—Yo fui el que le contó al abuelo —Ricardo salió de detrás—. Hermana mayor, te vi hace unos días y tu cara estaba tan lisa como la de un bebé.
—¿Q-qué? ¡Tonterías! —Elizabeth gritó en defensa.
—Entonces, ¿por qué no te quitas el vendaje, princesa Elizabeth? —León intervino—. Puedes limpiar tu nombre de sus acusaciones después de que veamos tu herida.
—¡Tonterías! —Verónica gritó—. Si abres el vendaje, la herida se infectará. ¿Estás pidiendo esto a mi hermana para arruinarle la cara, verdad?
Verónica dio un paso adelante y defendió a su hermana menor.
—Ricardo, hijo. ¿Estás seguro de lo que viste? Tal vez simplemente te equivocaste —La reina le habló dulcemente a su hijo. Pero Ricardo se mantuvo firme con determinación.
—Estoy seguro de lo que vi —dijo Ricardo—. Iba al patio de Elizabeth para sorprenderla con una visita. Sabía que se estaba recuperando de sus quemaduras, así que conseguí un ungüento del médico real Dr. Alejandro. Pero quién sabía que mi hermana no lo necesitaba.