Han pasado dos meses desde que el abuelo de Candado fue asesinado en su casa, y hasta el día de hoy no se sabe quién fue el asesino. La policía no hace nada para atrapar al culpable. Él pensaba que la muerte de su abuelo no era como la de otros asesinatos que ocurren en el país. Esta vez fue muy diferente: lo mataron en su casa, pero no robaron nada. Todos los objetos de valor estaban ahí. Quien lo haya matado lo hizo por razones personales o por alguna otra causa.
—Vaya, es extraño... morir así sin más, no lo creo —susurró Candado.
Sin embargo, Candado intentó dejar de pensar en ello y se concentró en la clase que estaba a punto de comenzar. Últimamente, Candado no estaba durmiendo bien. Sentía una molestia en su piel, una sensación incómoda que recorría todo su cuerpo debido a la incertidumbre sobre lo que le había sucedido a su abuelo. Sabía que pensar demasiado en ello no lo ayudaría, así que sacó su libro y comenzó a leer.
Pero algo captó su atención: la clase ya había empezado hacía veinticuatro minutos y la profesora todavía no había llegado. Era extraño que un profesor abandonara la clase de esa manera. Entonces, de repente, la puerta a la derecha se abrió y entraron la maestra y el director, acompañando a una niña de apariencia llamativa. El director tomó el borrador del pizarrón y golpeó el escritorio siete veces, lo que logró que todos los chicos del salón se quedaran en silencio. Después de que se hiciera el silencio, el director presentó a la nueva alumna de la siguiente manera:
—Chicos, a partir de hoy, esta niña será su compañera. Sin embargo, como es su primer día, ella no quiere decir su nombre. Prefiere presentarse sola y...
—Hola a todos, soy Hammya Saillim.
—No he terminado.
—Perdón.
La metida de pata de la niña provocó risas en el salón.
—¡SILENCIO! —gritó el director.
Luego, el director buscó un asiento disponible para que la niña se sentara y finalmente posó sus ojos en Candado.
—Muy bien, aquí es donde se sentará a partir de hoy. ¡Así que, NO LA ASUSTEN!
Candado no prestó atención y siguió leyendo su libro. Ni siquiera levantó la vista para mirar ni a él ni a ella.
Esa chica era muy extraña. Su cabello era de un verde claro, incluyendo sus cejas y sus ojos. Sus ropas también eran del mismo color y muy llamativas. Sin embargo, Candado apenas la miró de reojo durante nueve segundos y luego volvió a concentrarse en su lectura. Mientras tanto, el director, habiendo terminado su tarea, se despidió de la profesora y de los chicos, saliendo del aula y dirigiéndose a la dirección.
Cuando la niña se sentó a su lado, estaba muy nerviosa. Era su primer día en esa escuela, y su compañero no parecía ser de mucha ayuda para relajarse. Su expresión no era muy amigable, y parecía ser alguien que no sonreía mucho. Ella pensó que él le preguntaría acerca de su cabello en cuanto entrara, debido a cómo la miraban los demás, excepto él. Aunque ella destacaba por su forma de vestir y su cabello, el muchacho era otra historia. Se vestía de manera diferente al resto, de manera más formal: pantalones negros refinados, chaleco de gala rojo oscuro con una corbata roja, zapatos oscuros y formales, guantes blancos con un símbolo extraño, una boina azul, ojos marrones, una cicatriz en el ojo izquierdo que comenzaba desde debajo de la ceja y llegaba hasta el párpado inferior, casi tocando la mejilla. Además, tenía cabello castaño oscuro y piel de tono medio blanco. Sí, era alguien que podía infundir miedo a simple vista, incluso para ella.
Las clases continuaron, y la profesora estaba impartiendo una lección de lengua, para ser más precisa. Sin embargo, ella no sabía bien qué hacer. Aturdida por el temor que le emanaba aquel extraño niño, dejó de hacer las tareas por un momento y comenzó a mirar a su alrededor. Todos los demás estudiantes estaban ocupados haciendo su tarea, excepto el chico que estaba sentado a su lado. La profesora se levantó de su escritorio y se dirigió hacia él, preguntándole con voz irritada y enojada:
—¡SEÑOR! ¿Por qué no estás haciendo tu tarea? —inquirió la profesora.
Él la miró con una expresión seria y respondió de manera tajante:
—Terminé —dijo, sacando una hoja de papel debajo de la mesa y mostrándosela.
La profesora se sintió furiosa al recibir la tarea del chico, aunque trató de disimularlo con una sonrisa de aprobación. Sin decir nada más, regresó a su escritorio marrón y comenzó a corregir las tareas que le habían entregado.
—Acihná'wemék wasetaj (Anciana vaca) —susurró Candado mientras leía.
Hammya lo miró y se sorprendió al escuchar un "trabalenguas" bastante complicado proveniente de Candado.
El timbre del recreo sonó con fuerza, y en ese momento, todos los demás estudiantes salieron del salón como si fueran caballos desbocados. Sin embargo, el chico de la boina azul no se levantó para unirse a ellos. Permaneció sentado allí, concentrado en la lectura de un libro llamado "El Capital". Entonces, un chico vestido completamente de blanco, incluyendo su cabello blanco como una nube, se acercó a él y puso su mano en su hombro, diciéndole:
—Voy a ir al kiosco. ¿Quieres que te traiga algo?
—Sí, quiero una gaseosa —respondió el chico de la boina azul mientras le entregaba cinco pesos que sacó de su bolsillo.
El chico se marchó del salón, dejándolos solos y creando un incómodo silencio. Al menos, ese era el caso para ella. Hasta que el chico de la boina azul habló.
—Todos la tienen y nadie puede perderla. ¿Qué es que te acompaña siempre?
Hammya no sabía si él estaba burlándose o qué, no entendía lo que estaba diciendo. Por lo tanto, le respondió con una pregunta.
—¿Qué?
—Es un acertijo. ¿Te importaría responder?
—Sigo sin entender.
—No es necesario que lo entiendas. ¿Vas a responder sí o no?
—Ah, entonces, no lo sé.
—Gracias.
El chico sacó una libreta de su bolsillo y dejó su libro a un lado para tomar notas. En medio del silencio del salón, el sonido de la escritura resonaba en el aire. Una vez que terminó, guardó su lápiz en su agenda y esta a su vez en su bolsillo, volviendo al silencio y a su lectura.
Sin embargo, cuando habló, Hammya decidió continuar la conversación y preguntó:
—¿Cómo te llamas?
No hubo respuesta.
—¿Cómo te llamas?
Él seguía sin responder.
Hammya palmeó su hombro rápidamente una y otra vez.
—Hey, ¿Cómo te llamas?
Todavía no obtuvo respuesta. En lugar de eso, el chico cambió de página en su libro.
Hammya cambió de estrategia y puso su mano en su hombro, comenzando a moverlo suavemente, luego con más fuerza, e incluso lo sacudió.
—Irritante.
Fue la palabra que salió de sus labios.
—¿Qué?
El chico cambió de página y continuó.
—Eres irritante —luego volteó y la miró a los ojos—, y bastante.
—¿Cómo te llamas?
—En serio, me das más motivos para que te odie, esmeralda.
—¿Qué me dijiste?
Candado cerró su libro con fuerza, infló su pecho y exclamó:
—¡¡¡¡¡¡¡¡¡ESMERALDA!!!!!!!!!!
El grito resonó por toda la escuela, llegando a los oídos de su amigo Héctor, quien estaba haciendo cola en el kiosco para comprar algo para él y algo para Candado.
—Espero que no la haya matado —dijo en voz alta y con las manos en los bolsillos.
Mientras tanto en el aula.
—Espero que con esto baste —dijo Candado mientras volvía a abrir su libro para seguir leyendo.
Hammya sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero rápidamente se recuperó y volvió a preguntar.
—¿Cómo te llamas?
—No estoy interesado en establecer una amistad contigo. Ya tengo suficientes inútiles a mi lado, no quiero uno más, especialmente alguien que lleva una rosa de violeta en la cabeza.
—Fue un regalo, no seas cruel.
—Inútil.
—¿Inútil?
Candado volteó y estaba a punto de cerrar su libro.
—¡NO!, no, no, ya entendí, ya entendí.
—Me alegro. Entonces, si quieres sobrevivir, no me saques de mis casillas —volvió a su lectura.
—Pero dime tu nombre.
Candado cerró el libro, llevó sus dedos índice y anular a sus ojos, ya estaba cansado.
—¿Si te digo mi nombre, te callarás de una vez? Quiero leer.
—Sí.
El chico se acomodó, inhaló y exhaló, luego volteó y la miró fijamente a los ojos, con una expresión seria, fría e indiferente.
—Soy Candado Ernést Catriel Barret —luego volvió a su lectura.
—¿Eres tú? —susurró Hammya sorprendida.
Luego, ella sonrió.
—¿Dijiste algo?
—Nada —luego aclaró su garganta y extendió su mano.
—Yo soy...
Candado estrechó su mano mientras seguía leyendo.
—Eres Hammya Saillim, alias "Ilusa alcahuete dolores de cabeza". Es un asco conocerte —luego la soltó.
Hammya dejó escapar una risilla.
—Acabo de insultarte, niña.
—Lo sé, pero es gracioso —dijo Hammya, luchando en vano por contener una carcajada.
Candado no dijo nada y continuó leyendo, sumiendo la sala en silencio nuevamente. Sin embargo, ella lo interrumpió.
—Disculpa...
—¡POR FAVOR! —Candado cerró los ojos, frunció el ceño y continuó—. Si vuelves a hablar, te voy a tirar por la ventana con la silla y todo.
Luego de decir eso, se relajó y siguió leyendo.
—Pero...
—¡¡¡¡¡¡¡¡¡POR ISIDRO VELÁZQUEZ Y GAUNA!!!!
El grito resonó nuevamente por toda la escuela, haciendo temblar el escritorio del director mientras firmaba papeles.
—Ese mocoso.
Y, por supuesto, el ruido llegó a oídos de Héctor.
—¿Dos en un día? Solo espero que la nueva alumna esté viva, o al menos entera.
—Siguiente, por favor —dijo la kiosquera.
—Oh, es mi turno —dijo Héctor.
Mientras que en el aula.
—Perdón.
—Haz silencio —luego se llevó la mano izquierda a la frente—. Mi cabeza.
—Pero…
—Cállate, no me pidas nada, no comentes, no me hables, solo cállate.
Con esas palabras, Candado puso fin a la conversación y volvió al silencio. Sin embargo, algo surgió en el interior de Hammya que la incomodó; algo inoportuno. A ella le dieron ganas de ir al baño. No podía aguantar mucho más, quería ir, pero no tenía ni la más mínima idea de dónde estaba. Quería preguntarle a Candado, pero le daba miedo debido a la brusca conversación que habían tenido, pero no lo suficiente, ya que finalmente, decidió preguntarle. Puso su mano en el hombro de Candado y ahí la mantuvo. Candado la miró con ira; esos ojos eran aterradores. Hammya lo soltó y Candado regresó a su lectura. No pasó ni un minuto antes de que ella lo interrumpiera de nuevo.
—Disculpa.
—¡AH! ¡Ahóh ele! (Loro del demonio) ¿Y ahora qué quieres?
—¿Podrías decirme dónde está el baño?
Candado levantó su ceja izquierda y lo miró con expresión seria.
—Sí, claro. Está afuera, donde ha estado siempre.
—Gracias, y una cosa más.
—¿Qué? Espero que sea importante.
—¿Me acompañas?
—¿Por qué tendría que hacerlo? —preguntó con irritación.
—Por favor.
Candado puso su mano en su frente y la mantuvo allí un rato antes de dar una respuesta.
—No.
—Vamos.
—¡QUE NO! ¡YA TE DIJE QUE NO! —Candado cerró su libro con fuerza—. ¡NO TE CONOZCO, DÉJAME RESPIRAR DE UNA MALDITA Y JODIDA VEZ! ¡NO HAY NADA MÁS MOLESTO QUE INTERRUMPAN MI LECTURA, ESPECIALMENTE SI ESA PERSONA ES UN ÁRBOL PARLANTE!
—Pero…
—Si vuelves a decir "pero", desearás no haber sido ni siquiera un feto.
Luego tomó su libro, inhaló y exhaló repetidamente hasta regularizar su respiración.
—¿Te has calmado?
—Sí —respondió tranquilamente.
—Bueno, ¿ahora puedes acompañarme?
Candado apoyó su cabeza en el escritorio.
—Bien, lo haré, pero por favor, deja de atosigarme.
Candado se levantó con su libro bajo el brazo y se dirigió a la puerta del aula.
—Ven, por favor —dijo mientras se daba masajes en la cabeza.
Hammya se levantó y lo siguió caminando detrás de él.
—Ahí está —dijo mientras señalaba con su dedo la puerta, que se encontraba al frente del aula.
—Bien, gracias.
Candado asintió con la cabeza y estaba a punto de regresar a su asiento, pero Hammya lo detuvo poniendo su mano en su hombro nuevamente.
—Me está irritando eso, ¿Qué quieres ahora?
—¿Me acompañas, por favor?
—Me quiero morir —susurró Candado para sí mismo—. No sé si te has dado cuenta, pero ese es el baño de mujeres —dijo sin voltear.
—No quiero que entres al baño, solo quiero que me esperes afuera.
—¿Por qué diablos tendría que hacerlo yo?
—Vamos, por favor.
—¿Sabes, Hammya? Creo que me va a dar neurastenia por tu culpa.
—Vamos, solo acompáñame, nada más, solo por hoy, y no te molestaré nunca más.
—Me agrada tu actitud, niña. Tú ganas, te voy a acompañar —caminó hasta la puerta, solo para voltear y poner su dedo índice en su frente—. ¡PERO! Solo esta vez.
Ambos salieron del aula. Se veía a chicos jugando, corriendo y riéndose, pero todo eso cambió cuando Candado salió del salón leyendo su libro. Todos los chicos se detuvieron como si se hubiera detenido el tiempo. Se escuchaban susurros de los demás chicos como "¿Qué está pasando allí?" "¿Ha salido al recreo?" "¿Esa mujer será poderosa?".
Antes de entrar al baño, Hammya pidió que Candado la esperara afuera. Luego, ella entró al baño.
Candado estaba recostado en la pared de la entrada esperando a que Hammya saliera del baño. Para matar el tiempo, comenzó a leer su libro. Sin embargo, las molestas miradas de sus compañeros lo enfurecían cada vez más. Esos ojos puestos en él equivalían a toneladas y toneladas de ladrillos cargando sobre su espalda. Bastó con una mirada suya para que todos retomaran sus actividades, y Candado, por supuesto, siguió concentrado en su lectura.
El timbre sonó, señalando el final del recreo, y en un abrir y cerrar de ojos, todos habían desaparecido del patio. Justo a tiempo, ya que Hammya salió del baño limpiándose las manos con su ropa. Candado la miraba con repugnancia, así que le dio un pañuelo de su bolsillo para que se limpiara las manos adecuadamente.
—No seas sucia —dijo Candado mientras le daba un pañuelo rojo.
Ella tomó el pañuelo y comenzó a secarse las manos lentamente. Cuando terminó, quiso devolvérselo, pero él dijo que se lo podía quedar.
Los dos entraron al salón, y cuando Candado se disponía a sentarse, Lucas hizo una seña con las manos para que se acercara. De mala gana, Candado guardó la silla debajo de la mesa y se dirigió hacia Lucas.
—Escuché que saliste al recreo.
—Vaya, cómo se esparcen los rumores.
—No, Candado no, saliste de verdad al recreo, yo te vi.
—Sí, ¿y qué si salí al recreo? ¿Me van a arrastrar sobre roca o voy a redactar un telegrama?
—Candado, hace más de dos años que no sales a los recreos, y esta es la primera vez que sales a uno.
—Joder, es solo un recreo en el que salgo, y ya se levanta polémica por toda la escuela, y seguro también en todo el pueblo. Es un recreo, Lucas, no me vengas a hinchar los huevos por eso.
—No sales desde que ella se fue, no quiero dar a entender que es malo, solo raro. Por eso sorprende que hayas salido hoy.
Sus palabras generaron un gran enojo en él. Tenía ganas de golpear a Lucas, pero se contuvo y simplemente se alejó. Sin embargo, antes de irse, se volteó y dijo:
—Dile a los demás que habrá una reunión en la Casa.
—¿A qué hora?
Candado miró por la ventana y vio que estaba comenzando a llover fuerte.
—Que se reúnan cuando la lluvia pare.
Cuando se disponía a regresar a su asiento, su amigo Héctor hizo señas desde su banco para entregarle la gaseosa que le había pedido. Aunque estaba al otro lado del aula, Candado dejó a un lado su pereza y fue a recogerla.
Cuando recibió su coca, le quitó la tapa y empezó a beberla de inmediato. Héctor lo miraba mientras bebía la gaseosa de manera salvaje, como si hubiera estado en el desierto del Sahara.
—Tranquilo, no te ahogues —dijo Héctor.
—Perdona, no pude resistirme. Tenía sed.
—¿Qué te pasa? Parece que te agarró un solmenase.
—No, nada de eso. Me dio un pequeño escalofrío (en realidad, estaba bastante estresado por la conversación con Hammya y Lucas), nada más que eso —dijo mientras se daba palmaditas en la nuca.
—Bueno, si tú lo dices.
Después de esa breve charla con su amigo, Candado regresó a su asiento.
Las clases continuaron y todos seguían con sus tareas, excepto Candado, quien solía terminar sus deberes en apenas doce minutos después de comenzar la clase, por lo que pasaba más tiempo leyendo que haciendo otra cosa. Era un talento oculto se podría llamar.
El timbre sonó a las doce y media, marcando el final de las clases. Los chicos del salón salieron corriendo de la escuela bajo la fuerte lluvia, lo que Candado no entendía del todo. Se despidió de Héctor, quien tenía un paraguas, mientras él esperaba a que la lluvia amainara. Mientras esperaba, alguien chocó con él. Cuando volteó, vio a Hammya corriendo muy rápido. Aunque estaba intrigado se sintió contento al saber que ya no tendría que lidiar con ella, sólo pensaba volver a casa y...
—¡Hey Candado, ven aquí, es importante! —gritó Lucas.
Detuvo su paso en medio de la lluvia.
—Rayos —murmuró.
Así que regresó enojado y mojado al salón para buscar a Lucas. Abrió las dos puertas con furia.
—¿¡QUÉ!? —gritó.
Sin embargo, el salón estaba vacío, solo había mesas y sillas.
—Estoy en el otro salón —gritó Lucas.
Con cuidado, cerró las puertas y se dirigió al salón contiguo para repetir la misma acción.
—¿¡QUÉ!? —gritó.
Pero nuevamente, no había nadie.
—¡AY DIOS! ¡TENGO COSAS QUE HACER! ¡¿DÓNDE CARAJOS ESTÁS?! —gritó Candado, cada vez más enfurecido.
—Estoy en el salón 5°E.
Ese era el salón de enfrente, y como no había un pasaje techado para llegar allí, sabía que se mojaría bajo la lluvia. Tampoco podía correr sin riesgo de resbalarse.
Así que avanzó caminando bajo la lluvia. Finalmente llegó al salón 5°E, se acercó a la puerta, completamente empapado y furioso como un puma. Le propinó una fuerte patada a la puerta, y esta se rompió y cayó al suelo. Y ahí estaba Lucas, con una expresión de asombro en el rostro. Candado se acercó a él con la intención de golpearlo por el tiempo perdido.
Lo tomó del cuello de su bata con ambas manos y lo acercó a su rostro.
—Dime cientifiquillo, ¿jugando otra vez con la teletransportación? Habla, ¿Qué fue tan importante como para hacer que vuelva? —dijo Candado mientras lo zarandeaba con fuerza.
—Tranquilo, amigo, por favor, vas a romper mi bata —suplicó Lucas.
Candado detuvo su acción por un momento.
—Está bien, si no te importa, soy uno de esos que disfrutan estar en el suelo —dijo Lucas con una sonrisa nerviosa.
Candado lo soltó y Lucas cayó al suelo como un meteorito. Se preguntó qué demonios llevaba puesto para caer de manera tan pesada. Tal vez llevaba una armadura.
Lucas es uno de los amigos de Candado desde el primer grado en esa escuela. Tiene ojos grises, cabello oscuro y piel negra como el carbón. Es un apasionado de la ciencia y la biología, siempre inventando algo nuevo y pidiéndole a Candado que lo pruebe para verificar si es seguro. Posee poderes como el control del fuego, teletransportación y la capacidad de sentir vibraciones a distancias de hasta veintidós kilómetros. Viste con una camisa celeste, una bata de laboratorio blanca, camisa roja, corbata puntiaguda azul, pantalones de vestir marrón claro y zapatos marrones oscuros con cordones. También es un tanto meticuloso en su apariencia, al igual que Candado.
—Bien, ¿de qué se trata? —preguntó Candado. Lucas se puso de pie, ajustándose el cuello de su bata.
—¿De qué se trata qué? —respondió Lucas, sacudiéndose el polvo de la ropa.
—¡Tú me llamaste! —agarró nuevamente a Lucas del cuello de la bata y lo levantó en el aire.
—¿En serio? —preguntó Lucas sorprendido.
—Más vale que lo recuerdes y rápido, porque perdí casi quince minutos de mi valioso tiempo hablando contigo —dijo Candado, zarandeándolo con fuerza.
—Ah, ya me acordé, ahora por favor suéltame —dijo Lucas con temor.
—Espero que no sea una broma —respondió Candado mientras lo bajaba.
—Bien, como verás, está lloviendo fuerte y como tus padres no podrán venir a buscarte, te hice esto —dijo Lucas mientras le entregaba un paraguas.
Sin embargo, Candado volvió a agarrar a Lucas del cuello de su bata y lo levantó nuevamente.
—¿¡ES EN SERIO?! ¿¡ME HICISTE VENIR HASTA AQUÍ PARA ENTREGARME UN PARAGUAS?! ¡TRANQUILAMENTE ME PODRÍA HABER IDO A CASA HACE TIEMPO MIENTRAS LA LLUVIA ERA TENUE! —gritó Candado, sacudiendo a Lucas con fuerza.
—Por favor, detente, vas a romper mi bata, Candado —dijo Lucas mareado.
Candado lo soltó suavemente y arregló el cuello de la bata de Lucas.
—Aunque la verdad, gracias por ser tan considerado y darme un paraguas —dijo Lucas aceptando el regalo.
—De nada, eso es lo que hacen los amigos, aunque podrías haber empezado por ser amable —luego se cruzó de brazos—. Soy genial, ¿verdad?
—¿Y tú, cómo vas a ir a casa?
—No te preocupes, creé esto —dijo Lucas mientras sacaba un aparato de su bolsillo, de cinco centímetros de largo y dos de ancho, de color gris, con dos botones, uno verde en forma de círculo y otro rojo en forma de triángulo.
—¿Qué es eso? —preguntó Candado intrigado.
—Mira, el Paraguas del Futuro —dijo Lucas y presionó el botón verde.
Inmediatamente, una esfera cerrada y transparente de color celeste apareció, con Lucas en su interior.
—Fascinante, ¿no? He creado un dispositivo capaz de atraer moléculas de aire y agua, que al mezclarse se solidifican y forman esta esfera de 1 metro con 30 centímetros, que actúa como un escudo contra el exterior, incluyendo la lluvia. Y lo increíble es que, al estar hecha de aire, no puedo asfixiarme. Además, el botón verde la activa y el botón rojo la desactiva —explicó Lucas emocionado.
—¿Y por qué los botones del control tienen esa forma tan extraña? —preguntó Candado.
—Para los daltónicos —respondió Lucas con orgullo.
Lucas y Candado salieron de la escuela y, cuando este último abrió su paraguas, las gotas que caían sobre él resonaban como si el agua golpeara metal. Candado miró a Lucas, levantando su ceja izquierda.
—Eh, ¿por qué hace este ruido, Lucas? ¿Acaso quieres matarme dándome un paraguas de metal? —preguntó con sarcasmo.
—Me atrapaste, construí un paraguas diferente a los ordinarios, pero no es de metal, no señor —dijo Lucas nervioso.
—¿Ah no? ¿Entonces de qué está hecho?
—De platino, así que no te caerá ningún rayo —respondió Lucas con cierto orgullo.
—¿Platino? ¿Y de dónde sacaste el platino?
—Es un secreto.
Candado inhaló y luego exhaló, abrió su paraguas nuevamente mientras veía a Lucas caminando dentro de su esfera con las manos en los bolsillos.
—Ah sí, ten cuidado Candado de que no te roben el paraguas, porque es muy difícil hacer que un material de ese calibre se abra y se cierre como si fuera un paraguas.
—Sí, tendré cuidado.
—Qué sonrisa más siniestra.
—Vete antes de que te mate.
—No lo digas con esa sonrisa —dijo Lucas antes de adelantarse—. Nos vemos esta tarde, Candado —se despidió mientras se alejaba de él dentro de la esfera.
Cuando ambos tomaron direcciones opuestas, Candado comenzó a pensar en voz alta: "¿De dónde demonios sacó platino?".
Mientras caminaba por las calles del pueblo, casi nadie estaba afuera debido a la lluvia, pero algunos locales permanecían abiertos. Candado continuó su camino hasta llegar a la plaza, que estaba completamente desierta. Para llegar más rápido a casa, optó por tomar un atajo a través del bosque.
Mientras caminaba por ese lugar tranquilo, escuchó voces en el interior del bosque, indicando una pelea. Al parecer, tres chicos de entre diecinueve y veinte años estaban involucrados. Candado inicialmente planeó no prestarles atención, ya que si causaban problemas, Mauricio, quien se encargaba del bosque, se ocuparía de ellos. Sin embargo, un grito de una mujer pidiendo ayuda cambió su decisión. Cerró su paraguas para poder correr por el bosque, utilizando los árboles como cobertura. Se movió rápidamente, siguiendo las risas y los gritos de auxilio.
Cuando llegó al lugar y presenció la escena, Candado se indignó al ver que los tres adolescentes estaban golpeando a Hammya, una compañera de escuela y de asiento.
—¡HEY! ¡ALTO! —gritó con determinación.
—Lárgate, este no es tu problema, chico —dijo uno de ellos, apuntándolo con un arma de seis tiros.
—Van a lamentar este día, sobre todo por apuntarme con una maldita pistola.
—Por favor, un mocoso como tú no es un problema para nosotros tres —dijo otro mientras tiraba del cabello de Hammya.
—Sí, vete y no te haremos daño —añadió un chico bien vestido.
—Sucios.
—¡TE EQUIVOCAS! ¡NO SOMOS SUCIOS! —respondió otro de los chicos.
—Sólo nos gusta molestar a las personas sin discriminar su sexo —aclaró uno de ellos.
—…Idiotas —murmuró Candado, levantando ambas cejas con desprecio.
En ese momento, uno de los agresores sacó un cuchillo, que, aunque oxidado, parecía letal.
—No te burles —advirtió.
Candado se preocupó. Nunca antes había estado en una pelea en la que alguien estuviera en peligro. Comenzó a idear un plan para salvar a Hammya, sabiendo que un movimiento en falso podría empeorar la situación.
Hammya comenzó a forcejear para liberarse, hasta que en un momento logró darle un pisotón en el pie con todas sus fuerzas al agresor, haciéndolo soltar el arma. El tipo ya estaba con la guardia baja, lo cual era precisamente lo que Candado necesitaba. Sin dudarlo, corrió hacia el agresor con el arma, moviéndose lo más rápido que pudo. Cuando estuvo lo más cerca posible, le propinó un fuerte golpe con el paraguas en la mano, haciendo que el arma volara lejos. Luego, le dio una patada en el pecho al chico, lanzándolo hacia atrás y haciendo que colisionara con sus compañeros. Después, tomó la mano de Hammya y la ayudó a ponerse de pie.
—¿Estás bien? —preguntó Candado con preocupación.
—Sí, estoy bien —respondió Hammya entre sollozos.
—Bien, quédate detrás de mí —le indicó Candado.
Hammya se colocó detrás de Candado, adoptando una postura defensiva. Mientras tanto, los agresores se pusieron de pie y se prepararon para enfrentar a Candado.
—Vengan, degenerados —dijo Candado con una sonrisa desafiante.
Los tres chicos se abalanzaron hacia él, cada uno de ellos armado con un cuchillo. Candado no se amedrentó y avanzó hacia ellos con su paraguas. Uno de los agresores lanzó su primer ataque con su cuchillo, pero Candado lo esquivó hábilmente y le propinó un golpe con el paraguas en la espalda, derribándolo. El segundo agresor intentó atacar por la espalda, pero Candado giró rápidamente, abriendo su paraguas para detener el cuchillo con éxito. El agresor quedó desconcertado ante la inesperada defensa y Candado aprovechó para darle una patada en el pecho, dejándolo arrodillado de dolor.
Mientras tanto, el tercer agresor se recuperó y agarró a Candado por el brazo, inmovilizándolo. Sin embargo, Candado reaccionó rápidamente, deshaciéndose de su agarre y contrarrestando con un fuerte golpe. El agresor que había sido derribado inicialmente intentó intervenir nuevamente, pero Candado lo sometió con un golpe rápido y preciso.
Finalmente, el líder del grupo agarró el paraguas de Candado, intentando usarlo como arma.
—Vas a pagar —amenazó, jugando con el paraguas.
—Vaya, no esperaba ser acorralado de esta manera. Bueno, parece que tendré que usar mi arma secreta —dijo Candado con una sonrisa seria.
Acto seguido, encendió sus puños con una flama violeta, lo cual asustó a los agresores y los hizo soltarlo.
—Que empiece la diversión —dijo Candado, preparándose para enfrentarlos.
Candado derrotó a los dos agresores que lo habían sujetado y centró su atención en el líder del grupo, con sus ojos violetas ardiendo y una sonrisa decidida. Sin embargo, antes de que pudiera actuar, el líder abandonó la pelea y huyó asustado, perdiéndose en el bosque.
—¿Eso es todo? Qué aburrido —comentó Candado con desdén.
Candado recogió su paraguas, acomodó su boina y se volteó para verificar el estado de Hammya. Sin embargo, la encontró desmayada en el suelo. Corrió hacia ella rápidamente para verificar si estaba herida, retirándose uno de sus guantes para sentir su pulso.
—Gracias a Isidro —murmuró con alivio.
Luego, volvió a ponerse los guantes y miró alrededor. Para su sorpresa, Mauricio, su amigo y protector del bosque, estaba recostado sobre un árbol, comiendo una banana.
—Genial, ¿hiciste todo esto en solo cinco minutos? —preguntó Mauricio con una sonrisa, mientras observaba la escena.
—Ah, hasta que apareciste, Mauricio —respondió Candado, levantando a Hammya con cuidado mientras la sostenía en sus brazos.
Mauricio, quien se había convertido en amigo de Candado hace cinco años, era el guardián y protector del bosque. Huérfano con un hermano y una hermana, según él, había sido criado por el pombero. Tenía el cabello negro y ojos azules, y vestía una camisa de campo negra, pantalón bombacha de campo azul, botas marrones pulidas, un poncho largo naranja con amarillo que llegaba hasta sus piernas y un sombrero estilo vaquero marrón claro. Portaba un cayado como arma, y tenía el poder de la teletransportación, la cual solo funcionaba en lugares donde había árboles.
Poderes: Mauricio posee habilidades únicas y poderes sobrenaturales derivados de su relación con el bosque y la naturaleza. Algunos de estos poderes incluyen la capacidad de hablar con los muertos, la habilidad de respirar bajo el agua, la utilización de las hojas de los árboles como cuchillas afiladas, la capacidad de lanzar fuego y agua de su cayado, y la habilidad de transformar su cuerpo en diamante, otorgándole una protección resistente.
Habilidades: Mauricio es capaz de viajar entre ubicaciones distantes, desde Chaco hasta Ucrania, debido a la presencia de árboles en ambos lugares, lo que le permite utilizar su poder de teletransportación. También ha desarrollado una relación especial con las serpientes, lo que le permite dormir en un nido de víboras sin que estas lo ataquen.
—Estoy ocupado, si quieres algo ven en otro momento —dijo Candado mientras sostenía a Hammya en sus brazos.
—No, por ahora no necesito nada de vos, solo vine a ayudar —dijo Mauricio mientras abría el paraguas sobre la cabeza de Candado para evitar que se moje.
—Bien, si quieres ayudarme, carga a Hammya un momento —dijo Candado mientras acomodaba a la niña en los brazos de Mauricio.
—¿Qué piensas hacer, Candado? —preguntó Mauricio nervioso.
—De acuerdo, solo poné a Hammya en mi espalda, así es más fácil llevarla —dijo Candado.
Mauricio se colocó detrás de Candado y con cuidado puso a Hammya en su espalda.
—¿Adónde piensas llevar a esta "hada", camarada? —dijo Mauricio con una sonrisa.
—Pienso llevarla a la comisaria del pueblo. Demonios, cómo me gustaría dejarla tirada, pero no puedo.
—Bueno, ve con cuidado, colega —dijo Mauricio mientras desaparecía delante de los ojos de Candado utilizando su poder de teletransportación.
Candado levantó su paraguas bien alto, lo colocó sobre él y sobre Hammya, y comenzó a caminar hacia el este para salir del bosque y llegar a la comisaria. Le llevó cuatro minutos salir del monte. A Candado le costaba mucho llevar a Hammya; no sabía por qué pesaba tanto. Parecía como si estuviera cargando una mochila llena de piedras. ¿Será porque no hacía ejercicio? ¿O porque ella había aumentado de peso? La verdad es que no lo sabía.
Después de una larga caminata por el pueblo, finalmente llegó a la comisaria. Dado que tenía las manos ocupadas sosteniendo a Hammya, decidió darle una pequeña patada a la puerta para que lo escucharan. Afortunadamente, uno de los policías respondió y le abrió la puerta.
—Permiso —dijo Candado al entrar a la comisaria.
—¿Qué le pasó a esa chica, Candado? —preguntó Cacho, uno de los amigos del padre de Candado, mientras le quitaba el paraguas.
—No te preocupes, su vida no está en peligro, sólo tiene algunos golpes y lesiones de gravedad.
—¿Quiénes fueron? —preguntó Cacho mientras colocaba a Hammya con cuidado en su cama.
—Unos adolescentes de un colegio privado —respondió Candado mientras se daba unos masajes en la nuca.
—¿No los mataste, verdad, Candado? —preguntó Cacho mientras comenzaba a vendar las heridas de Hammya.
—No, nadie murió. ¿Y por qué haces esa pregunta en primer lugar? ¿Alguna vez he matado a alguien?
—… Menos mal.
—Cacho... Bueno, da igual. Tengo que irme.
—¿A dónde...?
—Me voy al gremio, ya que la lluvia ha parado —dijo Candado mientras cerraba la puerta tras de sí.
Candado dejó la comisaría sin el paraguas, ya que la lluvia había cesado. Se dirigía a la cabaña, pero en ese momento sintió hambre, así que decidió ir a comer al restaurante de José.
Al asomarse por una de las ventanas de la tienda, Candado vio que había muy poca gente dentro, solo cinco personas para ser más preciso.
—Estoy de suerte —murmuró Candado en voz baja.
Entró al restaurante, se limpió los pies con un pedazo de cartón que estaba en la entrada y luego se dirigió a la mesa junto a la ventana que daba a la calle. Siro, uno de los hijos de José, se acercó para tomar su orden.
—Quiero una milanesa, nada más.
—Bien, y ¿para beber? —preguntó Siro mientras anotaba.
—Sí, una gaseosa cabalgata de cola.
—Enseguida se lo traemos —dijo Siro mientras se retiraba.
Mientras esperaba, Candado miraba por la ventana, aunque en realidad no estaba mirando nada en particular. Siempre veía la misma vista, pero no se quejaba. Después de todo, vivir en un pueblo donde todos se llevan bien es algo bastante agradable.
Mientras Candado esperaba su comida en el restaurante, Hammya abrió los ojos. Había pasado una hora desde que se había despertado en un lugar extraño, al menos extraño para ella. Observó a su alrededor con confusión. La habitación estaba casi desierta, con solo un ventilador en el techo girando lentamente. Se miró en un espejo que estaba a su lado y se examinó detenidamente. Tenía vendajes en la frente y en otros lugares. Se levantó de la cama y se acercó cautelosamente a una puerta de metal. La abrió y miró alrededor. Un oscuro pasillo se extendía frente a ella, con puertas abiertas y una luz proveniente de una de ellas. Hammya se dirigió hacia la puerta con luz y entró. Dentro vio algunas cosas: un perro acostado bajo una silla, una televisión encendida y un anciano jugando con dados.
Hammya se acercó al anciano y le tiró suavemente de la manga del brazo.
—Disculpe.
Después de un rato, el anciano arrojó los dados, que se detuvieron en la mesa, mostrando cuatro seises.
—¡AJÁ! —exclamó el anciano mientras golpeaba la mesa—. Ves, Yoya, veinticuatro. Hoy sí que tengo suerte.
—Disculpe, ¿dónde estoy? —preguntó Hammya.
—Estás en la comisaria del pueblo —respondió el anciano con una sonrisa.
—¿Cómo llegué aquí?
—Candado te trajo aquí. Yo estaba a punto de llamar a tus padres, pero me distraje con esto, lo siento.
Hammya no prestó atención a la última parte de su respuesta y repitió su pregunta.
—¿Quién me trajo aquí? Perdón.
—Bueno, fue Candado.
—¿Cómo? No recuerdo.
—Claro, estabas inconsciente, nena.
—¿Qué me pasó, señor? —preguntó Hammya mientras tocaba la venda en su cabeza.
—Oh, solo unos rasguños que tenías. Deberías agradecerle a ese chico que te salvó por los pelos —dijo el anciano mientras le acariciaba la cabeza.
Mientras el anciano acariciaba a Hammya, miró hacia un rincón junto a la puerta de salida y vio un paraguas, el mismo que Candado había usado cuando la ayudó en el bosque.
—¿Ese es...? —preguntó Hammya, señalando el paraguas con la mano.
—Sí, pertenece a ese muchacho.
—¿Se habrá olvidado? —susurró Hammya.
—Ese chico tiene la costumbre de dejar sus cosas aquí, como si fuera su casa —dijo el anciano mientras se frotaba los ojos con el dedo pulgar e índice.
—¿Dónde se fue?
—Me dijo que iba a la cabaña —dijo el anciano mientras miraba el techo.
—¿Dónde está esa cabaña?
—Claro, olvidé que eres nueva aquí. Está en el bosque, no está muy lejos de aquí. Seguro que la encontrarás.
—Gracias, señor...
—Mi nombre es Adolfo López, pero todos me llaman Cacho —dijo el anciano mientras acompañaba a Hammya hasta la puerta.
—Bueno, hasta luego, Adolfo.
—Sería mejor que me llames Cacho —dijo con una sonrisa mientras abría la puerta.
Hammya intentó seguir a Candado y encontrar la cabaña, pero la tarea no sería fácil, ya que no conocía bien el pueblo. Caminó por las desiertas calles del lugar, buscando la casa, hasta que pasó frente a la ventana del restaurante y creyó haber visto a Candado. Dio unos pasos hacia atrás y confirmó que era él. Se quedó mirándolo por un rato, pero cuando él se volteó, Hammya rápidamente se agachó para que no la viera, sin saber exactamente por qué lo hizo. Sin embargo, pareció una decisión oportuna después de que él mirara hacia la ventana. Continuó observándolo mientras comía, pasando de buscarlo para devolverle el paraguas a espiarlo, una idea que le pareció curiosa.
Cuando Candado terminó de comer y miró su reloj, se dio cuenta de la hora.
—Rayos, son las 14:38, ya es muy tarde.
Candado se levantó de un salto y corrió hacia el mostrador, gritando:
—¡LA CUENTA! ¡LA CUENTA! ¡LA CUENTA, JODER!
Un hombre de cabello negro salió de una puerta y se acercó al mostrador para atenderlo. Hammya no entendía las palabras que intercambiaban, pero pudo percibir que Candado estaba molesto.
—¡¿ME ESTÁS JODIENDO?! ¡ES UN GRAN ROBO! —exclamó Candado.
Luego, Candado sacó doscientos pesos de su billetera y pagó al hombre. Acto seguido, salió apresurado del restaurante. Hammya decidió seguirlo discretamente. Corrió tras él por las calles vacías del pueblo hasta que Candado se detuvo en una calle donde un camión estaba descargando mercancías para un verdulero. Hammya se escondió detrás de un cartel de publicidad mientras Candado miraba el camión, bloqueando su visión.
—Maldita sea, justo hoy tenía que ser viernes, carajo —exclamó Candado. Luego, miró a la esquina de la calle—. Ya sé.
Candado giró a la izquierda y comenzó a correr con determinación. Hammya lo siguió de cerca, hasta que entraron en el bosque. Siguió a Candado durante unos minutos hasta que finalmente llegaron a una cabaña de madera, de tamaño similar a una casa familiar, pintada de un suave tono celeste.
Candado llegó a la puerta principal de la cabaña y se detuvo frente a ella.
—Oh, ¿dónde están mis llaves?
Por su parte, Hammya rodeó la casa y llegó a la puerta trasera. Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. Luego, notó una ventana abierta con cortinas rojas a su derecha. Con un salto, logró alcanzar la ventana y se sostuvo en el marco para entrar. Tuvo éxito y entró en la casa. Parecía que había entrado en una sala de reuniones, ya que había una larga mesa cubierta con un mantel negro y trece sillas alrededor. Mientras exploraba la habitación, escuchó voces al otro lado de la única puerta en la sala. Se acercó sigilosamente y miró a través de la cerradura. Vio a Candado conversando con unos chicos. Escuchó fragmentos de su conversación.
—Al fin, pensamos que no vendrías.
—Hubo ciertos contratiempos —dijo Candado.
—Menos mal, porque yo y mi hermana estábamos a punto de irnos.
—Bueno, vamos a empezar —interrumpió Candado.
Los chicos se dirigieron hacia la puerta en la que Hammya se encontraba. Rápidamente, se ocultó debajo de la mesa. Las voces de los chicos se acercaban cada vez más, y Hammya retrocedió lentamente. Sin embargo, tropezó con alguien y, al girarse, se encontró con una chica rubia sentada con las piernas cruzadas y una sonrisa en el rostro. Hammya se asustó y estaba a punto de gritar, pero la chica le tapó la boca con la mano derecha y, con su mano izquierda, llevó un dedo a sus labios, indicándole que se mantuviera en silencio.
—Shhhh, no hagas ruido —susurró Ana María.
Hammya apartó las manos de su boca.
—¿Quién eres? —preguntó, confundida.
—Soy Ana María Pucheta —respondió, apretando la mano de Hammya con fuerza.
Era extraño conocerla en esta situación, pero como dice el dicho, "nunca sabes lo que va a pasar en tu vida".
—Mira, si piensas esconderte bajo la mesa, no es una buena idea.
Al decir eso, Ana María tomó la mano de Hammya y la levantó, depositándola dentro de un armario que estaba al lado de la mesa.
—No te preocupes, tiene orificios para que puedas respirar y ver afuera. Así que adiós por ahora —dijo mientras cerraba la puerta del armario con Hammya dentro.
Justo en ese momento, Candado y sus amigos entraron en la habitación.
—Como les decía, no se puede per... —comenzó Candado, pero se detuvo al notar a Ana María allí —. Ah, Ana, ¿ya estabas aquí?
—Pues claro, ya me conoces, siempre soy puntual —dijo Ana María con una sonrisa y señalándose el pecho con el dedo pulgar.
—No sé por qué presumes. Por si no lo has notado, tú eres la que más llega tarde —dijo Candado mientras buscaba su asiento en la punta de la mesa.
—Claro, me olvidé —contestó Ana María, inclinando la cabeza hacia adelante con un tono triste.
—Bien, ya que todos estamos presentes, voy a hablar sobre un tem...
—Falta Viki, Candado —interrumpió otro chico levantando la mano.
Candado sacó una pelota verde de hule de su bolsillo y la lanzó con fuerza hacia el chico. Este se agachó rápidamente, y la pelota salió volando por la ventana que estaba detrás de él.
—Aja, fallaste. Chúpate esa mandarina —se burló el chico riendo.
—Creo que esa mandarina te la vas a comer tú, mi amigo —respondió Candado mientras sostenía un control con una palanca en la mano.
Candado movió la palanca hacia atrás con cuidado, y misteriosamente la pelota que había salido por la ventana regresó golpeando al chico en la nuca y haciéndolo caer hacia la mesa.
—Eso dolió —susurró Hammya.
—Duele.
Todos aplaudieron a Candado por esta increíble hazaña.
—Bueno, sabía que este inútil invento "made in Lucas" me serviría —dijo Candado mientras guardaba la pelota y el control en un cajón del mueble que estaba en la esquina.
—Oye, más respeto a mis inventos.
—Bueno, ahora que terminó la interrupción del tonto de Matlotsky, prosigo. Los he llamado hoy porque tengo información que darles. Esteban y sus camaradas planean...
—Oh vamos, eso es aburrido, Candado.
La voz pertenecía a un adulto y provenía de un lugar que Hammya no podía ver. Trató de moverse un poco para obtener una mejor vista, pero solo alcanzó a ver las piernas cruzadas y levantadas sobre la mesa.
—¡Por el amor de Dios! ¡Primero Matlotsky y ahora tú, no jodas, Tínbari! —exclamó Candado, enfadado.
—No es para tanto, Candado. Después de todo, tenemos una visita inesperada —dijo el hombre extraño con voz tranquila y serena.
—¿Qué tipo de visita? —preguntó un chico con acento irlandés.
—La clase de visita del tipo "no tengo idea", pero si está aquí en este momento, escondida —respondió el hombre en el mismo tono calmado.
Hammya estaba asustada, y se acurrucó en el fondo del armario con ambas manos en la boca para evitar que la vieran u oyera. Sin embargo, su curiosidad la llevó a mirar nuevamente, y notó que todos en la habitación estaban sacando armas, excepto Candado.
—Imposible, no siento ninguna alma mágica en esta casa —dijo Candado.
—Bueno, ¿por qué no se lo preguntamos a ella? —propuso la voz extraña.
—¿Ella? —preguntó Héctor.
—Sí, ella. Vamos, no seas tímida —respondió la voz misteriosa.
De repente, una fuerza invisible sacó a Hammya del armario y la hizo caer en medio de la mesa. El impacto le causó dolor en la cabeza, por lo que se frotó la sien. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró con dos espadas apuntándole al cuello, una pistola de clavos en la frente, una bola de fuego cerca de su abdomen y una garra en su cadera derecha.
—¿Quién eres y qué quieres? —preguntaron las personas que la apuntaban con las armas.
—Bueno, yo... es que yo pasaba por aquí... —empezó a decir Hammya nerviosamente.
Estaba en un lío, Hammya sabía que si no daba una respuesta convincente, podría estar en peligro. Podía sentir la tensión en el aire, y la mirada en los ojos de aquellos que la rodeaban.
—Ya es suficiente, no es ninguna enemiga, solo es una tonta que decidió meterse donde no la llaman —intervino Candado sin titubear.
—Sí, déjenla en paz. Ella es Hammya —añadió Ana María.
Las cinco personas que la tenían rodeada guardaron sus armas una vez que supieron su nombre. Hammya se volvió para mirar al hombre que parecía saber de su presencia, pero solo encontró una silla vacía.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Candado mientras se acercaba a ella con las manos en los bolsillos y una mirada llena de furia, sospecha y oscuridad. Era una mirada que nunca antes había visto, como si sus ojos fueran armas en sí mismos. A medida que se acercaba, sus compañeros se apartaron para darle paso.
—Te lo voy a preguntar de nuevo. ¿Qué haces aquí? —insistió Candado.
Hammya intentó responder a su pregunta, pero para ser honesta, se había olvidado por completo de por qué estaba allí en primer lugar. Así que simplemente respondió:
—No lo sé.
Candado no parecía satisfecho con esa respuesta, y Hammya temía que él podría comenzar a gritarle en cualquier momento.
—Nunca vi a alguien tan tonto como Matlotsky... —comenzó Candado a decir, pero Hammya dejó de prestar atención.
Mientras Candado le daba un sermón, Ana María, la misma chica que la había metido en el armario, estaba haciendo señas desde atrás de todos. Hammya recordó por qué estaba allí y decidió interrumpir el aburrido sermón de Candado.
—Espera, ya sé por qué estoy aquí —anunció Hammya.
—Bien, escucho —contestó Candado, arqueando una ceja.
Hammya corrió hacia donde estaba Ana María y le entregó el paraguas.
—Vine aquí para devolverte tu paraguas —dijo mientras se lo daba.
Candado, al recibirlo, comenzó a ponerse nervioso, y su nerviosismo aumentó cuando Lucas se acercó por detrás de él.
—Oye, ¿no es ese el paraguas que yo te presté? —preguntó Lucas extendiendo la mano.
—Soy Lucas, Benjamín Lucas. Gracias por devolver el paraguas —agregó mientras aceptaba el paraguas de Hammya.
—Sí, no hay problema —respondió Hammya, sintiendo alivio por haber aclarado la situación.
Después, Lucas se volteó y dirigió su mirada hacia Candado.
—Vaya, en este mundo definitivamente hay dos tipos de personas: las que son buenas y devuelven las cosas, y los que reciben inventos caros y difíciles de hacer solo para luego abandonarlos en cualquier lugar.
—Sí, ¿verdad? ¿Quiénes serán? ¿Acaso habrás sido tú, Matlotsky? —dijo Candado, apoyando su mano derecha en su mentón.
Matlotsky miró a Candado y exclamó:
—¡OYE, YO NO TENGO NADA QUE VER CON ESTO!
Entonces Lucas acercó su frente a la de Candado y exclamó en tono exasperado:
—¡ESTABA HABLANDO DE TI!
—¿Yo? Pero si no lo dejé por ahí tirado. Estaba en la comisaria, el "lugar más seguro que existe" —respondió Candado, haciendo comillas en el aire con sus dedos.
—Sabes muy bien a lo que me refiero —dijo Lucas mientras señalaba con su dedo índice al pecho de Candado.
Candado apartó la mano de Lucas de su pecho y se dirigió hacia Hammya.
—Bueno, ahora que está todo claro, puedes marcharte —dijo Candado.
—¡ESPERA! —interrumpió Ana María—. Ya que ella está aquí, ¿por qué no nos presentamos?
Candado suspiró y, cruzando los brazos, respondió con una inclinación de cabeza:
—Está bien, pueden presentarse.
Las personas en la habitación se acomodaron un poco y comenzaron a presentarse uno por uno. Hammya escuchó atentamente mientras cada uno compartía su nombre y algunas palabras sobre sí mismos. A medida que los escuchaba, empezaba a comprender que había entrado en una situación extraña y desconocida, rodeada por un grupo diverso de individuos.