preguntó nada y solo se limitó a aceptar lo que le había ordenado. Sea lo que sea, era bastante grave como para poner a su "joven patrón" de esa forma.
Luego, el señor colocó al muchacho en el asiento trasero; aún estaba dormido. Candado le abrochó el cinturón de seguridad a él y a Clementina, ya que ella tenía las manos ocupadas. En ese momento, salió Hammya de la casa y se disponía a sentarse en el asiento de adelante. Candado cerró la puerta y se interpuso en el medio.
—Hammya, vos te sentás atrás.
—No, quiero sentarme al frente.
—Hammya, no tengo tiempo de discutir contigo. Te sentás atrás y punto.
Ella no escuchó y puso la mano en la manija de la puerta. Candado tomó su mano y la miró a los ojos, pero no estaba enojado; más bien, aquellos ojos mostraban una súplica en aquel rostro frío.
—Por favor… Siéntate atrás.
Hammya entendió y aceptó con la cabeza.
Cuando todos se subieron al auto, Candado se despidió del hombre y le dijo a Nelson que arrancara rápido; el viejo no dijo nada y encendió el motor. Cuando el auto comenzó a moverse, Nelson, algo preocupado por lo que estaba haciendo Candado, miraba constantemente los espejos del auto y decidió romper el silencio.
—Muchacho, has estado algo disperso desde que salimos del lugar. ¿Pasa algo?
—Hay personas que nos están siguiendo. Creo que están detrás de mí y de ellos.
—¡¿CÓMO?!—gritó Hammya.
—No me gusta cómo suena eso, Candado. Creo que sería mejor que yo los rastreara y…
—No, no lo harás. Te encomendé una tarea y vas a cumplirla.
—Candado, tal vez estás un poco exaltado. Relájate, vas a asustar a los niños.
—Sí, estoy exaltado porque ustedes están en peligro, pero eso no quiere decir que esté loco. Lo malo de mí es que siempre le pasa algo a las personas que me rodean. En ese momento, Candado miró a Nelson y se sorprendió un poco al ver que Nelson estaba cargando un arma mágnum con una sola mano.
—¿Qué haces, viejo loco?
—No lo había notado, chico. Pero debe de ser ese auto rojo que nos está siguiendo. Lo más factible es que estas personas sean mercenarios de Greg o Agentes.
—Eso quiere decir que….
En ese preciso momento, Candado vio por el reflejo de una vidriera a un tipo con un francotirador apuntando al coche.
Cuando Candado vio esto, gritó.
—¡AGÁCHENSE!
Todos lo hicieron, excepto Hammya, que no tuvo tiempo para hacerlo, hasta que se escuchó el disparo.
Candado estiró su brazo, interponiéndose entre la cabeza de Hammya y la ventana, recibiendo la bala él en vez de ella.
—¡CANDADO!—gritó preocupada Hammya.
—Mierda, oh mierda—decía Nelson mientras aceleraba.
—¡ESTÁS SANGRANDO!—gritó alarmada Clementina
—¡CIERRA LA BOCA Y MANTENTE AGACHADA!—gritó Candado mientras se sacaba la bala y la tiraba por la ventana.
El auto aceleraba, Clementina se mantenía inclinada mientras cubría las cabezas de los niños asustados con sus manos.
—Esto no es bueno, para nada bueno—dijo Clementina.
Candado no había recibido ninguna herida esta vez, se había encargado de concentrar todos sus poderes en la zona de su brazo, dándole solo un golpe fuerte en el antebrazo. Hammya, quien no sabía de nada, comenzó a llorar, creyendo que por su culpa habían herido a su amigo. Pero Candado llamó a Tínbari y pidió cobertura para evitar que siguieran disparando al coche. Nelson, quien estaba al volante, bajó la ventanilla y sacó su brazo para después disparar a los autos que los seguían detrás de él.
—¡NO HAGAS ESO, VIEJO! ¡NECESITO QUE TE CONCENTRES EN EL CAMINO!—gritó Candado mientras tomaba el volante.
Nelson comenzó a reírse.
—¡MUCHACHO! ¡EL ARMA QUE ESTÁ BAJO TU ASIENTO, POR FAVOR!
Candado, sin dudar un segundo, se agachó y sacó un rifle de asalto liviano y se lo entregó a Nelson.
—¿¡DE DÓNDE RAYOS SACAS ESTAS ARMAS!?
—¡SON UN VIEJO REGALO DE MALVINAS!—gritó mientras empezaba a disparar.
—¡ESO ES UNA DESCARADA MENTIRA!
Candado miró hacia atrás para saber cómo estaban sus compañeros.
—¿Están bien?
—Afirmativo, señor, estamos bien.
—Lo siento, Candado, lo siento.
—Ya deja de disculparte, estoy bien—luego miró arriba—Tínbari no durará mucho en esa situación.
Después, volvió al frente, se quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Rosío.
—Voy a cumplir mi palabra—luego se dirigió a Nelson—llévalos a casa, estarán a salvo ahí, luego los veré.
Antes de que Nelson pudiera decir algo o frenarlo, Candado saltó del auto y cayó de pie en la calle.
Luego, invocó a dos perros flameantes para que se fusionaran y formaran un enorme perro. Candado se subió a su lomo y corrió hacia los autos que venían de frente. Estos, al ver que su objetivo se acercaba, sacaron sus armas y empezaron a dispararle, pero como Tínbari iba adelantado, frenaba las balas antes de que tocaran a Candado. Era veloz y preciso, tomaba las balas con sus manos. Como los individuos no podían verlo, pensaban que Candado era el que los frenaba. Luego, unas dos motos salieron de detrás de la camioneta y aceleraron hacia donde estaba Candado. Sacaron sus armas y empezaron a dispararle. Candado encendió sus manos con la característica flama violeta y cuando estuvo lo suficientemente cerca, le dio un puñetazo a las ruedas delanteras de la moto, provocando que estos volaran por los aires. Sin parpadear y sin mostrar una sola expresión en su rostro, se puso de pie y saltó al frente del auto, haciendo desaparecer su perro y dejando a Candado y a Tínbari solos. Después, se paró en el techo y con una fuerza descomunal sacó el techo del auto. Luego, se metió dentro del coche y empezó a golpearlos. Tínbari sacó al acompañante y lo tiró afuera, provocando que rodara por la calle y fuera liquidado por un camión que pasaba a toda velocidad. Mientras tanto, el otro, Candado lo desarmó, lo tomó de la nuca y lo arremetió contra el volante, dejándolo inconsciente al instante. Luego, pisó el freno y el auto se detuvo frente a la camioneta que también los perseguía. Candado abrió la puerta del acompañante, tomó al sujeto inconsciente y saltó del auto, utilizando el cuerpo del individuo para amortiguar su aterrizaje. Cuando tocó el suelo, la camioneta embistió con todo al auto, provocando un estruendo enorme.
Candado se puso de pie y se bajó de la espalda del sujeto. Luego, se sacudió el polvo que tenía en su ropa y caminó hasta la camioneta que estaba estampillada contra el auto. Aunque los acompañantes estaban todos muertos, solo el conductor sobrevivió a eso, lo que resultó en una ironía que causó gracia a Tínbari. Candado abrió la puerta del auto, que terminó por desprenderse de sus bisagras y caer al suelo. Después, procedió a sacar al agonizante y adolorido sujeto de la camioneta y lo tiró en el suelo mientras ponía su pie en el cuello.
—Dime, rata inmunda, ¿quién te ha enviado?
El sujeto escupió a Candado, pero en su posición, la saliva cayó en su rostro en lugar de la cara del muchacho. Candado solo se limitó a mostrar una sonrisa tenue y tranquila.
—Eres un pelotudo; aun en las últimas consecuencias, defenderás a tu jefe —luego se inclinó a la altura de la cara del sujeto—. Me gustaría ver cómo gastas tu recompensa de mercenario en el cielo —luego se sacó el guante blanco de su mano izquierda y tocó su frente.
Cuando hizo eso, la figura horrenda para el ojo humano conocida como Tínbari apareció.
—Veo que usaste de nuevo eso. Sabes muy bien que esos guantes evitan el contacto con otra persona, ya que podría manifestar mi presencia ante otros, sin mencionar que has hecho esto más de una vez para cumplir tus malditos e infantiles caprichos.
—Sé que te gusta ver las caras de tus víctimas cuando te ven. Vamos, haz tu trabajo.
El sujeto quedó totalmente asustado por lo que estaba viendo, quiso gritar, pedir ayuda, pero nada salía de su boca. Estaba muy asustado al ver aquella criatura.
—Ayu… Ayúdenme… Alguien, quien sea, ayuda —decía el sujeto mientras miraba la camioneta destrozada con los cadáveres de sus compañeros.
Candado, mirando en la misma dirección que el sujeto, dijo.
—Olvídalo, no creo que vayan a moverse —luego miró al sujeto—. Sus almas pertenecen a Tínbari, como también lo eres tú.
El sujeto quedó totalmente asustado; no podía moverse. Luego ocurrió: Tínbari caminó hasta el sujeto, y mientras más se acercaba, más se sentía su corazón en la garganta. Candado se hizo a un lado, y Tínbari se sentó encima de él.
—Bien, esta es la parte más bonita de mi trabajo. Hola, soy Tínbari, un amigo suyo.
—Eres el demonio —decía el sujeto con las pocas fuerzas que tenía.
—Date prisa, Tínbari, quiero irme antes de que la policía venga aquí —dijo Candado mientras miraba alrededor.
—Ya voy, ya voy, solo dame un momento —luego miró al sujeto—. Dime, ¿Quién te contrató? Si me lo dices, no me llevaré tu alma, pero si no lo dices, me encargaré de que sufras mucho.
—Greg, Greg, fue Greg.
Candado quedó perplejo al escuchar ese nombre, el nombre de un maldito asesino, el mismo que mató a su abuelo.
—¿Dónde está? —preguntó Candado sin voltear.
—No lo sé, toda la información la recibimos por teléfono. Nos garantizaron una gran suma de dinero si liquidábamos a los niños de porcelana.
—Tínbari, déjalo, hemos terminado aquí. Seguro que estarán a salvo —luego miró al sujeto—. Te dejaré vivir, pero si vuelves a tomar un arma y apuntas hacia mí o hacia mis hermanos, no te perdonaré, y me encargaré de que tu muerte sea lenta y dolorosa.
Luego se colocó los guantes y se alejó del lugar sin mirar atrás, mientras que el sujeto quedaba totalmente insano por lo que había visto.
Las sirenas de los policías se escuchaban a lo lejos. Candado se reía para sus adentros, porque era gracioso que llegaran veinte minutos tarde; casualmente, tardan más, pero hoy era diferente. Aunque la pelea finalizó rápido, Candado se había quedado sin transporte para poder volver a casa; sin embargo, no le importó, ya que estaba pensando en otras cosas. Greg, el hombre que le había quitado a su abuelo, otra vez, estaba distante del asesino. Pero lo que más le llamaba la atención era por qué atacar a los niños que estaban a su cuidado. Trataba de sacar una respuesta certera, pero no lo conseguía, y a medida que intentaba armar los pedazos de lo ocurrido, aparecían más piezas, las cuales muchas de ellas no encajaban del todo o simplemente no podía unirlas. Tal como había dicho a Clementina, no poder tener una respuesta certera estaba bastante claro que ellos querían matar a Candado. Pero por qué a ellos. Fue en ese momento que sacó dos conclusiones: o ellos robaron y se quedaron con algo o ellos son el daño colateral. Sea lo que sea, ponía en peligro a sus amigos y familiares.
Mientras caminaba por la calle, llena de gente, se le ocurrió dejar de pensar las cosas un momento, ya que el estrés lo llevaría a escupir sangre por el suelo. Luego le pasó por la mente visitar a unos amigos que tenía ahí, la familia que él había ayudado.
—Candado —interrumpió Tínbari.
—¿Qué quieres? —preguntó Candado.
—Vaya, estás hablando en público.
—Estoy algo cansado como para fijarme si ellos me ven como un loco. Que llamen al psiquiatra si total yo no soy de aquí.
Tínbari quedó sorprendido con la respuesta.
—Okey, si tú lo dices —luego aclaró la garganta, bajó el suelo y caminó al lado de Candado—. ¿A dónde nos dirigimos?
—No tengo transporte, así que mientras estoy aquí, me gustaría visitar a unos amigos.
—¿Amigos?
—Sí, amigos, A-M-I-G-O-S, amigos.
—Sí, sé cómo se escribe, pero me sorprende que estés haciendo amistad con otros.
—Soy amigo tuyo y nadie dice nada, así que....
—Sí, es verdad, pero nadie dice nada porque nadie me ve, es más, pareces un loco que habla solo en la calle.
—¿Y los que te ven?
—Tampoco dicen nada porque me tienen miedo.
—Mentiroso.
—Bueno, algunos.
—En fin, lo que yo decida hacer con mi vida es tu problema y no mío, así que yo que tú no me metería en los asuntos ajenos.
—Candado, tus amenazas no funcionan conmigo.
—¿Quién dijo que era una amenaza?
—¿Qué?
—Oh, nada, olvídalo.
—Sabes, eres un humano bastante extraño y muy cerrado.
—Ja, si cobrara cinco centavos por cada vez que me dicen eso, me haría rico.
—Estoy seguro de que, si te hubiera encontrado con Hitler de niño, este se hubiera pegado un tiro desde hace tiempo, por tu maldita forma de ser.
—Sé que, si Hitler se hubiera encontrado conmigo, este jamás sería una persona asesina. En vez de eso, lo guiaría hacia un camino mejor y de seguro su nombre jamás sería una mala palabra.
—Oh, qué profundo, Candado el buen samaritano —dijo él irónicamente.
—Tínbari, nadie nace malo. De seguro algo le habrá pasado a él, como a Tánatos cuando era un niño, para que hiciera algo tan nefasto. De seguro le pasó eso.
—¿Qué me quieres decir con eso?
—Que es triste ver a alguien que se vuelve malo. Si queremos que el mundo mejore, tenemos que empezar a mejorar nosotros mismos. El día en que el mundo haga el bien sin mirar a quién ayudan, la sociedad y la humanidad habrán cambiado para siempre.
—Candado, me estás asustando. Tú nunca eres así. Sé que aplicas la lógica a todo, pero esto.
No respondió, solo lo dejó con la duda. Era claro que Candado había abierto la boca de más y era hora de guardarse su punto de vista, solo para molestar un poco a Tínbari.
Candado dobló a la esquina y encontró la casa de sus nuevos amigos.
—Guau, ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí. Me pregunto si los señores Fernández seguirán viviendo aquí.
De hecho, tenía toda la razón. La casa ya no era más una pobre ratonera; su pintura era nueva, aunque seguía siendo del mismo color. Las ventanas estaban reparadas, relucientes y nuevas, tenían cortinas y todo lo que podía tener una ventana normal. La puerta estaba reparada y bien pintada, el jardín estaba arreglado y tenían un basurero decente.
—Sí está así de afuera, ¿cómo será adentro?
Candado se acercó a la puerta y dio tres ligeros golpes. Luego, esta se abrió y detrás de ella había un señor con bigote y anteojos, con una chomba celeste, pantalones negros y zapatos marrones, una persona que Candado jamás había visto.
—Disculpe, creo que me equivoqué…
—¿Candado?
—¿Eh? ¿Lo conozco? —preguntó él mientras fruncía el ceño.
Luego, recibió un inesperado abrazo por parte del señor, sintiendo las lágrimas y el llanto del hombre en su oreja. Detrás de su espalda estaba su mujer y su hija, ambas con ropas de casa; la señora con un camisón largo de color amarillo claro y su hija con una remera de mangas cortas de color verde con la cara de un conejo blanco, pantalones cortos negros y descalza, rostros conocidos para él.
—Veo que no se mudaron.
Cuando Candado dijo eso, las dos personas paradas detrás del señor corrieron hacia él y lo abrazaron.
—Eres el ángel que nos dio todo esto, gracias, muchísimas gracias —decía la señora con lágrimas.
—Gracias por volver, señor —dijo Carolina mientras trataba de no llorar.
—Veo que son muy afectuosos —dijo Tínbari mientras se reía.
Candado no podía decir nada, ya que quería seguir manteniendo en secreto a Tínbari. Estaba bastante calmado cuando supo que ninguna parte de su cuerpo estaba al aire, salvo su cara. Si tenía contacto físico con otro ser humano, podrían ver a Tínbari. La única parte de su cuerpo que estaba excluida de esas leyes era su rostro. La razón es que esa es la zona en la que toda fuente de identidad de un humano hacia su Bari, por lo tanto, ellos no pueden usurpar esas identidades. Así que nada ocurrirá si le tocan la cara.
—Sí, yo también me alegro de verlos —decía Candado.
—Es increíble, has vuelto —dijo el señor mientras se separaba de él—bienvenido a la familia, esperábamos tu regreso.
—Veo que han mejorado mucho, casi no los reconocí señor —decía Candado mientras se arreglaba la ropa y la corbata.
—Gracias por habernos ayudado, gracias por esa suma de dinero, la verdad estamos en deuda con usted —dijo la señora Fernández.
—Oh, bien, me alegro que estén bien, pero tampoco es irse por las ramas.
—Es para irse por las ramas, usted nos ayudó y por eso estamos muy agradecidos —dijo Carolina.
—Bueno, me siento feliz de que ustedes estén bien también, me alegra que ya no tengan que mendigar a esas personas de corazón domesticado.
—Es todo un privilegio tenerlo aquí con mi familia, señor Candado —dijo el señor Fernández.
—Sí, es muy bonito, pero ¿podrían dejar de llamarme con honoríficos? Ni que fuera un príncipe, rey o uno de los tantos egocéntricos de la nobleza.
—Es que no podemos evitarlo, es que nos ayudó bastante, podríamos vivir eternamente diciéndole gracias y no sería suficiente.
—Carolina, creo que sería bueno si empezaran a decirme cómo les fue en todo este tiempo, empezando con… —Luego de varios minutos moviendo su dedo alrededor de su eje, señaló al señor Fernández—empezando por usted.
—¿Yo?
—Sí, dígame, ¿Qué ha sido de su vida?
—Bien, después de que nos dio ese dinero, pagamos nuestras deudas, reparamos la casa, compramos muebles, ropas y electrodomésticos, luego busqué trabajo en una escuela privada de Resistencia.
—¿Por qué no me sorprende? —luego miró a la señora—¿Y usted?
—A mí me llamó un señor y solicitó mi ayuda en un banco privado.
—¡RENUNCIE!
—Pero ¿por qué?
—Vaya al banco provincia o el estatal no un privado, recuerde que ustedes hipotecaron la casa y que por culpa de eso casi pierden su hogar. ¿Por qué volver con aquellos atorrantes que se quedan con tu plata?
Mientras Candado decía todo eso, la señora tomaba nota con una libretita y un lápiz.
—Ya veo, interesante.
—Ah, bien —luego miró a Carolina—veo que ahora vas a la escuela, ¿verdad?
—Sí, pero no a las comunes, sino a una gremial.
—Hoy en día, muchos chicos prefieren asistir a escuelas especiales.
—¿Como usted?
—No, yo voy a una escuela normal, donde son pocos los que comparten circunstancias similares a las nuestras.
—Vaya, creo que debería hacer lo mismo.
—No, si te sientes bien en esa escuela, entonces quédate ahí.
—Bien—en ese momento saqué una libreta y anoté—interesante.
—¿Todos están de acuerdo? ¿No?
—No, claro que no, solo es una coincidencia.
—Sería coincidencia si usted no hiciera lo mismo que ellas.
—Oh, ¿coincidencia?
Candado se quitó la boina y se rascó la cabeza, luego comenzó a hacer girar su boina con su dedo índice.
—Bien, tuve algunos contratiempos en el camino de vuelta a casa, perdí mi transporte, así que decidí aprovechar, ya que estoy aquí, para saber cómo les está yendo o cómo les trata la vida.
—Gracias por su consideración, estamos muy bien y todo gracias a usted; hemos comenzado una nueva vida.
Candado casi se sintió ruborizado cuando escuchó que la persona que había dicho eso era Verónica, con un vestido, aparentemente ya tenía seis años.
—Guau, te pareces mucho a mi hija—luego me tapé la boca—oh, se me escapó—dije simulando estar apenado.
Aunque lo dije a propósito, no esperaba que dicho comentario los dejara sin palabras; sus rostros mostraban una tremenda sorpresa.
—¿Dije algo malo?
—¡¿CÓMO ES POSIBLE QUE ALGUIEN DE SU EDAD TENGA UN HIJO?!—gritó el señor Fernández.
—En realidad, es una hija y no un hijo—aclaró Candado.
—¡NO HACE LA DIFERENCIA SEÑOR!—gritó Carolina con sus serpientes exaltadas.
—Aleja esos bichos de mí, querida.
—¿Pero cómo es posible que tenga una hija?—preguntó la señora Fernández, con un esfuerzo muy grande para no gritar.
—Bueno, yo….
—No me digas que ya has experimentado las relaciones...
—¿Está loca o qué señora? Obviamente eso es imposible.
—¿Cuántos años tiene?—preguntó Carolina.
—Cinco.
—Sigo siendo la mayor, sí—dijo Verónica.
—Da igual, el tema es que se parece mucho a Yara y punto.
—¿Podría jugar con ella un día?
—Claro que sí, mi niña—dijo Candado mientras le acariciaba la cabeza.
—Pero cómo….
—Bueno, bueno, creo que vamos a dejar esas preguntas de lado, no queremos incomodar al muchacho ¿Verdad?
—Sí, tienes razón papá.
—Pasa, ven a comer con nosotros.
—Lamento declinar su oferta nuevamente señora, pero tengo que volver a casa antes de que se preocupen, quizás la próxima vez.
—Oh, es una pena, creo que no va ver forma de convencerte.
—Exacto, pero antes de eso, quisiera ver a Thomas, me gustaría saber qué tan bien le va en la vida.
—Bueno, sobre eso, creo que ya no lo podrás reconocer cuando lo veas o tal vez lo reconozcas, pero te acordarás de "otra" persona.
—¿De verdad?
—Sí, de hecho, está en su habitación, ¿Por qué no vas y lo compruebas vos mismo?
Candado se colocó su boina y se dirigió hasta el segundo piso, siendo acompañado por Carolina. Aunque la habitación del chico estaba relativamente cerca de las escaleras, Carolina abrió la puerta un poco para que no se notara que ellos lo estaban espiando y se asomaron. Pero lo que vio Candado lo dejó totalmente calmado, ni se sorprendió ni se asombró. Porque para sus ojos, era un niño bien vestido. Aunque Candado se había dado cuenta de que el muchacho había imitado a la perfección la forma de vestir de él, pero con una diferencia: la boina era negra y no azul, estaba parado al frente del espejo arreglándose la ropa.
—Oh, veo que le encanta vestirse bien.
Luego procedió a abrir la puerta, provocando que el pequeño Thomas se sorprendiera al ver a su amigo y su más grande admiración.
—Hola muchacho, veo que te gusta usar esos tipos de ropas—luego le miró el pecho— aunque aún no sabes ponerte una corbata.
El muchacho quedó totalmente sorprendido, no se movía y había quedado boquiabierto. Candado se inclinó y le arregló la corbata roja, el nudo era demasiado impreciso, Candado lo desató y lo volvió a arreglar. Cuando terminó, recibió un abrazo del pequeño y la felicidad del muchacho se convirtió en lágrimas.
—Ni que fueran años—dijo Candado mientras aceptaba el abrazo del niño.
—Eres tú, la persona que me ayudó cuando no tenía nada.
Carolina soltó alguna que otra lágrima detrás de él.
—Bien, bien, ya pasó, ya pasó—decía Candado mientras palmeaba la espalda de Thomas.
Luego lo alejó de él y lo miró a los ojos.
—Vamos, no llores, Thomas no llora, ¿verdad?
Candado alzó al pequeño muchacho y los llevó ante el espejo donde estaba posando hace un rato. Y parados frente a aquel hermoso espejo, Candado se miró así mismo y al niño.
—Somos iguales—dijo Candado sin dejar de mirar el espejo.
—Sí, es cierto.
Luego Candado mostró una sonrisa.
—Está bien que intentes ser igual a mí, yo también lo hacía cuando tenía tu edad, pero no tienes que ser perfectamente igual a mí, sino que seas mejor que yo.
—No entiendo.
Candado colocó su mano en su cabeza y le bajó la boina, tapándole la vista.
—Lo entenderás algún día—luego metió su mano en su bolsillo y sacó un caramelo—este es mi regalo para ti—dijo mientras le entregaba el caramelo en la mano.
Luego bajó al muchacho y puso su mano en su hombro.
—Pórtate bien, eres el chico de la familia, por ende, tienes que cuidar a tu familia.
Luego se puso de pie, volteó y caminó hasta Carolina, quien estaba parada sin hacer nada más que mirar. Cuando se acercó a ella, Candado puso su mano en su cabeza y dijo.
—Y vos, cuida al muchacho—luego cerró los ojos y continuó—eres la mayor de esta familia ¿no? Cuida mucho a tu hermano.
Luego sintió un pequeño tirón de su pantalón, Candado bajó la vista y vio a una Verónica con ojos curiosos.
—¿Y yo qué hago?
Candado la levantó y le dio un beso en la frente.
—Vos nunca crezcas—luego le dio otro beso en la mejilla—eres un encanto, mi cielo—después le entregó un caramelo y colocó su mano en su cabeza—aléjate de los roperos, ¿sí? (Todo esto lo hizo con su actitud agria y seria)
—Está bien.
Luego se puso de pie y extendió su mano, Carolina también lo hizo, pero cuando estaba por estrecharle la mano, Candado la tomó con ambas manos.
—Nos vemos, señorita—dijo Candado sin ninguna emoción.
Luego se retiró de la habitación, dejándola petrificada con un tan extraño saludo. Cuando reaccionó, sintió que algo tenía en su mano, esta lo abrió y pudo ver que era una medalla con un sol, y con letras doradas, C.I.P. (Concejal Institucional del Parlamento, un cargo que solo se puede ascender con la aprobación de un poder supremo). Carolina quedó sorprendida al ver lo que tenía en sus manos. Eso significaba que había ascendido a un cargo mayor, y que podría estar en la cámara de los Semáforos, pero cuando intentó decir algo, ya no estaba.
Candado bajó las escaleras y se despidió de la familia, alegando que volvería otra vez, pero antes de que pudiera irse, el señor Fernández lo detuvo.
—Dijo que se iba a su casa, ¿no?
—Claro, ¿por?
—Y dices que vives muy lejos de aquí, ¿cierto?
—Por supuesto.
—¿Por qué no te llevo a casa? Así llegas más rápido.
—Eh, no, quisiera hacerlo por mi cuenta, gracias.
—Pero de Resistencia a tu casa, llegarías tarde, casi al anochecer.
—Tal vez, pero…
—Reitero, voy a llevarlo hasta su casa, es lo menos que puedo hacer por usted.
Candado se rascó la nuca y miró sus pies.
—Está bien—luego alzó la vista—por qué no, estaría bien llegar más rápido.
—Bien, enseguida saco el auto, espéreme.
Después de decir eso, desapareció tras una puerta que se encontraba detrás de él, dejando solo a Candado y a la señora Fernández.
—Dígame, Candado, ¿cómo puedo encontrar otro trabajo?
Candado se llevó la mano al mentón un rato y luego la miró.
—¿Cuál es su deseo en la vida?
—Yo quisiera ayudar a las demás personas, así como lo haces vos.
—Bien, puedes ser policía, abogada, política, enfermera, fiscal o maestra.
—Bien, bien y bien—decía mientras anotaba en una libretita.
—Creo que estoy empezando a odiar esas notitas.
—¿Dijiste algo?
—No, no dije nada.
En ese instante, el señor Fernández irrumpió en la sala.
—Ya está.
—Eso fue rápido—dijo Candado mientras se dirigía a la puerta, luego volteó—hasta luego señora, prometo volver a visitarlos.
—La casa siempre estará abierta para vos.
Candado mostró una sonrisa y contestó.
—Sí, seguro.
Luego Candado salió de la casa. Afuera, lo estaba esperando un auto llamativamente naranja, se parecía a un Peugeot, pero no era un Peugeot.
—¿Qué es esto?
—Es un auto, Candado, un precioso y brillante auto.
—Nunca antes había visto uno igual.
—Bueno, mi pequeña empresa lo fabricó, contempla el Fangiomovil.
—Guau, sinceramente, guau.
A Candado se le iluminaron los ojos al ver un auto fabricado en la Argentina.
—¿Y bien qué te parece?
—¿Cómo lo construyó?—preguntó Candado mientras pasaba su mano por el capó.
—Después de que nos diste esa tan generosa cantidad de dinero, me puse a buscar un terreno en Buenos Aires, compré una vieja fábrica y contraté a un grupo de obreros para hacer el trabajo.
—Pero ¿Cómo hizo para que lo construyan en tan pocos meses?
—Secretos de la empresa.
Luego ambos se subieron al coche.
—Dígame, señor, ¿a caso esos empleados suyos cobrarán bien?
—Claro que sí, después de que recibí tu ayuda, obtuve una nueva vida, estoy seguro de que esto es obra de Dios todo poderoso.
—Je, sí, seguro—dijo Candado sarcásticamente mientras se colocaba el cinturón de seguridad.
—Bien, aquí vamos.
El señor encendió el motor y puso en marcha el auto; el sonido era mudo, era casi reconfortante para el señor, aunque no lo era para Candado. De alguna forma, eso le hizo recordar a su padre, y con solo sentir esos buenos momentos que había pasado con él, le provocaba cierta nostalgia en su corazón, pero también un alegre recuerdo de su pasado.
—No me rendiré.
El señor Fernández quedó algo sorprendido al escuchar eso, pero no hizo nada, solo sonrió y respondió con una leve sonrisa.
Candado se había dormido a mitad del camino, por lo que no hubo casi conversación con el señor Fernández. Aunque sospechaba que Candado estaba metido en algo grande y peligroso, siguieron siendo solo sospechas, ya que no tuvo tiempo de preguntarle y era una lástima. Pero no iba a interrumpir el sueño.
Cuando llegaron al pueblo de la Isla del Cerrito, el señor despertó a Candado de la manera más suave posible y le dijo que ya habían llegado.
Candado despertó, se tapó la boca y bostezó.
—Cielos, ¿Cuánto tiempo dormí?
—Una hora.
—Guau, ya llegamos, bien, gracias.
—Espera, ¿no quieres que te lleve hasta tu casa?
—No, no quiero involucrarte—luego extendió su mano, y el señor rápidamente le dio un apretón—gracias por molestarse en traerme aquí, se lo agradezco.
—Pareces un robot cuando me lo dices con esa cara.
—Acostúmbrese.
Luego bajó del auto y cerró la puerta detrás de él, para después hacer una seña para que se fuera, mostrando un intento de sonrisa. El señor se tocó la sien tres veces mientras sonreía, luego dio marcha atrás y se alejó del muchacho; el señor miraba la figura de Candado por el espejo retrovisor mientras sonreía.
—Sea lo que sea, él es una buena persona—dijo el señor en voz alta.
Cuando el auto se perdió de vista, Candado metió sus manos en los bolsillos y decidió caminar un poco. Justo cuando pensaba que no iba a tener dolor de cabeza, pum, apareció Tínbari de la nada solo para molestarlo.
—Ah, de vuelta a esta pocilga.
—Discúlpame por no tener rascacielos.
—Es una completa idiotez lo que estás planteando.
—No planteé nada. Además, ¿Dónde habías estado?
—Eh, por aquí y por allá.
—Pues vuelve para allá y quédate ahí entonces.
Tínbari empezó a reírse.
—Vamos, Candado, solo es una broma, no te lo tomes a pecho.
—Creo que ya lo había dicho, pero da igual, voy a decirlo otra vez.
—¿Qué cosa?
—Eres un dolor de cabeza.
—Y tú…
—No te pases, canalla.
—Bueno, voy a pensar algo inteligente, ya vuelvo.
Luego de decir eso, desapareció otra vez.
—Por favor, no vuelvas —dijo Candado mientras se rascaba el mentón.
Después de tener una tan efímera conversación con Tínbari, Candado se dirigió hasta su plaza preferida. Aún estaba el sol en lo más alto. Luego sacó su reloj y miró la hora: eran las 13:01 de la tarde. Exhaló y miró nuevamente el cielo. Sus ojos comenzaron a sentirse pesados, y a cada minuto que miraba el cielo parpadeaba cada vez más lento. Candado se tocó los ojos con su dedo índice y pulgar.
—Necesito un energizarte, todavía no es tiempo de dormir —decía mientras se daba unos golpecitos en ambas mejillas.
Luego se dirigió hasta su casa, esperando que hubiera alguien allí. Después de todo, ya empezaba a agotarse. Para cuando dobló la esquina, pudo ver su casa, y no solo eso, pudo ver a los que lo habían acompañado afuera de su casa. Todos sus amigos estaban afuera de su puerta esperando. Nelson estaba recostado por la puerta del auto, molido; Clementina estaba arriba del techo del coche visualizando la zona, seguramente para saber si él estaba cerca. Anderson, ya curado por razones misteriosas, parecía que solo era pasajero, estaba sentado al frente de la puerta de su casa con Hipólito haciéndole compañía, mientras ambos veían a los dos niños de porcelana jugando con Yara. Hammya era la más preocupada de todos, estaba caminando de un lado a otro mirando el suelo y con las manos en la espalda.
—¿Qué es esto? —se preguntó así mismo mientras veía la escena.
Candado inhaló y después exhaló; luego puso un pie al frente y caminó directamente hasta su casa. La primera en notarlo fue Clementina, ya que su censor hizo un ruido que hasta Candado pudo escuchar.
—¡AHÍ! —gritó Clementina.
Candado siguió caminando hacia ellos, sacó una de sus manos de su bolsillo y los saludó mientras sus ojos estaban cerrados.
—Ahí viene el reproche —murmuró Candado.
Luego abrió los ojos y se sorprendió al ver que todos corrían hacia él.
—Oh cielos, esto va a doler —dijo Candado mientras sacaba sus manos de su bolsillo y se quedaba quieto en medio de la vereda.
Nelson fue el primero en llegar, tomó a Candado de la cintura y lo elevó por los aires, mientras que este mantenía su frívolo rostro.
—Ya me lo imaginaba, estás bien.
—¡NO TIENES LA HERIDA! —gritó sorprendida Hammya.
Candado miró su brazo, aunque la bala hundió un poco en la zona del impacto.
—Oh, eso, ya te dije antes, yo siempre salgo ileso de las situaciones.
—Lo dije una vez y lo diré de nuevo, estás bien —dijo Nelson mientras lo sostenía en el aire todavía.
Candado no respondió, solo mantuvo su mirada en los ojos del anciano, mientras que este seguía dándole vueltas y vueltas en el aire.
—¿Podrías bajarme? ¿Por favor?
Nelson se detuvo y lo bajó al suelo con delicadeza.
—Gracias, ahora....
Y antes de poder decir algo, Hammya lo abrazó con fuerza, seguida por Clementina, Hipólito, Nelson, Andersson, Rocío, Gerald y Yara.
—Doble cielos, creo que voy a romperme la espalda.
—Cállate, aguafiestas —dijo Clementina.
—Sí, yo también me alegro de verlos, pero no es para exagerar.
Luego, Candado sintió su hombro húmedo, bajó la vista y miró a Hammya.
—Oye, ¿Estás llorando?
—No —dijo ella con una voz quebradiza.
—Sí, claro —dijo Candado de forma sarcástica.
Tomó a Hammya de los hombros y la separó de él para mirarla bien a los ojos. Efectivamente, estaba llorando.
—¿Ahora qué vas a decirme? ¿Qué estás sudando por los ojos?
—Sí.
Candado estaba a punto de reírse por lo que le había contestado, pero en su lugar se mordió los labios disimuladamente, miró a todos e hizo una seña para que le abrieran paso. Todos se alejaron de él y después dijo.
—Bien, me alegra que ustedes....
—¿En serio? Porque no te veo muy animado —interrumpió Clementina.
—Luego te sacaré los ojos, pedazo de chatarra —aclaró su garganta y continuó—como iba diciendo, me alegra que ustedes se hayan preocupado por mí. Ahora sí, pueden volver todos a lo que estaban haciendo; de seguro tienen asuntos importantes que atender, ¿verdad?
—¿A caso te importa? —interrumpió nuevamente Clementina.
—Me vas a sacar de quicio.
Hipólito bajó su puño suavemente en la cabeza de Clementina.
—Silencio, niña.
—Bien.... Bueno, saben qué.... Pueden seguir con lo que estaban haciendo antes.
Ni bien dijo eso, todos volvieron a abrazar a Candado.
—¿Pero qué hacen?
—Dijiste que hiciéramos lo que estábamos haciendo, ¿no?
—No me refería a eso, Clementina, no me refería a eso.
—Una vez más ¿sí? —suplicó Yara.
—Oh Isidro mío, está bien, está bien.
Todos celebraron y siguieron por más de diez minutos abrazando a Candado, hasta que este por fin pudo sentirse libre una vez que todos pudieron alejarse de él. Candado contó por qué se demoró tanto, así como también cómo llegó aquí. Si bien Nelson pudo entender dónde se había quedado, los demás no entendieron nada. Y una vez que terminó de contar todo lo sucedido, ocultando ciertas cosas, todos volvieron a sus quehaceres. Hipólito volvió a la casa para preparar la cocina, mientras la abuela no estaba, y sus padres tampoco. Nelson volvió a su casa con su auto tiroteado, y para evitar llamar la atención, tomó el sendero del bosque, jodido de manejar, pero fácil de evitar los ojos de las demás personas. Candado había intentado mandar a Yara a su casa, pero esta se rehusaba a volver, quería jugar un poco más con sus nuevos amigos, así que estuvo al lado de su padre.
Por otra parte, Candado quería hablar un poco con Andersson, aunque era bastante fácil, ya que Candado sabía sueco y no le resultó difícil hablarlo, aunque a Andersson le costaba un poco hablar español, pero no era un problema. Ahora que tenían todo el tiempo del mundo, Candado llevó a Andersson y a los demás al prado donde él y Yara jugaron aquella vez, mientras que ellos se sentaban bajo el árbol para charlar un poco sobre la situación. Hammya y Clementina llevaban a los pequeños a jugar. Andersson se sentía cómodo al ver que sus pequeños hermanos estaban divirtiéndose.
—Bra, jag hoppas att den här platsen passar dig (Bien, espero que este lugar sea de tu agrado).
Andersson inclinó la cabeza, aceptando lo que había dicho Candado.
—Tack för hjälpen. (Gracias por la ayuda).
—Inget att (No hay de que).
—Bra, vad ville du prata om? (Bien ¿De qué querías hablar?).
—Jag vill att du berättar för mig om ditt liv och dina syskon (Quiero que me hables de tu vida y de tus hermanos)
—Bra
Andersson empezó por explicarle lo fundamental, de lo que tuvo que pasar de como había personas que los buscaban, encontronazos contra agentes. De cómo se enfrentó a una mujer en un buz con un número ocho en su frente.
—Jag förstår, jag beklagar att jag får dig att berätta det här (Ya veo, siento que me cuentes esto)
—Nej, inga problem (No, no hay problema)—luego miró a sus hermanos, quienes estaban jugando con el cabello de Yara—Det är fantastiskt att vi har kommit så här långt, ärligt talat, jag trodde aldrig att jag skulle leva här (Es increíble que hayamos llegado hasta aquí, sinceramente, nunca pensé que llegaría vivo hasta aquí).
—Men här är du (Pero aquí estás).
—Ja, det var mycket absurd (Sí, fue muy absurdo)—luego bajó su mirada y continuó—sanningen, aldrig visste jag om vi har oss, jag och mina bröder, är en gåva eller ett straff (La verdad, nunca supe si lo que poseemos nosotros, yo y mis hermanos, es un don o un castigo).
—Vad menar du? (¿Qué quieres decir?).
—Veras vän, det gjorde jag inte be om detta, gjorde ingen, men vi är här, jag förlorade mina föräldrar på grund av kretsen, vad hände med mig var dumt, hela mitt liv har jag lärt mig att misstro människor, men din hjälp (Verás amigo, yo no pedí esto, nadie lo hizo, sin embargo aquí estamos, yo perdí a mis padres, por culpa del Circuito, lo que me pasó a mí fue estúpido, toda mi vida aprendí a desconfiar de la gente, sin embargo acudí a tu ayuda).
—Andersson, får du inte tänka på det, jag vet att ditt liv var svårt, men behöver inte straffa dig själv (Andersson, no debes pensar en eso, sé que tu vida fue difícil, pero no tienes que castigarte a ti mismo)—luego movió sus ojos a la izquierda momentáneamente—Titta, när var sista gången du såg dem skratta sådär? (Mira, ¿cuándo fue la última vez que los viste reír de esa forma?).
—Bra, Jag förstår inte vad du betyder för mig (Bien, No entiendo lo que me quieres decir).
—Livet är alltid svårt, men nej, vi kommer inte att ge upp. Att vilja ta ditt liv var en feg handling, för om du gör det, skulle du lämna dina bröder ensamma i denna värld och tvinga dem att överleva på egen hand, längs dåliga vägar (La vida siempre es dura, pero no por eso nos vamos a rendir. Querer quitarte la vida fue un acto de cobardía, porque si lo hicieras, dejarías a tus hermanos solos en este mundo y los obligarías a sobrevivir por sí mismos, tomando malos caminos).
Andersson suspiró.
—Bra (Bien)
Luego puso su mano en su hombro y continuó.
—Jag vet inte om jag hittade dig av en slump, men jag måste säga att det var en lättnad att hitta dig den här gången (No sé si te encontré por casualidad, pero debo decir que fue un alivio encontrarte aquella vez).
—Gud, ja du är värd beröm (Dios, sí que mereces elogios).
—Du är välkommen (De nada).
—Jag skulle vilja göra något för dig (Quisiera hacer algo por ti).
—Först, lär dig att tala mitt språk, och sedan, stanna kvar i denna stad. Det skulle vara trevligt om min lilla lekte med dina bröder (Primero, aprende a hablar mi idioma, y luego quédate a vivir en este pueblo. Sería agradable que mi pequeña jugara con tus hermanos).
—Det är okej (Está bien).
En ese momento, Yara vino corriendo y tomó las manos de Candado.
—Ven a jugar con nosotros.
—Ya voy, princesa —dijo Candado con una sonrisa.
Luego se levantó y la tomó de la cintura, provocando que gritara de alegría.
—Soy un monstruo que se comerá a la pequeña Yara —decía Candado mientras la mantenía en el aire.
Pero ni bien hizo eso, los dos hermanos de porcelana agarraron a Candado de las piernas y tiraron con fuerza hacia atrás, provocando que Candado cayera, dando su pecho contra el suelo.
—El monstruo ha caído —dijo Gerald mientras se paraba en su espalda.
—Bien —aplaudió Rocío y continuó—has sido castigado por secuestrar a una damisela.
—Claro, el monstruo ha caído —luego soltó a Yara y se dio vuelta, mirando el cielo y sacando la lengua, como si estuviera muerto—morí, dah.
Luego Clementina se le acercó y le picó con una ramita que había ahí.
—¿Qué haces? —preguntó Yara.
—Sólo verificando que esté muerto.
Luego le picó en el estómago.
—No tengo cosquillas, así que deja de hacer eso —dijo Candado mientras mantenía sus ojos cerrados.
Pero justo después de decir eso, Yara saltó en su panza, haciendo que se despertara y se levantara.
—Te dije que no hicieras eso.
Luego abrazó a Candado, rodeando con sus delgados brazos alrededor de su cuello, mientras se reía. Fue acompañado también por los abrazos de Gerald y Rocío, mientras que Clementina y Hammya se reían de la escena. Andersson se sentía más tranquilo al ver cómo se divertían sus hermanos. Yara se transformó en serpiente y se arrastró por su cuerpo hasta su cabeza, donde se enrolló así misma y se relajó ahí.
—Yo también quiero hacer eso —dijo Rocío.
Candado trató de contener su risa al escuchar tal disparate de la pequeña. Pero Hammya cargó a la pequeña y la subió a los hombros de Candado.
—¿Qué crees que haces? —Cumpliendo su sueño.
Candado mostró una sonrisa y se puso de pie, luego miró a Gerald, y de alguna extraña forma, Candado dio un pequeño pisotón en el piso y producto de eso, de la nada, aparecieron dos perros, solo que esta vez, eran cachorros, ya no tenían sus características llamas, solo su pelaje era violeta. Aunque en un principio asustó a Gerald, estos pequeños cachorros saltaron sobre él y empezaron a lamerle por toda la cara.
—Impresionante —felicitó Clementina—es el mismo truco que usó en la pelea con la señorita Fereshteh.
—Je, es una magia muy vieja, la creó mi abuelo hace ya mucho tiempo.
—Pero… son muy pequeños.
—Es fácil hacerlos así, siempre y cuando use magia mínima. Los cachorros eran iguales a los grandes, solo que eran un poco más pequeños y con rostros bellos, tenían pocos dientes, sus ladridos eran muy agudos, eran muy juguetones y no sabían quedarse quietos, daban vueltas y vueltas, jugando con el pequeño Gerald.
—Oh, perritos —dijo de manera tierna. Candado se inclinó y la niña bajó, acompañada por Yara, quien se había convertido nuevamente en humana.
—Cuando se trata de niños eres muy amable.
Candado miró a Hammya, con una actitud indiferente, como lo hace siempre, incomodándola un poco, pero después mostró una sonrisa.
—Guárdate esos comentarios, ¿quieres?
Hammya y Clementina quedaron desconcertadas por ver esa expresión, poco usual, en Candado.
—¿Quién eres tú? —dijeron ambas.
—No me hagan enojar —dijo Candado mostrando su actitud fría.
Luego caminó con las manos en los bolsillos hasta los niños, quienes felizmente jugaban con los cachorros. Candado se inclinó y colocó sus ambas manos en las cabezas de Yara y Gerald.
—¿Qué hacen? —preguntó mientras mostraba una sonrisa.
—Estamos jugando con los perritos —dijo Rocío.
—Vaya, es muy relajante, ¿verdad?
—¿Por qué no te unes? —preguntó Gerald.
Candado negó con la cabeza.
—No, creo que los voy a mirar.
Luego se sentó, mientras los chicos se alejaban de él, ya que jugaban a perseguir a los cachorros. Candado se sentía contento al verlos jugar, sobre todo a Yara, quien había empezado a abrirse ante los demás. Jamás la había visto tan alegre con otras personas; tiempo atrás estaría llorando y gritando el nombre de su padre o de Mauricio. Candado llevó su mano al mentón y pensó. Ahora que había hecho la observación sobre su pequeña, todo empezó porque Hammya apareció. Era bastante extraño; aún ella desconoce de sus poderes, a pesar de que los usó dos veces, tres con esa vez que Declan habló en su lengua para molestar a Viki. Era demasiado rápido para sacar conclusiones todavía, pero Candado sospechaba que Hammya tuviera doble personalidad.
Candado apartó su mano y luego miró a Hammya; esta estaba jugando con Yara, elevándola por los aires imitando a Candado. Era extraño, las dos veces que utilizó sus poderes los ojos y su personalidad cambiaron. Pero después de pensar en ellos, se recostó, tomó una pequeña flor que estaba a su lado y la miró atentamente.
—Eres demasiado intrigante, Hammya Saillim —luego soltó la flor y el viento se la llevó— demasiado intrigante —después cerró sus ojos.
Cuando se enteraron de que Candado estaba demasiado lejos de ellos, volvieron rápidamente hacia donde estaba recostado. Cuando llegaron, Candado se había quedado totalmente dormido, estaba muy agotado. Yara postró su cabeza en el pecho de Candado para sentir los latidos de su corazón.
—Sigue vivo.
—Es obvio que sigue vivo, niña, está durmiendo —dijo Clementina.
—Bien, ¿ahora qué hacemos? —preguntó Rocío.
—Creo que es mejor que Candado descanse un poco —dijo Andersson mientras se acercaba detrás de ellos con las manos detrás de la espalda— luego lo despertaremos.
—Andersson, ya has aprendido a hablar, bien hecho.
—Gracias, lady Clementina.
—Pero… Candado es quien nos organiza, si está durmiendo, entonces ¿qué hacemos nosotros? —preguntó Clementina.
—¿Por qué no hacemos lo mismo?
Después de decir eso, Andersson se recostó en el suelo boca arriba, luego miró a los demás.
—Venga, únanse.
—No creo que…
—Es relajante —interrumpió Gerald.
Clementina se dio vuelta y vio a los tres niños recostados detrás de ella.
—Van a ensuciar sus prendas —se rascó la cabeza—. Bien, total, después de todo, él también está relajado —después de decir eso, se acostó en el suelo.
Los dos hermanos acariciaban a los cachorros que tenían, cada uno en su panza mientras miraban el cielo. Yara, en cambio, estaba acostada del lado derecho mientras tomaba su mano. Fue en ese momento que Yara se había dado cuenta de que la mano de Candado era grande. Andersson estaba mirando y parloteando sobre las nubes, diciendo cosas como que algunas se parecían a un auto, avión o un pato, mientras que Clementina escuchaba lo que decía con menos o sin importancia alguna, más que solo concentrarse en el ruido que había al su alrededor, así poder advertir a Candado de un peligro inminente.
Hammya, por otro lado, se acostó del lado izquierdo de Candado. Mirando el cielo y con su mano derecha en su abdomen, observaba las nubes y sonreía al sentir paz a su alrededor, mientras estaba perdida mirando las cosas bellas que imaginaba al ver el cielo celeste, decidió bajar la vista y vio a Candado, quien estaba durmiendo tan plácidamente. Su respiración era lenta, sus ojos estaban bien cerrados y su rostro frío e inexpresivo permanecía mientras el viento movía algunos mechones de cabello que estaban en su frente. Hammya no pudo evitar enternecerse, sonrió y movió su mano hasta la suya, sus dedos se enrollaron con los de él. Candado seguía sin despertar, es más, no había notado siquiera la mano de Hammya, pero aun así, ella se sentía feliz, feliz de poder estar con él.