Chereads / Candado (La boina azul) [Spanish] / Chapter 33 - RESONANCIA

Chapter 33 - RESONANCIA

Después de que Desza huyera aquella noche y el grupo estuviera más de seis días ahí, Candado rescató a Rem Koirala. Lo entregó sano y salvo ante la presidenta Chandra, quien cumplió su promesa de perdonar a Joaquín de sus cargos y permitirle volver a su mando. Rozkiewicz estuvo contento de que él volviera y siguió con su cargo de vicepresidente.

Todas las personas que acompañaron a Rozkiewicz ese día volvieron a sus hogares en Resistencia. Candado llevó a sus compañeros de vuelta a casa, los hermanos Bailak se fueron acompañados por sus mascotas. Solo Dios sabe cómo hicieron para convencer a Candado de llevar un panda, una lechuza, un delfín diminuto y una tortuga en el avión, pero fue así. Hammya, quien había hecho algunas llamadas, mantuvo una sonrisa todo el trayecto. Cuya sonrisa le causaba cierta incomodidad a Candado, pero trataba de mirar a otro sitio que no sea su cara feliz, y al momento de llegar, Hammya bajó del avión y se subió al caballo Uzoori, apresurando a Candado de qué la llevara a casa, para así planear su objetivo. A Candado no le interesaba saber lo más mínimo en lo que ella estaba planeando.

Al día siguiente, Candado disfrutaba, relativamente, de la vida. Volvía a ser sábado, el glorioso sábado para los estudiantes. Aunque para Candado no solo era un día más de los 365 días del año, sino que lo consideraba un sagrado día de descanso, y planeaba pasar el día entero en su casa, solo y sin compañía en su cuarto, recostado en su cama leyendo un libro. Cuando de repente sintió tres ligeros golpes en su puerta.

—Largo —dijo él mientras cambiaba de página.

Aún con la respuesta ruda de Candado, la puerta se abrió de todas formas y de ella se asomó Hammya.

—Hey, ¿tienes un minuto?

—No.

—Vamos, por favor.

Candado hizo una mueca con la vista y se levantó de la cama.

—Hazlo rápido —dijo mientras dejaba el libro abierto en su escritorio.

—Bien, quisiera que me acompañaras.

—No.

—¿Por qué?

—Porque es sábado, lo que significa que hoy es mi día libre.

—¿Y?

—¿Cómo "Y"?

—No voy y punto.

Luego se acercó a él y se sentó en su cama, provocando que Candado retrocediera y quedara su espalda pegada a la pared.

—Hey, no te acerques.

—Vamos, ¿cuándo fue la última vez que hicimos algo juntos?

—¿Hicimos algo juntos?

—Sí, me llevaste a lugares lejos, como la O.M.G.A.B., Buenos Aires y Resistencia.

—Te colaste en el último.

—Lo que sea, el punto es que no puedes pasar el sábado entero aquí.

—¿Ah no? —luego se bajó de la cama y se puso al frente de ella —intenta sacarme de aquí —dijo él de brazos cruzados.

—¿Qué hay de Uzoori?

—Él estará bien, lo saqué ayer, así que no pasa nada.

—Deja de encontrar una excusa, no es sano que estés aquí.

—Y vos deja de buscar una excusa para sacarme de aquí, soy feliz en mi habitación y se terminó.

—¿No verás cómo están los hermanos de porcelana?

—Ellos están bien, les di cobijo en el restaurante, el dueño me debía un favor, ahora que todos sus hijos ya crecieron, no estaría mal que se sintiera padre una vez más.

—¿Y el dúo?

—Son felices viviendo en el monte, así que está bien.

—¿Yara?

—Está con Mauricio en su otro mundo.

—¿Qué cosa?

—Un mundo que te contaré en otro momento, o mejor dicho, cuando tenga ganas.

—¿Saldrás?

—Eres muy insistente, ¿No? —luego puso su dedo índice en su frente y le picó —no pienso salir de mi cómoda cama.

—Vamos.

—No.

—Vamos.

—No.

—Vamos.

—No.

—Vamos.

—¿Qué es esto? ¿El jardín de niños? No y no, se acabó la historia.

Hammya inclinó la cabeza, muy apenada por lo que dijo, pero al poco tiempo levantó la cabeza y dijo.

—Vamos.

—¡QUE NO!

—Dale, no seas así.

Candado se llevó la mano a la frente y la miró fijamente.

—No me voy a mover de aquí, que te entre en la cabeza.

—Vamos.

—¡¿ES QUÉ NO SABES OTRA PALABRA O QUÉ?!

—Sí, dale, vení conmigo por favor.

—No sé quién es más pesado si vos o Tínbari.

—Tal vez no sea pesada si aceptaras venir en vez de renegarme.

—¿Renegarme? Vaya, se ve que te causó dolor de cabeza al decir una palabra tan complicada.

—¿Me estás insultando?

—Sí, ¿Qué harás al respecto?

—¿Por qué lo haces?

—Porque soy un hijo de puta, no querrás a uno a tu lado.

—Buen intento, sabes que no me iré si no es contigo a mi lado.

Candado apretó los puños y su ceja izquierda comenzó a palpitar, pero luego se relajó, se acomodó su pañuelo y se quitó la boina.

—Está bien, la princesa gana.

—¿De verdad?

—Sí, así que —luego extendió su mano—¿Me acompañas?

Hammya tomó la mano de Candado y la ayudó a ponerse de pie.

—Sabía que podía convencerte.

—Sí, claro que sí.

Luego ambos caminaron hasta la puerta, y Candado, de forma cortés, abrió la puerta, se inclinó y le señaló el camino.

—Las damas primero.

—Oh, gracias.

Ni bien Hammya salió de la habitación, Candado cerró con todas sus fuerzas la puerta y la llaveó.

—Me iré —luego se puso la boina—cuando yo quiera.

Mientras que del otro lado, Hammya estaba golpeando la puerta.

—Abre, no es justo.

—La vida no es justa —dijo Candado mientras se sentaba en su escritorio y hojeaba algunos apuntes.

—Abre, o la tirare abajo.

—Quisiera que lo intentaras —luego tomó una hoja, de las miles que tenía ahí, la dobló y la colocó dentro de un libro—sería gracioso ver cómo te rompes un brazo o tu cabeza.

—¡CANDADO!

—Grita todo lo que quieras, no voy a abrir —luego sacó de su cajón un vaso de vidrio y una botella de gaseosa—Es mi día libre, te salvé tu refinado cabello en más de una ocasión, fui intérprete de unos desconocidos que me salvaron, fui perseguido por unos malditos Testigos y aquí estoy, creo que me merezco esto—luego bebió.

—Por eso, ven conmigo y estarás más relajado.

—¿Con qué? Lo único que quiero es que dejes de golpear la puerta y me dejes disfrutar mis quince horas libres —después miró el reloj, ya eran las diez en punto—mejor dicho mis catorce horas.

Luego hubo silencio, no se escucharon más golpes ni la voz de Hammya.

—¿Niña?

—…

—¿Niña? ¿Estás ahí?

—…

—Bah, creo que ya se cansó de estar parada ahí.

Candado terminó de beber su gaseosa, se fue al baño y lavó su vaso para después guardarlo en el cajón. Luego caminó hasta su cama y se recostó, para seguir leyendo. Cuando de repente vio a Hammya en su cuarto de nuevo.

—¿No pensaste que te dejaría así como así?

Candado ocultó su rostro detrás de su libro.

—Te dije que te largaras, niña.

—Debes cerrar la ventana, así no te entran a robar.

—Odio a la gente como vos.

—Luego me lo explicas, el por qué los odias. Ahora vamos a divertirnos.

—No.

—No sirve de nada que te niegues.

—Creo que estoy perdiendo mi paciencia.

—Vamos.

—No.

—Bien, no me dejas otra alternativa, aumentaré mi apuesta.

Candado bajó su libro y la vio a los ojos levantando su ceja.

—¿Apuesta?

—Sí, aunque no sé si voy a arrepentirme, pero bueno, yo quería esto.

—Ve al grano, luego te arrepientes.

—Bueno, sí sales haré cualquier cosa que me pidas.

—No —luego volvió a leer su libro.

—¿Qué? Pero ¿Por qué?

—Porque no necesito nada de vos, salvo que me dejes en paz, pero como a vos te importa un carajo y no me haces caso, no me sirve.

—Oh, vamos, ni con eso ¿Qué puedo hacer para que salgas de tu pieza?

—Nada.

—Vamos, cualquier cosa.

—No, nada de ti me es útil.

Ni bien dijo eso, Hammya se estaba por dar por vencida, cuando de repente se fijó en el libro que estaba leyendo "¿Qué hacer?" de Vladimir Lenin. Fue en ese instante que se le ocurrió algo.

—Espérame aquí, ya vuelvo.

Hammya quitó el seguro de la puerta y se fue de la habitación. Candado no le dio importancia y siguió con su lectura, pero después de unos efímeros minutos, Hammya volvió, pero con las manos en la espalda, ocultando algo.

—Eso fue rápido.

—Veo que te gusta la lectura, sobre todo esa clase de libros.

Candado miró la portada de su libro y luego la miró a ella.

—Sí, ¿Y?

—Es por eso que quiero hacer un trato.

—No me interesa —dijo mientras ocultaba su rostro en el libro nuevamente.

—¿No? —luego sacó las manos detrás de su espalda y mostró un libro y continuó—¿Ni siquiera por esto?

Candado cerró el libro, señal de que ya se había hartado.

—Te dije que… ¡OH POR ISIDRO! —se sorprendió Candado.

—Veo que te gusta —dijo soberbiamente Hammya.

—¡ES UN LIBRO DE ARTURO JAURETCHE! —luego aclaró la garganta y continuó—¿Dónde lo sacaste?

—Mi papá le gustaban muchos libros de temas como estos, su biblioteca estaba llena de estos libros.

—¿Qué clase de sujeto fue?

—Da igual, el punto es… ¿Te gusta el libro?

—¿Sí me gusta? Me encanta, es muy difícil conseguir un libro de Jauretche.

—Te lo doy si sales de aquí.

Candado se apretó sus párpados y labios, y de una forma desinteresada dijo.

—Bien, acepto, todo sea por ese libro.

Ni bien dijo esas palabras, Hammya puso el libro en su mano y sonrió.

—Bien te lo ganaste, ahora vístete, te espero abajo.

Dichas estas palabras, Hammya salió de la habitación, dejando a Candado solo con su nuevo libro. Este le dio vuelta y leyó el título "Ejército y Política".

—Rayos, a mi abuelo le hubiese encantado leer uno de estos libros —dijo Candado en voz alta.

Y, como prometió, se levantó de la cama, puso el libro en su estante y chasqueó los dedos, el procedimiento fue el mismo, pero la ropa no lo fue; una camisa de mangas largas de color negro, pantalones oscuros, una corbata y un chaleco refinado blanco, zapatos oscuros y sus característicos guantes con el mismo color blanco.

Luego caminó hasta su espejo y se miró de arriba abajo, levantó su mentón y lo giró a la derecha y a la izquierda.

—Espero que con esto esté bien —dijo él mientras se acomodaba la corbata.

En ese instante, Clementina, quien solo estaba pasando por ahí, vio a Candado mirándose en el espejo y pasó de largo. Luego, al ver eso, dio unos cuantos pasos atrás, imitando el sonido de un camión de carga que da marcha atrás, y se detuvo al frente de la puerta abierta de Candado. Se llevó el dedo índice y el pulgar a la boca y silbó.

—Qué casanova por mil censores —silbó otra vez, pero sin los dedos en su boca, y continuó—es un galán, un Romeo, un Gardel, un Luis Miguel, un Sandro, un Frank Sinatra, un Elvis Presley, un Brad Pitt, un Belgrano, un....

—Cállate.

Candado aflojó sus hombros y, mirándola por el espejo y con la mano aún en su corbata, dijo.

—¿No tienes otra cosa mejor que hacer?

—Ahora que lo dices, sí, tengo algo que hacer, irme con usted, con la señorita Hammya y con los señores Barret de viaje.

A Candado se le iluminaron los ojos cuando dijo eso, tanto, que casi se ahorca con su corbata, luego volteó y con una voz exaltada y pobre dijo.

—¿En serio? Imposible.

—Oh sí, no sabía que Hammya tendría éxito.

—Pero…. Ella no me dijo nada de...— Candado se llevó la mano izquierda a su frente, luego continuó—Ah, no es nada—luego mostró una sonrisa que Clementina no pudo mirar y susurró—esa niña es muy espeluznante.

—¿Joven? ¿Pasa algo?

Candado, ocultando su contento solo por el hecho de saber que iba a volver a pasar un tiempo con sus padres, como en el pasado, dijo, pero con una voz pausada y suave.

—Es increíble, ¿Cuándo fue la última vez? —luego sonrió y unas cuantas lágrimas brotaron de sus ojos—papá, mamá, ¿Es cierto?

Clementina se sentía un poco incómoda al ver a un Candado tan sentimental, tanto que decidió cerrar la puerta sin decir nada.

Cuando pasó eso, y la puerta se cerró del todo, Candado se tapó los ojos con su mano y lloró de alegría.

—Es increíble, es increíble, no me han abandonado.

En ese momento apareció Tínbari atrás de su espalda, con su característico humo, se acercó a él y le dio un abrazo. Y Candado, al sentir los brazos de Tínbari, preguntó.

—¿Cuánto tiempo llevas escondido?

—Desde que irrumpió Hammya, pensaba molestarte un rato, pero al ver que estabas llorando, no me atreví.

Tínbari posó sus ambas manos en su hombro, y dio vuelta a Candado, para que este lo mirara, luego se arrodilló, y con su mano humana chasqueó los dedos, y desde el ropero voló hasta su mano un pañuelo rojo. Tínbari lo agarró y le limpió las lágrimas.

—Vamos, Candado, tus padres no querrán verte así.

—Gracias.

—No hay de qué, puede que yo sea un pesado a veces pero, de verdad, eres como un hijo para mí —luego mostró una sonrisa—Candado no llora, Candado sonríe.

Luego Candado abrazó a Tínbari.

—Muchas gracias —dijo él mientras trataba de detener sus lágrimas.

—No hay de qué —luego palmeó su espalda y continuó —eres mi usufructuario.

Después se puso de pie, le quitó la boina y le acarició la cabeza hasta despeinarlo.

—Nos vemos más tarde.

Luego le puso la boina y se fue, dejando a un Candado sonriente.

Caminó hasta su espejo y se peinó nuevamente. Y, para cuando terminó, irrumpió Hammya, vestida exactamente igual, solo que esta vez, su vestido verde tenía puños y cuello blanco, usaba un pantalón verde fuerte, apenas distinguible por su vestido, y los zapatos negros que él le había arreglado.

—¿Ya estás listo?

Candado se puso la boina, de manera fina, y la miró con una sonrisa.

—Sí, lo estoy.

—Bien, pues, andando —luego mostró una sonrisa —me alegra volver a verte feliz.

Y antes de poder decir algo, Hammya cerró la puerta, dejando a Candado con su dedo índice en el aire, pero luego se calmó y bajó su brazo. Se arregló su corbata y armado con una felicidad muy grande, salió de su habitación.

Corrió por el pasillo, se deslizó por la barandilla de las escaleras y aterrizó en el suelo de la forma más espectacular posible, levantando sus manos como un atleta olímpico. Para su sorpresa, era verdad lo que decía Clementina, los padres de Candado se estaban alistando, y cuando vieron que su hijo había aparecido de la nada, ya que no vieron cuando Candado se deslizó por la barandilla, se sorprendieron, y, debido al corto tiempo que pasan juntos, se sentían algo incómodos al ver a su hijo, y más su madre, ya que la última vez que se vieron habían discutido, y a partir de ahí, ninguno de los dos se dirigió la palabra ni intercambiaron saludos ni miradas; y al momento de encontrarse con su hijo, se sintió incómoda y nerviosa, las palabras no fluían con claridad, hasta que su marido colocó su mano en su hombro tembloroso.

—Hola hijo —luego aclaró su garganta —¿Cómo estás?

Candado respondió con un abrazo, aunque ella se sentía incómoda, aceptó con gusto el abrazo de su hijo, y por primera vez, en varios años sintió el cálido cuerpo de su hijo en sus brazos, la señora Barret no pudo evitar soltar lágrimas.

—Lo siento, lo siento, no debí hablar así, estaba molesto, enojado —decía Candado mientras su agarre se hacía cada vez más fuerte.

—No, yo soy la culpable, no debí tratarte así, no debí tratarte así, mi amor, nunca —luego llevó su mano hasta su cabeza —ya, ya, ya, tranquilo, ya estoy aquí.

—Mamá —dijo Candado antes de perder su voz en el llanto.

Debido a que su rostro no era visible, ya que su cara estaba hundida en su pecho, no se pudo ver sus expresiones.

El dolor y el odio se fue apagando, el cambio rotundo de una personalidad frustrada y ajena al cariño, se había convertido en eso, una persona muy dolida, pero que con el amor de sus padres pudo volver a sentir lo que él había olvidado, el cariño de su padre y de su madre habían vuelto. Tras la escena, Hammya soltaba alguna que otra lágrima, estaba muy conmovida por lo que estaba viendo.

Candado, hundido en el pecho de su madre, se escuchaba su voz quebradiza que se disculpaba, una y otra vez lo decía sin parar, y a medida que lo hacía, más se notaba su dolor. Su madre no hacía nada más que abrazarlo, mientras trataba de apaciguar su dolor, una y otra vez decía lo mismo, le dolía en el alma ver a su hijo triste y no tener la fuerza de calmarlo, aun así lo intentaba.

—¿Qué te hice? Perdóname —decía ella mientras tenía a su hijo en sus brazos.

El plan de Hammya había triunfado, había quitado esa mancha en el corazón de Candado, ahora podía sentir que, a pesar de que doliera, estaba expulsando todo el dolor que había guardado por casi tres años.

—No soy Gabriela, pero quiero que ustedes me quieran como lo hicieron con ella, solo eso pido.

En ese momento, el señor Barret los abrazó a los dos.

—Siempre te quisimos, solo que teníamos miedo, miedo de seguir adelante, y de que algún día, ya no recordemos el rostro y el nombre de nuestra ángel. Fuimos tan tontos, queríamos cuidar a alguien que ya no estaba con nosotros, que te hemos descuidado a ti y a tu hermana, sin razón —luego rompió en llanto—lo siento, siento ser un pésimo padre.

—Papá…

—Juro… juro que nunca más volver a dejarte solo, juro estar ahí cuando estés triste, juro estar ahí cuando estés feliz, lo juro.

Y entre las lágrimas de los tres, Candado pudo mostrar una sonrisa, una sonrisa auténtica, la que nunca había mostrado, ni a sus amigos. Clementina, Hipólito y Hammya se sintieron victoriosos al volver a ver a un Candado verdaderamente feliz.

El abrazo duró un tiempito más, hasta que el señor Barret decidió terminar con eso y pedir a su hijo que se alistara, que iban a salir de viaje. Candado aceptó y se fue al baño a lavarse la cara, sin dejar de mostrar su sonrisa.

Luego toda la familia se subió al auto y emprendió su viaje a una zona remota y tranquila, llena de árboles y de un césped limpio y bien podado. En la cual la familia bajó y decidió hacer ahí su descanso y su diversión.

Curiosamente, ahí era donde vivían los hermanos Bailak, quienes estaban hablando con Mauricio acompañado de Yara, y también, la zona donde vivía Rucciménkagri, quien sentada en un tronco hueco y bebiendo mate.

—Veo que el caballero sin armadura encontró lo que había perdido —dijo ella mientras miraba con ternura la escena.

Mauricio, Yara y los hermanos Bailak, al ver que Candado estaba aquí, decidieron darles la bienvenida. Cuando Candado notó su presencia, los sorprendió con una sonrisa que los hizo frenar a unos centímetros de él, exceptuando a Yara, quien abrazó su pierna.

—Hola princesa.

—¿Qué hiciste con Candado?

—Vamos, Kevin, soy yo —dijo él con una sonrisa.

—¿Qué hiciste con ese cascarrabias de Candado?

—¿Cascarrabias? —preguntó él de manera confundida.

—Chicos, es Candado, solo que ahora está contento, eso es todo —aclaró Clementina.

—Qué susto nos has dado —dijo Mauricio.

Candado alzó a Yara y luego los miró.

—¿Qué hacen aquí?

—Vivimos aquí —dijo Martina.

—Ya veo.

—Pero ¿Qué haces vos aquí? —preguntó Kevin.

—Sólo estoy pasando el día con mis padres. ¿Nos acompañan?

—Bien, no estaría mal conocer a tus padres —dijo Kevin.

Cuando dijo eso, se adelantaron y fueron a saludar a los señores Barret. Candado hizo una mueca en forma de ironía y caminó, acompañado de Clementina y de Yara, para ver cómo se presentaban.

Luego de que saludaron a los padres de Candado, se unieron al banquete que había preparado la señora Barret. Candado se sentó, con Yara en su regazo y con Hammya a su izquierda y su amigo Mauricio a la derecha.

—Candado, me alegra que vuelvas a reír —dijo Mauricio mientras comía algunas galletitas dulces.

Candado no respondió, solo hizo un gesto con su cabeza, que no significaba nada, pero luego volvió a mostrar una sonrisa al ver a sus padres hablando con sus amigos, Martina, Kevin y Yara, que por razones extrañas dejó de estar sentada en el regazo de él y quiso sentarse en el medio del mantel. Se podía ver cómo Yara hablaba con ellos sin tener miedo, por lo cual le dio aún más orgullo sobre su pequeña.

—Hammya, gracias por hacer esto —luego se quitó la boina y lo dejó en su regazo—te estoy muy agradecido.

Hammya, quien se había encargado de sacar fotos a la familia entera, dejó a un lado la cámara, se acercó a Candado y le dio un beso en la mejilla.

Candado se sintió extrañado por tal acción, pero afortunadamente, nadie notó esto, solo Candado y Mauricio, quien guardó silencio por cuestión de respeto.

—¿Y eso por qué fue? —preguntó Candado, mostrando otra vez su actitud fría.

—Es un regalo más de mi parte, por dejarme vivir contigo —luego le sonrió y continuó—después de todo, gané la apuesta.

Candado no reaccionó a esa actitud, solo le sonrió nuevamente y miró a su familia con regocijo y felicidad; había encontrado lo que había perdido hace años. Había recuperado su familia, y ese día, aquel sábado de ese año, Candado lo recordaría siempre. Aunque tenía muchas cosas que hacer, entre las cuales estaban los Testigos y curarse de ese conjuro que lo estaba matando, pudo olvidar su incertidumbre, al menos por un día. Encontrarse con su familia y sentirse feliz de estar con ellos.

—Me gustaría que esto durase siempre —dijo Candado con los ojos cerrados.

—Podemos hacerlo otro día.

—Sí, tienes razón, gracias.

—Vamos, no pongas esa cara.

—Gracias Hammya, gracias por darme este momento.

Hammya tomó su mano, provocando que este abriera sus ojos y fijara toda su atención en ella, luego dijo:

—Al fin y al cabo, te lo mereces, eres una persona maravillosa, quiero ayudarte.

—Ya me has ayudado.

 CONTINUARÁ...