Eran las 4:45 de la mañana cuando Hammya se despertó. Todos estaban profundamente dormidos ya. Ella se asomó por la ventana y observó las calles, apenas iluminadas por la mañana. Afuera hacía mucho frío, y el asfalto parecía casi congelado. La ventana estaba empañada. Hammya se quitó la manta que tenía encima y se levantó de la cama con calma. Luego, se dirigió hacia la puerta. Cuando estaba a punto de abrirla, miró sus pies por unos segundos y se dio cuenta de que no llevaba puestos los zapatos. Algo o alguien se los había quitado, pero no se preocupó demasiado porque vio que estaban debajo de su cama, limpios y relucientes.
—¿Quién los habrá limpiado? —susurró Hammya.
Se sintió feliz al ver que sus zapatos estaban deslumbrantes y que también los habían arreglado y pintado. Junto a ellos, encontró una carta de Candado. Hammya la tomó y leyó el mensaje que él había escrito.
"Para Hammya, de Candado Barret: Me tomé la libertad de arreglar tus zapatos. Espero que te gusten. Eso sí, no dejes que esto se te suba a la cabeza. Además, debido a que estabas durmiendo, decidí no despertarte. Seguro que te levantarás con hambre, así que te he dejado la comida en la despensa."
Hammya dobló el papel y lo guardó en su bolsillo antes de salir de la habitación. Caminó lentamente por el pasillo para no hacer ruido, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Sin embargo, se sorprendió al encontrar a Tínbari sosteniendo a la bebé Karen mientras bebía una taza de café.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Hammya en voz baja.
—Estoy tomando café, ¿no lo ves? —contestó Tínbari, sarcástico y sorprendido.
—No, no me refiero a eso. ¿Por qué estás en esta casa? —dijo Hammya, ya irritada.
—Porque vivo aquí, más tiempo que tú, fea niña de cabello de trébol.
Los insultos de Tínbari enfurecieron a Hammya, y ya no pudo contener su enojo ni mantener la voz baja.
—¡ERES LA PERSONA MÁS HORRIBLE, RUIN, HORRIPILANTE Y DESASTROSA QUE HA EXISTIDO EN ESTE MUNDO!
—Oye, no hables así, es solo un bebé —dijo Tínbari mientras jugaba con Karen.
Hammya estaba harta de que la tomaran del pelo. Sin dudar y olvidándose de que había gente durmiendo, apretó los puños con fuerza y mostró su ira de nuevo.
—¡ESTOY HABLANDO DE TI, LAGARTIJA SIN COLA! —gritó Hammya, señalando a Tínbari.
Pero para sorpresa de ambos, antes de que pudieran continuar discutiendo, un cuchillo salió disparado desde la sala de estar hacia la cocina, cortando algunos mechones de cabello de Hammya en el proceso.
De aquella sala oscura surgió un Candado furioso, con ganas de pintar la cocina con la sangre de Tínbari y Hammya debido a la insolencia de haberlo despertado tan temprano.
—Bien, ratas de alcantarilla, son las cinco de la mañana y ustedes de fiesta. ¿Puedo saber por qué hay tanto alboroto? —dijo Candado furioso, con los ojos encendidos en una llama violeta.
Tanto Tínbari como Hammya no sabían qué decir en ese momento. Candado estaba muy enfadado porque lo habían despertado, y existía la posibilidad de que si la excusa no era lo suficientemente creíble para él, se enfrentarían a su ira.
Entonces, Tínbari se acercó a Candado y dijo:
—Verás, yo estaba en la cocina tomando café y alimentando a tu hermanita, pero justo entonces llegó ella y comenzó a armar un escándalo —añadió Tínbari, señalando a Hammya.
Candado lo miró y luego cerró los ojos, levantando las cejas.
—Vaya explicación, me has dejado perplejo —dijo Candado sarcásticamente. Luego, miró a Hammya y la señaló con su dedo índice—. Ahora es tu turno.
Hammya miró a Candado con los brazos cruzados.
—Nada que declarar —dijo rápidamente y sin titubear.
Estas palabras sumieron a todos en un silencio total durante unos minutos. Candado, quien había hecho la pregunta, quedó completamente desconcertado ante la respuesta de Hammya.
Tínbari, por su parte, se sintió un poco asustado por esas palabras, así que se acercó a Hammya.
—Toma, llévate a la niña —dijo Tínbari, entregando a la bebé Karen a Hammya.
Tan pronto como Hammya recibió a la bebé, Tínbari desapareció rápidamente. Candado, quien había estado en silencio con una mirada vacía, volvió a enfurecerse y mostró sus ojos violetas encendidos.
—Así que, en otras palabras, me despertaron por nada —dijo Candado furioso.
Hammya se asustó ante la expresión de Candado y empezó a temblar. Sus movimientos bruscos asustaron a la bebé que cargaba, Karen, quien comenzó a llorar fuertemente al ver a su hermano enojado de manera escalofriante. Candado, al ver llorar a su pequeña hermana, se calmó de inmediato y la tomó en sus brazos para intentar tranquilizarla.
—Ya, no llores más, Karen, por favor —dijo Candado en un intento de consolar a la bebé.
Sin embargo, la bebé seguía llorando y llorando, lo que hizo que Candado, desesperado, pusiera su dedo pulgar en su boca, y milagrosamente, Karen se calmó al instante. Aunque a él le diera repugnancia lo que hizo.
—Qué asco, lo que uno hace como hermano mayor —murmuró Candado mientras observaba a su hermana.
—Bueno, ya que te has calmado, puedo hablar ahora.
Candado retiró su dedo de la boca de su hermana y le tapó los ojos con su mano, luego miró a Hammya.
—No, no estoy calmado, niña silvestre e irrespetuosa —dijo Candado con sus ojos encendidos de nuevo en una llama violeta.
—Por favor, tranquilízate. Solo quiero agradecerte —dijo Hammya asustada.
Candado, al escucharla, se tranquilizó, aunque estaba confundido. ¿Qué había hecho él para que ella le agradeciera? No mucha gente solía ser tan cortés con él.
—Innecesario —murmuró Candado mientras se alejaba de la cocina.
Se dirigió a una habitación que estaba oscura, encendió la luz y se acercó a un cuadro con el retrato de su abuelo Alfred, que tenía las mismas dimensiones que una puerta, en el cuadro, su abuelo estaba de pie con un bastón morado, vestido con ropa formal celeste y usando la misma boina que Candado. Tenía una larga barba blanca, prolijamente recortada, ojos marrones y una nariz perfectamente firme.
Candado apartó el cuadro, revelando que era una puerta que conducía a una habitación donde Clementina dormía de pie. Se acercó a ella y tocó su frente con el dedo pulgar. Cuando lo hizo, su frente comenzó a brillar, y Clementina empezó a abrir los ojos lentamente. Candado retiró su mano de su frente, y Clementina bostezó.
—Buenos días, joven patrón —dijo Clementina, medio dormida.
—No me llames así. Te necesito ahora, así que despierta —dijo Candado mientras se dirigía hacia la puerta de salida de la casa.
Clementina salió de la habitación y se acercó a Candado. Los dos salieron de la casa, y al hacerlo, notaron que el sol estaba a punto de salir. Era una mañana fresca y tranquila, como cualquier otra. Caminaban por las calles vacías del pueblo, sin ver a nadie más. Solo se escuchaban los sonidos de los árboles y las aves. Debido a la hora temprana, las calles estaban desiertas, y los dos jóvenes caminaban por el asfalto como si fueran los últimos habitantes del mundo, al menos en sentido figurado para esa ocasión.
Clementina miró su reloj y eran las 5:05 de la mañana. Con voz quejosa y cansada, preguntó:
—Perdona la pregunta, pero ¿hay alguna razón específica por la que nos levantamos tan temprano?
Candado continuó caminando delante de ella sin detenerse ni voltear, y respondió:
—Sí, hay una razón específica.
Hubo un silencio durante unos dos minutos mientras seguían caminando. Luego, Clementina preguntó de nuevo:
—¿Y cuál es esa razón?
—¿Quieres saberlo? —preguntó Candado mientras seguía caminando.
—Sí, definitivamente quiero saberlo.
—¿Estás segura, segura?
—Sí, te lo he dicho.
—Pues es una lástima, porque yo no quiero decírtelo.
—Ay, Candado —se quejó Clementina.
—Ya te enterarás de por qué te llamé aquí. Mientras tanto, no te preocupes por ello.
—Está bien, me calmaré aunque me alteré cibernéticamente —dijo Clementina mientras cerraba los ojos y se masajeaba la frente.
—Bien dicho —añadió Candado.
—Por lo menos podrías decirme a dónde vamos.
—Claro, en este momento estamos en algo llamado "asfalto", que es la calle por donde circulan los coches...
—No me refería a ese "dónde", sino a "adónde" vamos —elevó pasivamente la voz Clementina.
—Ah, ahora entiendo lo que querías decir con "adónde" —dijo Candado mientras miraba al cielo mientras caminaba.
—Me alegra que hayas entendido. Entonces, ¿puedes decirme a dónde vamos?
—Qué te importa?
—Basta, Candado. Escúpelo.
Al decir esto, Candado miró hacia un basurero y escupió en él. Clementina quedó petrificada al verlo hacerlo, lo que hizo que Candado se alejara de ella unos metros.
—¿Feliz? —preguntó Candado.
—¡FZZ! —Clementina raspó sus labios con fuerza, emitiendo un característico sonido.
Al escucharla gritar, Candado se detuvo y miró hacia atrás, donde Clementina tenía las manos en los bolsillos.
—Si sigues haciendo eso, despertarás a alguien —dijo Candado con voz tranquila y una expresión fría.
—¡FZZZZZZZZZZZZ! —Clementina intensificó su actitud furiosa y aceleró el paso con la intención de alcanzar a Candado.
Pero cuando se acercaba a él, la ventana de una casa en el segundo piso se abrió, y un señor mofletudo, casi pelón, con barba gruesa amarilla y una remera negra con un símbolo de una flauta rota por un clarinete, arrojó un balde de agua a Clementina, empapándola por completo y haciendo que se detuviera instantáneamente.
—Silencio, hay gente que quiere dormir, mocosuela del demonio —luego el señor mofletudo miró a Candado—Hola, gaucho —dijo el hombre, y Candado lo saludó con su mano derecha mientras la otra permanecía en su bolsillo con una sonrisa de expresión fría. Después, el señor mofletudo cerró su ventana.
Candado miró a Clementina, quien estaba completamente empapada, pero ya no mostraba enojo hacia él como hace unos segundos.
—Te lo dije —dijo Candado con una expresión fría en su rostro.
Luego, Candado y Clementina siguieron caminando unos metros más hasta llegar a su destino: una casa de estilo chalé francés de madera de color naranja fluorescente, con una única ventana y una puerta.
—¿La casa de Héctor? —dijo Clementina con voz débil y agotada.
—Nunca vi una verdad mejor expresada.
—¿Entonces, por qué estoy aquí?
—Por nada en especial, solo es una pequeña venganzita por lastimarme la nariz ayer.
—Debí suponerlo —dijo Clementina, mirando al suelo.
Candado tocó la puerta tres veces, pero como era temprano y él no quería molestar a los padres de Héctor, el golpeteo fue suave. Unos segundos después de tocar la puerta, esta se abrió y apareció Héctor, vestido con un pijama gris, alpargatas oscuras y cabello casi despeinado.
—Hola chicos, Candado, recibí tu mensaje.
—Bien, comenzaba a preocuparme de que no lo hubieras leído.
Héctor miró a Clementina con sorpresa, especialmente porque estaba completamente empapada.
—¿Puedo saber qué te pasó, Clemen? —preguntó Héctor.
—Nada en particular, solo mala suerte, eso es todo —dijo Candado, respondiendo por ella.
—¿Podemos pasar? —preguntó Clementina.
—Sí, adelante, por favor —dijo Héctor mientras se apartaba.
Cuando Candado y Clementina entraron, notaron un cuadro extraño y llamativo casi en la entrada, que conectaba con la sala de estar. La pintura mostraba a un hombre vestido de blanco con una galera y un bastón, comiéndose literalmente a otra persona vestida de rojo, que sostenía una hoz en una mano y un martillo de herrero en la otra. Detrás de ellos, había una fila de personas observando la escena, pero nadie intervenía, excepto una niña de cabello negro que intentaba ayudar, aunque la multitud la sujetaba y tiraba hacia atrás con fuerza. El paisaje estaba cubierto de nubes negras, un río sucio con peces muertos y un suelo desértico con árboles marchitos y muertos.
Candado frunció las cejas al ver la pintura, mientras que para Clementina era algo que pasaba desapercibido debido a su naturaleza robótica; no entendía muy bien el arte. Héctor cerró la puerta detrás de ellos y luego se acercó, poniendo su mano en el hombro de Candado.
—Veo que la pintura te llamó la atención. Llegó anoche, me la envió Pio desde La Pampa.
—Una metáfora tenebrosa y profunda que Pio pintó. Debo admitir que me impactó un poco —comentó Candado.
—Sí, es realmente inquietante. Ella la tituló "El Real Cumplido Capitalista". ¿No te parece original? —preguntó Héctor.
—¿Puedo usar el baño? —preguntó Clementina.
—Sí, claro.
Mientras Clementina se dirigía al baño para secarse y verificar si había dañado algún circuito o placa debido al agua que le habían arrojado, Candado y Héctor se sentaron en un cómodo sillón amarillo y comenzaron a hablar sobre el gremio.
—Bien, Candado, antes de hablar, me gustaría saber por qué admitiste a ella en el gremio. Sinceramente, no creo que haya sido solo una "corazonada". Creo que hay más detrás de esto —dijo Héctor, con los brazos cruzados.
—Bueno, ella es muy especial.
—¿Especial? ¿En qué sentido? —preguntó Héctor, sorprendido.
—Creo que tiene un potencial mayor que el mío. Puedo decir que es incluso más fuerte que yo.
—¿Por qué dices eso? Sabemos que eres fuerte, más que cualquiera de los esbirros de Esteban y él mismo —dijo Héctor.
—Esa es tu perspectiva, pero no creo que yo sea el más fuerte del país o del mundo. Estoy seguro de que en algún momento aparecerá alguien más fuerte que yo y me derrotará.
—Eso es imposible, Candado. Jamás te vencerán. Estamos aquí para protegerte, yo, Germán, Declan, Lucas, Clementina y todos nosotros, tus amigos, siempre estaremos para ayudarte contra cualquiera que quiera hacerte daño. Esa es la esencia de la amistad.
—Gracias, Héctor, por recordarme mi lugar. Pero sigo creyendo que alguien más fuerte aparecerá en algún momento. Por eso estoy aquí para decirte que si eso llega a ocurrir, quiero que quemes por completo esta casa, junto con todas las investigaciones que hemos realizado y, por supuesto, el secreto. Quiero que todo desaparezca en las llamas, que no quede ni una pista, que todo se consuma cuando algo me suceda —dijo Candado con determinación.
—No entiendo, hace solo unos días no pensabas de esta manera. Seguías investigando libro por libro, apunte por apunte. Candado, creo que estoy equivocado, esa niña no es de fiar, algo ha sucedido, parece que está jugando con tu mente —dijo Héctor, molesto y firme.
—¿Qué estás diciendo?
—El Candado que conozco jamás vendría a mi casa para pedirme que hiciera algo como esto. ¿Qué pasó con el Candado que nunca se rendía? ¿Qué pasó con el decidido chico de la boina? ¿Dónde está ese muchacho?
En medio de esta discusión, una figura que emergía entre el humo negro apareció en la conversación, y tras el humo se reveló Tínbari, con una sonrisa en el rostro. Pero eso no fue todo, Clementina salió del baño mientras ajustaba su corbata, interrumpiendo la conversación.
—¿Qué está pasando? —preguntó Clementina.
—Vaya, parece que solo le has contado una parte de la verdad. Parece que olvidaste mencionar la otra cara de la historia —dijo Tínbari.
—¿Qué otra verdad? —preguntaron Clementina y Héctor.
—Oh vamos, Candadito, cuéntale lo que me dijiste a mí. Él también tiene que saberlo.
—No, no tengo nada que contar —dijo Candado con una mirada furiosa a Tínbari.
—¿Qué cosa? ¿Qué tienes que decir? —preguntó Héctor.
—Nada, es asunto mío —respondió Candado.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —insistió Héctor.
—Te lo he dicho, es un problema personal y no concierne a nadie más —replicó Candado.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Clementina.
—Es algo personal, no te preocupes por eso —respondió Candado con frustración.
—Ay, por favor, tu intuición es una basura, igual que tu cabello —dijo Tínbari burlonamente.
—¡NO TE METAS! Estoy hablando con Candado, no contigo, idiota —dijo Héctor.
—¡OBLÍGAME! No eres más que un humano charlatán y andrajoso —respondió Tínbari desafiante.
—Ya basta de esto, no quiero peleas en mi casa —dijo Héctor enojado mientras sacaba su caja de cartas de póker de su bolsillo.
Ambos estaban al borde de una pelea y parecía que la situación podría empeorar rápidamente. Clementina, sin embargo, se mantuvo al margen, no quería participar en una pelea sin sentido y no tenía intención de detenerlos. En ese momento, cuando los dos estaban a punto de desatar el caos en la casa, Candado se puso de pie y se interpuso entre Héctor y Tínbari.
—Mientras ustedes discuten, nuestro enemigo allá afuera se hace más fuerte.
Héctor guardó sus cartas nuevamente, comprendiendo que no era el momento ni el lugar adecuado para una pelea. Tínbari bajó sus manos y relajó sus hombros, aparentemente había reconsiderado su deseo de pelear con Héctor, ya que había sido uno de los pocos, además de Candado y Declan, con los que no había tenido conflictos previos.
—Tal vez tengas razón, no es momento de pelear con los débiles —dijo Tínbari.
—¿Qué has dicho, cerebro de ciruela? —dijo Héctor furioso.
En ese momento, Héctor volvió a sacar sus cartas. Controlaba diez mil cartas que flotaban a su alrededor, formando una especie de órbita alrededor de su pecho constantemente.
Candado, ya irritado por la falta de cooperación de sus subordinados, comenzó a liberar ondas negativas y poderosas en la casa. Clementina, viendo lo que estaba sucediendo, cubrió sus oídos en previsión de lo que vendría a continuación.
—¡SILENCIO! —gritó Candado, su voz resonando como un trueno.
En ese momento, la casa comenzó a temblar, como si estuviera experimentando un terremoto. Los platos vibraban, los cuadros se sacudían y algunos libros cayeron al suelo. Incluso a Héctor y Tínbari les dolían los oídos, especialmente a Tínbari, que estaba más cerca de Candado cuando gritó.
—No era necesario que gritaras tan fuerte, niño. Los padres de este chico están durmiendo —se quejó Tínbari mientras se arrodillaba en el suelo.
—No debemos preocuparnos por eso, algo como esto no los despertaría —dijo Héctor en la misma situación.
Candado aún estaba lleno de furia. El simple acto de gritar no lo había calmado en absoluto; en su lugar, tenía ganas de golpear a ambos hasta que perdieran las ganas de respirar. Sin embargo, Clementina se acercó a él y le susurró algo al oído, y en un abrir y cerrar de ojos, Candado se calmó. Nunca se supo qué le dijo exactamente aquel día.
—Me alegra que se hayan callado. Héctor, ¿aceptarás mi petición? —preguntó Candado.
—¿Podemos consultarlo con los otros miembros del gremio? —respondió Héctor.
Candado lo miró fijamente con una actitud fría y tenebrosa. Era como si hubiera firmado su sentencia de muerte, ya que Héctor se había dado cuenta de que Candado lo había visitado para hablar sobre este tema, precisamente para que los otros miembros no se enteraran.
—Haz lo que quieras, Héctor —dijo Candado con un tono sombrío.
—Gracias. Me gustaría que estuvieras presente.
—Estaré allí —añadió Candado, haciendo un gesto con su mano izquierda a la altura de su frente. —Dentro de cuatro horas. Mientras tanto, tú te encargarás de notificar a los demás.
—¿Y tú qué harás?
—Yo iré a casa a descansar —respondió Candado, mirando a Clementina, quien asintió.
—Espera, yo...
—Mira, todo se aclarará a su debido tiempo.
Luego de esa conversación, Candado y Clementina abandonaron la casa, dejando a un Héctor confundido y preocupado por su cuenta. No estaba allí, pero es seguro que después de que se fueran, Héctor se apresuró a cambiarse de ropa y prepararse para dirigirse a la cabaña.
Candado y Clementina, por otro lado, regresaron a su casa por el camino más rápido y pacífico a través del bosque, preguntándose por qué no habían tomado ese camino en primer lugar. Gracias a él, llegaron casi instantáneamente a su casa. Cuando Candado estaba a punto de abrir la puerta, Clementina hizo una pregunta.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Depende de qué preguntes —respondió Candado.
—Bueno, ¿por qué decidiste que ella se uniera a nosotros? Tenerla en casa es una cosa, pero esto...
Candado se volteó y la miró con una mirada seria y vacía, como si la pregunta lo hubiera disgustado un poco.
—Me sorprende que quieras saber mi decisión. Si realmente deseas saberlo, te lo diré en la reunión.
Clementina se sintió un poco desconcertada, pensando que tal vez había molestado a Candado. Luego, él abrió la puerta y le indicó que pasara primero, como solía hacer.
—Disculpa si te molesté con mi pregunta.
—Si me pidieras disculpas cada vez que me enfado, estaría el doble de rico de lo que soy ahora —comentó Candado mientras colocaba su boina en una mesa cercana.
—Vaya, entonces me disculpo también por esas veces —respondió Clementina burlonamente.
Ambos fueron alertados por un ruido que provenía de la cocina. Se acercaron lentamente, Candado encendió su mano izquierda con su llama violeta, y Clementina transformó su mano derecha en una ametralladora mientras se mantenía pegada a la pared, esperando órdenes. Candado se asomó y vio a Hammya lavando los platos. Clementina se acercó aún más y miró a Candado.
—¿Qué ves ahí?
Candado apagó su llama y respiró tranquilo de nuevo.
—Nada, solo a la niña lavando los platos.
Una vez que se aclaró el misterioso ruido de la cocina, Clementina guardó su "ametralladora" y los dos se mostraron ante Hammya, quien no parecía haber notado su presencia.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Clementina.
Hammya se volteó y sonrió a las dos personas que estaban detrás de ella.
—Estoy limpiando un poco.
—Bueno, eso no lo dudo, ya que todo está impecable por aquí —dijo Candado.
—Gracias a los circuitos, pensamos que había un intruso —añadió Clementina.
—Vaya juego de palabras.
—¿Intruso? ¿No se sienten seguros en su propia casa? —preguntó Hammya.
—Quizás no te lo mencioné antes, pero mi vida ha estado en peligro desde que nací —comentó Candado.
En ese instante, apareció la abuela Andrea cargando a la bebé Karen con su chupete azul.
—Bueno, bueno, bueno, parece que se han adelantado antes que yo.
—Je, algo así —dijo Candado mirando a Hammya con desconfianza.
—Oh, ya veo, entonces, Hammya te despertó con sus gritos, ¿verdad?
—¿Te importaría dejar de leer mi mente? Supuestamente, es mía y de nadie más, ¿vale?
—Ups, perdón, es que no puedo evitarlo —dijo la abuela con una sonrisa.
—Bueno, si ya te has "divertido", me voy a dormir.
Después de hacer comillas en el aire con sus dedos, Candado se fue de la cocina hacia su habitación, dejando a Hammya, Clementina y su abuela (y Karen) solas en la cocina.
—Bueno, ¿y a este qué le pasa?
—¡NO SOY "ESTE"! —gritó Candado desde su habitación.
Luego se escuchó el fuerte cierre de la puerta de su cuarto.
—Bueno, ya que Candado se fue a dormir, ¿quieren ayudarme a preparar el desayuno para sus padres?
—¿Padres? —preguntó Hammya.
—Se refiere a los dueños de la casa —aclaró Clementina.
—Sí, tú comenzarás a vivir aquí —luego la abuela Andrea se acercó a Hammya, se agachó y puso su mano en su hombro—, así que ellos serán tus padres también, y yo tu abuela. ¿Te parece bien?
Hammya miró a los ojos de la abuela, con una alegría inmensa que casi le hizo derramar lágrimas.
—Bueno, no es para llorar. Vamos, ayúdame a preparar el desayuno.
—Manos a la obra —dijo Clementina haciendo un saludo militar.
—Enseguida —respondió Hammya con entusiasmo.
Mientras Hammya y su "nueva familia" comenzaban a cocinar, Candado y Tínbari tenían una conversación en su habitación.
—¿Crees que fue una buena idea contárselo a todos tus amigos? —preguntó Tínbari.
—Sí, hice bien. Además, jamás se lo habría dicho a nadie, y seguiría siendo mi problema si tú no hubieras abierto tu maldita boca parlanchina.
—Ups, se me escapó.
—Eres un demonio cargoso y entrometido. Por eso fue que los militares te cosieron la boca cuando eras humano.
—En realidad, fue por otra razón muy diferente, pero da igual, no cambies de tema.
—¿Cuándo cambió de tema?
—No finjas. Sabes muy bien a lo que me refiero, Candado. Nadie me engaña.
—Mira, o te expresas mejor o te echo a patadas de mi habitación. Ya son doce minutos al drenaje que nunca recuperaré.
—Ya en serio, me parece un poco extraño que des por sentado que alguien pueda vencerte algún día.
Candado miró a Tínbari, muy enojado, con los ojos entrecerrados y las cejas fruncidas.
—No puedo creer que tú también no lo entiendas. Y pensar que lo habías dicho. ¿Sabes qué? Tendrás tu respuesta en esa reunión —dijo Candado, enfadado.
—Por supuesto que lo entiendo, pero no creo que algo así suceda con alguien como ella.
—Maldición.
—No es para enojarse tampoco.
—¿Cómo demonios no me voy a enojar, pedazo de idiota con cuernos? Ahora, en lugar de ser un problema mío, será un problema de todo el equipo.
—En ese caso, me disculpo por hablar sin tu autorización.
—Lo que menos quiero oír son tus disculpas, me deja un mal sabor de boca.
—Bueno, ¿entonces qué quieres que haga?
—Por ahora, quiero que te vayas de mi cuarto antes de que yo te saque.
Luego de decirle esto, Tínbari se desvaneció del lugar, riéndose en silencio y diciendo "te deseo suerte". Por supuesto, estaba burlándose de él. Este gesto hizo que Candado hirviera de ira, no solo por el gesto en sí, sino también porque Tínbari había sido el causante de que Candado tuviera que dar explicaciones a sus compañeros sobre por qué había encomendado a Héctor la misión de quemar las investigaciones en caso de que Candado perdiera. Originalmente, Candado nunca habría compartido esta preocupación con los demás miembros del equipo si Tínbari no hubiera abierto la boca. Era claro que Candado quería ocultar algo, pero se dio cuenta de que no sería fácil mantener sus motivos ocultos de sus amigos.
Candado se recostó en su cama y miró hacia el techo mientras reflexionaba sobre qué hacer. Tenía tres horas antes de dar explicaciones al gremio. Sin embargo, sus pensamientos se desvanecieron cuando el cansancio lo venció y se quedó dormido.
Mientras Candado dormía, Clementina, Hammya y la abuela cocinaban para los padres de Candado, que seguramente llegarían cansados y hambrientos después del viaje que habían realizado.
Curiosamente, llegarían esa misma mañana, pero Candado no sabía a qué hora exactamente, ya que sus padres pasaban poco tiempo en casa. Desde la muerte de Gabriela, el ambiente familiar se había vuelto triste y sombrío. Los padres de Candado rara vez pasaban la noche en casa, ya que todo en la casa les recordaba a su hija y les causaba un inmenso dolor. A pesar de la tristeza que los embargaba, seguían esperando que un día su hija regresara a casa, como si estuvieran atrapados en el pasado, en la esperanza de que algún día volverían a ver a su hija, sonriente y juguetona.
Candado, a pesar de su apariencia fría y su actitud dura, había sonreído en el pasado. La pérdida de un ser querido le había robado esa sonrisa, pero seguía adelante. Por esta razón, los padres de Candado pasaban cada vez menos tiempo en casa con él y Karen.
Cuando terminaron de cocinar el desayuno-cena, Clementina, Hammya y la abuela se tomaron un descanso en el salón y encendieron la televisión. Se sentaron en el sofá blanco, que estaba cerca de la cocina.
No habían pasado ni cinco minutos cuando alguien llamó a la puerta.
—¿Quién puede ser ahora? —preguntó la abuela, disponiéndose a abrir la puerta.
Clementina se levantó rápidamente de su asiento y se interpuso en el camino de la abuela.
—Déjeme, yo abriré la puerta.
La abuela se sentó de nuevo en el sofá, permitiendo que Clementina se acercara a la puerta. Antes de que se diera cuenta, un hombre de avanzada edad con una bolsa de supermercado se encontraba en el camino de Clementina.
—¿Cómo hizo para entrar? —preguntó sorprendida.
—La puerta estaba abierta —dijo el hombre con calma.
—¿Hipólito? ¿Qué hace por aquí tan temprano? —preguntó la abuela, reconociéndolo.
—¿Quién? —preguntó Hammya, que estaba un tanto confundida.
Hipólito era un robot fabricado por el abuelo de Candado cuando tenía doce años. Tenía el cabello blanco por la vejez, a menudo llevaba una galera negra, una barba y bigote de la época de los años veinte, y vestía ropa formal de la misma época en color negro. Llevaba un pañuelo blanco a modo de corbata y tenía ojos marrones. Sus guantes elegantes eran de color rojo con una estrella amarilla de siete puntas en la contraparte del guante.
—La abuela y el señor se saludaron con besos en las mejillas.
—Vine a visitar a Candado, ¿está aquí, verdad? —preguntó Hipólito mientras comenzaba a caminar por el living como si estuviera en su propia casa.
—Sí, pero está durmiendo —informó la abuela.
Hipólito se detuvo al ver a la niña de cabello verde en el sillón blanco y la miró fijamente. Clementina también lo observó con curiosidad.
—¿Andrea? Creo que estoy viendo a una mamboretá en el sillón.
—¡Qué grosero que es usted!
—Oh, y también habla.
—¿Acaso se está burlando de mí?
Clementina irrumpió en la habitación junto con la abuela para intervenir.
—Abuelo, no molestes a la residente de la casa.
—¿Ella, residente? ¿Qué habrán hecho ustedes para que la señorita Europa acepte?
—La señorita todavía no lo sabe, pero hoy se lo consultaremos.
—Bueno, da igual, quiero ver a Candado.
—No puede, está dormido —dijo Clementina.
—Bueno, creo que voy a despertarlo.
—Don, tal vez usted sea un robot al igual que yo, pero eso no significa que ande molestando a todos sin razón.
—¿Robot?
—Sí, Hipólito es otro robot fabricado por el señor Alfred —explicó Clementina.
—Ese señor debió ser un genio en tecnología.
—Efectivamente —dijo Clementina.
—Suficiente, tengo que hablar con él ahora.
—Le repito que Candado está durmiendo.
—No importa si está durmiendo, necesito hablar con él.
A Clementina no le gustó la actitud de Hipólito al aparecer en la casa sin previo aviso, y lo peor de todo, según ella, venía a molestar a Candado, quien todavía estaba durmiendo. Lamentablemente, ella no se había percatado de su tono de voz cuando hablaba con Hipólito.
Mientras Clementina discutía con Hipólito, Candado, quien estaba en su habitación despierto, mal dormido y cansado, tenía una almohada en la cara y sostenía un reloj de bolsillo en su mano izquierda, mirándolo con atención. Estaba muy despierto debido al escándalo que se escuchaba abajo.
—Voy a descuartizarlos —dijo Candado enojado.
Tras decir esto, se levantó de su cama y se dirigió al baño para lavarse la cara y cepillarse los dientes. Luego de terminar, regresó a su habitación, levantó la mano derecha y chasqueó los dedos, haciendo que su ropa de dormir desapareciera mágicamente, dejándolo solo en ropa interior. En su lugar, aparecieron sus prendas de vestir del armario: pantalones oscuros de gala con un cinto que se abrochaba automáticamente, una camisa blanca de manga larga con botones que se abrochaban solos, una corbata roja que se anudaba sola, un chaleco de gala de color gris cuyos botones también se abrochaban solos, zapatos negros y guantes blancos como accesorio final.
Cuando terminó de vestirse, se miró en el espejo de su ropero y notó que su cabeza estaba despeinada sin su apreciada boina azul. Sin su gorro, su cabello estaba en desorden, lleno de mechones y remolinos por todas partes, como si se hubiera electrocutado. Se peinó un poco antes de bajar.
Candado bajó al living, frotándose la frente con el dedo índice como si le doliera la cabeza, lo cual era más probable debido a la falta de sueño por el ruido que venía de la sala de estar. Todos lo miraron en silencio cuando apareció.
—¿Se están burlando de mí o qué? —dijo Candado con irritación—. Cuando Candado se despierta y baja al living, todos se callan, pero cuando Candado está en su habitación durmiendo, todos hablan a gritos. Saben qué, ustedes son como los mosquitos que zumban cuando la luz está apagada y se callan cuando se enciende.
—Lo sentimos, no quisimos molestarte —se disculpó la abuela de Candado.
—¿Mosquito? —preguntó Hammya con curiosidad.
Candado giró su mirada hacia Hipólito con una ceja levantada.
—¿Qué pasa, anciano? ¿Perdiste algo?
—Tu sentido del humor deja mucho que desear, Candado, señor de los marginados.
—¿Viniste solo hasta aquí para entregarme una carta? —preguntó Candado mientras recibía la carta.
—Suena... algo estúpido si lo dices de esa manera.
—¿Cómo debería sonar, entonces?
—A veces desearía que fueras un poco más cortés —dijo Hipólito.
Candado no respondió y se centró en el sello de la carta con sospecha y furia que provenía de ella. Su emblema era una medusa cruzada con dos espadas mongolas, lo que parecía significar una advertencia o un insulto. Candado se indignó, aunque no estaba claro por qué, ya que inmediatamente después de leer la carta, la incendió en su mano.
—Por lo visto, Viki se "ganó" un nuevo odio en la Pampa —dijo Candado mientras la carta se quemaba lentamente.
—Dios mío, parece que cada vez la tiene más difícil, hijo —comentó la abuela Andrea.
—¿Dios? Si tú no eres más que un robot fabricado por el hombre —respondió Candado de manera sarcástica.
—Bueno, no hacía falta recordármelo de esa manera... Da igual. ¿Qué harás ahora, señor Candado, la enviarás a otra provincia? —preguntó Hipólito.
—No, no lo haré. Esta es la última vez que la transfiero. Se quedará ahí, en la Pampa, hasta que aprenda a controlarse —dijo Candado con evidente enojo.
—A la señorita Tonrrial no le gustará, estoy seguro de que se armará un desastre —agregó Hipólito.
—Me vale un carajo si le gusta o no. Esta es la décima vez que la transfiero de lugar, y el hecho de que esté allí es culpa suya, no mía. Si por casualidad ella hace quedar en ridículo al gremio, será castigada por el puño de Harambee —afirmó Candado con determinación.
—Bueno, cambiando de tema, podría irse a dormir ya que todavía falta para la reunión —aconsejó Clementina.
—No te hagas la condescendiente, Clementina, porque no te queda bien —respondió Candado mientras se colocaba su boina.
La abuela Andrea, extrañada por ver que su nieto se ponía la boina, le preguntó:
—¿A dónde vas?
—Al patio, abuela, al patio —respondió él mientras desaparecía en la cocina.
Clementina decidió seguir a Candado hacia el jardín, y Hammya también se unió, siguiendo a ambos sigilosamente mientras se pegaba a la pared para "espiar" lo que hacían. Al asomarse por la ventana, Hammya pudo apreciar el hermoso jardín, con césped bien podado, flores como rosas preciosas y un imponente árbol ficus de gran tamaño que proporcionaba una agradable sombra.
Sin embargo, la paz del jardín se vio interrumpida por la discusión entre Candado y Clementina, en la que ella criticaba a Candado por sus decisiones pasadas. La discusión continuaba cuando Hammya decidió salir de su escondite y acercarse a ellos. Clementina la miró desconfiadamente, mientras que Candado, aparentemente cansado, permanecía tumbado en el suelo.
—Hola —saludó Hammya—. ¿Qué están haciendo?
—Estamos esperando a que me caiga un satélite —respondió Candado de manera sarcástica.
Clementina intervino para explicar:
—En realidad, estábamos charlando, nada más.
—¿De qué estaban charlando? —preguntó Hammya con curiosidad.
Pero cuando Hammya estaba a punto de hacer otra pregunta, Candado se puso de pie rápidamente y sacó un reloj de su chaleco.
—Rayos, son unos cargosos del demonio.
—¿Qué ha ocurrido, joven patrón?
—No empieces ahora —continuó—. Cambiaron la hora de la reunión, tenemos que irnos ahora —dijo mientras se ponía en marcha.
—¿Cómo supo eso?
—El reloj de Candado es muy especial, sirve para comunicarse con los demás.
Cuando dijo eso, Hammya y Clementina lo siguieron tras él. Candado entró a la casa y se dirigió a la sala de estar para avisar a su abuela que se iba a salir. Cuando la encontró, se despidió levantando su boina, sin mirarla y sin detenerse siquiera, continuó caminando hasta salir de la casa.
Al salir, ya se podían ver movimientos en la calle, gente que iba a trabajar y algunos autos. Sin perder más tiempo, Candado, Hammya y Clementina corrieron a toda velocidad, tomando atajos para llegar más rápido al gremio, pasando por los bosques. Finalmente, llegaron a la casa, Candado se detuvo un momento, se arregló la ropa antes de tocar la puerta y, cuando terminó, se acercó a la entrada y golpeó tres veces la puerta.
—¿Quién es? —preguntó una voz desde detrás de la puerta.
—Manuel Belgrano, pelotudo.
La puerta se abrió y detrás de ella estaba Matlotsky con una sonrisa.
—Buenas, ¿cómo están?
—Déjame pasar, payaso —dijo Candado apresuradamente.
—Pase usted —dijo Matlotsky, tirado en el suelo.
Candado se dirigió a la sala de reuniones y abrió las puertas con las manos y una expresión de furia en su rostro.
—Bien, ¿qué significa esto? Yo di una hora exacta para hablar de este tema en especial —demandó Candado.
—Lo siento, Candado. Intenté decirles, de verdad, pero ellos quisieron apresurar este tema —dijo Héctor con un tono de preocupación.
—¿Nos darás una explicación? —preguntaron todos (excepto Héctor).
—¿Por qué he de dar una explicación, eh? Si cuando admití a Anzor nadie me cuestionó, ahora que admito a Hammya me cuestionan. ¡¿POR QUÉ?!
—La diferencia es que Anzor fue el último, hace dos años, cuando murió Gabriela, y eso te hizo cambiar. Durante dos años, no saliste a los recreos en la escuela, e incluso hoy le diste una misión a nuestro compañero Héctor de quemar todas las investigaciones, no solo tuyas, sino también las investigaciones de tu bisabuelo Jack Barret. ¿Acaso te está debilitando o te está manipulando? Una de dos —dijo Lucas.
Candado se llevó la mano derecha a su frente, tapándose los ojos y tocándose la ceja con su dedo pulgar y su dedo índice.
—Ah, se suponía que no debías hablar de este tema, Héctor —dijo Candado indignado.
—No, no es culpa de Héctor, yo te seguí esta mañana.
—Te lo he dicho mil veces, Lucía, que no uses ese poder y menos conmigo.
—¿Nos darás una explicación? —preguntó Matlotsky desde atrás.
—Bien, lo haré, con la condición de que Hammya esté presente aquí para liberarles de esa estúpida y absurda paranoia sobre mi liderazgo, estúpidos, alfeñiques y metidos.
Después de decir esto, Candado se dirigió a su asiento en la punta de la mesa, que estaba ubicada bajo una pintura de una gran cruz amarilla. En el centro de la cruz, dos líneas negras la cruzaban de arriba abajo en rojo y de izquierda a derecha en blanco. Además, había tres círculos azules en las tres puntas (izquierda, derecha y arriba), sin estar unidos a ellas.
Cuando Candado se sentó, todos se sentaron y guardaron silencio, incluyendo a Hammya, quien ocupaba el lugar de Viki, ya que esta última estaba ausente. Candado inhaló y exhaló, luego comenzó.
—Pensaba que sería cosa mía y de nadie más, pero ahora tendré que contarlo. Resulta que ella no es humana —dijo Candado con una expresión fría.
Cuando él dijo esto, todos se pusieron de pie y comenzaron a pedir una respuesta a gritos, incluso otros no entendían el mensaje y comenzaron a gritar y refutar. Candado, quien ni siquiera había terminado de hablar, comenzó a enojarse nuevamente por la osadía de sus compañeros al levantar la voz mientras él hablaba. Levantó su pie derecho y dio un golpe fuerte a la mesa.
—¡SILENCIO! —gritó, y de ese grito, la habitación comenzó a arder con fuego de un color violeta, incluyendo los ojos de él. Esto fue suficiente para que sus amigos se callaran. Cuando todos estuvieron en silencio, Candado los miró a cada uno de ellos y continuó—Cuando yo hablo, todos se callan; cuando doy una orden, todos la siguen. Esa es una de las reglas más importantes. Luego se calmó y las llamas de la habitación poco a poco se extinguieron, incluyendo las de los ojos de Candado.
—Sí, como escucharon, Hammya Saillim no es humana —reafirmó Candado de pie.
Lucas levantó la mano con expresión de asombro y terror y preguntó:
—Si no es humana, ¿qué es entonces?
—Ahí está el motivo por el que la acepté en el gremio. No todos los días ves a alguien que no es de este planeta. Y si es así, entonces no es la única; debe haber otros más por aquí.
—Eso mismo me dijo Tínbari. ¿Realmente soy de otro mundo? —susurró Hammya.
Lucas bajó la mano y en su lugar, la levantó Héctor.
—¿Y esa orden de esta mañana de quemar todos los archivos del gremio? —preguntó Héctor.
—Esa orden, mi querido amigo, era porque si mi suposición es correcta, entonces podría ser que sean más fuertes que yo, y entonces la información que tenemos caería en manos equivocadas.
Tínbari se alarmó al escuchar eso.
—Pullbarey.
—¿Dijiste algo, Demonto?
—Sólo recordé un viejo comercial.
—Presta atención a lo que dice Candado, estúpido.
—Lo siento, irlandés —luego miró a Candado—continúa.
Héctor bajó la mano y en su lugar, la levantó Declan.
—Pero... ¿cómo saber que podrían ser fuertes?
Candado sacó de su bolsillo un CD y se lo deslizó por la mesa hacia las manos de Clementina.
—Muéstrales el gráfico.
—Enseguida —dijo Clementina mientras se ponía el CD en la nuca.
Cuando ella hizo eso, sus ojos proyectaron un gráfico en forma de holograma, una tabla de barras que medía el poder de Candado y Hammya. Los resultados eran positivos para Hammya; sus poderes superaban a los de Candado en 8.5 puntos.
—¡ES IMPOSIBLE! —Exclamaron todos, incluyendo a Hammya y Clementina.
—Debe haber un error matemático o científico —dijeron Lucas y Germán.
—No hay error —dijo Candado con los ojos cerrados.
—Tal vez sea un fraude —dijeron Anzor y Clementina.
—No hay fraude —dijo Candado, aún con los ojos cerrados.
—Es imposible, tú siempre has sido insuperable —dijo Ana María y las mellizas sorprendidas.
—Así era —dijo Candado, todavía con los ojos cerrados.
—Si ella tiene tal poder, no me imagino a los futuros rivales de los circuitos —dijo Héctor.
—Exactamente —dijo Candado, sin abrir los ojos.
—¿Ganaré una fortuna si vendo esta información? —preguntó Matlotsky.
—Cállate, imbécil —dijo Candado, abriendo su ojo izquierdo.
Antes de que siguieran hablando, Clementina sacó el CD de su nuca y lo destruyó al instante en su mano.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Candado de forma desinteresada.
—Si esta información llega a oídos u ojos de los Circuitos, estaremos en un grave problema —dijo Clementina.
—Que vengan, mientras sean más, mejor, así no estaré aburrido —dijo Candado despreocupado.
—Esto no es un juego, jefe, esto es serio, muy pero muy serio —dijo Germán con preocupación, pero mostrando su sonrisa.
—No me llames así, además, sería interesante tener a todos los de la F.U.C.O.T. persiguiéndome y acabando con cada uno de ellos.
—¿Qué son los F.U.C.O.T? —preguntó Hammya.
—Formación Universal de los Circuitos del Ojo de Tanatos, nuestros más grandes enemigos desde hace casi cien años —contestó Ana María.
—No lo entiendo.
—No es tu culpa, la mayoría desconoce a los F.U.C.O.T. y a nosotros, los O.M.G.A.B., Organización Mundial de los Gremios Adjuntos Bernstein, u Organización Bernstein, abreviado O.B —dijo Germán.
—Eh, ¿alguien podría explicarme todo esto? —preguntó Hammya.
—Seguro, Candado, por favor —dijo Matlotsky.
—Bien, lo haré —dijo Candado sin ganas, y comenzó a contar la historia.
—Como dije antes, en 1912 cayó un meteorito a la tierra, brindando poderes al 97% de la humanidad en nuestros cuerpos, creando un segundo espíritu o alma, como más te guste. Hasta acá todo bien, el problema vino dos años después, resultó que los primeros en experimentar esta magia fueron los niños, y estos, al no distinguir entre el bien y el mal, comenzaron a ser corrompidos por esa magia. Los llevó a pensar que con tener poderes podían hacer lo que quisieran, hubo casos de niños que mataron a sus padres por asuntos caprichosos, esto llevó al mundo a un rotundo caos, saqueos, matanzas y desapariciones. Fue así que un niño de nacionalidad desconocida con el seudónimo de Tánatos, aprovechó la situación y creó una especie de organización llamada los Circuitos, que básicamente reunía a los niños más fuertes y capaces de dominar sus poderes para gobernar todas las naciones, y estos, al no tener los medios necesarios para defenderse, fueron sometidos por Tánatos y su Circuito. Así fue durante casi tres años, el mundo dominado por niños, hasta que en África, en un lugar que hoy se llama Kenia, una niña de cabello blanco y montada sobre un león del mismo color, llamada Ndereba Harambee, reunió y movilizó a todos los demás niños que no estaban a favor de los Circuitos, contra sus conquistadores, en una guerra en la que ella ganó y que se llamó "La Batalla de la Esperanza". La astucia e inteligencia de Harambee contra la fuerza y agilidad de Tánatos, la lanza de oro de la niña contra la guadaña del muchacho. Esta guerra, que duró veinticinco horas, marcó el principio del fin de los Circuitos, ya que inspiró a todos los demás niños de otros países a pelear por su libertad y su familia. Y así comenzó una guerra en todo el mundo para liberar sus países. Los Circuitos huyeron a la Antártida con su líder Tánatos, cuando todo eso acabó, todos los niños del mundo crearon gremios para proteger a sus familias y a sus patrias. Fue así como nacieron todos los gremios que conocemos hoy en día. Pero había un problema, los Circuitos algún día iban a volver, y necesitábamos una organización que nos enseñara cómo utilizar nuestros poderes. Fue entonces cuando un niño de Francia llamado Iván Crusoe mandó cartas a todos los países del mundo con su idea de cómo evitar que los Circuitos volvieran al poder. Lamentablemente, solo seis países aceptaron su propuesta: Alemania, Kenia, Japón, Argentina, China y Paraguay. Los nombres de los niños que lo escucharon se llamaban Alexander Bernstein de Alemania, Ndereba Harambee de Kenia, Rosa Velázquez Rojas de Paraguay, Li Wang Sheng de China, Chizuru Aikawa de Japón y Jack Barret de Argentina, mi bisabuelo. Estas cuatro personas escucharon a Iván Crusoe, aprobaron su idea y la consideraron ingeniosa para enfrentarse a los Circuitos. Se creó una bandera tomando los colores de los siete países que estuvieron de acuerdo con la petición de Iván: un fondo celeste de Argentina, con una franja en el medio color rojo de la bandera de Japón. En el centro, se encontraba la cara de un león blanco mirando hacia el frente, inspirado en la mascota de Harambee, debajo del león había un escudo redondo con los colores de Alemania, inspirado en el escudo de Alexander, que tenía los mismos colores. A los lados del escudo, había unos laureles verdes, iguales a los de la bandera de Paraguay, inspirados en el broche del cabello de Rosa, y en las cuatro puntas del escudo, había un pétalo de rosa en cada punta de color amarillo, inspirado en los poderes de Shen. Cuando la bandera se terminó, se tenía que decidir dónde se iba a poner la agencia central. El único país disponible era Japón, así que fue allí donde se construyó, en una isla desierta creada con los poderes de Harambee, a la que llamó la Isla de Kanghar, en memoria de su padre. La agencia se llamó Organización Mundial de Gremios Adjuntos, abreviada como O.M.G.A., para luchar y defender a todas las personas amenazadas por los Circuitos, la segunda sociedad del mundo.
—¿Y la B?—Preguntó Hammya.
—La "B" se agregaría años más adelante, porque en la batalla final con Tánatos, este iba a matar a todos los integrantes de la organización con sus poderes de electricidad en su cuerpo. Fue en ese preciso momento que Alexander Bernstein decidió sacrificar su vida por los demás, encerrando a Tánatos dentro de un cofre de plata, muriendo por el agotamiento y como un héroe. Iván, quien estaba herido en el hospital, le entregó el mando a Jack Barret, y él aceptó con la condición de que se pudiera agregar una consonante al gremio. Fue así por qué se llama Organización Bernstein.
Cuando Candado terminó de hablar, el teléfono comenzó a sonar. Clementina lo tomó y se lo pasó a él.
—¿Diga?
—Buena novela muchacho, se ve que sabes muy bien la historia —dijo la voz masculina del teléfono.
Candado colgó.
—En fin, esa es la historia.
El teléfono volvió a sonar.
—¿Diga?
—No fue amable de tu parte haberme colgado, ahora por qué no volvemos donde…
Candado colgó el teléfono nuevamente.
—¿Alguien tiene hambre? —preguntó Candado.
—(¿Qué sucede?) —pensaron todos.
El teléfono sonó otra vez, y este lo tomó por tercera vez.
—¿Hola?
—No cuelgues niño, todavía no he terminado.
—Número equivocado, hasta lue…
—Eres incontrolable. Bien, como lo dijo Alfred.
—¿Quién es usted?—preguntó Candado.
—Mi nombre es Nelson Torres, y te aseguro que no soy tu enemigo.
—Ah sí, muy interesante pero no lo conozco, que tenga un buen día —dijo Candado con la intención de colgar nuevamente, hasta que Nelson dijo:
—"Sé quién asesinó a tu abuelo Alfred".
—¿Quién fue entonces?—demandó Candado.
—Lo sabrás cuando nos veamos en el restaurante al que vas siempre a comer. Candado comenzó a gritarle al hombre del teléfono, pero este ya había colgado.
—¿Quién era?—preguntó Erika.
—Alguien muy interesante. Hoy parece que será un día agitado —dijo Candado suspirando.