Abigail entró en el dormitorio y notó a Cristóbal saliendo del baño, recién duchado, envuelto en una toalla blanca alrededor de su cintura. La atmósfera se cargó de repente. Recordó el ardiente beso que habían compartido hace un rato, el calor extendiéndose por sus mejillas. Pero trató de ignorar esas sensaciones.
—Tu ropa —con una expresión estoica, le entregó la bolsa.
Cristóbal notó su actitud fría y decidió poner a prueba sus límites. Rodeó su cintura con sus brazos, intentando iniciar un abrazo. —Gracias por amarme tanto —sonrió.
Sin embargo, Abigail se liberó rápidamente, sus movimientos bruscos y decididos. —Solo hice mi deber —dijo con el rostro inexpresivo.
—¿Uh? —levantó una ceja, intrigado por su respuesta.
—No te he perdonado; recuerda eso —se volvió para irse, luego se detuvo y miró hacia atrás por encima de su hombro hacia él—. Si sigues cometiendo los mismos errores, dejaré de cumplir con mis obligaciones como tu esposa.