Lucian no durmió bien. Su demonio estaba inquieto, hambriento y enfadado.
—¡Tráeme a Lincoln! —le dijo a Lydia, que le estaba sirviendo el desayuno.
Ella asintió y se fue. Poco después entró Lincoln. —Su Alteza.
—¿Encontraste el sello?
—No.
Lucian intentó mantener la calma, pero sus uñas ya se estaban alargando y su cuerpo pedía sangre a gritos. —¡Tráiganlos a mí!
Lincoln y Anum regresaron con soldados de Pierres. Los empujaron de rodillas frente a él. Lucian los miró desde arriba con los brazos cruzados detrás de la espalda.
—Entonces... ¿no saben dónde está el sello? —preguntó.
Ellos negaron con la cabeza.
—Entonces no tengo ningún uso para ustedes. —Lucian dijo, y les cortó las gargantas con sus garras. Sus cuerpos cayeron al suelo con un golpe sordo. Lucian agarró el mantel para limpiarse las manos mientras los soldados sangraban lentamente hasta morir.
—Eso fue innecesario Su Alteza. Manchaste la alfombra. —dijo Lincoln frunciendo el ceño.