Candado, obligado a pelear, se preparó para el combate, sabiendo que sus poderes tenían que ver con el frío, y era probable que se debilitaran con el calor. Solo tenía que esperar el primer golpe.
—Escúchame, no quiero pelear contigo —dijo Candado.
—Pero yo sí.
En ese instante, Faustino lanzó una esfera de hielo hacia Candado, pero él la destruyó con sus puños flameantes. Faustino estaba contento al ver que Candado era a quien estaba buscando. Candado encendió sus ojos con la llama violeta, y en su rostro aparecieron tatuajes del mismo color.
—Parece que ya no podré dialogar contigo —dijo Candado.
Luego se lanzó hacia él, propinándole golpes por todo el cuerpo. Sin embargo, en un momento, Faustino tomó el brazo derecho de Candado, lo lanzó al aire y, una vez en el cielo, creó una esfera de hielo muy grande con sus manos y lo arrojó. Candado rápidamente la esquivó y cayó de pie en el suelo. Una vez en tierra, Candado lanzó fuego violeta de sus manos, y como Faustino tenía ropas pesadas, no pudo esquivarlos. Esto hizo que sus prendas se quemaran y se rompieran. Cuando toda su ropa se convirtió en ceniza, su piel comenzó a transformarse en hielo azul.
—Rayos, creo que ya no podré contener mi poder —dijo Faustino.
Candado corrió hacia él y lo golpeó con sus puños flameantes en todo el cuerpo, pero no le hacía ningún daño, ya que cada vez que se derretía, volvía a regenerarse. Hasta que en un momento, Faustino intentó golpearlo, pero como Candado era experimentado, lo detuvo con su contra palma.
—No vale la pena —dijo Candado.
Faustino, furioso, le lanzó granizo con su otra mano, pero ni bien se acercaba a su rostro, comenzaba a derretirse en el aire. Candado seguía mostrando su expresión fría. Faustino empezó a tener miedo al verlo de esa forma, así que se alejó hasta que, en cierto punto, le lanzó a Candado bloques de hielo muy grandes, del tamaño de una casa. Candado caminó hacia él sin preocupación alguna. Faustino, quien estaba temblando de miedo, le arrojó los bloques, pero Candado los destruyó con la cabeza. Faustino seguía lanzándole granizo, pero Candado lo seguía esquivando. Hasta que, en cierto punto, Candado corrió a una velocidad impresionante y le golpeó en el pecho con su puño. El impacto hizo que Faustino volara por los aires y se estrellara contra una estatua que estaba ahí. Uno podría pensar que con ese golpe dejaría de molestar, pero no fue así, Faustino todavía podía ponerse de pie, y cuando lo hizo, transformó su cuerpo en una especie de diamante, y sus ojos pasaron de ser verdes a un tono blanco, como si estuviera muerto.
—Es hora de acabar contigo —dijo Faustino.
Candado le contestó con un rodillazo en el abdomen, un golpe en el cuello, una patada en la espalda y un garrotazo que lo terminó haciendo volar nuevamente por los aires.
—¿Ahora quieres hablar? Pelea, estúpido, y no hables.
Faustino se puso de pie y lanzó un viento helado hacia las piernas de Candado, impidiendo que este pudiera moverse. Aprovechando esta situación, Faustino le devolvió todos los golpes, pero Candado todavía pudo defenderse. Detuvo todos los golpes con sus brazos e incluso lanzó a Faustino sus ataques con sus llamas violetas, lastimándolo en todos los sentidos. Sin embargo, Faustino no se rindió y siguió atacando a Candado con fiereza.
Candado, ya cansado de ser congelado, se las arregló para golpear en la cabeza de Faustino con sus pies congelados, rompiendo así el hielo que lo tenía atrapado y lastimando a su contrincante al mismo tiempo. Pero no todo quedó ahí. Candado tomó del brazo de Faustino y lo tiró con todas sus fuerzas contra el suelo. Cuando estaba a punto de noquearlo, Faustino se liberó y le dio una patada en el pecho. Candado, sin mostrar ningún signo de dolor en su rostro, levantó la cabeza y mirando a Faustino dijo:
—¿Eso es todo? Ni me dolió, niño.
Faustino se asustó nuevamente y le dio con todo: golpes, patadas, garrotazos y cabezazos, dejando su ropa sucia y mojada debido a que su cuerpo se transformó en hielo. Candado, con sangre en la frente, miró nuevamente a Faustino con su expresión fría y dijo:
—Tus golpes son una reverenda porquería. Te enseñaré lo que son unos verdaderos golpes, pedazo de paleta.
En ese momento, Candado tomó a Faustino del cuello y lo golpeó con todas sus fuerzas, llegando a romper su coraza de hielo-diamante. Definitivamente, quien sentía más dolor era Faustino, que llegó a arrodillarse por el dolor. Pero Candado no estaba satisfecho. Lo levantó y lo lanzó al aire. Ya estando ahí, dijo:
—¡OYE! ¡HERNÁN FAUSTINO!
Después de decir eso, lanzó una esfera de fuego violeta con una sola mano hacia Faustino. La energía impactó en su cuerpo y terminó por destruir por completo su armadura de hielo-diamante y debilitarlo por completo.
Cuando Faustino estaba por caer al suelo, Candado movió un montón de hojas de los árboles en un solo sector para amortiguar la caída. Faustino cayó en el montoncito de hojas totalmente herido y con casi nada de ropa. Candado se acercó a él y lo ayudó a ponerse de pie, ya que solo no podía.
—Pensé que te ganaría, pero me equivoqué —dijo Faustino.
—Descuida, no eres el único que pensó lo mismo.
—Bien, al menos fue divertido y espantoso al mismo tiempo. Espero volver a luchar contigo en otra ocasión —dijo Faustino.
—Yo solo espero que no haya otra ocasión —dijo Candado.
—Bueno, es hora de irme de vuelta a mi provincia...
—Espera, ¿y qué hay de tu ropa? ¿Vas a volver a casa sin ropa y con esos pantalones?
En ese instante, Faustino aplaudió y su cuerpo fue cubierto por una nueva ropa hecha de hielo.
—Con esto me bastará hasta llegar a mi hotel —continuó con un apretón de manos—. Fue un placer, señor Candado. Aprendí sobre mis ventajas y debilidades al luchar contigo.
Después de decir eso, Faustino se retiró del lugar, y Candado se fue a pie de vuelta a su casa con la ropa hecha un desastre. Lo curioso de esa situación es que al pueblo no le llamaba la atención, ya que Candado había peleado incontables veces con un sujeto nuevo, y a veces, después de cada pelea, su ropa estaba limpia o sucia.
Mientras Candado volvía a su casa, se topó con alguien inesperado, de nuevo, pero no era malo. Más bien, era alguien que no le haría nada. Se trataba de Tarah, con su amigo y guardaespaldas Xendí.
—Buenas, lord Beret —dijo Tarah.
—Ahora no, estoy todo sucio y lo último que quiero es recibir tus burlas.
Cuando dijo eso, Xendí se puso en medio de él.
Xendí: Es un robot fabricado por la madre de Tarah cuando su hija era una bebé. Tiene el cabello corto gris ceniza y prolijo, así como ojos de color azul, similares a los de Clementina. Viste pantalones oscuros elegantes, un chaqué negro, guantes negros de gala y zapatos blancos formales. Xendí es muy sobreprotector con Tarah y se muestra amable y prudente. Siempre busca evitar la violencia, le gusta coleccionar piedras y siente empatía por Clementina. Además, Xendí odia a los gatos.
Poder: Aunque no lo parezca, es mucho más fuerte que Clementina, así como su armamento, solo que no sabe cómo usarlo. También puede transformar su brazo en cualquier tipo de arma.
Habilidades: Todo relacionado con la limpieza.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a la señorita? Eres muy grosero —dijo Xendí.
—No me digas. ¿Qué me harías tú exactamente? Nada, absolutamente nada.
—Eres descortés y un...
—Cálmate, Xendí, no molestes a Candado. Es entendible que esté de mal humor. Mira su ropa, está toda... descuidada.
—Bueno, ¿si ya terminaron? Me gustaría volver lo más pronto posible a mi casa.
—Sí, tienes el paso libre, pero antes deja que Xendí te deje como nuevo.
—Pero, señorita...
—Nada de peros. Ayuda a lord Beret, por favor.
—Enseguida, señorita —dijo Xendí, decepcionado.
En ese momento, Xendí bajó las bolsas de las compras en el suelo y elevó su brazo a la altura del pecho de Candado. De él emanó una especie de escáner color celeste que iba de arriba hacia abajo una y otra vez, hasta que la ropa de Candado se fue arreglando poco a poco.
Cuando terminó, Xendí bajó su brazo y tomó las bolsas de las compras. En cuanto a Candado, dio las gracias a Tarah y a Xendí, aunque este último se sentía algo asqueado al recibir un "gracias" de él. Pero no importaba, mientras Candado se sintiera bien al dar las gracias, nada más importaba.
Una vez que acabó ese inesperado encuentro, Candado siguió la avenida hacia su casa. En el camino, Candado se sentía algo cansado. Sentía que el sol lo estaba siguiendo de cerca, muy de cerca. Era probable que en cualquier momento estallaría. Era como un globo al que lo inflas hasta que explote. Estaba de mal humor, y ¿Quién no lo estaría con el horrible calor que hacía? Sin mencionar que tenía unos golpes en su cuerpo. Pero Candado se las arreglaba. Con el simple hecho de saber que llegaría a su casa y tomaría una ducha, eso era lo único que lo mantenía en una especie de equilibrio entre su felicidad y su horrible furia.
Cuando Candado despierta su furia, puede ser fatal y mortal, ya que cuando está así, nada puede detenerlo, salvo una persona: su madre. No hay nada que dé más miedo que la ira de una madre.
Candado llegó a su casa sin problemas, excepto la gran bolsa de "furia" que cargaba en su espalda y que estaba a punto de estallar. Cuando estaba a punto de tocar la puerta, esta se abrió y en su interior salió una Clementina bastante irritada, otro objeto que llevar en su espalda.
—¿Dónde estabas? Mira tu cara y tus manos. ¿No me digas que estuviste en otra pelea?
—Mira, tuve una mañana horrible. Lo único que quiero es tomar un baño.
—Me llama mucho la atención que tu ropa no esté en las mismas condiciones que tu cara y tus manos.
—Sí, soy tan genial que solo me rompí la cara y las manos. ¿Me vas a dejar pasar o me vas a dejar aquí en el infierno?
—¿No eras tú quien se había acostumbrado al calor, joven patrón? —preguntó Clementina mientras se hacía a un lado.
—Mira cómo estoy vestido. Con esto puesto, no tolero el calor.
—Preocupaste mucho a Hammya y a la señora Andrea. Por favor, no lo hagas más —dijo Candado.
—Lo siento, no lo volveré a hacer —respondió Candado mientras se dirigía a su habitación.
Cuando entró en su habitación, Clementina, sin decir nada más, agarró una escoba y empezó a barrer. Mientras lo hacía, la bebé Karen, que iba gateando por el suelo, la imitaba en todo lo que hacía: barrer, limpiar, lavar y ordenar. Hasta que Karen se prendió de la pierna de Clementina mientras esta lavaba los platos. Clementina inmediatamente dejó de lavar y alzó a Karen. Era la primera vez que la tenía en sus brazos. Al principio, no sabía cómo actuar o qué sentir cuando la tenía en brazos. La bebé, por su parte, estaba fascinada con las cejas de cristal y los ojos de Clementina. Tanto que incluso los tocaba. Clementina no mostraba ninguna reacción, no parpadeaba ni la detenía, simplemente la dejaba hacer todo eso. Luego, la llevó a una cuna que estaba en el salón, la sentó ahí, pero la bebé se aferró a la espalda de Clementina, dejándola inmóvil. Con cuidado, Clementina movió sus manos de manera inhumana hacia su espalda, la tomó por los costados y la dejó nuevamente en la cuna antes de alejarse rápidamente.
Veinte minutos después, alguien llamó a la puerta y Clementina fue a abrir. Era Héctor, exhausto y con un periódico en la mano.
—¿Está Candado?
—Sí, pero se está bañando. No tardará en bajar. ¿Pero qué te trae por aquí en ese estado?
—Es urgente, necesito mostrarle algo.
—¿Qué cosa es tan importante como para que actúes así?
En ese momento, Candado bajó con el cabello mojado y se acercó a Héctor, preguntando:
—¿Qué sucede? ¿Por qué estás así?
Héctor extendió el periódico y le mostró el titular de la segunda columna. Candado tomó el periódico y comenzó a leer.
¿VENGANZA?
El día de ayer, a las 10:54 de la noche, se incendió el gremio Triple C.C.C. (Comunidad Cooperativa Cascabel), mejor conocida en Resistencia como los Cascabeles. Según los informes de la policía local, murieron 13 niños y solo uno se salvó. El forense dictaminó que los cuerpos de los niños ya estaban muertos cuando la casa se incendió. El testigo y sobreviviente, Juan, dijo lo siguiente: "Entraron como si nada, estaban vestidos de negro con un águila plateada en el pecho, luego nos dispararon. Nuestro presidente, Elián, peleó con esos extraños pero recibió un disparo en la frente y cayó sin vida a mis pies. Uno de ellos se acercó a mí y me apuntó con un arma con la intención de matarme, pero mi amiga Mariela me sacó por la ventana con un golpe en el pecho. Luego escuché los disparos sobre ella, fue horrible (…)". La policía de Resistencia está buscando a los criminales responsables de este hecho atroz. El gobernador Jorge Milton Capitanich y la intendenta Aida Ayala expresaron sus condolencias a las familias afectadas y prometieron llevar a los culpables ante la justicia.
—¿Qué significa esto? —preguntó Candado.
—Están cazándonos, Candado. El Circuito está detrás de todo esto —dijo Héctor, alterado.
Algo muy extraño estaba pasando. Un gremio había sido quemado, y sus miembros habían sido asesinados. Candado quedó perplejo al leer esta terrible noticia. Héctor quería hablar aún más, así que los tres se trasladaron al salón. Candado y Clementina se sentaron juntos, mientras Héctor ocupaba el sillón al lado de Candado.
—No puedo creerlo, simplemente es imposible —dijo Candado.
—Créelo, es la verdad. El Circuito está detrás de todo esto.
—No nos apresuremos. Tal vez no sean ellos, quizás sean otros —opinó Candado.
—Si no son ellos, ¿entonces quiénes? —preguntó Héctor.
—No lo sé, pero estoy seguro de que ellos no fueron.
—Escúchame, sé que el Circuito ayudó a tu familia en el pasado y te entiendo. De no ser por ellos, el nombre de nuestro gremio jamás se habría limpiado. Pero ahora es diferente, ya no existen esas personas, todo ha cambiado.
—Piensa, Héctor. ¿Por qué los Circuitos y el F.U.C.O.T. querrían hacer desaparecer a un gremio tan pequeño como lo eran los Cascabeles?
—Tal vez para darnos una advertencia, yo qué sé. No importa eso ahora. Lo que importa es que mataron a nuestros hermanos, no toleraremos esta agresión, hay que actuar.
Candado se llevó la mano izquierda al mentón y dijo:
—Sé que estás furioso porque se perdieron vidas, pero quiero que pienses un rato. Recuerda que Esteban es líder de los Circuitos.
—¿Y eso qué?
—Esteban tiene de novia a Tarah, ya la conoces, ella es líder de los Azulejos. ¿Y qué son los Azulejos? Un gremio. Ahora viene lo interesante: Esteban no ha hecho otra cosa que frenar cualquier posible guerra con la O.M.G.A.B. Es muy improbable que él haga tal cosa, sin mencionar que el único objetivo que tiene es vencerme, hasta ahora ninguno de los dos ha ganado, pero él quiere ser el primero en derrotarme, nada más.
—Sí, tal vez tengas razón, pero también podría ser una jugada del Circuito —dijo Héctor.
—¿A qué te refieres? —preguntó Candado.
—Oh, por favor, recuerda lo que pasó cuando Esteban se convirtió en líder.
—Cómo olvidarlo. Hubo destrozos por todo el mundo, estaban muy disgustados por tal elección, no toleraron que un pacifista que tiene un vínculo amoroso con una gremialista sea líder de ellos.
—Exacto. Tal vez quieren armar una guerra para poder echar a Esteban del poder —dijo Clementina.
—Es improbable. Sería imposible que eso sucediera, ya que Esteban ha ganado popularidad entre ellos. Sacarlo sería el fin del Circuito como entidad mundial, no tolerarían que eso sucediera, ya que sería ir en contra de los principios de Tanatos. Ellos, si quisieran, tolerarían a un estúpido, a un inepto, incluso a un asesino, con tal de no dejar sin líder al F.U.C.O.T.
—¿Entonces, qué crees que está sucediendo realmente? —preguntó Héctor.
—Creo que es una artimaña de alguien. Quieren hacernos creer que es culpa del Circuito para que nosotros entremos en guerra con ellos.
—¿Pero por qué querrían hacernos creer algo así? —preguntó nuevamente Héctor.
—No tengo idea, pero sé que es así.
—¿Cómo lo sabes?
—Es obvio. El gremio Cascabel es débil, lo mires por donde lo mires. Elián solo manejaba la composición de la materia, un poder que es bastante pobre en comparación con alguien como tú o como Matlotsky.
—Matlotsky no tiene poderes —dijo Héctor.
—Eso ya lo sé. ¿Acaso tengo cara de tonto o qué? —preguntó molesto Candado.
—Bueno, bueno, bueno, no te molestes... ejem... ¿Cómo sabes cuáles son las intenciones de esa persona X?
—Si de verdad el Circuito quisiera una guerra, habrían atacado los asentamientos en Atenas, Chubut, Berlín, Brasilia, Madrid y Moscú para debilitar a la O.M.G.A.B. Pero solo atacaron un asentamiento en Chaco. Si el Circuito hubiese empezado una guerra, buscaría destruir a su enemigo por sorpresa, no avisarlo o advertirle. ¿Por qué gastar recursos en un gremio que es mínimo para ellos? No tiene sentido. Uno busca ganar la guerra, no perderla. Tendría sentido que destruyeran nuestro gremio, pero no lo hicieron. Alguien quiere incriminar al Circuito en todo esto.
—¿Entonces, qué deberíamos hacer?
—Hay que avisar a nuestros compañeros de toda la provincia, no… de todo el mundo. Estaremos en estado de alerta las 24 horas del día. No nos van a arrastrar a una nueva guerra —dijo Candado, poniéndose de pie.
—Sí, voy a avisar a todos para que tengan cuidado con aquellos que porten un águila en su pecho.
La declaración de su amigo sorprendió a Candado, quien preguntó sorprendido:
—¿Qué has dicho?
—Dije que voy a avisar a todos para que tengan cuidado con aquellos que porten...
—¡EL ÁGUILA PLATEADA EN SU PECHO! —gritó sorprendido Candado.
—¿Qué te pasa? —preguntaron Héctor y Clementina.
—Clementina, dame tu teléfono. Esto es una emergencia —ordenó Candado.
—¿Para qué lo quieres?
—¡SOLO HAZLO! —gritó Candado.
En ese momento, Clementina sacó su celular y se lo entregó a él. Candado sacó de su bolsillo una tarjeta, la misma que Nelson le había dado en aquel restaurante, y marcó el número. Después de unos minutos, atendieron.
—Hola, soy yo, Candado. ¿Me podrías decir en dónde vives?
—No pensé que me llamarías tan temprano, pero bueno, vivo en la avenida San Martín 180 —dijo Nelson.
Candado cortó la llamada y le dijo:
—Está cerca de aquí. Héctor, quiero que avises a todos los demás. Los quiero en mi casa en una hora.
—Enseguida —dijo él mientras salía corriendo de la casa.
Cuando Héctor se fue a avisar a sus compañeros, Candado se sentó nuevamente en su sillón, cruzó los brazos y las piernas, y una expresión pensativa se apoderó de su rostro.
—¿Qué está pasando, Candado? —preguntó Clementina.
—El águila de plata... Ellos fueron los que mataron a mi abuelo. Siento que mi venganza está cerca.
—¿Ellos mataron al señor Alfred? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Clementina.
—Esa persona con la que hablé por teléfono es quien sabe de ellos y también de su origen —contestó Candado.
En ese momento, Hammya bajó las escaleras, Clementina le saludó y Candado solo hizo un gesto con la mano. Cuando ella se acercó a Candado, le preguntó:
—¿Dónde estabas?
—En el polo. Hace frío allí, así que decidí pasar un tiempito en ese lugar —dijo Candado de manera sarcástica.
—En serio, tienes que dejar esa forma de ser. No te va a llevar a nada.
—Me importa un carajo. No tengo ningún derecho o ley para decirte en dónde estaba —dijo Candado, cubriéndose los ojos con la boina.
Hammya tomó eso como una ofensa y, para hacerle pagar por lo que le contestó, le arrojó un cojín que estaba a su lado.
—No me dolió.
—Porque no intentas ser amable, así como lo eres cuando estás con Yara.
—Ohhhh, con que Candado es tierno y amable cuando está con niños, ¿eh? —dijo Clementina con la mano en la boca para tapar su risa.
—Una palabra más y te apago —dijo Candado molesto.
—¿Por qué eres frío y temible con los demás, pero no con los niños? —preguntó Hammya.
—Porque soy diabólico —contestó Candado.
—Ya en serio, compórtate —dijo Hammya.
—¿Te importaría dejar de meterte en mi vida? Ya tengo suficiente con Clementina. Ahora tengo que soportarte a ti. Estoy algo cansado de que se metan en mi vida.
—Bueno, no lo haré más hasta que muestres más respeto por los que te rodean, empezando conmigo.
—¿Y con eso me vas a dejar de molestar?
—Por supuesto.
—Bien, ¿Qué quieres entonces?
—Quiero que te disculpes por haberme amenazado tres veces con tu maldito cuchillo —dijo Hammya.
—Lo siento, prometo intentar no hacerte eso —se disculpó Candado, aunque no lo hizo con sinceridad.
—También quiero que cambies tu actitud conmigo y con Clementina.
—¿En qué sentido?
—No debes reaccionar con violencia hacia nosotras. No debes ser sarcástico ni autoritario.
—¿Si no lo cumplo, qué me haría alguien que se asusta tan fácilmente?
—Confío en mi instinto de que eres muy orgulloso de ti mismo, casi podría decir que eres vanidoso. Si lo haces, serás un cobarde que no quiso aceptar las demandas más fáciles que has tenido.
—Eres buena en esto, Hammya —felicitó Clementina.
—Todo sea para que me dejes tranquilo. Acepto tus peticiones absurdas e infantiles —dijo Candado, levantándose la boina.
—Bien, con eso ya está —dijo Hammya.
En ese momento, llamaron a la puerta nuevamente, pero esta vez Candado fue a abrir y detrás de ella, estaba Héctor con los demás compañeros. Candado miró su reloj y dijo.
—Genial, llegaron veinte minutos antes.
—Fui tan rápido como pude —dijo Héctor.
—¿Qué sucede, Candado, hay una emergencia? —preguntó Declan.
—No, nada de eso. Quiero que vengan conmigo —dijo Candado.
—A donde usted vaya, iré yo —dijo German.
Cuando Candado estaba por cerrar la puerta detrás de él, Clementina la detuvo con su mano y este de manera molesta dijo.
—Si querías cerrar la puerta me lo hubieras dicho, no hacía falta detenerla de esa forma la puerta.
—Lo siento, joven patrón, pero iremos con usted.
—¿Iremos?
—Sí, también va a venir Hammya.
Candado, mordiéndose los labios, dijo.
—Está bien, pero no rompan nada.
Hammya y Clementina salieron. Una vez afuera, Candado cerró la puerta detrás de ellas. Sin más interrupciones, Candado y sus compañeros se dirigieron a la casa de Nelson. La mayoría de sus amigos no sabían a dónde iban, caminaron durante unos minutos doblando algunas esquinas hasta llegar a una casa bastante grande de color blanco con dos ventanas. Candado se acercó y golpeó la puerta mientras respondía a Lucas, quien quería saber por qué estaban ahí.
—¿Qué estamos haciendo aquí?
Candado, sin darse la vuelta, respondió:
—Muy pronto lo sabrás, y todos ustedes también.
En ese momento, la puerta se abrió y detrás de ella había un anciano en bermudas, alpargatas y con una bata de científico.
—Pensé que era algo… decente —dijo Candado.
Nelson se echó a reír y dijo.
—Y tú eres muy decente para una mañana tan calurosa.
—¿Por qué llevas esa bata?
—Verás, soy científico, carboncito.
Cuando dijo eso, Anzor desenvainó su espada y la puso en el cuello del anciano, pero el anciano no dejó de sonreír.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a Lucas?
—Vladimir, baja tu espada, no venimos a pelear —ordenó Candado.
—Pero este vejete…
—¡TE HE DICHO QUE LA BAJES! No hemos venido a pelear —repitió Candado.
Después de que dijo eso, Anzor guardó su espada y se disculpó con su líder y con el anciano.
—Vaya, sí que los tienes dominados —dijo Nelson de brazos cruzados.
—No quiero que me alabes, quiero que respetes a mis amigos. No me importa si eres racista, vas a llamarlos por su nombre y no con apodos.
—Eres igual a tu abuelo. Descuida, no soy racista. Nosotros también teníamos a un amigo oscuro, pero era indígena. ¿Qué haces aquí con tu batallón en mi puerta?
—Vine aquí porque vi una noticia en el diario esta mañana. Curiosamente tiene que ver con esto —dijo Candado mientras sacaba de su bolsillo un águila plateada.
—Ah, quién lo diría. Parece que ahora estás muy interesado. Me da un gran orgullo —dijo Nelson.
—Bien, me alegra que te sientas así. Ahora quiero saber sobre esto —dijo Candado agitando el águila plateada.
Nelson asintió con la cabeza y les permitió entrar a su casa, haciéndose a un lado. Candado y sus compañeros pasaron.
El lugar era grande y limpio. Las paredes tenían azulejos blancos con flores rojas, el suelo era de madera. Había varios cuadros de héroes comunistas en la pared de la entrada y en el salón, donde esperaron sentados. No era un problema para los amigos de Candado, ya que era muy espacioso y tenía alrededor de diez sillones dispuestos en una forma cuadrada, donde podían sentarse cuatro personas cada uno, todos del mismo color verde. En el centro había una mesa con un televisor con ocho caras, un televisor bastante peculiar pero no tan sorprendente para un anciano que tenía un justicialista en tan buen estado como este.
—Este sujeto es bastante extraño. Miren el televisor que tiene —comentó Lucas.
—Seguro es de Europa o de uno de esos lugares del primer mundo, no como en esta tierra de la muerte —dijo Matlotsky.
Cuando dijo eso, Candado le dio una patada en la pierna, en el fémur para ser precisos, lo que le causó dolor y lo hizo doblarse para agarrarse la pierna. Candado aprovechó la oportunidad y le dio un puñetazo en la cabeza, haciendo que Matlotsky se recostara en el sillón, sujetándose la cabeza.
—Mientras esté presente, no vas a hablar mal de este maravilloso país, maldito imbécil —dijo Candado.
—Lo que digas, patrón —dijo Matlotsky.
—¿Quieres ligar otra vez? —preguntó Candado.
—No, para nada —contestó Matlotsky.
—Entonces, no me llames así. Ya tengo bastante con que Clementina me llame de esa forma, no quiero a otra persona que me nombre así.
—Tranquilo, Candado. En este momento estamos en una casa ajena, no sería buena idea matarlo aquí —dijo Héctor.
—Gracias, amigo —dijo Matlotsky.
—Si quieres, puedes matarlo afuera, yo te ayudo —bromeó Héctor.
—Oye, ¿me estás defendiendo o me estás acelerando mi muerte? —preguntó Matlotsky.
—Un poco de las dos. No está mal tener dos empleos —contestó Héctor con una sonrisa.
Todos se echaron a reír cuando él dijo eso, todos excepto Candado, quien solo mostró una sonrisa en su rostro frío e inexpresivo. Pero cuando todos se estaban riendo, apareció Nelson de la cocina con una bolsa de galletitas y gaseosa.
—Esto me trae tantos recuerdos —dijo Nelson con un intento de nostalgia.
—¿Recuerdos? ¿Qué recuerdos? —preguntó Clementina.
En ese instante irrumpió Grivna del bolsillo de Nelson.
—Recuerdos de la infancia del señor Nelson Torres.
Pero cuando la pequeña Grivna se presentó, todos se exaltaron y sacaron sus armas, excepto Candado, Clementina y Hammya, aunque esta última se escondió en la espalda de él. Mientras que Grivna se subió hasta el hombro de Nelson y sacando su cuchillo se puso en postura de combate.
—Ustedes dan gracia, no puedo creer que se pongan a la defensiva por algo tan inofensivo como esa cosita de ahí —dijo Candado.
—¿¡QUÉ COSA!? —gritó Grivna.
—Pero señor, usted mismo dijo que no subestimemos a las personas que aparentan ser inferiores —dijo Anzor.
—¿¡YO, INFERIOR!? —gritó nuevamente Grivna.
—Esto parece una telenovela —dijo Lucía.
—Sí, eso parece —dijo Erika.
—¡YA, CÁLLENSE! —gritó por tercera vez Grivna.
—Por favor, no grite, ellos son mis invitados.
—Ja, lo que usted diga —dijo Grivna mientras bajaba del hombro de Nelson.
—Bien, ya está. Es hora de hablar —dijo Candado.
—Bien, lo que vos quieras —mientras se sentaba, continuó con—¿Qué quieres saber ahora?
—Quisiera que me digas sobre los mencionados mercenarios de los que me hablaste en aquel restaurante.
—¿Por qué lo quieres saber? —preguntó Nelson.
—Hoy murieron trece integrantes del gremio Cascabel, sé perfectamente que ellos están involucrados.
—Sí, ya lo imaginaba. ¿Qué piensas tú sobre este asunto?
—Creo que están tratando de armar una guerra entre los gremios y circuitos.
—Vaya, pues acertaste. Lamentablemente, no hay muchas personas como vos que piensen así. Es más probable que empiece otra guerra.
—Por eso estoy aquí. Tú sabes mucho sobre este tema. Quiero saber quiénes son esos sujetos y por qué quieren armar una guerra.
—Porque Greg sabe sobre la esmeralda que te mostramos y está tratando de hacer todo lo posible para sacárnosla. Lo que leíste en el diario es solo el comienzo, habrá más ataques.
—¿Entonces por qué no lo frenan? —preguntó Clementina.
—Lamentablemente no sabemos dónde se esconde. Ha estado atacando a otros gremios y huyendo para encontrarte, Candado, pero ahora está muy cerca de encontrarte.
—Dejad que venga. Cuando se enfrente al gran gremio Roobóleo, será destruido. ¿O no, jefe? —dijo Ana María.
—Tu entusiasmo y valentía son admirables, pero esta gente es muy diferente que el Circuito.
—¿A qué te refieres exactamente? —preguntaron Lucía y Erika.
Nelson se inclinó hacia adelante y cambió su actitud, dejó de ser carismático y se puso serio. En ese momento, todos se dieron cuenta de la gravedad de la situación.
—Greg no solo paga sicarios para hacer el trabajo, sino que también usa niños inocentes para hacerlo. Durante años, ha estado secuestrando niños de sus hogares y los lleva a un lugar desconocido. En ese mismo lugar, él usa un tipo de magia para controlarlos...
—Magia rucrenia —interrumpió Héctor.
—¿Qué es eso? —preguntó Nelson.
—Rucrenia era una mujer que tenía la capacidad de controlar a otras personas con esa magia. En esa época, era la única persona que podía hacer eso. Pero si hay alguien que puede hacer algo así, entonces podría ser muy poderoso para nosotros —dijo Héctor.
—¿Por qué sería fuerte? —preguntó Candado.
—Es difícil de explicar con esa actitud. ¿Cuántos niños ha secuestrado Greg? —preguntó Héctor.
—Como… mil doscientos —dijo Nelson.
—Entonces es un problema, Candado. Se necesita mucha magia del alma para poder controlar a mil doscientos seres humanos. Ni Tánatos tenía tal poder. Pero si este sujeto puede hacer algo así, estamos en problemas —dijo Héctor con preocupación.
—No tienes por qué ponerte así, Alvino. Greg no tiene poderes.
—En estos años ¿han salvado a alguien de ese individuo? —preguntó Declan.
—Sí, lo hicimos y lo seguimos haciendo —dijo Nelson.
—¿Cuántas personas has salvado en todos estos años? —preguntó Lucas.
—Hemos salvado a trescientos ochenta y seis —contestó Nelson.
—Bueno, yo esperaba más, pero qué se le va a hacer —dijo Matlotsky.
—Pero estas personas no son nada comparadas con las que secuestra este tipo día a día —dijo Nelson.
—Pero a la gente que ustedes rescatan, ¿Greg no los secuestra de nuevo? —preguntó Anzor.
—No, la magia rucrenia solo puede usarse una vez. Si el individuo usa ese hechizo otra vez, puede dañarse a sí mismo, ya que si su víctima fue controlada anteriormente, su cuerpo y su mente podrán defenderse. Es como la varicela, que solo te da una vez —dijo Héctor.
—Lo que ha dicho el muchacho —dijo Nelson.
—Algo está mal. Si Greg no tiene poderes, entonces ¿quién es el que los controla? —preguntó Candado.
—No lo sabemos, nunca lo hemos conocido —dijo Nelson.
—Esto se ve interesante. Pienso que si sigo este camino, me encontraré con el autor intelectual del crimen de mi abuelo —dijo Candado.
—Podría ser, pero para eso tendrías que saber dónde se esconde —dijo Nelson.
—No te preocupes, no hay nadie que se pueda ocultar de mí —dijo Candado.
—No lo dudo, pero necesitarás nuestra ayuda —dijo Nelson.
—Disculpe, no quiero insultarlo ni nada, pero ¿no están un poco veteranos para esto? —preguntó Ana María.
Cuando ella dijo eso, Nelson se puso de pie, se acercó a Ana y con una actitud alegre-tenebrosa dijo:
—Golpéame.
—¿Acaso está loco? No —dijo Ana.
—Vamos, hazlo. Te doy permiso para golpearme donde tú quieras y como tú quieras —dijo Nelson.
—Pero con mi fuerza podría matarlo —explicó Ana.
En ese instante, Nelson le dio una cachetada y replicó con una sonrisa.
—Hazlo o yo te golpeo.
Cuando hizo eso, Germán estuvo a punto de ponerse de pie para golpearlo, pero no pudo, ya que Candado le agarró de su brazo para que se detuviera. Esto le molestó tanto que se mordió la lengua y se volvió a sentar, como un perro fiel a su amo. Una vez que tomó asiento nuevamente, Candado lo soltó y le dijo que no lo hiciera más. Pero no todo quedó ahí; Nelson seguía insistiendo en que Ana le golpeara una y otra vez, pero ella no quería, estaba convencida de que su golpe podría ser fatal. Entonces Ana miró a Candado esperando a que le dijera qué hacer al respecto, ya que él era quien estaba viendo todo. Él asintió con la cabeza, dándole así el permiso para golpearlo.
Ana, aun dudando, se puso de pie y le lanzó un golpe directo, con los ojos cerrados, hacia Nelson. Y producto de eso… la habitación tembló. Después de ese mortal golpe, Ana abrió sus ojos y, para su sorpresa, el anciano lo había detenido con su palma. Todos quedaron sorprendidos, incluido Candado. Un humano común y corriente habría muerto por ese golpe, pero Nelson, con una sonrisa en el rostro, preguntó de manera sarcástica.
—¿Ahora parezco veterano? —preguntó Nelson.
Ana, quien estaba catatónica, solo pudo darle la razón a Nelson con la cabeza.
Pero Candado, que no entendía lo que había visto, le preguntó:
—¿No se suponía que no tenías poderes?
—No te he mentido, no tengo poderes, yo soy más normal que todos ustedes —dijo Nelson.
—Entonces, ¿Cómo pudo detener ese puñetazo? —preguntó Candado.
—Es sencillo, la experiencia que tengo en la ciencia me ha llevado a fortalecer mis huesos y músculos con un suero que inventé hace más de treinta años —contestó Nelson.
—En otras palabras, tu cuerpo es más resistente a los golpes, ¿verdad? —preguntó Lucas.
—Es más interesante de lo que parece. ¿Qué otras cosas nos ocultas, anciano? —preguntó Declan con una sonrisa.
—Je, muchas cosas, niño, que contaré en otro momento, claro —dijo Nelson mientras se sentaba.
—Eres muy extraño —dijo Clementina.
—Es cierto… En fin, ya que estás aquí, voy a hacerte una "oferta de trabajo". Espero que no te importe —dijo Nelson mientras sacaba una hoja de papel de su bolsillo y se lo daba a Candado.
—¿Trabajo? —preguntó Candado.
—Sí, como lo has escuchado. Estoy al tanto de que eres muy hábil en todo esto, así como fuerte. Pero le prometí a tu abuelo que te cuidaría. La oferta que tienes en tu mano redacta bien lo que puedes hacer y lo que no puedes hacer —dijo Nelson.
—No me gusta lo que estás tratando de hacer conmigo y con el gremio. Tal vez seas amigo de mi abuelo, pero no toleraré ser tu siervo —dijo Candado.
—Tranquilo, no voy a hacerte firmar acuerdos que no te gusten. Ten presente esto: ¿De qué me sirve hacer un contrato si sé que no lo vas a firmar? No tiene sentido alguno —dijo Nelson.
Candado leyó atentamente el contrato. En él estaba escrito de forma detallada todo lo que él y su gremio podían hacer: escuchar las llamadas telefónicas de Nelson, ser puntuales en las reuniones, obedecer a Nelson y a sus integrantes, etcétera. También estaba escrito lo que no podían hacer: desobedecer órdenes directas de Nelson, no llegar tarde a las reuniones, no contar ni involucrar a nadie fuera del gremio Roobóleo, etcétera. Todo lo que contenía el contrato debía cumplirse en su totalidad, sin quejas ni réplicas.
Al parecer, todo estaba en orden en aquel contrato, y no había nada que pudiera molestar a Candado. Sin embargo, en la naturaleza de Candado, no le gustaba que le dieran órdenes. Así que, de manera respetuosa, dijo:
—Lo siento, no voy a firmar esto. Yo y mi gremio nos dedicamos a ayudar a los demás, sí, pero a mí no me corresponde este tipo de trabajo, principalmente porque odio estar pegado siempre a las órdenes. Si esta decisión perjudica la manera de llegar al asesino de mi abuelo, entonces lo buscaré por mi cuenta.
Todos quedaron impresionados por la forma en la que él habló. Normalmente, Candado quemaría el contrato y lo mandaría al carajo, pero ese día estaba muy amable y prudente. Esas palabras que salieron de su boca y llegaron a los oídos de Nelson hicieron que este aplaudiera y dijera:
—No hay por qué disculparse. Esa es tu decisión, y no voy a juzgarte por eso. Además, no afecta en nada nuestro objetivo de llegar a Greg, así que no te preocupes, hijo. No pasa nada.
—¿Entonces qué? —preguntó Candado.
—Vos y tu gremio me ayudarán a mí en ciertas cosas, del mismo modo que yo los ayudaré a ustedes —dijo Nelson.
—¿En qué consiste eso? —preguntó Héctor.
—Es muy fácil, cuando necesite su ayuda, los llamaré, ustedes vendrán, me ayudarán, y listo —explicó Nelson.
—Suena… interesante. ¿No lo crees, Candado? Seguro que si te seguimos, podré acabar con unos cuantos rivales fuertes —dijo Declan.
—Tan entusiasta, como siempre —comentó Anzor.
—¿Qué dicen? ¿Aceptan? —preguntó Nelson.
Cuando el anciano dio su propuesta, todos comenzaron a charlar entre sí sobre qué decisión tomar, pero eso fue muy corto, ya que Candado pidió silencio de una manera brusca y autoritaria, simplemente apoyando su mano contra la mesa que tenía a su derecha. Luego, Candado se puso de pie, se acercó a Nelson y, de manera muy confiada, extendió su mano, diciendo:
—Yo y el gremio Roobóleo aceptamos tu petición.
El trato quedó sellado con un apretón de manos.
Mientras cerraban el acuerdo, Clementina, de manera astuta, sacó una foto para recordar ese momento con una cámara que tenía guardada en sus bolsillos. Aunque resultara gracioso ver a un robot usando un artefacto tan simple como una cámara, Clementina había olvidado quitarle el flash, lo que no pasó desapercibido para Candado. Sin embargo, esta vez decidió dejarlo pasar, principalmente porque le causaba gracia que Clementina fuera tan torpe en ese sentido.
Una vez cerrado el trato, Candado y sus compañeros se prepararon para salir de la casa de Nelson. Antes de partir, Nelson tocó el hombro de Candado y le entregó un frasco pequeño.
—Esto te servirá —susurró Nelson en su oído—. Espero que lo uses sabiamente.
Luego, Nelson cerró la puerta tras ellos, y Candado miró el frasco con atención. Era transparente, con un líquido verde claro y una tapa de metal negra. El objeto le llamaba mucho la atención, pero no tuvo mucho tiempo para investigarlo porque Héctor se acercó y preguntó:
—¿Te sucede algo?
—No, estoy bien —respondió Candado.
Cuando se disponía a unirse nuevamente a sus amigos, comenzó a toser violentamente y se arrodilló en el suelo. Esto preocupó a Héctor y sus amigos, pero Candado rápidamente guardó el frasco en su bolsillo.
—¿Sangre? —exclamó Héctor sorprendido.
Candado se levantó y comenzó a correr rápidamente para alejarse del lugar, dejando a todos sorprendidos. Hammya, por su parte, sabía muy bien por qué Candado había tosido sangre, así que, sin otra opción, se agarró de los hombros de Clementina y dijo:
—Por favor, no dejes que vayan tras él. Por favor.
—Sí, lo haré, no hay problema —dijo Clementina confundida.
Luego, Hammya corrió hacia donde había huido Candado, lo que sorprendió aún más a Héctor, quien quiso seguirla, pero Clementina se interpuso e impidió que él o cualquiera de ellos fuera tras Candado o Hammya, tal como se lo había prometido.
—Clementina, ¿Qué está sucediendo? —preguntó Declan.
—No tengo ni la más remota idea —dijo Clementina, mirando a Hammya mientras corría tras Candado—. Por ahora, dejaré esto en manos de la señorita Saillim.
Candado corrió por la vereda con un pañuelo en la boca, embistiendo a todos los peatones que tenía frente a él. Detrás de él perseguía Hammya, esquivando a todas las personas. Candado corrió y corrió hasta llegar a la entrada de su casa, exhausto y tosiendo salvajemente, escupiendo sangre en el suelo. A causa de su estado, no pudo entrar a su casa y cayó al suelo justo frente a la puerta. En ese momento, llegó Hammya totalmente exhausta, pero no la detuvo para ayudar a Candado, quien estaba en el suelo sin fuerzas. Hammya se acercó a él y lo ayudó a ponerse de pie, poniendo su brazo izquierdo detrás de su hombro. Sin embargo, Candado no quería su ayuda y no le gustaba que lo tocaran.
—Suéltame, puedo solo —dijo Candado jadeando.
—No, no es cierto. Si fuera así, no estarías en el suelo.
—Esto es humillante.
—No es humillante, si tus amigos te ayudan.
—Sigue siendo humillante.
Hammya abrió la puerta y comenzó a llevar a Candado a su habitación con dificultad, mientras este se quejaba y le daba órdenes a la niña para que lo dejara solo, pero ella no lo dejaba. Siguió cargando a su amigo hasta su dormitorio. Recién cuando Hammya llegó a su destino, dejó a Candado en su cama.
—Te he dicho que no necesito tu ayuda.
—De nada, la verdad, me importa poco. Candado, nunca voy a dejar a alguien tirado cuando me necesitan.
—Escúchame, soy más resistente que tú, no necesito la ayuda de una niña que se desmaya cuando hay conflicto —se molestó Candado.
—No es cierto, nunca me ha pasado.
—¿Qué no? ¿No me vas a decir que te agarró sueño cuando te salvé de esos degenerados?
—Eso… fue un accidente.
—Sí, uno que pudo terminar mal. Así que no te necesito —aclaró Candado.
—A veces me gustaría que fueras más considerado conmigo —dijo Hammya.
—¡LARGO DE MI DORMITORIO! ¡AHORA! —gritó Candado, muy furioso.
Con lo acontecido, Hammya salió deprisa de la habitación, enojada, sin mencionar que había cerrado la puerta con mucha fuerza.
—¿Quién se cree que es para tratarme así? —susurró Hammya mientras se alejaba de su dormitorio.
La cosa no había terminado bien entre los dos, sobre todo porque Candado se había esforzado mucho por ocultar su envenenamiento. Ahora Hammya lo sabía y Héctor ya empezaba a sospechar. Él no toleraba estar bajo el control de nadie, y mucho menos si se trataba de una mujer que no sabía manejar sus poderes. Ahora tenía que tragarse su orgullo para evitar que todos se enteraran de esa enfermedad que padecía. Odiaba profundamente a aquellos que se metían en su vida personal. Era la primera vez que estaba tan cerca de Candado. Todo esto lo pensaba mientras más indagaba y más se enfurecía. Era como echar queroseno a una fogata o un incendio. Por si fuera poco, se había desvanecido cuando intentó abrir la puerta y tuvo que recibir ayuda de una niña como Hammya, a quien consideraba una chismosa.
Entre esa situación molesta, Tínbari apareció de la nada, como siempre, solo para burlarse de Candado.
—Me enteré de que "el niño poderoso" está siendo extorsionado por una chica.
—Eres insoportable. Uno de estos días vas a pagar por todas tus burlas.
—No te enojes, Candadito. Recuerda que tú fuiste quien la aceptó en el gremio, así que el problema es tuyo y no mío.
Candado se quedó callado por un breve tiempo, ya que Tínbari tenía razón. Él había aceptado a Hammya en el gremio, por lo que tenía que lidiar con las consecuencias.
—Veo que es la primera vez que te quedas sin palabras. Je, creo que estoy mejorando.
—No, no has mejorado para nada. Eres solo un imbécil que se vuelve más imbécil a medida que pasan los segundos en mi reloj.
—Y tu vida se acorta más a medida que pasan los segundos en mi reloj —dijo Tínbari mientras mostraba una especie de esfera hecha de madera.
—No, esa estúpida pelota no va a predecir si voy a morir o no.
—Je, esperemos que no, porque sería un aburrimiento total si algo te pasara —dijo Tínbari mientras guardaba la esfera—. Pero recuerda, tienes un maleficio corriendo por tus venas.
Después de decir eso, Tínbari desapareció sin dejar rastro alguno, como siempre, dejando a Candado más enojado de lo que ya estaba. Era probable que estallara en cualquier momento, y cuando eso pasaba, no había nadie en el mundo que pudiera razonar con él. Pero justo cuando estaba a punto de explotar, llegó Clementina cargando a la bebé Karen. El simple hecho de que su hermana estuviera presente hizo que Candado se calmara rápidamente, para no hacer llorar a su pequeña hermana. Al parecer, había algo que lo mantenía tranquilo, y ese algo era Karen.
—¿Qué ocurre? —preguntó Candado con una disimulada sonrisa.
—Nada, solo vine para saber qué estaba ocurriendo.
—Mmm, ¿Y para eso tuviste que traer a mi hermana?
—No te confundas, cuando venía hacia acá, me encontré a Karen gateando por ahí.
—Bueno, si no es nada, puedes irte.
—En realidad, sí hay algo. ¿Por qué saliste corriendo así como así? —preguntó Clementina de manera imponente.
Candado la miró a los ojos y respondió.
—Ese no es tu problema. ¿Te digo algo, Clementina? No eres nadie para elevarme el tono de esa manera. Que te quede claro. Ahora, sal de mi dormitorio —dijo Candado señalando la puerta.
Clementina se dirigió a la puerta.
—Escúchame, me preocupó que huyeras de esa forma. Perdón si mi actitud te molestó. Si necesitas algo, avísame —dijo antes de cerrar la puerta detrás de ella.
—Ja, esta se cree no sé qué… Ahhh, solo espero que el grupo no se haya enterado de mi estado —dijo Candado mientras se sentaba en la cama.
Justo en ese momento sacó el frasco extraño que le había dado Nelson y lo comenzó a mirar de arriba abajo, tratando de sacar un significado de lo que le dijo Nelson: "Espero que lo uses sabiamente". Sin tener ningún éxito, sacó la tapa del frasco, y del recipiente emanó un olor dulce. Invadido por la curiosidad, decidió probar una gotita de eso.
—No puedo creer lo que estoy a punto de hacer —dijo Candado mientras llevaba un poco de la gota de ese líquido a la boca. Lo tocó con la lengua, pero no pasó nada. Para él, fue algo decepcionante, pero también lo tranquilizó.
—Sabe extraño, casi puedo distinguir banana, frutilla y otras cosas —dijo Candado mientras cerraba el frasco—. No entiendo por qué Nelson me daría esto.
Sin entender muy bien lo que había tomado, decidió guardarlo de nuevo en el bolsillo de su pantalón y bajó al salón para ver la televisión.