Hammya despertó en un salón extraño, donde vio a Tínbari observando a una chica sentada en una cama con bata, mirando la televisión. La joven volteó y sonrió, era Gabriela. Hammya pensó que esa sonrisa era para ella, pero rápidamente se dio cuenta de que no era así; detrás de ella, alguien la traspasó, era Candado y sus padres.
—Gabi, ¿cómo estás? —preguntó Europa al abrir la puerta.
—Sentada, XD —respondió Gabriela.
Candado fue el primero en llegar hasta ella y no solo eso, sino que también se subió a la cama y abrazó a Gabriela.
—Oh, Candadito —ella comenzó a consolarlo.
Él empezó a llorar. —Oye, oye, no pasa nada.
Europa y Arturo se acercaron. —Estábamos angustiados cuando oímos que te desmayaste de repente.
Gabriela empezó a sobar la espalda de Candado mientras lo abrazaba. —Ya, ya, ya, estoy bien, estoy bien.
—Estás en un hospital, ¿cómo que estás bien? —comentó Europa.
Gabriela sonrió. —Eres muy listo.
—Hablamos con tu doctor, dijo que estabas muy mal y que ahora estás estable, pero ¿qué provocó eso?
—Mamá, por favor, no ahora —luego extendió su brazo no ocupado—. Ahora quiero un abrazo.
Arturo y Europa procedieron a hacerlo. —Ahhhhh, qué delicia —disfrutó Gabriela. Arturo se rió. —¿Cómo está mi Karen?
—Con los abuelos —respondió Europa.
Hammya sonrió. —Ya veo, lo volví a hacer.
Luego miró a Tínbari, quien estaba aún recostado por el muro. —Así es.
—¿¡....!?
—Noté que esa vez lo habías hecho vos; con razón había sentido algo extraño todo el día.
—¿Qué hago aquí?
—¿No lo tendrías que saber vos? Vos sos la que está aquí querida.
—Y vos, ¿qué haces aquí?
—Solo recordando, vengo aquí cuando estoy algo aburrido —luego miró a Hammya y dio una terrorífica sonrisa—. Después de todo, soy un sátiro demonio.
Hammya se sintió asqueada. —¿Por qué está pasando esto?
—La razón por la cual Candado odia los aviones es porque tiene pesadillas en ellos, como también recuerdos dolorosos.
—¿Esto es una pesadilla?
—Peor, un recuerdo.
—¿Recuerdo?
—Y uno muy doloroso.
La habitación cambió súbitamente y se volvió oscura, con solo la iluminación tenue de una lámpara al lado de la cama. La familia, Europa y Arturo, se quedaron dormidos en sus asientos. Mientras Gabriela y Candado, estando en la cama, charlaron.
—Hoy, ¿qué hiciste en la escuela?
—Oh, muchas cosas. Matlotsky seguía molestando a Declan, hasta que este le golpeó con su cartuchera. La seño me puso sobresaliente en matemáticas, ¿increíble, no? Y también...
Gabriela sonrió mientras acariciaba la espalda de Candado.
—...creo también hubo un momento en el recreo que Anzor dijo mal la palabra "pistola" y todo el mundo se rió, pero yo les dije que se disculparan con él. Y también en el tercer recreo, Esteban se disculpó conmigo por haber malinterpretado el "acoso" de los demás que había provocado.
Candado miró a Gabriela.
—¿Qué pasa? ¿Estás durmiendo?
—No, te estoy escuchando. Dime, ¿qué más?
Candado sonrió y siguió hablando.
—También...
Hammya se acercó a la cama y miró a Gabriela; súbitamente, el reloj de la sala comenzó a acelerar hasta que se detuvo a las 4:00 a.m. Candado se había quedado dormido.
—Siete minutos —dijo Tínbari en voz alta.
Hammya volteó y lo miró, pero este hizo un gesto para que ella mirara a ellos y no a él.
—Candado, ¿estás durmiendo?
—...
—Candadito.
Gabriela hizo un esfuerzo por tratar de moverse, pero no pudo, solo miró a sus padres.
—Los quiero —dijo ella temblando.
Luego abrazó a Candado, quien estaba profundamente dormido, y comenzó a acariciarle tanto la espalda como la cabeza.
—Tu hermana te ama mucho, a... no sabes cuánto te adora, pero no siempre fue así. Te tenía envidia antes de que nacieras; mamá ya no me prestaba atención, e incluso le hice un berrinche a mi padre. Fue entonces que el abuelo me habló del papel que se me había otorgado, el de una hermana mayor.
Luego le dio un beso en la cabeza.
—Cuando naciste, te odié, porque por tu culpa alguien se fue para siempre, alguien a quien yo quería, no solo se alejó de mí y de los demás, sino que también se llevó sus recuerdos y solo quedaron pocos quienes aún se acordaban.
Gabriela empezó a llorar, y su mano le tembló.
—Pero cuando mami te puso en mis brazos, y me miraste, "¡qué lindo!" fue la primera palabra que dije. ¿Cómo pude odiar a esta cosita pequeñita? Tus manitas tocaron mi cara, lloré cuando una criaturita hermosa me sonrió.
Gabriela contenía su llanto.
—Tengo miedo, tengo miedo de morir, tengo miedo de desaparecer y que nadie me recuerde, no quiero morir.
Los ojos de Hammya empezaron a manifestarse las lágrimas.
—Perdóname Canda, no soy fuerte ni valiente, vos sí lo eres y no solo eso, sino que también eres mi fuerza.
—Cuatro minutos —dijo Tínbari.
Cuando Hammya estaba por voltear.
—No me mires.
Hammya obedeció y siguió observando.
—Pero no estoy sola, estoy contigo y con papá y mamá.
Gabriela sonrió con lágrimas en los ojos.
—Aunque yo muera, estaré contigo. Sé que cuando despiertes, dolerá, dolerá mucho para vos y para nuestros padres, pero tienes que ser fuerte.
Los ojos de Gabriela pesaban, casi no podía mantenerlos abiertos, e incluso luchaba por no dormirse.
—Pero tienes que ser fuerte. Aunque digan que el mundo es una mierda y que siempre fue así, no lo es. Nosotros podemos cambiarlo.
La respiración de Gabriela comenzó a ser lenta de forma alarmante.
—Ahora…vas a ser…hermano…mayor, tendrás que cuidar de…Karen, eres un hombre…tengo la seguridad de que serás un don juan.
Gabriela besó la frente de Candado y lo arrimó a su pecho.
—Me siento muy cansada…papá…mamá, sean fuertes por mí... y por mi Candado.
—Un minuto.
Hammya, con lágrimas en los ojos, se enojó y miró a Tínbari, pero rápidamente su enojo se apagó cuando lo vio; tenía su mano cubriendo sus ojos, mientras un mar de lágrimas se desbordaba de sus ojos.
—Te dije que no me miraras.
Hammya volteó y vio a Gabriela.
—Cuando seas un anciano y tu hora…llegue…quisiera que me contarás…más historias, todavía quiero decir muchas cosas…quiero verte crecer…quiero verte reír…quiero verte llorar…no quiero perderme eso.
Los ojos de Gabriela se iban cerrando.
—Lamento no poder estar de tu lado…
—Gabi.
—¡…!
Repentinamente, Candado habló; seguramente lo había despertado cuando hablaba, pero no fue así. Candado estaba hablando dormido, seguramente estaba soñando con ella.
—Te quiero mucho —luego se rió—. Hasta el infinito.
Luego, inconscientemente, abrazó a Gabriela. Esto provocó que ella sonriera y llorara aún más.
—Yo también…hic…yo también…hic…yo también te quiero.
Gabriela abrazó a Candado y lentamente dejó de moverse, de respirar y, sobre todo, de vivir.
Hammya se tapaba la boca mientras lloraba. Sin embargo, el reloj volvió a moverse hasta ser las 6:01 a.m.
Candado se despertó y sintió algo frío en sus manos, eran las manos de su hermana.
—Gabi —luego bostezó—. Gabi, despierta, es hora de ir a casa.
Hammya miró al inocente y alegre Candado.
—Vamos, arriba… estás ¿fría? Pero tienes una manta. Por Isidro, debieron apagar ese aire, estás muy fría.
Candado intentó moverla.
—¿Qué pasa?
Hammya empezó a llorar.
—¿Gabi? ¿Estás durmiendo?
Candado empezó a mover a su hermana.
― Dime que estás durmiendo, sí, eso, debes estar durmiendo, por favor, despierta. No es bueno aguantar mucho tiempo la respiración.
Las lágrimas se manifestaron en la cara de Candado.
― ¡Papá!
Los padres de Candado se despertaron.
― Gabi despierta, ¡Papá, mamá! Gabi no despierta.
Europa saltó de la silla y corrió hasta Gabriela.
― Llamaré al doctor ―dijo Arturo mientras corría por el pasillo llamando a los gritos a un doctor.
― Hija, hija, despierta ―decía Europa.
― Gabi despierta ―decía Candado mientras lloraba.
De repente, todo cambió, la habitación cambió a una funeraria.
― ¿Qué? ¿Tínbari?
Hammya estaba sola en esa habitación, figurativamente hablando, ya que había muchas personas alrededor del ataúd abierto de Gabriela. Todo el mundo estaba destrozado.
De pronto, unos pasos se escucharon detrás de ella, eran Tínbari y Candado, ambos del mismo tiempo de Hammya. Lo que provocó que ella rápidamente se ocultara, cuando vio al "Candado mayor" entrar ahí para reunirse con su otro yo de dos años menor.
― Gabi, abre los ojos, despierta por favor ―lloraba el Candado de 10 años.
― Ya veo, está pasando de nuevo.
― Esto debe mostrar algo de tu extinta humanidad ―dijo burlonamente Tínbari.
Candado suspiró.
― Habla rápido, ¿por qué estoy viendo esto? Después de todo, al momento que despierte, olvidaré todo esto.
― Oh, qué cruel.
― Voy a patearte.
Hammya se ocultó detrás de unas cortinas y observó.
― Ya, el hecho de que esté aquí me molesta, pero ya que lo voy a olvidar, no importaría alabarte o ser tu sirviente ―dijo él con una sonrisa torcida.
― Je, no estaría mal.
― Pero ¿por qué un velatorio?
― Es un recuerdo tuyo, no mío. Plantéate eso tú solo.
― Era retórica.
Candado suspiró.
― ¿Qué quieres?
― Quiero saber, ¿qué sentiste cuando viste por primera vez a un muerto?
Candado abrió la boca.
― Con primera vez, me refiero a conocer la muerte y ser consciente de ella.
Candado cerró la boca.
― Ingenioso ¿eh? ―se burló Tínbari.
Candado miró el ataúd de su hermana siendo abrazado por su yo de diez años.
― Dolor.
― Ya veo, ¿qué más?
― ¿Tengo que decirlo?
― Es necesario no reprimir ciertas emociones como la ira y la tristeza, y más en tu condición actual. Una vez que los sueltes aquí, te sentirás mucho mejor cuando despiertes. El llanto es un sentimiento que se debe soltar para poder continuar.
Candado se rascó la nuca y continuó.
― Es cierto que no era la primera vez que veía a un muerto. Cuando murió mi bisabuelo, yo fui a verlo, pero no sentí nada al verlo. Me sentí algo culpable por no llorar ese día; no era lo suficientemente cercano como para soltar un vínculo de dolor con él, comparado con lo que sintieron mis abuelos Alfred y Andrea, así como mis padres.
― Entiendo.
― Yo sabía que la muerte es el final de la vida de cualquier ser vivo, pero nunca me preocupé por eso. Porque sentía que yo y los que me rodeaban viviríamos por siempre, pero no era así. Cuando me llegó la noticia de que mi hermana no viviría mucho y que los "profesionales" dijeron que había que rezar por ella, quise reírme de un doctor pidiéndome que rece. Qué estupidez, es como si la ciencia reconociera a la religión.
― ¿Qué más?
― Mamá y papá se preocupaban mucho. En cambio, yo huía de la realidad. No quería conocer ese lado, porque en mi cabeza me engañaba a mí mismo de que todo estaría bien, que no había nada de qué preocuparse, que esto solo sería un mal recuerdo.
Candado hizo una pausa; era obvio que estaba a punto de llorar.
― Pero no era así. Fue mucho peor. La realidad me dio un duro golpe. Cuando vi a Gabriela en esa cama, inerte, tuve la esperanza de que ella volvería a abrir sus ojos y regresaría a casa.
Candado abrió la boca para aspirar aire y relajarse.
― Pero cuando vi a mi ser amado en ese ataúd, comprendí inmediatamente que estaba equivocado. Mis esperanzas fueron destruidas por la realidad, como diciéndome "Hey, mira, esto es así y nada lo va a cambiar". Las lágrimas salieron cuando la vi con sus ojos cerrados. Parecía que estaba durmiendo, estaba maquillada, vestida con sus mejores ropas. Era coqueta, como si fuera a salir a algún lado.
La voz de Candado se quebró.
― Aunque patalee, aunque gritara, ella no se movería. Y cuando su ataúd se cerró, lo supe inmediatamente: nunca más la volvería a ver, nunca más volvería a escuchar su voz, nunca más volvería a verla sonreír, enojarse o llorar. Era el adiós, era el final. Nunca más, nunca la escucharía otra vez.
― No hay nadie aquí, solo yo. Puedes soltarlo ahora. No diré nada ni me burlaré de ellos. Te olvidarás de todo esto una vez que despiertes. Ahora, suéltalo.
Los hombros de Candado comenzaron a temblar. Miró al cajón y empezó a llorar en silencio. Hammya no pudo observar el llanto de Candado, solo vio su espalda grande y firme, pero compartió su dolor. Tínbari se acercó y colocó su mano alrededor de su cintura.
― Llora, llora, suelta todo.
Candado despertó del sueño. Estaba aún en el avión. Las luces estaban apagadas, su ventana estaba abierta y se podían ver las estrellas, e incluso sus ojos estaban lagrimeando.
― Joder ―susurró―, ¿qué pasó?
Luego miró al frente y vio a Nelson roncando y el asiento de Clementina vacío.
― Ay, mi cuello ―se quejó Candado.
Intentó mover su mano, pero algo se lo impedía. Miró a su lado derecho y vio a Hammya tomando su mano mientras lloraba. Candado suspiró, sacó de su bolsillo un pañuelo y, con absoluto cuidado, comenzó a limpiar sus ojos.
― Vaya, debes pasarla difícil, ¿eh?
Luego retiró su mano de la suya.
― Genial, así está mejor.
Pero en el momento que había hecho eso, Hammya comenzó a agitarse y jadear, e incluso a llorar. Lo que llevó a Candado a tomar sus manos de vuelta, lo que terminó por calmar a Hammya. Y no solo eso, Hammya volvió a aferrarse de su mano como estaba antes.
― Solo por hoy ―luego miró por la ventana―. En verdad, odio a los aviones.