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Chapter 5 - DESPERTANDO EL PODER

Hammya se acomodó en un elegante sillón negro, y los jóvenes se acercaron para hacer sus presentaciones. El primero en hablar fue Héctor.

Héctor tenía cabello blanco, incluyendo sus cejas, y unos profundos ojos marrones. Su flequillo estaba peinado en una inclinación sutil hacia la izquierda. Portaba un traje formal de color blanco, que combinaba con una corbata y una camisa negra, además de un chaleco del mismo tono blanco. Su porte era serio pero también irradiaba carisma.

En cuanto a sus poderes, Héctor manejaba cartas de póker como si fueran tanto un escudo resistente como flechas veloces. Tenía la habilidad de atravesar objetos sólidos y de lanzar un siniestro vapor negro desde su boca para escapar de situaciones adversas.

Además, destacaba por sus habilidades en matemáticas, así como en el dominio de computadoras y tecnologías. Se decía que, si quisiera, podría dejar a China y Estados Unidos a oscuras con sus conocimientos.

El siguiente en presentarse fue Lucas, aunque ya se ha hablado sobre él. Luego llegó el turno de Anzor.

Anzor: Originario de Moscú, Rusia, Anzor posee un acento ruso debido a su llegada a Argentina a los nueve años de edad. Su cabello es rubio claro y sus ojos, de un intenso tono celeste, reflejan su personalidad. Vestía una camisa blanca y una elegante campera de un profundo azul oscuro. Llevaba también un pañuelo rojo en el cuello, pantalones negros refinados y una gabardina azul que casi llegaba a sus tobillos. Es conocido por su carisma, su sentido del humor chispeante y su rara seriedad, que emerge en contadas ocasiones.

En cuanto a sus poderes, Anzor maneja una espada de estilo medieval que le permite destrozar puertas de hierro y crear tornados de hasta dos metros de longitud. Además, posee la capacidad de volar durante una hora y cuarenta y ocho minutos. Su velocidad es asombrosa; puede recorrer la distancia entre Chaco y Uruguay en un abrir y cerrar de ojos.

Anzor también destaca por su maestría en el arte del escondite. Utiliza el entorno a su favor para ocultarse y cuenta con una memoria excepcional que le permite recordar todo sin olvidar detalle alguno. Además, es sumamente cauteloso con las llamadas telefónicas.

Matlotsky: Aunque pueda resultar sorprendente, nació en Tierra del Fuego. Su cabello es negro, y sus ojos tienen un cautivador tono verde. Viste una camisa de mangas largas de color naranja, arremangada hasta el antebrazo, junto con un elegante chaleco negro y una corbata del mismo tono. Complementa su atuendo con pantalones refinados en un marrón oscuro y zapatillas elegantes de un tono marrón claro, que presentan una línea verde. Además, lleva un lápiz verde en su oreja izquierda y un guante de obrero en su mano derecha. Un cinturón de herramientas lo acompaña, en el cual se encuentran un martillo, una pistola de clavos y una caja de herramientas que, a pesar de parecer extraño, tiene la capacidad de almacenar hasta doscientos millones de objetos. Matlotsky es conocido por ser el miembro algo cómico del grupo, pero es igualmente amable y confiable. Jamás traicionaría a sus amigos, y disfruta enormemente gastar bromas y molestar a su equipo.

A diferencia de algunos de sus compañeros, Matlotsky no posee ningún poder.

Sin embargo, su habilidad reside en una capacidad prácticamente inhumana: puede construir cosas con una impresionante rapidez en tan solo trece minutos. Esto abarca desde casas y edificios hasta andamios, escudos protectores, escaleras de muro (de utilidad exclusiva para Candado) y torretas de clavos, estas últimas de uso manual.

Ana: De cabello rubio largo y suelto, y unos penetrantes ojos verdes, Ana María tiene un lunar justo debajo de su ojo derecho. Viste una camisa blanca de mangas largas con un lazo celeste en forma de moño que adorna su cuello. Lleva una pulsera que dice "SOY LO QUE SOY", así como una cadena bañada en oro que cuelga con un adorno en forma de media luna. Su atuendo se completa con una pollera azul que llega hasta sus rodillas y medias blancas que alcanzan la misma altura. Sus zapatos negros lustrados complementan su apariencia. Ana María es una persona extremadamente enérgica, aunque también se le atribuyen rasgos de terquedad, cabezonería, burla y picardía.

En cuanto a sus habilidades, Ana María posee una increíble fuerza sobrehumana que le permite levantar un camión con una sola mano. Además, tiene la capacidad de respirar bajo el agua y de volverse sigilosa cuando lo necesita. También es capaz de lanzar rayos láser rojos desde sus ojos.

En lo que respecta a sus habilidades, su asombrosa fuerza le permite saltar cien veces más alto que un humano sin poderes. Domina la cocina con destreza, siendo capaz de preparar al menos seis platillos diferentes. Su desempeño en la escuela es excelente y, como si fuera poco, tiene la capacidad de cargar objetos pesados.

La sexta en presentarse fue Declan, quien se acercó a Hammya y, con una expresión de enojo en su rostro, pronunció: "Te tendré vigilada".

Declan: Originario de Dublín, Irlanda, pasó su infancia en Fingal, específicamente en el pueblo de Howth. Su acento irlandés perdura en su hablar debido a su llegada a Argentina a los nueve años. De cabello rojo claro y ojos azules, viste una camisa celeste acompañada de pantalones de vestir en tono negro. Complementa su atuendo con una elegante gabardina del mismo color, una corbata azul y una cadena plateada en su cuello con una cruz de Jesucristo como adorno.

En cuanto a sus poderes, Declan posee una espada que le permite triplicar su fuerza de ataque a una velocidad asombrosa de 777 kilómetros por hora. Al igual que Anzor, puede generar un tornado, aunque en esta ocasión es de fuego en lugar de viento o arena. Además, tiene la habilidad de invocar espadas del suelo o del aire, es un espadachín competente (aunque no alcanza el nivel de Anzor), y puede ver en la oscuridad. Su carácter es serio y desconfiado, aunque reserva su confianza para sus amigos y familiares, lo que ocasionalmente se refleja en una risa.

En lo que respecta a sus habilidades, Declan comparte con Candado su habilidad para observar, aunque él se guía más por la intuición en lugar de deducir. A pesar de que pueda ser algo lento para comprender ciertas situaciones, muestra una gran perspicacia dependiendo del contexto. Además, es un experto en la confección de ropas y peluches. Curiosamente, posee la peculiar habilidad de percibir el contenido de un libro simplemente mirando su portada, lo que plantea la interrogante de cómo puede conocer su contenido sin siquiera leerlo.

El siguiente en hacer su presentación fue Germán, quien se acercó a Hammya y habló con una voz tranquila y reconfortante: —"No le prestes atención a Declan. Él es desconfiado por naturaleza, pero como eres nueva, simplemente está cuidándose. Si te esfuerzas en ganarte su confianza, estoy seguro de que eventualmente se llevarán bien."

Germán: Con cabello negro y ojos grises, Germán ostenta una cicatriz en forma del número cuatro en su mejilla derecha. Viste con una camisa blanca y un traje negro, complementado por una corbata del mismo tono. Su apariencia podría evocar la imagen de los "hombres de negro", si no fuera por la falta de gafas oscuras. A pesar de la impresión inicial, es una persona amable y amigable. Aunque muchos puedan percibirlo como rudo, en realidad es comprensivo y siempre lleva consigo una sonrisa (Psicópata).

En cuanto a sus poderes, Germán es el séptimo hijo de la familia Benítez, lo que lo convierte en un lobizón. Posee una fuerza impresionante, casi igual a la de Ana María. A diferencia de otros lobizones que solo se transforman durante la luna llena y pierden la conciencia, Germán puede convertirse a voluntad propia y mantener la plena conciencia de sus actos. Puede hablar e interactuar normalmente en esta forma. Es ágil y rápido a través de los bosques, y puede escalar grandes muros con sus afiladas garras. Además, es capaz de cortar madera y árboles con sus uñas súper afiladas. Al transformarse en lobizón, aumenta su altura en tres metros, lo que lo vuelve aún más rápido y ágil. Sus ropas se adaptan estirándose en el momento de la transformación.

En cuanto a sus habilidades, Germán ha elegido ser el guardaespaldas personal de Candado, una elección que hizo por voluntad propia. Siempre sigue a Candado a todas partes, como si fuera su sombra. Posee una visión excepcional que le permite ver a una distancia de treinta y cinco kilómetros. Es un genio en matemáticas y literatura, capaz de pensar con claridad incluso bajo una gran presión. Por último, tiene la habilidad de llevarse bien con todos los animales.

Un rasgo distintivo de Germán es su alegría constante. Es raro verlo enojado, triste o serio, ya que siempre lleva una sonrisa en su rostro, de manera similar a cómo Candado suele mantener su seriedad.

La octava y novena eran las hermanas Erika y Lucía.

Erika: Pelirroja de cabello largo y ojos oscuros, Erika suele vestir pantalones formales de color rojo, acompañados de una camisa negra con un moño rojo y un chaleco formal en el mismo tono. Se destaca por ser amable, inteligente, inocente y tímida. Aspira a ser como Candado, mostrándose igual de fuerte y sin temor ante sus enemigos.

En cuanto a sus poderes, Erika posee el poder del platino, lo que le permite crear platino líquido no letal. Tiene el control sobre la temperatura, pudiendo hacer que sea caliente o frío a voluntad. Utiliza este poder como escudo y su grito agudo puede aturdir a aquellos que estén cerca. Genera esferas de platino y electricidad que explotan al entrar en contacto con alguien. Porta un anillo plateado que, al unirse con el anillo de su hermana, genera una esfera gaseosa de oro y plata, una combinación curiosa y poderosa capaz de destruir incluso un edificio.

En cuanto sus habilidades, Erika es ambidiestra y tiene la capacidad de vislumbrar el futuro durante ochocientos segundos. Puede transmitir conocimientos a través de su sangre, aunque esta habilidad no agrada a Candado. Es hábil en construir mentiras creíbles y lógicas, es decir, es una buena mentirosa. Además, sabe conducir un automóvil, aunque esta habilidad no es útil para Candado debido a su baja estatura.

Segunda hermana.

Lucía: Es todo lo contrario de su hermana en algunos aspectos. Tiene los mismos ojos que ella y visten de manera idéntica, con una sola diferencia en su atuendo: ella añade una corbata roja y utiliza lentes. Su cabello, al igual que el de su hermana, es largo. A diferencia de Erika, Lucía presenta un comportamiento salvaje y extremadamente competitivo. Disfruta molestar a Héctor y Declan, y suele estar siempre cerca de su hermana. No aprueba la forma de vestir exagerada de Héctor y Lucas. A pesar de su apariencia, se preocupa profundamente por todos sus amigos. Lucía idolatra a Candado y a Ana María en gran medida.

En cuanto a su poder, Lucía comparte las mismas características de poder que Erika, pero con el oro. Puede lanzar vientos helados desde su nariz, boca y oídos, y su rugido es más poderoso que el de un león. No siente dolor físico, aunque es vulnerable al dolor mental y emocional. Tiene la capacidad de perder extremidades y regenerarlas rápidamente, con excepción de su cabeza, ya que este proceso es más lento. Puede volverse invisible para el campo visual de una persona, aunque para lograrlo debe desnudarse (aunque este último poder fue prohibido por Candado, por lo que rara vez lo utiliza).

En cuanto a su habilidad, Lucía puede espiar a las personas sin que se den cuenta. Tiene la capacidad de caminar o correr sobre el agua. Su rapidez al hablar le permite esconder mensajes de manera efectiva. Mantiene un excelente equilibrio en diversas situaciones. Siente un gran interés por la biología y la historia universal.

Cuando todos se habían presentado, Héctor propuso algo a Candado:

—¿Qué tal si "él" también se presenta? —dijo Héctor a Candado.

—Estás loco, ¿recuerdas lo que te pasó la primera vez que lo viste a "él"?

—Sí, lo recuerdo, Candado, pero en esa época era muy pequeño —respondió Héctor con las manos en las caderas.

—¿Quién es "él"?

—No es asunto tuyo.

—Vamos, no seas así, Candadito. Si va a unirse a nosotros, debe conocerlo —dijo Ana María con tono burlón.

—¿¡UNIRSE!? Apenas la conocemos. ¿Cómo va a unirse a nosotros una desconocida? —exclamó Declan enojado.

—Ya no es desconocida, porque nos hemos presentado, y ella también se ha presentado —dijo Germán con voz jovial.

—A mí me cae bien, su cabello verde llama mucho mi atención —añadió Ana, golpeteando los dedos en la mesa.

—¿¡AH Sí!? ¡SOLO PORQUE LLEVA ESE COLOR DE CABELLO NO SIGNIFICA QUE SEA DE FIAR! En medio de los gritos y las peleas sobre si Hammya debía o no unirse a ellos, Lucas, quien estaba sentado, se levantó muy molesto y golpeó la mesa con su mano en llamas.

—¡SILENCIO! Y dejemos que Candado decida. Él es nuestro líder, después de todo. Todos se callaron y miraron a Candado. Él los observó a todos y, levantando su dedo, habló.

—Bueno, por un lado es cierto que no la conocemos y es posible que nos traicione en algún momento, pero por otro lado, ocultó su presencia y su poder de mí. Además, Tínbari me dijo que no la conoce, lo que la hace muy interesante.

—¿Quién es Tínbari? —preguntó Hammya. En ese momento, una voz elegante y soberbia resonó.

—Todos ustedes son aburridos. No sé ustedes, pero a mí me agrada la pequeña.

—Eres un estúpido. Deberías haber esperado mis órdenes —dijo Candado, mirando en todas direcciones.

—Ya me aburrí de verlos pelear —contestó la voz de manera burlona.

—Eres un... bah, ya no importa. Puedes mostrarte —dijo Candado, llevándose la mano derecha al rostro.

Héctor miró a Hammya y dijo:

—Procura no asustarte si lo ves. Puede parecer un poco tenebroso y malvado, pero no es malo —añadió Héctor.

En ese momento, una ola de humo negro comenzó a aparecer y formó una figura humana. Cuando terminó y el humo se dispersó, el individuo quedó en exhibición. Podría decirse que era el horror personificado, y estaba frente a Hammya.

Él la miró y sonrió, acercándose a ella y extendiéndole la mano. En ese instante, Hammya se dio cuenta de que también debía presentarse.

Tínbari: Su piel era roja y sus ojos eran negros, como si nunca hubiera visto el sol, pero con puntos blancos en ellos. Tenía dos cuernos cortos y blancos, y un casco verde entre ellos. Cicatrices en forma de triángulo cruzaban su frente, desde cerca de su cuerno pasando por el centro, cerca de la abertura de su casco, y terminando en el otro cuerno. La disposición en la otra frente era similar, pero al revés. Hilos atravesaban sus labios, como si su boca hubiera sido cosida. En su mano izquierda tenía tres dedos rojos con garras afiladas; en la otra, una mano normal con cinco dedos y un guante negro ajustado. No tenía orejas, sino pequeños agujeros en su lugar. Carecía de nariz, presentando en cambio dos orificios. Tampoco tenía cejas ni pestañas. Vestía una camisa roja con una corbata verde clara, una gabardina azul hasta las rodillas, pantalones de vestir negros con un cinturón del mismo color y zapatos negros de gala muy bien lustrados. Era tranquilo y extrovertido, disfrutaba asustando a la gente con su apariencia. Es un Bari (en su lengua significa "Padre", en la nuestra significa dios), protector de Candado. Le gusta la comida que cocina la madre de Candado. En su pasado, fue humano, uno de los desaparecidos de la última dictadura militar. Participó en la guerra de Malvinas. Su apariencia se debe a las personas a las que mató por venganza después de su muerte.

Poder: Es el Padre de la Muerte (Dios de la muerte), un demonio capaz de recolectar y destruir almas humanas. Controla los elementos terrestres y posee otros poderes. Es inmortal.

Habilidad: No posee ninguna (es un fantasma, demonio y dios de la muerte; su naturaleza ya es habilidad suficiente).

Hammya no se asustó en absoluto al verlo, ni mostró asombro, tristeza o alegría; su mirada era inexpresiva. Esto llamó la atención de todos, incluido Tínbari. Por supuesto, a cualquiera le sorprendería que alguien no sienta miedo hacia un dios de la muerte tenebroso y feo. Esto despertó sospechas, especialmente en Declan, sobre por qué Hammya no reaccionó asustada o sorprendida.

—¿Qué expresión es esa? —preguntó Héctor, con una mano en el mentón y la otra en el bolsillo.

—¿Qué expresión? —preguntó Hammya.

—Sí, esa expresión —señaló Luca, sorprendido.

—Viste a Tínbari en persona y no mostraste ninguna expresión. Cualquier persona se habría asustado al verlo, incluso Candado —dijo Anzor, con los brazos cruzados.

Hammya no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, miraba alrededor esperando que alguien le explicara la situación.

—¿Ya habías visto a Tínbari antes, niña? —preguntó Candado, muy cerca de Hammya.

—No, para nada. Es la primera vez que veo a alguien así —dijo Hammya, mirándolo a los ojos con expresión preocupada.

Candado volteó la espalda a Hammya, con los brazos cruzados, y declaró: —Entendido. En ese caso, voy a probar algo contigo.

En ese momento, Candado sacó rápidamente su facón y lo posicionó sobre la garganta de Hammya

. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Hammya, con voz temblorosa, miedo en sus ojos y un sudor mayor.

Todos miraban a Candado con preocupación, ya que tenía un arma súper afilada en el cuello de la niña.

—Bueno, no eres un robot y nadie te controla —dijo Candado mientras guardaba su facón en el cinturón de su espalda.

—¡¿POR QUÉ ME HICISTE ESO, CANDADO? ¡DIME POR QUÉ! —gritó Hammya, histérica.

Candado puso su mano en la frente de Hammya.

—Mmm, no tienes palpitaciones ni dolores. Creo que estás bien; al parecer, no lo escondes para vos. Bien hecho —dijo Candado.

La niña Hammya no tenía ni la mínima idea de lo que estaba pasando. El misterio era tal que buscó rápidamente una respuesta lógica a la situación. Sin embargo, cuanto más pensaba, más se confundía y surgían nuevas preguntas.

—Dadas las circunstancias a las que te he sometido, pido disculpas y también oficialmente, has entrado a la hermandad —dijo Candado con una expresión fría e inexpresiva, mientras ponía su mano derecha en el hombro de Hammya.

Los compañeros de Candado lo miraron y exclamaron:

—¿¡QUÉ DEMONIOS!?

—Qué manera más rudimentaria de pedir disculpas —comentó Tínbari con una sonrisa.

Todos, excepto Ana, quien fue la única que dijo "¡yupi!", reaccionaron con sorpresa. Lucas se acercó a Candado, claramente insatisfecho con la decisión.

—Amigo, ¿Qué fue lo que te llamó la atención para que se uniera a nosotros? Digo, ni siquiera la conocemos. ¿Cómo sabremos que estará de nuestro lado?

Las palabras de Lucas bastaron para que todos lo miraran como si estuviera loco. (En esa época, cuestionar la autoridad de Candado equivalía a ganarse una lápida y un sepulcro barato si lo decías). Pero Lucas no tardó en recibir respuesta.

—Es una corazonada. Con el tiempo, entenderán de qué les hablo —dijo Candado, sin siquiera mirarlo.

Esas tres palabras casi no respondieron la pregunta de Lucas, por no decir que no respondieron en absoluto. Nadie comprendía por qué habían admitido a Hammya en el grupo. El cambio de actitud de Candado, de sospecha a ambición, no estaba claro. Cuando Candado se dirigía hacia la puerta de salida, se volteó y dijo:

—Oh, y también la noticia de hoy era que Esteban y sus secuaces adquirieron una nueva técnica de combate que parece ser más peligrosa que la anterior. Procuren no enfrentarse a él mientras yo no esté presente —dijo mientras cerraba la puerta tras de sí.

—Oye, espera —dijo Anzor.

Candado cerró la puerta con violencia; era evidente que no deseaba escuchar más. La casa quedó sumida en un inusual silencio. Hammya dejó de mirar la puerta por la que Candado había salido y se centró en Tínbari, quien contemplaba la misma puerta con una sonrisa en el rostro.

—Has sorprendido a Candadito y a mí. Genial, pero ahora te toca ganarte la confianza de todos —dijo Tínbari, mirando la puerta.

—Oye, pero yo no tengo idea de lo que está pasando.

—Tranquila, todo se aclarará si alguien te informa sobre lo que está sucediendo. Sin embargo, ese no seré yo —dijo Tínbari mientras desaparecía en una nube de humo negro.

Hammya quedó totalmente desconcertada; era como si le hablaran en chino o en alemán. Cuando estaba a punto de levantarse de la silla, una mano se posó en su hombro. Al voltear, se encontró con Ana.

—No te preocupes, yo confío en ti y estoy segura de que todos también lo harán —dijo Ana con una sonrisa.

—Hola, ¿podrías explicarme qué está pasando?

—Claro, no hay problema. Ella se sentó junto a Hammya y comenzó a hablar.

—Bien, te contaré lo principal. Este gremio al que perteneces se llama "La Hermandad Roobóleo". Fue creado por Jack Barret cuando tenía doce años, pero después su hijo, Alfred Barret, tomó el mando.

—¿Quién es Alfred Barret?

—Es el abuelo de Candado, bueno, lo era. Fue asesinado hace dos meses —dijo Ana con la cabeza gacha.

—Lo siento.

—No te disculpes. Deberías haberlo conocido; era muy amable y siempre me daba dulces.

—¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué lo mataron? —preguntó Hammya preocupada.

—No lo sabemos, nadie lo sabe, ni siquiera Candado. Pero los problemas empezaron antes de eso.

—¿A qué te refieres?

—Verás, el abuelo de Candado ya tenía problemas con alguien desde hace años. Un ejemplo es el desastre del noventa y nueve.

—¿Desastre? ¿Qué ocurrió en esa fecha? —preguntó Hammya sorprendida.

—¿No conoces el desastre del noventa y nueve? Bueno, aquí está la historia. Alfred tenía mucho dinero y, al igual que Candado, un Bari (Padre en idioma Roobóleo) apareció en su vida cuando era niño. Le contó que venía de un planeta llamado Cotorium. Desde entonces, Alfred tenía la ambición de construir un transporte muy rápido para llegar a Cotorium. Pero el proceso fue largo. En 1967, Alfred creó planos para una máquina de teletransportación que llevara a ese planeta, pero carecía de los recursos necesarios. Se le ocurrió entonces crear un laboratorio subterráneo que se extendiera desde Resistencia hasta nuestro pueblo, lo que le daría total libertad para construirlo. El proyecto fue un éxito y se inauguró en 1990, pero nueve años después, ocurrió un incidente...

—¿Qué pasó? —preguntó Hammya con mayor intriga.

—Lo siento, no puedo decirte exactamente qué ocurrió. Nadie lo sabe, ni siquiera Candado. Su abuelo nunca lo reveló, ni a él ni a su familia. Los sobrevivientes guardaron silencio y no hubo denuncias sobre el suceso. Solo sé que fue noticia en todos los diarios: "Institución de la provincia del Chaco se incendió el jueves por la mañana". Eso es todo lo que se dijo.

—Entiendo. Así que eso explica el comportamiento de Candado, ¿verdad? —No, no tiene nada que ver. Siempre fue así; esta situación solo lo agravó —dijo Ana haciendo gestos con sus dedos.

Las cosas seguían poco claras. La verdad era que Hammya entendió muy poco. No era la explicación que esperaba, así que preguntó algo diferente.

—¿Quién es Esteban?

—Esteban es el rival de Candado. Se odian desde hace mucho tiempo por alguna razón, aunque no sé por qué. Lo que sí sé es que él es más fuerte que todos nosotros. Solo Candado está a su altura y viceversa.

Antes de que Ana María continuara respondiendo todas las preguntas de Hammya, Declan se acercó a Ana y, con un tono autoritario, dijo:

—Ana, es hora de irnos.

—Ya voy —respondió Ana de mala gana.

—¿A dónde vas?

—Lo lamento, tengo que irme a casa. No te preocupes, mañana seguiremos hablando. —Claro, nos vemos luego. ¿Quizás?

Luego, Ana se marchó con las mellizas y Declan. Poco a poco, la casa comenzó a vaciarse hasta que Hammya quedó sola. En ese momento, comenzó a reflexionar sobre lo ocurrido y lo que Ana le había contado. Por alguna razón desconocida, Candado había permitido que Hammya se uniera al gremio. Se trataba de un extraño accidente en 1999, el asesinato del abuelo de Candado, una enemistad con un chico llamado Esteban, y la existencia de vida extraterrestre en un planeta. Hammya no sabía si ellos estaban locos o si ella simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Las experiencias del día revoloteaban en su mente mientras buscaba alguna explicación, al menos una que fuera un poco más clara. Se levantó y se acercó a la ventana. Observó cómo los bosques se movían por efecto del viento. Luego, miró el reloj y vio que eran las 3:36 pm. "Vaya, el tiempo vuela cuando te diviertes", pensó.

Luego, con una mirada firme y decidida, declaró:

—Bien, ya sé lo que tengo que hacer —dijo con el puño extendido hacia la ventana.

Mientras tanto, Candado caminaba por las calles vacías del pueblo bajo la lluvia, con las manos en los bolsillos. Estaba sumido en sus pensamientos (cosa que disfrutaba mucho) acerca de lo que había sucedido ese día.

—¿Qué te pasa, amigo? ¿La niña te sacó de tus casillas? —preguntó Tínbari mientras volaba sobre su cabeza.

—Cállate, idiota. Estoy cansado debido a todo lo que pasó hoy, y no tengo ganas de escuchar tus burlas, "DEMONTO" (demonio y tonto). Además, ¿por qué no me dejaste hacerle la pregunta cuando se sentó junto a mí en la escuela?

—Podría ser un augurio mío, pero ella no es como ustedes, los humanos. No, señor. Esa chica Hammya emana algo distinto que no conozco. Además, su poder y su alma son más extraordinarios de lo que cabe esperar en un humano común. Casi puedo asegurar que es mucho más fuerte de lo que aparenta.

—¿Tú también? Bueno, sí, ya lo suponía. Pero eso de que no es humana, ya lo sabía —respondió Candado con arrogancia.

—Ah, también lo sabías. Bien por ti. A propósito, me gustaría saber ¿por qué la admitiste en tu gremio?

—Bueno, así como tú tienes tus "augurios", yo tuve una corazonada —dijo Candado con una risa torcida y los ojos cerrados.

—No me digas que te recordó a ella, ¿verdad? —dijo Tínbari en tono suave. Al escuchar esto, Candado llevó su mano derecha hacia su cadena bañada en oro, que tenía un sol, y dijo:

—Ella era única e irremplazable. Jamás podría hacer tal cosa. Daría lo que fuera por retroceder en el tiempo —añadió con un tono medio triste.

—No te serviría de nada retroceder en el tiempo. Aparte de que es imposible, no podrías ayudarla de todas formas, ya que ella estaba enferma.

—Ya lo sé, pero me gustaría verla una vez más. Tínbari se detuvo detrás de Candado y, de manera burlona y poco sensible, dijo:

—Bueno, me aburrí de hablar de tu hermana fallecida. Ya está donde debe estar de todos modos. Total, a todos los humanos les espera esa cómoda caja de madera que es inútil tener. Y también les esperan unos cuantos gusanos bajo tierra. Si tienes algo más que decirme, hablaremos luego. Tengo trabajo en el Pensilvania. Nos vemos, amigo

—dijo Tínbari mientras se desvanecía. Al escuchar esto, Candado no se enojó ni se molestó. Más bien, comenzó a reír por lo que Tínbari había dicho. La risa le permitió olvidar sus penas y tristezas por la muerte de su hermana. Tras reír durante un buen rato, Candado se secó las lágrimas de los ojos con su pañuelo rojo.

—Gracias, Tínbari. Lo necesitaba.

Después de pronunciar estas palabras, Tínbari se desvaneció en el aire, y la pequeña brisa que soplaba en la nuca de Candado llevó consigo una risa que poco a poco se fue desvaneciendo a medida que el viento se calmaba. Ahora, Candado quedaba solo en las tranquilas calles del pueblo, donde los únicos habitantes eran pájaros, gatos, perros y algunos molestos mosquitos.

Miró sus manos y sus zapatos por un momento y luego emprendió el camino de vuelta a su casa. La tarde avanzaba, y caminó durante un largo rato, contemplando los paisajes de las calles del pueblo y los bosques. Finalmente, llegó a su barrio. Eran las 3:49 p.m., y ya empezaba a ver a personas por todas partes: adultos charlando, ancianos barriendo sus casas y otros tomando mate o tereré. Niños de entre 6 y 8 años jugaban con una pelota en el barro, mientras que jóvenes de entre 18 y 20 años realizaban payasadas en los muros de las casas.

Candado llegó a su casa, la cual se asemejaba a un chalet de estilo alemán construido mayoritariamente con ladrillos y cemento. La fachada era de un color celeste claro, dándole un aspecto distintivo. En la parte superior de la casa, había un pequeño establo con un techo de madera. La vivienda constaba de dos pisos, además del establo en la parte superior.

Después de observar su hogar durante un minuto y medio, Candado entró por la puerta principal. La cerró tras de sí y la aseguró con llave. La luz del sol que entraba por las ventanas del comedor, la cocina y la sala de estar iluminaba la casa.

Subió las escaleras que se encontraban frente a la puerta principal y llegó a un pasillo con cuatro puertas. Tres de ellas llevaban a habitaciones, y la última conducía únicamente a una escalera que subía al establo de arriba.

Se acercó a la segunda puerta, una puerta de madera de color verde con un corazón amarillo en el centro, y la abrió con extremo cuidado. Encontró a su abuela Andrea durmiendo en un sillón, con un libro de cuentos de hadas en su regazo. Frente a ella, la pequeña Karen, de tan solo dos años, jugaba con un peluche en forma de rana. Karen tenía ojos verdes, cabello rubio y corto, y solía vestir un overol amarillo con un bolsillo en el pecho. Llevaba medias rosadas con ositos y una remera verde brillante. Aunque no tenía poderes especiales, Karen destacaba por su tranquilidad y astucia a pesar de su corta edad.

Al ver que todo estaba en orden, Candado cerró la puerta con delicadeza y silencio, para no despertar a la bebé. Karen continuó jugando ajena a la presencia de su hermano.

Al comprobar que todo estaba en orden, Candado cerró la puerta de manera delicada y silenciosa, con tanto cuidado que ni siquiera la bebé se percató de la presencia de su hermano.

Después de asegurarse de que su hermana estuviera feliz y sana, Candado se encaminó hacia su propia habitación. La puerta de su habitación era de madera blanca y en ella había un letrero con la inscripción en latín "Cogito ergo sum" (pienso, luego existo). Al entrar, se encontró con un espacio amplio que contenía dos ventanas adornadas con cortinas. Las paredes estaban pintadas de hormigón blanco y destacaban en contraste con el resto de la decoración.

El mobiliario de la habitación era variado y práctico. Una cama de tamaño ideal para dos personas se ubicaba bajo una de las ventanas, con una frazada azul y una almohada naranja. Junto a la puerta, había un ropero de madera de color rojo cereza con un espejo en la puerta. Al costado de la cama, a unos tres o cuatro centímetros, se encontraba un escritorio negro bajo la otra ventana, acompañado por una silla de madera del mismo color. El piso estaba cubierto por una alfombra gris.

La habitación contaba con comodidades modernas, como un aire acondicionado, un ventilador en el techo y una pequeña estufa en el cajón del escritorio. La decoración de las paredes consistía en cinco cuadros y tres marcos de fotos. Los cuadros representaban a figuras históricas como Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Eva Duarte, Ernesto Guevara, Nicolás Avellaneda y Roque Sáenz Peña.

Los marcos de fotos estaban colocados en un mueble al lado del ropero. Uno de los marcos contenía una fotografía de la familia de Candado, incluyendo a sus padres, abuelos, tíos, tías, primos y sus dos hermanas. Una de sus hermanas era Karen, que tenía apenas seis semanas de edad en la foto. En otra foto, Candado sonreía junto a su primo y su hermana, sentado al frente. Otra foto mostraba a Candado con sus amigos: Héctor, Lucas, Ana María, German, Matlotsky, Lucía, Erika, Anzor, Declan, Viki, y su mascota Sío y Clementina. También había una foto en la que Candado y sus primos sostenían un trofeo de fútbol en alto.

Candado se quitó su boina y la colocó en su ropero utilizando una percha. Luego, tomó una boina distinta y la colgó en un gancho en la puerta. Se sentó en su escritorio y sacó un libro de su cajón. Sin embargo, en ese momento escuchó un ruido apenas perceptible, lo cual no le pareció normal en absoluto. La habitación contigua pertenecía a su difunta hermana, y nadie entraba allí excepto para limpiar los fines de semana. Lleno de sospechas e intriga, cerró el libro cuidadosamente y lo dejó sobre la mesa. Se puso de pie, agarró su facón y salió de su habitación con cautela, dirigiéndose a la habitación contigua.

Al llegar, puso su oreja en la puerta y comenzó a escuchar pequeños ruidos, como el sonido de un cierre y pasos.

—¿Ladrones? Esteban ha llegado muy lejos —susurró Candado para sí mismo.

Sin perder tiempo, agarró el picaporte y abrió la puerta rápidamente. Acto seguido, se lanzó sobre la figura sospechosa, inmovilizándola y colocando su facón en su cuello para evitar que gritara. Pero para su sorpresa, se encontró con una Hammya asustada, temblando y con lágrimas en los ojos.

—¿Qué diablos? ¿Por qué estás aquí, pedazo de árbol silvestre? —preguntó Candado, manteniendo el cuchillo en el cuello de Hammya.

—En serio, Candado, creo que deberías tranquilizarte, por favor —dijo Hammya, titubeando.

—No sé de dónde vienes ni qué costumbres tienes, ¡pero AQUÍ LAS PERSONAS ENTRAN POR LA PUERTA Y NO POR LA VENTANA! —gritó Candado, furioso.

—Te lo contaré todo, solo quita ese cuchillo de mi cuello —dijo Hammya, a punto de llorar. Candado se puso de pie, guardó su facón y ayudó a Hammya a levantarse.

—Bien, ¿qué haces aquí? —preguntó Candado, con los brazos cruzados y la ceja levantada. Hammya sacó una carta de su bolsillo y dijo:

—Mi padre, antes de morir, me dijo que te diera esta carta. Iba a decírtelo en la escuela, pero se me olvidó. Luego en esa casa, pero volví a olvidarlo —decía mientras extendía su mano con una carta en ella. —Idiota.

—Perdón, me distraje. Candado tomó la carta y la abrió, en ella decía:

Mi querido amigo, sé que esto puede parecerte descabellado y extraño, pero me dijiste que estabas en deuda conmigo y que si alguna vez necesitaba ayuda no dudaría en acudir a ti y a tu padre. Lamento comunicarte que tengo cáncer terminal y estoy sufriendo mucho dolor a consecuencia de esto. Se me dificulta mucho moverme y también respirar, casi no tengo fuerzas. La quimioterapia ya no me sirve y he pedido una muerte digna para no sufrir más.

Por eso quiero pedirte un favor. Quiero que cuides a mi niña, Hammya Saillim, porque yo no podré hacerlo. No deseo que termine en un orfanato y como no tengo familia ni amigos de confianza, confío su cuidado a ti. Has demostrado ser una persona digna de méritos y confianza. Así que, por favor, cuídala. Lamento no poder explicar más en esta carta, pero Hammya te lo contará todo a su debido tiempo.

Tuyo, Ricardo Miranda "El Rueda"

Al leer esto, Candado sintió una mezcla de tristeza y pena por su amigo "El Rueda", quien no pudo verle en sus últimos momentos. Miró a Hammya y pensó que tal vez podría quedarse si se lo pedía a sus padres. Sin embargo, ¿cómo podría hacerlo? Era una situación repentina y no se trataba de un perro o un gato abandonado; no, era una niña que no tenía a dónde ir. Candado tomó aliento y, con cierta frialdad, dijo:

—No lo sé. Tal vez si hablo con mis padres, podrías quedarte.

Hammya esbozó una sonrisa y estuvo a punto de abrazar a Candado, pero él rápidamente puso su mano en su frente para mantenerla a distancia.

—No se te ocurra. Mira tus prendas, están sucias. Seguro tuviste que pasar por el barro del jardín. Primero date un baño y cambia tu ropa.

—¿Solo eso?

—Todavía te odio. Y si vas a vivir aquí, no me molestes en absoluto. Puedo hacer tu vida muy miserable, seas o no hija de Miranda. La carta dice que te cuide, pero en ningún momento especifica cómo hacerlo.

—Bueno —dijo Hammya, visiblemente asustada.

—Me alegra que hayas entendido, esmeralda.

—Deja de burlarte. Traté de teñirme el pelo, pero cada vez que lo hacía, el color cambiaba.

—Te deprimes muy fácilmente. Qué torpe.

—Bueno, creo que ya es suficiente. Ahora, ¿Dónde está el baño?

Candado hizo un gesto para que lo siguiera. Sin embargo, al dirigirse a la entrada, la puerta se abrió misteriosamente y golpeó a Candado en la cara, provocando que cayera al suelo, gimiendo de dolor. En ese momento, apareció una chica de aproximadamente 12 años en la puerta.

—Hola. Vine a inspeccionar los ruidos extraños de esta habitación.

—¡Aaay! Me duele la nariz. ¿Por qué no tocaste la puerta, Clementina? —se quejó Candado, mientras se tocaba la nariz adolorida.

—Joven patrón, no sabía que estabas detrás de la puerta. Mis más sinceras disculpas. Además, ¿por qué iba a tocar la puerta en una habitación vacía? ¿Quieres que el aire la abra? —dijo Clementina, con la mano izquierda sobre su pecho.

—Ja, ja, ja. No intentes razonar lógicamente conmigo, pedazo de Nokia. Y más te vale tener cuidado la próxima vez —advirtió Candado, señalando con su dedo índice la frente de Clementina.

Hammya se acercó a ambos y preguntó:

—Candado, ¿Quién es ella?

—Ah, apenas se conocen y ya la odias. Ay, contigo, niña. Su nombre es Clementina V02 (Versión 02).

—¿Por qué llevas ese apellido? —inquirió Hammya.

—Porque es un robot, fabricado por mi abuelo, con partes sobrevivientes de la computadora Clementina.

—Mucho gusto, señorita extraterrestre —saludó Clementina con una sonrisa.

—Oh, ¿vos también?

Clementina es de piel blanca y tiene el cabello largo, recogido en una cola de caballo, de color negro. Sus ojos son totalmente oscuros, como si nunca hubiera visto la luz del sol, pero tienen círculos verdes brillantes en ellos. Sus cejas están hechas de vidrio irrompible, pintadas en un tono castaño. En su cuello lleva un tatuaje con el número 02. Viste unos pantalones verdes claros de gala, junto con zapatos del mismo color. Su camisa es negra y lleva un chaleco verde. Complementa su atuendo con guantes rosados de gala y una corbata verde fuerte. Su personalidad es sumamente peculiar: es amable y obediente con la familia Barret. De vez en cuando, intenta imitar la seriedad de Candado, pero rara vez le sale bien. A veces, incluso, lo molesta llamándole "joven patrón". Más bien, tiende a ser enérgica, con una pizca de fría seriedad. Actúa como una especie de hermana para Candado.

En cuanto a sus habilidades y poderes, Clementina, al ser una androide creada por Alfred, es una arma defensiva. Tiene manos que pueden transformarse en ametralladoras o navajas, y su pecho tiene la capacidad de lanzar fuego. Además, su brazo derecho cuenta con un cañón de energía que puede destruir un muro entero o una casa. A pesar de tener una apariencia infantil, Clementina actúa con la madurez de una mujer adulta en ciertas ocasiones. Contribuye en las tareas del hogar y cuida de la hermana y la abuela de Candado. Esto último es peculiar, ya que generalmente no se ve a un niño cuidando de una persona mayor. Clementina es extremadamente leal a Candado, en gran parte debido a que él le proporcionó piel para que su aspecto fuera más humano. Además, ella es responsable del manejo de la casa, encargándose de las puertas, ventanas, sistemas de seguridad y más. En otras palabras, tiene un papel central en el funcionamiento de la casa y las actividades de Candado, incluidas las reuniones.

El inicio de la relación entre Hammya y Clementina fue algo torpe, pero eventualmente comenzaron a llevarse bien. Sin embargo, Candado notó algo peculiar en el cabello de Hammya, y con su mano derecha se tocó el mentón antes de acercarse a ella.

—¿Sabes? He estado pensando, ahora que tengo tiempo, acerca de tu cabello. ¿Cuál es tu poder, niña? —Yo no estoy segura, hasta el día de hoy. Solo sé que ocurre cuando estoy inconsciente, pero no sé si realmente tengo algún tipo de poder —respondió Hammya.

—Te equivocas, niña. El 97% del mundo posee poderes. No creo que tú seas la excepción —afirmó Candado.

—¿Cómo sabes eso? Candado hizo una señal a Clementina con un chasquido de dedos, y ella comenzó a hablar.

—Hace 100 años, en Resistencia Chaco, cayó un meteoro del tamaño de una casa en los bosques de la ciudad. Algunos lugareños y policías fueron a investigar lo que había ocurrido. Uno de los testigos se acercó y tocó la piedra que había caído del espacio. Al hacerlo, el meteoro liberó una energía violeta al cielo, ocasionando que se oscureciera completamente el sol. Esta energía abandonó el meteoro y se concentró en el cielo durante varios minutos. Las personas que presenciaron este fenómeno creyeron que era el fin del mundo y comenzaron a rezar a la esfera de energía morada que estaba en el cielo. Sin embargo, algo extraño sucedió. La esfera empezó a comprimirse excesivamente hasta que finalmente explotó en fragmentos que se dispersaron por todo el mundo. Estos fragmentos generaron diversos eventos en todo el mundo, otorgando a los seres humanos magia y poderes cuyo origen aún se desconoce.

—En otras palabras, superhumanos —comentó Candado mientras mostraba su mano izquierda envuelta en una llama violeta. Hammya no comprendía completamente lo que estaba ocurriendo ni si lo que Candado decía era cierto o un truco. Decidió seguirle el juego y, de manera astuta, dio a entender que les creía.

—Vaya, eso lo explica todo. Tienes un poder increíble —dijo Hammya con asombro.

Candado no creía ni una palabra de lo que Hammya le contaba. Sabía que el poder que tenía no era en absoluto extraordinario y tampoco sabía cómo controlarlo adecuadamente. Sin embargo, no podía tacharla de mentirosa, ya que eso podría desencadenar en ella una ambición peligrosa y mortal por demostrarle que estaba equivocado. Si Hammya intentara mostrar su poder sin saber controlarlo, podría poner en peligro su hogar. Candado ya había aprendido esta lección por experiencia, cuando subestimó a un joven de 18 años que no tenía idea de cómo manejar su poder y terminó destrozando la escuela. Por lo tanto, para no dañar su autoestima, Candado ideó un plan.

—Está bien, ¿qué tal si me muestras una pequeña demostración afuera? —propuso Candado, señalando la ventana de su habitación hacia el patio.

—¿Por qué afuera? —preguntaron Hammya y Clementina al unísono.

—Por seguridad, chicas, por seguridad —respondió Candado.

Así que Candado y sus compañeras se dirigieron en silencio al jardín para que Hammya pudiera mostrar su "gran poder". Una vez en el patio, Candado se sentó en un banco de madera y cuero de chivo, Hammya se colocó bajo el único árbol grande en el jardín, y Clementina se posicionó junto a Candado como si fuera su guardaespaldas.

—Bien, muéstrame tu poder —indicó Candado levantando el brazo como si fuera un general.

—Está bien —respondió Hammya, nerviosa.

Adoptó una postura, pero en realidad no tenía idea de lo que debía hacer. Buscó formas de calmarse poco a poco, hasta que finalmente logró hacerlo. Levantó su mano izquierda señalando a Candado y cerró los ojos. Después de unos minutos de tensa espera, algo comenzó a suceder: el viento empezó a soplar más fuerte que antes. Las hojas de los árboles, tanto dentro como fuera de la casa, comenzaron a caer y en lugar de ir al suelo, se acercaron a Hammya y la rodearon en una especie de patrón en forma de X, como si fueran abejas y ella la colmena, o insectos guiados por la luz en la oscuridad de la noche. Pero eso no fue todo. El cabello verde de Hammya comenzó a brillar intensamente, y sus pies dejaron de tocar el suelo; estaba flotando.

Candado, con los brazos cruzados y una expresión impasible, observaba todo lo que sucedía. Clementina, la única sorprendida en la escena, dio cuatro pasos hacia adelante.

—Es asombroso. Su poder tiene una conexión fuerte con la naturaleza.

—¿En qué te basas para decir eso? —preguntó Candado con ironía.

Después de un rato, el poder de Hammya comenzó a perder gradualmente el control, algo que Candado notó rápidamente. Intentó advertir a Clementina que se apartara, pero antes de que pudiera hacerlo, ella dio un paso hacia adelante. De alguna manera, Hammya, con los ojos cerrados, pareció enfurecerse, como si se sintiera amenazada. Las raíces del árbol detrás de ella brotaron del suelo y se precipitaron hacia Clementina a una velocidad sorprendente. Parecía probable que la enorme raíz la golpeara y la destrozara por completo. Candado se dio cuenta de la situación en un instante.

Rápidamente, se levantó de su asiento, corrió y empujó a Clementina a un lado, evitando que las raíces la alcanzaran. En el proceso, él mismo recibió el impacto de las raíces en su pecho. El golpe fue tan fuerte que lo arrojó por los aires y lo hizo volar hacia la entrada de la casa, rompiendo la puerta de hierro que conectaba el patio con la casa con su espalda. Mientras Hammya abría los ojos y veía a Clementina y a Candado en el suelo, las raíces volvieron a su estado original.

Hammya se apresuró a correr hacia Candado, mientras que Clementina, una vez que se puso de pie, también se dirigió a ayudar. Cuando ambas llegaron a él, lo encontraron tirado en el suelo, gravemente herido pero sin una expresión de dolor en su rostro ni una lágrima en sus ojos. En su lugar, mantenía una expresión seria con una ceja arqueada.

—Bueno, digamos que he tenido situaciones más terribles que esta. No todos los días una raíz del árbol que cuidaste durante cinco años te ataca brutalmente y te deja medio muerto —dijo Candado desde el suelo con calma.

—¿Estás bien, joven patrón? —preguntó Clementina mientras sacudía la tierra de su ropa.

—Cómo te gusta hacerme enojar —continuó con gritos— ¡ME GOLPEÓ UN MALDITO ÁRBOL E HIZO QUE MI ESPALDA ROMPIERA LA PUERTA DE HIERRO REFORZADA CON TITANIO ANTI ROBOS, ASÍ QUE NO, NO ESTOY BIEN!

—Lo siento en el alma, Candado —dijo Hammya arrodillándose a su lado. Por supuesto, Candado también lo sentía más que ella.

Un daño emocional no se comparaba con un daño físico extremo; si hubiera sido otra persona, ese golpe habría sido mortal. Cambiando un poco de tema, en un rincón estaba Tínbari, sentado en un sillón con una taza de café y las piernas cruzadas.

—Bueno, bueno, bueno, qué maravilloso desastre ha quedado la casa.

—Oye, Demonto, ¿crees que me voy a morir? Creo que algo le pasó a mis órganos. De hecho, no siento mi espalda.

—No creo que te mueras. Después de todo, eres un humabio (juego de palabras entre humano y soberbio, improvisado para la ocasión), y esos son los que son duros —dijo Tínbari. Hammya se acercó a Candado, puso sus manos en su espalda y lo ayudó a levantarse, pero él frunció los ojos y arqueó una ceja por el dolor.

—Mira, te agradezco la ayuda, pero al hacerlo me causaste un dolor aún más intenso al tocar mi espalda. Como verás, soy una persona caballerosa y no voy a mostrar toda la ira e insultos que tengo en mente, así que si me lo permites.

Luego, Candado procedió a tirarle de la oreja izquierda.

—Me lo merecía —dijo Hammya con expresión de dolor. Justo en ese momento, se escucharon pasos en el piso de arriba y una voz que decía:

—Hijo, ¿Qué es todo este escándalo? Esas palabras causaron un poco de nervios en los presentes. La puerta del jardín y el salón estaban completamente destruidas. En cuanto a Tínbari, desapareció sin dejar rastro, como siempre lo había hecho con todos aquellos que, según él, eran impuros y no tenían derecho a verlo. En realidad, se escondía de los humanos para no llamar la atención. Descendiendo las escaleras, estaba nada más y nada menos que la abuela de Candado, Andrea Batef Gómez Barret (fue la esposa del difunto Alfred). Miró a todos y preguntó.

Abuela Andrea: Tiene el cabello rojizo, con pequeñas canas, corto y recogido en una coleta. Tiene ojos marrones, un lunar en su mejilla superior derecha y casi no tiene arrugas en su rostro, pero sí en sus manos. Tiene piel blanca.

—¿Qué ha pasado aquí?

—No es nada de lo que preocuparse abuela. La puerta se puede reparar y la sala también —dijo Candado mientras arreglaba su camisa.

La abuela dirigió su mirada a Hammya y preguntó.

—Qué niña tan linda. ¿Quién es?

—Oh, su nombre es Hammya. No dejes que su belleza te engañe, porque es una maldita y hambrienta yaguareté —dijo Candado con enojo.

—Ya veo. Así que tu nombre es Hammya, tu padre fue Ricardo Miranda, conocido como el "Rueda", y debido a su muerte te quedarás en esta casa porque Candado fue amigo de ese individuo agudo. También, parece que no sabes manejar tus poderes, ¿verdad?—¿Cómo supo todas esas cosas?

¿Acaso me conoce? —preguntó Hammya sorprendida.—Vamos, no es para sorprenderse. Después de todo, ese es su poder —dijo Candado.

—¿Qué fue todo eso de "No es para sorprenderse"? Ella sabe todo sobre mi padre.

—Niña, niña, niña, tu ingenuidad es tan graciosa como el color de tu cabello. ¿No escuchaste lo que te dije hace poco? En este planeta, el 97% de los humanos tiene poderes. En este caso, mi abuela es uno de ellos.

—Exacto, es como dice mi niño. Tengo poderes desde que era una niña, al igual que ustedes.—¿Qué clase de poderes tiene usted, señora?

—Bueno, tengo algunos, como leer mentes, crear una barrera de protección, sanar heridas y algunas enfermedades, puedo desvanecerme como las cenizas, etc.

—Genial, yo tengo un poder, algo diferente al suyo. Creo que es de la naturaleza.

—¿En serio? Eso es genial, pequeña.

—Bueno, para ser sincero, lo que ella experimentó fue momentáneo —dijo Candado.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Hammya.

—Lo que hiciste afuera simplemente despertó tu poder. Nada más que eso. Por ahora, tu espíritu no puede controlar tu poder.

—¿Se puede arreglar?

—Sí, se puede arreglar. Pero para eso, tendrás que entrenar.

La abuela observaba la conversación de los chicos con desesperación. Era como ver a dos ancianos hablando de su infancia, en otras palabras, aburrido. Cansada de escucharlos, levantó la mano y habló con voz tranquila.

—Disculpen, no quisiera interrumpir, pero la puerta del patio está destruida y si no les molesta, me gustaría que la arreglen.

—Por supuesto, no se preocupe, patrona —dijo Clementina.

Con ambas manos, levantó la puerta de metal y la colocó en su lugar. Luego, utilizando su dedo índice como herramienta, sacó un soplete y comenzó a reparar las bisagras.

—Bien, ahora que la puerta está arreglada, voy a preparar el almuerzo…

—Espera, ¿no creen que deberíamos hablar de esto? Digo, ¿qué pensarían mis padres si les digo que una "niña" va a quedarse a vivir en casa por una deuda que tenía con un amigo?

—No te preocupes, todo se resolverá cuando ellos lleguen. Mientras tanto, muéstrale su habitación. Recuerda que la deuda también es de tu padre.

—Sí, lo sé. Solo espero que lleguen a tiempo para hablar.

—Bueno, olvidemos todo eso y llévala a su habitación.

—¿Cuál habitación?

—Je, qué despistado.

—Lo siento, pero ¿dónde se va a hospedar?

—¡OYE! —gritó Hammya.

—Qué te parece si se hospeda en la habitación de Gabriela. Después de todo, esa habitación ha estado abandonada por más de 3 años.

—Está bien, haré la vista gorda —dijo Candado con disgusto.

Mientras la abuela se dirigía a la cocina, Candado llevó a Hammya a la habitación, la misma en la que estuvieron antes, pero ahora en lugar de ser una intrusa, era una huésped.

—Bien, a partir de hoy, esta será tu habitación —dijo Candado, mostrando la habitación.

—Gracias —continuó diciendo— y por cierto, quiero disculparme por el golpe y el daño que causé.

—No te preocupes, he conocido a personas que golpean mucho más fuerte que tú.

—Aunque de todas maneras te dolía la espalda —susurró Hammya.

Luego, Candado se dirigió hacia la puerta y se fue, cerrándola detrás de él sin decir nada más. A medida que se alejaba, sus pisadas se hacían cada vez más silenciosas. Hammya comenzó a desempacar sus ropas y algunos objetos, se recostó con cuidado en la cama y miró el techo, donde curiosamente estaba escrito en azul: "Tienes tarea que hacer". Intrigada por esas palabras que parecían tener un significado oculto, Hammya sabía que no se revelarían ese día.

—Seguro que mañana será un buen día —susurró Hammya para sí misma.

Pero justo cuando estaba a punto de dormirse, escuchó unos ligeros golpes en la puerta y una voz débil que decía:

—Señorita, ¿sería tan amable de abrir la puerta?

Esas palabras fueron suficientes para que Hammya se levantara de la cama y se dirigiera a la puerta. Con su mano derecha, la abrió cuidadosamente y asomó la cabeza para ver quién estaba allí, pero no vio a nadie. Confundida, abrió la puerta por completo y salió al pasillo. Miró a ambos lados, pero no había nadie a la vista. Resignada y desconcertada, volvió a entrar en la habitación y cerró la puerta detrás de ella. Sin embargo, cuando se giró, se asustó al ver que Tínbari estaba recostado en la cama.

—Ah, recién ahora te asustas. Realmente me sorprendes de muchas maneras, nena —dijo Tínbari con voz burlona.

—Perdón, pero cualquiera se habría asustado en esa situación.

—No, no cualquiera. Candado es la prueba viviente de eso. Hace que todos parezcan unos tontos inútiles —dijo Tínbari con tono burlón.

—Está bien. ¿Qué quiere el "supuesto demonio" de una "idiota"?

—Nada en particular. Solo vine a sacar mis propias conclusiones sobre ti, "árbol andante" —dijo Tínbari de manera seria.

—¿Conclusiones sobre mí? ¿Por qué…?

—Mira, mi deber en este vasto y aburrido mundo es cuidar a Candado de los combates diarios que enfrenta con los desagradables humanos y su estúpida sociedad. Pero hoy, ocurrió algo que no es común.

—¿Qué pasó hoy?

Tínbari acercó bruscamente su cabeza a la altura de Hammya, quedando cara a cara con ella.

—Tu presencia.

Esas palabras asustaron tanto a Hammya que intentó disimular su miedo con una sonrisa temblorosa, aunque sin éxito. Sus manos temblaban de manera rápida, tanto que las escondió detrás de su espalda.

—¿Qué tiene mi presencia? —preguntó Hammya con voz temblorosa.

—Oh, huelo tu miedo, niña. No hace falta que lo ocultes de mí. Aunque es extraño, porque cuando deberías haber tenido miedo, no lo tenías. Pero ahora sí. La verdad es que no te entiendo, niña. En fin, eso no importa. La verdad es que tu presencia ante Candado ha despertado sospechas en mí.

—¿Por qué?

—No sabes lo que ha pasado ese chico. No hueles a humano ni te pareces a uno.

—¿A qué te refieres? Nací en Entre Ríos.

—Vaya, parece que el término "pelele" no te queda bien. Creo que más bien eres torpe. ¿No entendiste lo que te dije? Tú no eres humana. No me importa lo que creas. El punto es que nunca he visto a alguien como tú en mi vida, y si alguien como tú está aquí, entonces Pullbarey no debe estar lejos.

—¿Quién es Pullbarey?

—Hammya, Hammya, sí, Hammya. Un nombre que jamás he oído en la Tierra, pero que sí he escuchado en otro lugar.

—Estás confundiéndome.

—No me interesa. Solo mantente alejada de Candado. Tengo tres reglas para ti —dijo mientras mostraba sus dedos afilados y amenazantes a menos de un centímetro de ella, lo que la asustó.

Hammya tragó saliva y preguntó.

—¿Reglas?

—Primera regla: no hagas que Candado sufra.

—¿Qué?

—No te hagas su amiga. Ya tiene suficientes amigos. Tu amistad te llevará a conocer sus secretos más íntimos. No puedes, no… me corrijo, nunca lo intentes.

Hammya se desilusionó y bajó la cabeza.

—¿Y la siguiente?

—No le preguntes nada, absolutamente nada, ni a él ni a sus familiares. Y la tercera, no me hagas enojar bajo ninguna circunstancia.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—Para protegerlo. Es como un hijo. Un hijo que ya ha sido lastimado por la miserable vida que lo rodea. Todos son frágiles.

Hammya levantó la cabeza y respondió.

—Lo siento, pero parece que romperé algunas de esas reglas. Si voy a vivir aquí, quiero conocer a todos los residentes, incluyéndolo a él.

Tínbari sonrió y soltó una terrible carcajada, lo que confundió aún más a Hammya.

—Es lo más gracioso que he visto.

—¿Qué? —preguntó ella con temor.

—Tus ojos —luego siguió riendo.

—No entiendo.

Tínbari, entre risas, dijo:

—Eres tan ingenua. No hay nada… nada sospechoso en tus ojos. Solo veo a una niña. Una niña que está...

—Deja de reírte y habla claro.

Tínbari dejó de reír y continuó.

—Puedes olvidarte de las reglas, niña. Acabo de ver tus secretos. Pensé que eras una asesina infiltrada, o una interesada, o una vagabunda. Pero todavía no descifro tu identidad en este planeta. Por ahora, no hay nada que represente un peligro para Candado. Así que olvídalo, por ahora.

—No entiendo. ¿Qué te pasa?

—No importa. Yo te diré si eres una amenaza o no. Pensé que ibas por el premio.

—¿Qué? ¿Premio? ¿De qué estás hablando? Explícate, demonio burlón —exigió Hammya.

—Bueno, mi niña ingenua, eso es algo que no puedo revelar. Tendrás la respuesta cuando Candado confíe plenamente en ti. De todas formas, no debes meter tu nariz donde no te llaman. Porque si lo haces, él te destripará con su cuchillo y yo me comeré tus entrañas frente a tus ojos —dijo Tínbari, acercando su dedo demoníaco a la nariz de Hammya.

Tras esa conversación, Tínbari se desvaneció en humo, como siempre hacía. Después de todo lo ocurrido en el día, esa conversación dejó a Hammya pálida de miedo. Todo lo que Tínbari había dicho podía ser cierto o no. Según lo que había escuchado, se trataba de un asunto muy serio, y tal vez su vida estuviera en juego.

A punto de explotar, Hammya inhaló y exhaló repetidamente hasta calmarse. Se encogió de hombros, se sentó en la cama y se restregó los ojos con la mano izquierda debido al cansancio. Luego, se recostó con delicadeza en la cama y miró el techo. A medida que el sueño la vencía poco a poco, habló con voz tenue y tranquila.

Hammya tragó saliva y preguntó.

—¿Reglas?

—Primera regla, no hagas que Candado sufra.

—¿Qué?

—No te hagas su amiga, ya tiene suficientes amigos. Tu amistad te llevará a conocer sus secretos más profundos. No puedes, no… me corrijo, jamás lo intentes.

Hammya se desilusionó y bajó la cabeza.

—¿Y qué más?

—No le preguntes nada, absolutamente nada, ni a él ni a sus familiares. Y tercero, no me hagas enojar de ninguna manera.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—Para protegerlo. Es como un hijo, un hijo que ya ha sido lastimado por la miserable vida que lo rodea. Todos son frágiles.

Hammya levantó la cabeza y contestó.

—Lo siento, pero parece que romperé algunas de esas reglas. Si voy a vivir aquí, quiero conocer a todos los residentes, incluyéndolo a él.

Tínbari sonrió y soltó una terrible carcajada, lo que desconcertó aún más a Hammya.

—Es lo más gracioso que he visto.

—¿Qué?—preguntó ella con temor.

—Tus ojos—luego volvió a reírse.

—No lo entiendo.

Tínbari, entre risas, decía:

—Qué tonta, qué tonta… No hay nada de… Nada de… Sospechoso en tus ojos… Solo veo a una niña… Una niña que está…

—Deja de reírte y habla claramente.

Tínbari paró y continuó.

—Puedes olvidarte de las reglas, niña. Acabo de ver tus secretos. Pensé que eras una asesina infiltrada o una interesada o una vagabunda, pero todavía no descarto tu identidad en este planeta. Por ahora, no hay nada que sea perjudicial para Candado, así que olvídalo, por ahora.

—No entiendo, ¿Qué te ocurre?

—Da igual, yo diré si eres una amenaza o no. Pensé que ibas por el premio.

—¿Qué? ¿Premio? ¿De qué estás hablando? Explícate, demonio burlón —exigió Hammya.

—Bueno, mi niña ingenua, eso es algo que no puedo revelar. Tú tendrás la respuesta cuando Candado confíe plenamente en ti. No obstante, no debes entrometer tu nariz en asuntos ajenos, porque si lo haces, él te destripará con su cuchillo y yo me comeré tus entrañas frente a tus ojos —dijo Tínbari, acercando su dedo demoníaco a la nariz de Hammya.

Después de esa conversación, Tínbari se desvaneció en humo, como solía hacer. Después de todo lo que había sucedido ese día, esa conversación dejó a Hammya pálida de miedo. Todo lo que Tínbari había dicho podría ser verdad o no. Según lo que había escuchado, se trataba de un asunto muy serio y tal vez su vida estuviera en juego.

Estando a punto de estallar, Hammya inhaló y exhaló repetidamente hasta que finalmente logró calmarse. Se encogió de hombros y se sentó en la cama, refregándose el ojo con la mano izquierda debido al cansancio. Luego se recostó delicadamente en la cama y miró fijamente el techo. Mientras poco a poco era vencida por el sueño, dijo con voz tenue y tranquila.

—Si hoy fue un día agitado, ¿Cómo será mañana? —Después cerró sus ojos. Eran las 7:00 p.m. cuando finalmente se quedó dormida. Para ella, era el fin del día y el comienzo del próximo.

Justo en ese momento, Candado entró al dormitorio para avisar que la comida ya estaba servida. Sin embargo, al ver que Hammya estaba dormida, hizo silencio. Se acercó a ella con cuidado, le sacó los zapatos y le puso una frazada encima para abrigarla.

—Niña, ¿acaso no sabes que en este pueblo hace frío en la tarde? —dijo Candado en voz baja.

Luego se llevó los zapatos de Hammya para limpiarlos y arreglarlos, ya que estaban bastante desgastados. Se retiró del dormitorio en un estado de ánimo más serio que el que tenía antes y observó los zapatos de Hammya y luego la puerta.

—¿Qué tipo de padre fue "El Rueda" para ti, Hammya Saillim? —murmuró mientras miraba la puerta.

Para Candado, el día no había terminado, sino que apenas comenzaba. Sentía que ciertas situaciones no eran meras coincidencias, sino que más bien todo sucedía por alguna razón. Si esta situación no era una coincidencia, entonces era un momento crucial para actuar y mostrar su astucia.

Candado estaba convencido de que había más cosas detrás de lo que estaba escrito en la carta de su amigo "El Rueda". Algo no estaba bien en todo este asunto. Para él, algo era seguro: resolvería este misterio.