Candado pasó las siguientes cuatro horas sentado en el sillón, viendo la televisión. Todo parecía estar tranquilo y pacífico en la casa. Clementina iba de un lado a otro realizando actividades aparentemente innecesarias, como limpiar minuciosamente cada hoja del césped o pasar el plumero por cada página de un libro, entre otras cosas. La abuela estaba durmiendo en su habitación, Hipólito jugaba con la pequeña Karen, y Hammya se encontraba sentada en el sillón junto a Candado, peinando su cabello y tarareando una melodía de chamamé. El ambiente en la casa era sumamente apacible durante esas cuatro horas.
Finalmente, Candado apagó el televisor y se dispuso a abandonar la habitación. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de marcharse, el teléfono blanco comenzó a sonar, deteniéndolo en seco. Con gesto serio, respondió la llamada.
—¿Hola? —preguntó Candado.
Desde la otra línea, una voz femenina respondió:
—Sé quién eres, conozco a toda tu familia. Si no quieres que les haga daño, ven a verme al bosque donde sueles encontrarte con tu amigo Mauricio.
Candado mantuvo su expresión fría y respondió:
—Lamento decirte que tienes el número equivocado. Hasta luego.
Colgó el teléfono y se alejó con las manos en los bolsillos. No obstante, el teléfono volvió a sonar. Candado regresó y lo descolgó.
—¿Hola?
La voz en el otro extremo continuó:
—¿Crees que...?
Sin dejar que la persona termine, Candado colgó nuevamente el teléfono y lo desconectó. Luego, se acomodó la corbata y el chaleco, y se marchó. Esta vez, se dirigió al salón y tomó un libro que estaba a su izquierda. Comenzó a leer, pero de repente, Clementina llegó con una escoba en una mano y un celular en la otra.
—Llamada entrante para el joven patrón.
Candado, sin dejar de leer su libro, tomó el celular y lo llevó a su oreja.
—Gracias, Clementina —dijo mientras continuaba leyendo.
—No hay de qué —respondió ella mientras seguía con sus tareas.
—¿Hola?
La voz del interlocutor continuó:
—¿Crees que estoy jugando? Si no vienes dentro de una hora, lo lamentarás.
—¿Otra vez tú? ¿No tienes vida social o qué? —preguntó Candado mientras cambiaba de página.
—Ya me hartaste, si no vienes en una hora, mataré a tu familia.
Las palabras hicieron que Candado se indignara. Cerró el libro y respondió claramente:
—Escucha bien lo que te voy a decir, a mí nadie me amenaza, ni siquiera una niña como tú.
La voz en el teléfono continuó riendo y desafiante:
—No me interesa. Espero que seas muy puntual.
Candado colgó con firmeza y, con una expresión fría en el rostro, se acomodó la boina. En el mismo lugar, anunció:
—Hipólito, Clementina, voy a salir un rato a lidiar con algunos problemas.
—Está bien, pero creo que sería una mala idea irte sin tu acompañante —comentó Hipólito.
—No será necesario, puedo manejarme solo —respondió Candado.
—Jejeje, no, irás con una acompañante o no te dejaré ir —afirmó Hipólito.
—¿Tú te crees que me estoy burlando de vos? A donde voy yo, va a ser muy peligroso para alguien que ni siquiera puede defenderse.
—Por eso mismo la vas a llevar, necesitará aprender todo lo que pueda para defenderse en el futuro.
—Está bien, entonces vendrá, pero no me hago responsable si algo le sucede.
—Por eso también llevarás a Clementina, necesito que tenga los ojos puestos en ti.
—Hipólito, ¿quieres que agregue a alguien más por si acaso? ¿Debería traer al intendente, al gobernador, a la policía, al ejército, a la misma que te parió?
—Ja, eso es suficiente por ahora —dijo Hipólito riéndose.
—Me alegra escucharlo. Ahora, si me disculpas...
—Espera, no olvides llevar a las damas contigo.
Después de esta conversación con Hipólito, Candado aceptó, aunque de mala gana, llevar a Hammya y Clementina con él a la reunión que tenía con esa misteriosa persona que lo había desafiado. Aunque Clementina comprendía perfectamente por qué estaba allí, Hammya no tenía ni idea de por qué la estaban acompañando, pensaba que era un día divertido para salir con sus amigos, algo que nunca había hecho antes.
—¿Cuál es el plan, entonces? —preguntó Clementina.
—Es muy simple, voy allá, les doy una lección, los asusto un poco, los lastimo, y quizás les arranque los ojos —respondió Candado con una sonrisa siniestra.
—¿No es un poco exagerado, Candado? —preguntó Clementina.
—Tal vez tengas razón, mejor les arranco las vísceras.
—Eso sigue siendo bastante brutal. ¿Por qué no intentas algo más pacífico?
—Sí, tienes razón, no me gusta ensuciarme las manos. Clementina, tú les arrancarás las vísceras.
—¡No! No haré eso —contestó Clementina rápidamente.
Entra en la conversación Hammya.
—¿A dónde vamos?
—Al infierno, niña, al infierno —respondió Candado sin mirarla.
—No le hagas caso, solo vamos a un encuentro, nada más —aclaró Clementina por Candado.
—Ah, ¿son amigos tuyos? —preguntó Hammya por segunda vez.
Candado no contestó la pregunta y continuó caminando, manteniendo cierta distancia de las dos chicas. Hammya pensó que tal vez había preguntado algo inapropiado y prefirió mantenerse en silencio para no ofender a Candado. Clementina tampoco dijo más, no porque no supiera qué decir o porque Candado pareciera incómodo, sino porque no había más preguntas que ella pudiera responder en ese momento.
Minutos pasaron en silencio, solo interrumpidos por el ruido de los autos y las conversaciones de otras personas. Cada uno de ellos estaba inmerso en sus propios pensamientos. Candado se concentraba en la misteriosa persona que lo había desafiado, Hammya intentaba encontrar una manera de iniciar una conversación sin molestar a Candado, y Clementina simplemente disfrutaba del momento.
Finalmente, después de unos minutos, llegaron al lugar acordado para el encuentro. Sin embargo, no había señales de nadie. Candado hizo un gesto con la mano izquierda para que Clementina se adelantara y explorara la zona en busca de pistas. Hammya, confundida, se quedó al lado de Candado. Pero después de un breve momento, Candado dio un paso adelante y preguntó:
—¿Clementina, encontraste algo?
—Nada, no veo a nadie por aquí.
—Es extraño, esto no parece ser el bosque donde solía encontrarme con Mauricio. ¿Me habré equivocado de lugar?
Justo en ese momento, los árboles comenzaron a agitarse violentamente, las hojas que estaban en el suelo empezaron a volar, y el viento se volvió violento. Estos cambios repentinos pusieron a ambos en estado de alerta. Candado sacó su facón con la mano derecha y encendió su mano izquierda, mientras Clementina transformaba su brazo derecho en un cañón de energía blanca y Hammya se protegía detrás de ellos.
—¿Lo sientes, Clementina? —preguntó Candado.
—Mis sensores detectan la aproximación de dos individuos —respondió Clementina.
—Esto no es un juego, Candado, debemos estar en alerta máxima —añadió Clementina.
—¿Quiénes se acercan? —preguntó una preocupada Hammya.
—Nadie en particular, solo asesinos —contestó Candado con frialdad.
—¡¿QUÉ?! —exclamó Hammya asustada.
—No te preocupes, señorita Hammya, no le sucederá nada —trató de tranquilizarla Clementina.
Justo en ese momento, emergieron dos figuras del interior del bosque. Eran dos jóvenes, uno vestido como un gaucho y el otro con tonos oscuros y azules, similar al uniforme de Candado de la escuela, pero invertidos.
—Vaya, no pensé que vendrías directamente a la trampa —dijo la joven.
—Me siento halagado. ¿Quiénes son ustedes? —preguntó Candado.
—Mi nombre es Jane, y él es mi hermano Joel —respondió la mujer.
—Parece que no tienes ningún problema en venir hasta aquí para molestarme. ¿Quién te envía? —inquirió Candado.
—¿Qué te hace pensar que te lo diré? —contestó Jane con arrogancia.
—Por lo que veo, Candado, no son Circuistas ni Borradores. Parecen ser mercenarios —susurró Clementina.
—Ya lo había notado —susurró Candado. Luego, mirando a Jane, dijo—. Muy bien, parece que solo quieren matarme. Pero quiero que me prometan una cosa.
—¿Qué cosa? —preguntó Jane.
—Si logro vencerlos, quiero que me cuenten todo sobre su líder.
—Jajaja, no podrás ganarnos, pero aceptamos tu propuesta —dijo Jane.
En ese instante, Jane sacó una espada mongol de su espalda y se lanzó velozmente hacia Candado. Sin embargo, él logró esquivar su ataque, mientras que Clementina tomaba a Hammya y la alejaba del enfrentamiento para luchar contra Joel. Candado estaba intrigado por la pelea y decidió enfrentar a Jane con su facón. Jane demostraba una confianza asombrosa y esquivaba hábilmente los golpes de Candado. Sin embargo, Candado también era ágil y audaz, y buscaba oportunidades para atacar y alcanzar una arteria vital. Jane se movía con velocidad y destreza, evitando ser tocada por el facón de Candado.
En un momento, Jane intentó poner fin al combate decapitando a Candado, pero él logró esquivar su ataque, y la espada de Jane quedó atascada en un árbol cercano. Candado aprovechó esta oportunidad y le dio una patada en el pecho, haciéndola retroceder y alejarse de su arma. Candado decidió dejar de lado su facón y clavó su arma en el mismo árbol donde estaba atrapada la espada de Jane. Luego, se preparó para luchar con sus puños.
Hammya estaba aterrada y observaba cómo Clementina disparaba a quemarropa a Joel, pero este esquivaba las balas con agilidad. Mientras tanto, Candado y Jane se enfrentaban en un combate cuerpo a cuerpo. Hammya se sentía impotente y solo podía observar, rezando para que nadie saliera herido. La tensión en el bosque era palpable mientras Candado y Jane se lanzaban puñetazos y patadas en un duelo de habilidades y velocidad.
Por otro lado, Clementina y Joel se enfrentaban de manera diferente. Ella disparaba directamente, mientras Joel, ocasionalmente, lanzaba agujas de diecisiete centímetros. Ambos esquivaban los ataques del otro. Mientras tanto, Hammya seguía sin tomar ninguna acción.
La pelea entre Jane y Candado se volvía cada vez más intensa y peligrosa. A pesar de las dos heridas que Jane tenía, una en el estómago y otra en el brazo, no mostraba signos de fatiga y lucía una gran confianza. Candado, por otro lado, mantenía su expresión fría y no había mostrado su verdadero poder.
—Eres duro. Es la primera vez que alguien me hace frente de esta manera —dijo Jane con una sonrisa.
—Guarda tus palabras. En pocos segundos, yo terminaré esto, y Clementina se ocupará de tu hermano —respondió Candado.
—¿Hermano? —preguntó Candado con sorpresa.
En ese momento, Jane levantó su mano derecha.
—¡Rose, ahora! —ordenó.
—Ya lo veía venir, pero no puedo hacer nada —susurró Clementina, preocupada.
Una figura emergió de entre las yerbas altas y golpeó a Candado en la espalda, haciéndolo arrodillarse en el suelo. Jane aprovechó la situación y chasqueó los dedos. Cadenas surgieron de la tierra y se enroscaron alrededor de las manos de Candado, inmovilizándolo por completo.
Joel, por su parte, aprovechó la distracción de Clementina y la pateó en la espalda, haciéndola caer al suelo. Luego, lo ató las manos detrás de la espalda y la llevó hacia donde estaba Candado.
Cuando colocaron a Clementina al lado de Candado, Rose, la niña que había golpeado a Candado, se manifestó frente a ellos. Era una niña de unos diez años de edad, con cabello rubio y vestía como una gaucha, con sombrero negro, camisa blanca, pañuelo rojo, chaleco marrón oscuro, bombacha y alpargatas negras.
—Vaya, es la primera vez que estoy en estas condiciones —comentó Rose.
Candado suspiró resignado.
—No puedo golpear a una niña. Supongo que esta es la mejor opción.
—Lo siento, señor, me distraje —se disculpó Clementina.
Mientras tanto, Hammya, quien había estado observando, decidió intervenir. Agarró una piedra y la lanzó hacia Jane, pero esta última la atrapó en el aire sin siquiera mirarla.
—Rose, Joel, vayan y tráiganme a esa chica, por favor —ordenó Jane.
Candado sacudió la cabeza en señal de desaprobación.
—Qué torpeza. Lo hizo sin pensar —susurró Clementina.
En ese momento, Rose y Joel trajeron a Hammya, quien forcejeaba y la pusieron frente a Candado.
—¿Por qué don Hipólito me diría que te trajera conmigo? Sabía que esto sucedería —murmuró Candado con frustración.
—¿Qué estás murmurando? —preguntó Rose.
—¡Dije que voy a sacarte los ojos! ¡Lo siento, no fue mi intención! —exclamó Candado, dándose cuenta de su exabrupto.
El grito asustó a Rose, quien se escondió detrás de Jane, y Candado se sintió apenado.
—Escúchame, pedazo de basura —dijo Jane, colocando sus agujas en el cuello de Candado—. Nadie le grita a mi hermana.
—¿Qué me harás con esos alfileres? ¿Vas a tejerme un suéter o coser mis calzoncillos? —respondió Candado con sarcasmo.
—Habla todo lo que quieras, ya que mi hermana te arrancará esa inmunda cabeza de tu cuerpo inmundo —advirtió Joel.
—Eso ya lo veremos —contestó Candado con determinación.
Cuando Joel estaba a punto de decir algo más, Hammya le dio un cabezazo en el pecho y le propinó una patada en el estómago a Jane. Rose sacó un cuchillo y corrió para apuñalar a Hammya, pero Clementina le hizo una zancadilla, haciendo que Rose perdiera el cuchillo. Hammya logró destrozar las sogas que la ataban y se enzarzó en una pelea a golpes con Jane, quien no tenía ninguna posibilidad de defenderse. Hammya le propinó patadas y puñetazos sin darle tregua.
En un momento, Jane logró reincorporarse y golpeó a Hammya en el pecho, lo que la hizo retroceder. Aprovechando la situación, Jane chasqueó los dedos nuevamente, y cuatro cadenas emergieron del suelo, atando los brazos y las piernas de Hammya. Estas cadenas la estiraron cruelmente, ya que Jane buscaba venganza. Nunca antes la habían golpeado de esa manera.
—¡Joel, mi espada, rápido! —exclamó Jane.
Joel extrajo la espada del árbol y se la pasó a su hermana. Jane agarró la espada sin siquiera mirarla, sus ojos chispeaban de furia. Tenía la nariz sangrando, la ropa sucia y moretones en la cara.
—Voy a disfrutar sacándote las tripas por lo que me has hecho, tarada —amenazó Jane.
Hammya, consciente de su triste destino, cerró los ojos, y Jane, furiosa, se lanzó hacia ella con una estocada mortal. Pero para sorpresa de todos, Hammya no sintió nada, así que abrió lentamente los ojos para descubrir qué había ocurrido. Lo que vio la dejó asombrada: Candado, atado por las cadenas, había detenido la espada de Jane con los dientes. Este evento dejó a todos boquiabiertos, incluyendo a Jane. Candado mantenía la misma expresión fría en el rostro, aterrorizando a los hermanos aún más cuando destruyó la punta de la espada con los dientes, lo que hizo que Jane retrocediera y cayera al suelo.
—Las cadenas son duras, el suelo no —dijo Candado, escupiendo trozos de la espada.
—Esto es imposible —murmuró Jane, mirando su espada rota.
—Y además, este bosque no es de Mauricio. Por eso sentí que este lugar me resultaba familiar. Este es el bosque de Diana.
—¿Y qué importa eso? —preguntó Joel.
—Que a Diana, a diferencia de Mauricio, no le gustan los intrusos.
—No te creo —dijo Jane.
En ese momento, una risa resonó como un eco, y de la nada apareció Diana, armada con su guadaña, atacando con fiereza a Jane. Esta apenas podía defenderse, y después de unos minutos de pelea, Jane ordenó la retirada y escaparon del bosque, gritando que esto no había terminado.
—Jajajaja, y no regresen —luego miró a Candado y sus compañeros—. Veo que estás bien.
—No seas sarcástica y ayúdame con esto —dijo Candado.
—Enseguida —Diana se acercó y cortó con su guadaña las cadenas que ataban a Candado—. Vaya, eso fue muy extremo, detener una espada con los dientes, eso fue increíble.
—Espera, ¿estuviste viendo todo este tiempo? —preguntó Candado.
—Sí, pero como tú te portas de forma muy soberbia, dejé que con mucho gusto te hicieras cargo de los intrusos en mi bosque.
—¡NO SOY SOBERBIO!
—Bueno, pedante.
—¡TAMPOCO!
—No es para tanto, solo es una broma. ¿Acaso perdiste la pasión por reír?
—Yo me voy a reír cuando algo me parezca gracioso, no cuando a ti se te ocurra.
—Lo que digas —dijo Diana mientras desaparecía entre los pastizales.
Cuando la excéntrica Diana desapareció, Candado procedió a desatar a Clementina y a Hammya, quien se había desmayado por la intensidad de los acontecimientos del día.
—Parece que la señorita Hammya está inconsciente —comentó Clementina mientras se ponía de pie.
—Noooooo, ¿en serio? ¿En qué se lo notaste? —dijo Candado sarcásticamente.
—Joven... digo, señor, ¿no cree que la lógica se le está subiendo a la cabeza?
—Lo único que se me sube a la cabeza es la sangre, así que no.
—Bueno, espero que no se muera por una sobredosis de sangre en el cerebro.
—Tú... ah, olvídalo —Candado se acomodó la corbata y continuó—. Llévate a la niña de vuelta.
—Lo haré, pero ¿qué hará usted?
—Tengo otro compromiso. Nunca pensé que me enfrentaría a estos mercenarios. Será mejor que te la lleves. Será muy peligroso para alguien tan débil como ella. Cuando la hayas dejado, ven a verme a la plaza. Todavía tengo que "hablar" con alguien.
—Creo que te encontrarás con Esteban, ¿verdad? —preguntó la misteriosa figura.
Candado no contestó, solo la miró y le hizo una seña para que se llevara a Hammya de vuelta a la casa. Clementina no quiso dirigirle la palabra, ya que al mencionarle a Esteban su cara cambió de estar seria a estar enojada. Así que cargó a Hammya como si fuera un balón de fútbol y se alejó del lugar sin mirar atrás, dejando a Candado solo en el bosque.
—Ya puedes mostrarte, todos se han ido.
Cuando dijo eso, un extraño humo blanco se manifestó frente a él. El humo intentó transformarse en un niño, pero era una figura inusual: no tenía manos ni cabeza; en su lugar, había humo blanco que salía continuamente y constantemente. Solo se apreciaban unos ojos rojos y una sonrisa con dientes de metal. Vestía pantalones oscuros, zapatos sin cordones negros, una gabardina hasta las rodillas y un pañuelo marrón alrededor de su cuello.
—Era de esperarse del excelentísimo Candado Barret, bisnieto del legendario Jack Barret.
—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó Candado.
—¿Quién soy yo? Bueno, dígame, Candado, ¿qué ve en mí? —respondió la extraña figura.
—Solo veo a un extraño. A juzgar por la venda que tienes en tu hombro, veo que eres un borrador de los Circuitos, ya que ustedes siempre usan el rostro de un lobo blanco. Por la forma en que estás parado, puedo asegurar que eres una de las pocas personas que no muestran superioridad cuando están frente a mí, pero no sé tu nombre.
—Mi nombre no es importante ahora. La verdad es que eres muy brillante. Ahora dime, ¿qué me delató?
—No sabes guardar tu magia. Sentía como un alma alborotada estaba cerca, por lo que deduzco que no eres fuerte.
—¿Por qué no?
—Porque solo las personas más fuertes pueden ocultar su magia, ya que tienen un alma muy extensa, lo que les da la oportunidad de ocultarla.
—Interesante. Puedes hacer eso.
—¿Me vas a hacer hablar todo el tiempo o me vas a decir por qué estás aquí?
—Estoy aquí porque han estado ocurriendo cosas extrañas en los últimos días, como la matanza del gremio Cascabel y la masacre del Circuito 42.
—¿Por qué estás diciendo todo esto tan abiertamente?
—Porque sé que tú piensas que alguien desde las sombras está jugando este... tablero de ajedrez.
—¿Y eso qué?
—Candado, tú y yo sabemos que entrar de nuevo en una guerra sería un grave error, con la sangre de mis compatriotas desperdiciada. Por eso Esteban me envió a investigar este asunto, para evitar un conflicto.
—¿Esteban te ha enviado?
—Sí, para saber si hay alguien que está desobedeciendo o usando nuestro nombre en vano.
—¿Y por qué me estabas espiando?
—No estaba espiándote, estaba espiando a las personas con las cuales estabas peleando, y de paso lograr que tú los hagas hablar. No hubo éxito, pero me diste un indicio: "MERCENARIOS". De ser así, me gustaría saber quién los envía y por qué quieren comenzar un conflicto entre la O.M.G.A.B. y el F.U.C.O.T.
—Me gustaría saber por qué no tienes cara.
—Es sencillo, aquellos que manejan el poder del carbón a la perfección se vuelven uno, por eso, mi amigo.
—Eso tendría sentido si tu rostro fuera negro y no blanco. Además, no soy tu amigo.
—Soy blanco porque soy puro. Jamás usé mis poderes para perjudicar a los demás. Si me disculpas, tengo que irme. Todavía tengo que investigar. Deseo que nos volvamos a ver, Candado Barret.
Sin decir nada más, el niño misterioso desapareció de la misma forma en que había llegado. Todavía se podían escuchar las risas de aquel extraño. No había dicho su nombre, pero había mostrado a Candado su interés en mantener a raya las peleas, algo que no se veía desde hacía más de cincuenta años.
—Ese niño... es igual de loco que Diana, espero que nos volvamos a ver.
Después de decir eso para sí mismo, Candado emprendió su viaje a la plaza, donde había quedado en reunirse con Clementina. Afortunadamente, no había tenido complicaciones para llegar a la plaza. De hecho, era la primera vez que acababa una pelea sin dejar a sus enemigos en estado de inconsciencia, excluyendo el caso de Faustino, ya que este casi no se podía mover y casi se desmayaba.
Mientras Candado caminaba tranquilamente por el pueblo, se tocaba los dientes con la mano. Era la primera vez que Candado detenía un golpe mortal de una espada con la boca. Mientras reflexionaba sobre este asunto, se encontró con Tínbari.
—Guau, guau, eres más duro de lo que pensaba, me alegra haberte elegido como mi usufructuario.
—Un poco más y se te olvida cómo llamarme. ¿Usufructuario? ¿De dónde mierda oíste eso?
—Algún día fui abogado, y conozco más palabras que tú, mi niño.
—Demonios, me gustaría que me ayudaras cuando estoy en problemas.
—Ay, Candado, sabes muy bien que eso afectaría tu orgullo. Pero cuando tu vida realmente esté en peligro, iré a salvarte.
—Eres un dolor de alma para mí.
—Dejando eso de lado, ¿cómo está la nena? —preguntó Tínbari de manera burlona.
—¿Qué nena?
—Ya sabes, Hammya, la niña que está viviendo bajo tu techo.
—Ah, ella. ¿Qué ocurre?
—Oh, nada. He sentido cómo su corazón late cuando está frente a ti.
—Mira, para alguien como tú, que no respira y no tiene órganos internos, es obvio que eso te llame la atención, ya que tú no tienes ni la más remota idea de que si nuestro corazón no late, no vivimos, idiota.
—No me refería a eso... Ah, Clementina tiene razón, debes dejar de usar la lógica a cada segundo.
—Seguro. Para alguien que está atado a mí y no tiene ningún poder sobre mí, no le sirve de nada.
—Ten cuidado, Candado. Recuerda que yo tengo dos títulos universitarios.
—Sí, de conserje y de lavaplatos.
—¡Arg! A lo que me refiero es que Hammya se pone demasiado nerviosa cuando está frente a ti.
—¿Y eso qué? También les pasaba lo mismo a Erika y Lucía, e incluso a Anzor, cuando me vieron la primera vez.
—Eres demasiado lento para entender las cosas.
—No me interesa.
Luego de unos minutos, Candado y Tínbari habían llegado al lugar del encuentro, pero Clementina no estaba allí, así que ambos decidieron esperar sentados bajo el extraño árbol del pueblo, el mismo donde Candado y Lucas habían estado hablando. Estaban esperando a que Clementina se presentara.
—¿Puedo preguntar por qué quieres que Clementina venga hasta aquí, Candado?
—Es necesario, y punto.
—Eres demasiado aburrido —dijo Tínbari con un tono de agotamiento en la voz.
—¿Ya estás cansado? Sí que eres débil. Se supone que yo debería estar así.
—Pero no lo estás. Ay... todos los días me pregunto si fue una buena idea permitirte entrenar en mi esfera.
—Sea buena o no, ya tomé esa decisión y estamos aquí. Olvídate de ese acontecimiento, por favor.
—Eras un niño dulce y carismático antes de eso, recuerdo que me llamabas "Tínbi", esos eran buenos tiempos.
—Sí, lo eran... pero ya no lo son.
En ese momento, Candado comenzó a recordar su pasado con nostalgia. Recordaba a su hermana jugando con él todo el tiempo, siempre alegre al igual que Candado, hasta que llegó ese doloroso recuerdo de su hermana postrada en una cama de hospital, muriendo poco a poco.
En ese instante, Candado sacudió la cabeza de un lado a otro, mostrando signos de nerviosismo y exaltación.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Tínbari.
—No, nada... solo tuve un bajón.
—Pues duerme más —dijo Tínbari de manera imponente.
Cuando Candado estaba a punto de responder, Clementina llegó con una paloma en su cabeza.
—Veo que has llegado —dijo Tínbari.
—Sí, lo he hecho por mi joven patrón.
—Hoy no tengo ganas de gritarte, así que di "joven patrón" hasta que se te caiga la lengua. Oh, y además, ¿por qué rayos tienes una paloma en la cabeza?
—No puedo evitarlo, no se baja —dijo Clementina mientras trataba de ahuyentar a la paloma con la mano.
—Bueno, déjame ayudarte. —Candado tomó a la paloma con las dos manos y la puso en el suelo.
—Bueno, lo ha logrado, denle un Martín Fierro.
—Cállate, Demonto —Candado se acomodó la boina y continuó—. Bien, ya que estás aquí, tendré que suponer que Hammya está en casa, ¿no es así?
—Por supuesto, hice exactamente lo que me pidió.
—Genial, ahora podemos comenzar sin interrupciones. —Candado miró a Tínbari—. ¿Comenzar qué?
—Shhhh, nadie tiene que enterarse de nuestra misión, ¿está claro?
—Sí, señor —dijeron Clementina y Tínbari al mismo tiempo.
—Manga de payasos —susurró Candado y continuó—. Ahora síganme, hay trabajo que hacer.
Así, Candado y compañía comenzaron una nueva misión, aunque esta era un total misterio, sin mencionar que ya estaba atardeciendo.
En un principio, Clementina y Tínbari no preguntaron nada, pero la curiosidad comenzaba a carcomer sus almas en más de un sentido. Habían pasado veinte minutos desde que habían partido, y el sol lentamente se estaba ocultando. Tínbari, a quien no le importaba la situación, decidió preguntar.
—Bueno, ya han pasado como veinte minutos, Candado, no has dicho ni una sola palabra, y creo que ya es hora de que nos digas a dónde nos dirigimos.
—No te preocupes, estamos cerca de nuestro objetivo.
—Eso espero, si no llegamos antes de las ocho, los señores Barret se preocuparán.
—No te preocupes, Clementina, llegaremos a tiempo.
En ese preciso momento, Candado y los demás llegaron a un bosque casi impenetrable.
—Bien, hemos llegado.
—Me alegra, pero ¿a dónde? —preguntó Clementina.
—Donde se esconde nuestro "amigo" Rucciménkagri Gabriel Teacher, alguien que siempre me apoya dándome lo que necesito.
—¿Qué clase de nombre es ese? Es casi un trabalenguas, me sorprende que vos puedas decirlo así nomás —dijo Tínbari sorprendido.
—¿Qué venimos a hacer aquí? —preguntó Clementina.
—A buscar respuestas, Clementina, a buscar respuestas —dijo Candado mientras entraba profundamente en el pasto alto.
Luego de unos segundos, Clementina lo siguió, aunque no de la manera correcta. Había entrado cortando el pasto con su brazo transformado en machete, abriéndose paso para seguir a Candado. Mientras ella hacía esto, Candado se dio vuelta y le dijo:
—Si sigues siendo irrespetuosa con el bosque, Rucciménkagri vendrá y te hará pedazos.
Al escuchar esto, Clementina guardó su machete y volvió su brazo a la normalidad.
—¿Qué es este lugar? Es muy angosto y horrible, sin mencionar que este maldito césped me está cortando toda posibilidad de moverme.
—Deja de quejarte, Tínbari. Esto es el Chaco, si querías encontrar un bosque con pinos o ficus, tendrías que ir al sur.
—¿Cuándo vamos a llegar? —preguntó Clementina.
—Falta poco. Las yerbas altas protegen la casa de Rucciménkagri de sus enemigos, por eso, no cualquiera viene por aquí.
—Ya veo por qué.
Luego de unos minutos, Candado y los demás llegaron a una especie de casa hecha con las raíces de un árbol, incluyendo los muros. Tenía ventanas de vidrio y una puerta hecha con madera y hojas, que parecía bastante frágil. Candado se acercó y tocó la puerta.
—¿Cómo es posible que nunca haya conocido esto? —preguntó Tínbari.
—Porque es la primera vez que vienes. Es de pura lógica.
—Y ahí vamos otra vez, Candado usando su lógica —dijo Clementina.
Esto molestó a Candado, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y de su interior salió una niña morena bastante extraña. Tenía un cabello hecho con hojas verdes, brazos y piernas hechas de madera, y ojos azules como el mar. Sus ropas estaban hechas de lianas y hojas, cubriendo parcialmente su cuerpo. Personalmente, ella se asemejaba más a un árbol que a Hammya.
—Veo que eres tú, Yara está conmigo.
—Espera, ¿Rucciménkagri es mujer? —preguntó Clementina.
—Ah, ¿sí? Creo que olvidé mencionarlo.
—Veo que trajiste invitados. Pasen, los amigos de Candado son también mis amigos —dijo Rucciménkagri mientras se hacía a un lado.
Candado entró, sacándose la boina como un gesto de caballero. A sus espaldas lo siguieron Tínbari y Clementina. Una vez adentro, Rucciménkagri cerró la puerta detrás de ellos con delicadeza.
—Adelante, por favor —dijo Rucciménkagri, invitándolos a tomar asiento.
La casa estaba llena de flores, el suelo estaba hecho de piedras y era bastante espaciosa. No tenía luz eléctrica y en su lugar, usaba una especie de linterna con fuego. Había varias habitaciones sin puertas.
Todos se sentaron en un sillón hecho de arena, bastante cómodo para los chicos. Cuando Candado estaba a punto de sentarse, Yara corrió hacia él y lo abrazó, provocando que Candado perdiera el equilibrio y se sentara forzosamente en el sillón de piedra que estaba a la izquierda.
—Disculpa, Candado, esa niña me ha visto y no me tiene miedo —dijo Tínbari.
—Eso es porque...
—Porque yo no soy humana —concluyó Rucciménkagri.
—Lo que ha dicho ella —dijo Candado mientras ponía a Yara en su regazo.
—Aja.
—Bien, esto es poco común, pero traje a ellos dos. ¿Espero que no te moleste?
—Oh no, claro que no, solo avísame un poco antes, así puedo preparar más comida —respondió Rucciménkagri.
Clementina aclaró la garganta y se dirigió a Rucciménkagri.
—Hola, soy Clementina V02.
—Mucho gusto, Clementina. Mi nombre es Rucciménkagri, pero si te cuesta decir mi nombre, puedes llamarme "Rucci".
Clementina asintió.
Luego, Rucciménkagri miró al demonio que estaba al lado de Clementina.
—¿Y quién es usted?
—Yo soy la muerte en persona, soy aquello que el hombre más teme, soy el dios de las almas humanas, soy…
—Corta el monólogo y preséntate de una vez —interrumpió Candado.
—Yo soy Tínbari, el dios de la muerte y dueño de todas las almas humanas.
—Ah, vaya título, yo soy solo jardinera, pero bueno.
—¿Te burlas de mí? —preguntó Tínbari.
—Bueno, basta, no los he traído aquí para que se peleen —intervino Candado.
—¿Qué sucede, Candado? ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Rucciménkagri.
—Quiero saber esto —en ese momento, Candado sacó una especie de medalla con forma de un ojo con pupilas rojas y un símbolo de un triángulo con una espada en el interior, ambos de color amarillo, y se lo entregó en las manos de Rucciménkagri.
Ella lo examinó cuidadosamente.
—Es una insignia que usan los asesinos del Circuito. Son los marginados del F.U.C.O.T., en otras palabras, personas que fueron expulsadas del Circuito. ¿Dónde lo conseguiste?
—Se lo robé a una niña con la cual tuve una pelea hace unas horas. ¿Por qué?
—No es normal que exista esto. Creí que se los habían cazado a todos.
—Espera, ¿Qué son ellos? —preguntó Clementina.
—Ellos se hacen llamar los Testigos, aunque son la voluntad de la paz y el orden, en realidad son unos asesinos que matan indiscriminadamente. No importa si son impuros o puros, si son humanos o especiales, ellos matan en nombre de Tanatos.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Tínbari.
Candado intervino antes de que Rucciménkagri pudiera responder.
—Que quede esto entre nosotros. Rucciménkagri fue una vez parte de los Circuitos, pero de las clases altas. La han perseguido tanto como el F.U.C.O.T. y la O.M.G.A.B.
—Discúlpame, Candado, pero ser cómplice de una mercenaria amerita ser destituido para siempre o, peor aún, la muerte.
—Mientras nadie se entere, nada ocurrirá. Además, ya nadie la conoce.
—¿Por eso querías que me llevara a Hammya a la casa? —preguntó Clementina.
—Sí, es nueva y no confío plenamente en ella, pero en ustedes dos sí.
—¿Y tus amigos? —preguntó Tínbari.
—En ellos también, pero espero el momento ideal para presentarla, aunque creo que no les gustará.
—Puedo esperar. Tengo todo el tiempo, después de todo, tengo más de cien años —dijo Rucciménkagri.
—¿Qué cosa? —preguntaron Tínbari y Clementina, sorprendidos.
—Sí, otro día, con mucho gusto les contaré mi vida.
—Diablos, sí —dijeron ambos nuevamente.
—Como dije, tengo todo el tiempo del mundo. —Rucciménkagri sonrió, mostrando su paciencia en asuntos que requerían tiempo y explicación.
—Perdonen, no quisiera ser descortés ni nada parecido, pero ¿cómo conociste a Rucci? —preguntó Clementina.
—Bueno, la conocía hace más de un año. En un principio pensé que venía a la Isla del Cerrito a ocasionar problemas, pero me equivoqué. Así que nos hicimos amigos y la traje hasta aquí, donde nadie podrá molestarla ni encontrarla. No solo eso, intercambiábamos información. Ella quería saber del gremio y de la O.M.G.A.B., y yo sobre el Circuito y el F.U.C.O.T.
—Vaya historia, pero ¿cómo haces para protegerla? —preguntó Tínbari.
—No necesariamente tengo que estar a su lado todo el día para protegerla. De hecho, Mauricio, Logan y Diana la protegen a ella, merodeando por los bosques de noche y de día, asegurándose de que nadie la dañe a ella y al bosque.
—Negocio redondo, ¿eh? —dijo Yara.
—Sí, algo así —dijo Candado sonriendo, pero luego cambió su actitud y continuó—Bueno, ¿quién cazaba a los Testigos?
—Los Circuitos y los Gremios. Pensé que a estas alturas ya se hubiesen extinguido. Son fáciles de reconocer. Aquellos que son Testigos abandonan toda su alma y adoptan una nueva, esto hace que sus cuerpos cambien, dejando una marca en su persona a la cual el Circuito llama "Veneno espiritual." Los hace tres veces más fuertes de lo que eran antes.
—¿Qué es el veneno espiritual con exactitud? —preguntó Clementina.
—Es un conjuro que reemplaza el alma por otra, destruyendo la antigua para que la nueva pueda tomar su lugar. Es uno de los siete conjuros prohibidos de la historia. No sabemos quién o qué tiene tal poder para poder sacar algo tan esencial del cuerpo humano.
—¿Esto hace que sean esclavos de ese sujeto? —preguntó Candado.
—No, son libres e independientes. Saben muy bien del daño que hacen, pero al no tener su alma anterior, han perdido su conciencia sobre el bien y el mal. No sienten remordimiento ni pena. Para ellos, es necesario asesinar a todo aquello que no esté con la ideología de Tanatos.
—Es extraño.
—¿Qué es extraño, Candado? —preguntó Tínbari.
—A la persona a la que le robé eso, parecía ser consciente de lo que hacía, e incluso su hermana se asustó de mí cuando le levanté la voz.
—No, no es extraño.
—¿Por qué no es extraño, Rucciménkagri?
—Porque esas personas todavía tienen su alma adentro compartiendo con la que le implantaron. En otras palabras, son híbridos. Y creo que olvidé mencionar que no cualquiera tiene el derecho de que le cambien el alma.
—Espera, espera, ¿no cualquiera?
—Exacto, Clementina. No cualquiera tiene ese derecho. Los que lo hacen son guerreros de élite. Ellos cubren sus rostros para que no puedan ser identificados con una túnica oscura.
—¿Ocultar? ¿Qué ocultan? —preguntó Yara.
—Ellos ocultan el tatuaje del conjuro.
—¿Sabes quién es o fue líder de ellos? —preguntó Candado.
—No, nadie lo sabe. Solo los integrantes de los Testigos pueden conocerlo. Si quieres saberlo, intenta secuestrar a uno.
—Eso será difícil, pero lo lograré.
—Vaya, sí que tienes un exceso de confianza en ti mismo, Candado. No eres de las personas que dicen "lo intentaré." ¡Qué soberbio!
—¡ESCÚCHAME, SACO DE MIERDA CON CUERNOS, MÉTETE EN TUS ASUNTOS! YA ESTOY HARTO DE QUE ME DIGAS SOBERBIO CUANDO EN REALIDAD NO HAY MÁS PERSONA O INTENTO DE PERSONA MÁS SOBERBIA QUE TÚ. ¡GRÁBATELO EN LA CABEZA, VOS ERES EL MÁS PUTO SOBERBIO QUE LOS PUTOS SOBERBIOS QUE HAYA CONOCIDO EN MI JODIDA VIDA, PEDAZO DE MIERDA CON OJOS DE CANICAS!
La casa retumbó y tembló con los gritos de Candado. Clementina se tapó las orejas, Rucciménkagri solo vio cómo él le retaba a Tínbari, ya que estaba bastante pesado ese día, y Yara solo se quedó quieta jugando con el peluche que se había llevado de la casa de su padre. Por otra parte, Tínbari se quedó callado sin hacer nada, solo mostraba una sonrisa en ese rostro terrorífico. Le causaba gracia que un humano como él le elevara el tono de esa manera sin tenerle miedo.
Cuando todo terminó, Candado sacó sus manos de las orejas de Yara e inhaló y exhaló repetidas veces para poder tranquilizarse. Después de que se tranquilizó, miró a Rucciménkagri.
—Pido perdón por gritar en su casa, tenía muchos nervios almacenados en mi cabeza que necesitaba expulsarlos inmediatamente.
—No hay de qué preocuparse o disculparse, a veces también yo hago eso.
—Vaya, no hay persona más amable que usted —dijo Candado inclinando la cabeza.
—Oh, gracias.
—Bueno, es hora de irme a casa, gracias por decirme todo lo que necesitaba saber.
—No hay problema, tú y tus amigos sois bienvenidos cuando queráis.
—Gracias, tú eres muy amable y lo aprecio.
Cuando dijo eso, Candado alzó a Yara y la sentó en el sillón, le acarició la cabeza y se despidió diciéndole que se volverían a ver mañana. Luego se dirigió a la puerta con Tínbari y Clementina siguiéndole. Rucciménkagri les abrió la puerta, les dio la mano a cada uno y cerró la puerta.
Candado y los demás se fueron por el mismo camino, solo que esta vez les fue más fácil porque Rucciménkagri les abrió un camino haciendo que las yerbas se hicieran a un lado, como Moisés que abrió los mares para que los judíos pudieran escapar de los egipcios. Candado tocó su boina como un gesto de agradecimiento y se fue por ese lugar con los demás siguiéndole, para cuando habían salido del lugar, las yerbas volvieron a su lugar de origen.
—Eso… fue escalofriante —dijo Clementina.
—¿Tú? ¿Con miedo?
—No... lo digas —dijo Clementina con un intento de no enojarse.
—Volvamos a casa, Clementina, tengo que ducharme, comer e ir a dormir.
—Ja, lo que usted diga, joven patrón.
—¡QUE NO ME LLAMES ASÍ!
Cuando Candado dio ese grito, aceleró el paso para llegar cuanto antes a su casa, Clementina y Tínbari lo seguían riéndose a sus espaldas.
Era totalmente de noche cuando volvieron al pueblo, casi no había movimiento ni autos movilizándose. Las luces, curiosamente, se prendían cuando Candado avanzaba hacia la dirección donde estaba su casa, lo que causaba gracia para las pocas personas que estaban presentes en ese lugar. Tínbari, quien era invisible ante los ojos humanos, aprovechó la situación y comenzó a hacer travesuras, como quitarle los anteojos a algunas personas, hacerles zancadillas a unos policías que estaban hablando, mientras otro tipo estaba estacionado en un camino para personas discapacitadas, entre otras cosas.
Cuando Candado llegó a su casa, su abuela estaba cocinando el platillo favorito de Candado, estofado de fideos. Así que entró.
—Hola abuela.
—Hola nene, veo que estuviste todo el tiempo afuera.
—Sí, necesitaba aire fresco.
—Bueno, no es necesario que me digas dónde estabas, total sé lo que hiciste afuera.
—Creo que será imposible ocultarte algo.
—Sí, es imposible.
—Bueno, creo que dejaré que hagas la comida.
La abuela asintió con la cabeza y siguió cocinando. Mientras tanto, Candado se alejó de la cocina para luego irse a su habitación a bañarse y descansar.
Pero cuando entró a su pieza, vio que Hammya estaba curioseando sus cosas, como viendo fotos de su infancia y libros que él lee.
—¿Qué demonios haces en mi cuarto?
—Vaya, eras muy simpático cuando eras chiquito.
—Chiquito te va a quedar la cabeza del puñetazo que te voy a dar si no sales de mi habitación ahora.
—Perdón, solo me dio curiosidad.
—Mira —Candado se acercó, le arrebató las fotos que tenía en la mano y continuó— Si vamos a convivir juntos a partir de ahora, me gustaría que alejaras tus malditas y molestas curiosidades de mi vida privada. Ya te he contado sobre mi situación de vida, ¿qué más quieres? ¿Eh? Te lo voy a dejar bien claro: si te metes en mi camino, te atropellaré.
—Solo quería saber sobre tu actitud conmigo y con los demás.
—No te importa, ¿me oyes? No te importa. Quiero que estés lejos de mis cosas. Si es posible, de mí también. Ya estoy bastante harto de las personas con las que me enfrento día a día. Te voy a dar un maldito consejo, grávatelo en ese coco que usas por cabeza: no somos hermanos ni somos familia. No te entrometas en mi vida.
—Está bien, no lo haré más.
Luego, Hammya se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. Cuando estaba a punto de irse, se detuvo y, sin darse la vuelta, dijo:
—Quería agradecerte por salvarme por segunda vez.
—No me des las gracias, no lo necesito. Si quieres sobrevivir, hazte más fuerte, niña.
Dicho eso, Hammya se fue y cerró la puerta con delicadeza, mientras que Candado preparó su ropa para bañarse.
Cuando Hammya salió de la habitación de Candado, se dispuso a ir al living para ver la televisión. Bajó las escaleras y se sentó en el sillón al lado de Clementina, quien ni siquiera estaba viendo la tele, solo estaba leyendo un libro de Hugo Mitori.
—¿Te peleaste de nuevo con Candado?
—¿Cómo sabes?
—Tu corazón está triste, por lo que deduzco que fuiste tú la que empezó.
—Creo que no debí haber tocado sus cosas.
—Nunca debiste, él es muy estricto, ni siquiera yo puedo tocar sus pertenencias.
—Solo quería saber cómo era su vida antes de ser así.
—Ya te lo he contado.
—Oye, cuando estaba buscando fotos de Candado sonriente, encontré esta —dijo Hammya mientras mostraba una fotografía.
Clementina la vio y rápidamente se la quitó de la mano. En la foto había una Clementina con un rostro blanco sentada bajo un árbol al lado de Candado, ambos sonriendo.
—Es muy personal, ese rostro me dio tanta vergüenza que no salí de la casa por más de un año.
—Bueno, si tú lo dices.
—La verdad, pensé que había tirado esta foto hace años, ya que esta fue la última vez que mostró esa sonrisa.
—¿Por qué tiraría esta foto?
—Porque creía que se burlarían de él por sonreír de esa forma.
—Creí que era de esas personas que no le importaba lo que pensaran los demás.
—En ese tiempo no, pero ahora como lo ves es así, alguien rudo y terco como es ahora.
Dicho eso, Clementina tomó un vaso de gaseosa y se lo bebió de manera fina, luego lo colocó en el mismo lugar. Para cualquier persona eso sería normal, pero para un robot como ella, es bastante extraño, tanto que dejó boquiabierta a Hammya.
—Oye, ¿tienes corazón o estómago?
—No, 100% máquina, aunque como bebo y tengo órganos computarizados para poder digerir alimentos y proporcionarme ciertas habilidades, pero lamentablemente nada de eso me da energía, así que dependo de una batería especial que solo puede fabricar Candado.
—¿Entonces tienes estómago?
—Claro que sí, ¿de qué me serviría tomar de este vaso de gaseosa?
—Buen punto, creo.
—Te acostumbrarás a este ambiente, claro, si tu mente lo soporta.
—¿A qué te refieres?
—Oh, nada en absoluto, pero cibernéticamente hablando creo que te vas a acostumbrar más rápido que la mayoría.
—Oye, cambiando de tema, Candado mencionó en el bosque sobre unos "borradores". ¿Qué son?
—Los borradores son como una especie de policía de los Circuitos. Se diferencian de los demás por su vestimenta blanca y roja, se encargan de que se respeten las leyes del F.U.C.O.T. Aquellos que violan esas leyes son castigados severamente, nada más que eso.
—¿Ustedes tienen algo así?
—Sí, se llaman Semáforos, pero se intentó cambiar. En 1960, Alfred Barret quiso crear una especie de policía de robots para los Semáforos. Estos serían fabricados con la ayuda de un joven genio llamado Bernard Howard.
—¿Qué ocurrió?
—Se llevó a cabo durante diez años. Howard había fabricado 208 robots, pero hubo un incendio y todo se perdió. Cuando estaban por retomar el proyecto, el señor Howard fue amenazado de muerte, no sé por qué, pero pidió ayuda a Alfred para que los ocultara a él y a sus padres.
—¿Dónde está él?
—No lo sé, solo Candado sabe.
—¿Candado tiene relación con esa familia?
—Sí, en especial con el hijo de Howard, Woltra Howard. Él y Candado tienen una rivalidad de intelecto y científica.
—¿Ese tal Howard vive?
—¿Bernard? Claro que vive, solo que su ubicación es desconocida. Incluso Candado tuvo un encuentro con él hace cuatro días atrás.
—Vaya, sí que Candado se porta como un adulto.
—¿Y qué esperabas, niña? —dijo Candado mientras bajaba las escaleras con Karen en sus brazos.
Clementina y Hammya al escuchar su voz, rápidamente se dieron vuelta.
—Ser líder de un gremio y ser ministro de la O.M.G.A.B. requiere una responsabilidad muy grande. Por esa razón, no muchos llegan a ser representantes de la Organización Bernstein.
—Entonces eres como un presidente de un país —dijo Hammya.
—Algo así, pero esto es más complejo: ir de un lugar a otro para negociar la paz, ver si se hacen respetar como se debe, un montón de papeles que tengo que firmar, muchas cosas —dijo Candado.
—Por cierto, joven…
—¡NO! No lo digas, Clementina.
—Bien, Candado, ¿por qué llevas a tu hermana en brazos?
—Voy a alimentarla, mis padres están demasiado ocupados como para alimentar a su hija —dijo Candado sarcásticamente.
—La abuela ya casi termina de cocinar, así que todavía no le des nada.
—Espero que se apresure, no quiero que Karen llore.
—No te preocupes, eso no pasará mientras estés cargándola.
—Eso espero, me parte el alma ver a mi hermanita llorar.
—Eso fue algo muy inusual, viniendo de ti, claro —dijo Clementina en un tono de burla.
—¿Quieres que te arranque la plaqueta, balde de tuercas?
—No, para nada del mundo.
—Entonces cierra la boca y no molestes, estoy bastante harto de tus burlas.
—Lo intentaré, no prometo nada.
—Eres insoportable, no me explico por qué te soporto tanto.
—Porque…
—No lo digas, no quiero saberlo.
En ese instante, apareció la abuela con un delantal y un cucharón de madera, diciendo que ya estaba servida la cena. Todos se dirigieron hacia la cocina, y Candado también fue ahí con su hermana en sus brazos, actuando como un padre.
La abuela fue sirviendo la comida, era un guiso de arroz, a cada uno, pero por otro lado Candado, quien tenía a Karen en sus brazos, la sentó con cuidado en su silla y la abuela le colocó un plato pequeño de un guiso de arroz en la mesita de la silla. Desde ahí, Candado comenzó a alimentarla con una cuchara pequeña. Como era una bebé, no se podía quedar quieta y hacía todo lo posible para que abriera la boca, hasta que en cierto punto comenzó a tranquilizarse. Cuando la cuchara con la comida se acercaba a ella, empezó a abrir la boca, y Candado le dio la comida. La abuela y Hammya eran las únicas que estaban viendo cómo Candado se le escapaba una que otra sonrisa cuando alimentaba a Karen. Era increíble. Candado decidió darle de comer a su hermana primero antes de tocar su comida.
Hammya codeó a Clementina para que mirara un rato a Candado, estaba sonriendo a su hermana, ella aprovechando la situación tomó una foto con sus ojos, como lo había hecho en la casa de Nelson. Mientras ella hacían todo eso, Candado seguía sin darse cuenta de que le estaban observando porque estaba bastante ocupado alimentando a Karen. Cuando el plato se vació, Candado agarró una servilleta y le limpió la boca con delicadeza. Luego le quitó el plato y le dio un biberón para que tomara su leche. Fue entonces cuando Candado se dio cuenta de que su abuela, Clementina y Hammya estaban observando todo.
—Guau, pensé que no volvería a ver esa sonrisa en ese rostro frío tuyo —dijo la abuela.
—Yo tampoco, increíble —dijo Clementina y Hammya al mismo tiempo.
Candado respondió encendiendo sus cubiertos con su flama violeta, mientras tapaba los ojos a su hermana.
—¿Algo más que quieran agregar? —preguntó Candado con su expresión seria y terrorífica.
No dijeron nada, solo negaron con la cabeza, bastó solamente eso para que Candado detuviera el incendio en sus cubiertos. Para su sorpresa, no estaban calientes ni derretidos.
La cena continuó pacíficamente por unos minutos más, hablando sobre cosas sin importancia o sin interés para Candado. Él solo comía su comida sin prestar atención a la charla, no porque fuera aburrida, sino porque la comida estaba deliciosa y se concentraba en vaciar por completo su plato de ese exquisito guiso de arroz. Cuando terminó, levitó el plato hacia el lavavajillas y lo limpió sin siquiera levantarse. Para Clementina y la abuela no fue gran cosa, ni se molestaron en prestar atención a lo que estaba haciendo Candado, ellas solo charlaban entre sí. En cambio, Hammya había quedado totalmente sorprendida al ver tal cosa. Ni bien terminó de limpiar su plato, se levantó, agradeció la comida, tomó a su hermana y se fue al segundo piso.
Mientras todos seguían comiendo, Candado llevó a su hermana a su habitación y la colocó cuidadosamente en su cuna. Cuando se estaba por ir, Karen tomó el dedo pulgar de Candado mientras se reía. Como cualquier bebé, esto, de alguna forma, conmovió el corazón frío de Candado. No era la primera vez que ocurría, pero cuando la pequeña Karen hizo eso, Candado se arrimó a la cuna y le cantó una canción de cuna para que pudiera dormirse. Para no asustarla, mostró una sonrisa en ese rostro frío que tenía.
Te irás con las estrellas, romperás el mundo en dos.
Vendrás con la tormenta por las noches sin amor.
Vendrás con la tormenta por las noches sin amor.
Andarás pisando un sueño, sin los besos de un adiós.
El signo de la luna hace de cuna a la canción.
El signo de la luna hace de cuna a la canción.
Hoy siento que es la vida que te regala un día
Del corazón semillas para plantar tu herida.
Sin embargo sos un sol, sos la vida en una flor
Sos un nuevo día libre que traes para los dos.
Sos un nuevo día libre que traes para los dos.
Correrás siempre a la puerta que golpea sin razón,
La campana del milagro en oración se convirtió.
La campana del milagro en oración se convirtió
Sos una semilla de este pobre corazón
Que un día vio de cerca todo lo que desangró,
Que un día vio de cerca todo lo que desangró.
Cuando terminó de cantar, Karen quedó totalmente dormida, así que Candado la arropó, le besó en la frente y se fue de esa habitación. Pero para su desgracia, Clementina y Hammya estaban esperándole afuera.
—Vaya, después de todo, sí tienes corazón —dijo Clementina en tono burlón.
Cuando ella dijo eso, Candado se molestó, se acercó y puso su dedo pulgar en la frente de Clementina, y de la nada, ella se desmayó. Luego miró a Hammya con total naturalidad y le preguntó.
—¿Algo que quisieras agregar?
—No, para nada —negó rápidamente Hammya.
Después de decirle eso, Candado entró a su habitación dejando a Clementina en el suelo.
—Espera, ¿Vas a dejar a Clementina así? —preguntaba Hammya mientras golpeaba la puerta.
Candado abrió la puerta y dijo.
—Descuida, se despertará en cinco minutos —continuó mientras cerraba la puerta—. ¡AHORA LÁRGATE!
—Ay dios, qué crudo que es —susurró mientras cargaba a Clementina en sus hombros.
Cuando Candado no las escuchó más, se volteó y, para su sorpresa, estaba Héctor sentado en la cama de Candado, leyendo un libro rojo.
—¿Se te perdió algo? —preguntó Candado sarcásticamente.
—No, solo vine para asegurar mis sospechas.
—¿Sospechas? ¿Cómo entraste aquí?
—Entré por la ventana, después de todo, nunca le pones seguro.
—Seguro es lo que te voy a dar a tu ataúd. ¿Qué rayos haces en mi pieza?
—Tranquilo, escupiste sangre esta mañana, te fuiste corriendo del lugar y no llamaste para decirnos por qué habías hecho eso.
—Tú me conoces muy bien, sabes que yo hago lo que quiero. También sabes que si yo hago eso es por una razón.
—Eso lo entiendo muy bien, Candado, pero lo que yo no entiendo, es por qué huir de nosotros. ¿Estás ocultando algo al gremio?
—Métete en tus asuntos, Héctor. Lo que yo hice es asunto mío y de nadie más.
—Pero es bastante extraño. Ni bien te fuiste corriendo, Hammya te siguió. Pero cuando nosotros íbamos a seguirte, Clementina se interpuso en nuestro camino, es como... si quisiera evitar que nosotros no viéramos o enteráramos de algo.
—Lo que hizo Hammya y Clementina es problema de ellas. Si quieres saber algo, habla con ellas, no conmigo. Héctor, te recuerdo que no es la primera vez que desobedeces mis órdenes, me cuestionaste ayer sobre mi decisión de quemar las investigaciones del gremio, le dijiste a Lucía que me siguiera cuando me encontré con Nelson e incluso ahora estás en mi cuarto a estas horas de la noche diciéndome todo esto. Estoy empezando a creer que tú estás cuestionando mi liderazgo.
—No, no es cierto. ¿Por qué tomas todo como si estuviéramos en tu contra? —Héctor se puso de pie y puso su dedo índice en el pecho de Candado—. Candado, yo y todos los del gremio te hemos sido fieles, incluso cuando la Organización Bernstein te sancionó, estuvimos siempre de tu lado.
—No me toques, siempre se preocupan, una y otra vez han estado pisando mi terreno para saber o intentar saber cuál es mi problema. Estoy harto, harto de que se entrometan en mi vida, harto de que me sigan, harto de todo.
—Somos tus amigos...
—Sí, lo son, pero son más mis lacayos que amigos. Ahora lárgate de mi habitación.
Héctor cerró los ojos, inhaló lentamente y exhaló.
—Como quieras —Héctor abrió la ventana y salió. Cuando estaba por salir, se dio vuelta y continuó—Candado, no sé lo que está ocurriendo, pero sé que no nos dices nada para protegernos. No importa lo que nos digas, siempre vamos a estar a tu lado.
—Vete de una vez o sino voy a empujarte.
Héctor no dijo nada más, solo mostró una sonrisa y se fue. Ni bien se había ido, Candado le puso seguro a la ventana y cerró las cortinas.
—¿No crees que fuiste demasiado duro con el albino? —preguntó Tínbari a sus espaldas.
—Eres un terrible dolor de cabeza.
—Pienso que debes contarles al gremio sobre tu estado.
—¿Piensas? ¿Desde cuándo usas tu cerebro?
—Hablo en serio. No crees que debes contárselo a tu grupo de amigos. Podrías acabar con ese horrible maleficio que tienes, si dejas que ellos busquen a ese sujeto que te envenenó.
—Y mandarlos a una muerte segura, no, eso sí que no.
—Después de todo, sí que te preocupas por ellos.
—Claro, a diferencia tuya, yo sí me preocupo por todos mis familiares y amigos. Por eso tengo que ser duro para que ellos no se metan en zona peligrosa. Así por lo menos el que va a morir seré yo y no ellos.
—Vaya, sí que eres muy…
Cuando estaba por terminar la oración, Candado le tiró su facón en la cara, pero Tínbari se transformó en humo para que no le diera el cuchillo.
—No digas esa estúpida palabra.
—Eso estuvo cerca. Un segundo más y tendría otra cicatriz en la cara.
—Si te hubieses quedado quieto, seguro que eso… no te haría atractivo, pero seguro te haría menos feo de lo que eres ahora.
—Je, seguro que sí, pero no para tanto. Bueno, me iré, tengo que circular por la zona para evitar que alguien te asesine mientras duermes.
Después de decir eso, desapareció de la misma forma en que lo hacía siempre, dejando a Candado solo en su habitación.
Candado se sacó la boina y la puso en su perchero, luego se quitó el guante de su mano izquierda, chasqueó los dedos y su ropa voló ordenadamente a su armario. Luego, de uno de los cajones del armario, sacó su ropa de dormir, apagó la luz, se recostó en su cama y se durmió.
Aquel día habían pasado muchas cosas fuera del lugar: peleas con extraños, un niño críptico sin rostro... de todo ocurrió.