– ¿Te gusta lo que ves? – Preguntó al fin, recayendo en que yo había estado contemplándolo silenciosamente quién sabe por cuánto tiempo.
Me sentía sobrecogido y la sonrisa ladina que me mostró luego, confirmó que consiguió lo que sea que quería con mi reacción.
– Bueno, quizás la respuesta no sea un misterio. Digo, – recostándose aún más sobre mí, acortando aún más los ya de por sí escasos centímetros que nos separaban. – me seguiste hasta aquí…
– N–no te estaba siguiendo. – ¡¿Por qué diablos tartamudeé?!
Con respecto a él, sus cejas se arquearon.
– ¿En serio? – Cuestionó en un susurro que emanó un ligero olor a licor. – ¿Qué podría traer a un estudiante de preparatoria a este arrabal? – Preguntó, arreglándome el saco. – ¿Algún proyecto escolar? – Continuó, en tono burlón.
Solo hasta ahora me había percatado que, lo que cubría gran parte de sus brazos no era un estampado; eran tatuajes.
¿Habré pasado de mal a peor?
Estaba nervioso y muy ansioso. Aún me cuestiono qué me movió a meterme en este laberinto de callejones, y allí estaba con el tipo a quien no había conseguido sacar de mi mente durante semanas.
– Quizás si llame a tus amigos quieras responderles a ellos… – girándose para exponer su cuello, también cubierto de tinta, siendo mi primer reflejo aferrarme a su suéter.
– No…– casi en una súplica.
Ni siquiera se inmutó y solo se limitó a pasar sus ojos de mi mano temblorosa en su tela y luego a mis ojos.
– Convénceme de no hacerlo. – Ahora su tono de voz era amenazante.
Nunca me había imaginado en una situación más bizarra. Era como estuviera siendo el espectador en tercera persona de lo que sea que estuviera ocurriendo en ese momento.
Mi piel se sentía fría, pero solo eso podía sentir. El resto de mi cuerpo parecía estar bajo los efectos de una anestesia.
Era un hecho que, consciente de ello o no, había sido movido hasta ahí por él. Pero, ahora que lo tenía frente a mí, producto de que ni siquiera entendía mis propias intenciones, no sabía qué más hacer a partir de entonces.
– No… no sé qué decir… – Supongo que sí me merezco esa paliza, después de todo.
¿Qué esperaba? ¿Qué pretendía?
– No soy nadie para cuestionarte, – Me arremetió contra el muro y solo hasta ahora confirmé que aún tenía pulso, pues mis latidos resonaban como un tambor en mis tímpanos. – pero con ese uniforme y tu apariencia tan vulnerable, ¿crees que fue buena idea adentrarte a esta boca del lobo? – No, sé que no lo fue.
Así que, solo me restaba salir de allí.
O, eso quería.
– Pensándolo bien. – Agarrándome del cuello con brusquedad. – A lo mejor este sea el mejor momento para demostrártelo. – Mostrándome por primera vez sus dientes, con una sonrisa siniestra.
De pronto, todo nerviosismo y dubitación se esfumó.
En busca de una respuesta, vislumbré cómo había sido mi vida hasta ese momento, percatándome de que, si bien estar ahora frente a un potencial asesino en serie era lo último que esperaba para el fin de mis días, la premisa no me era tan avasallante.
Estaba tan hastiado de mi existencia que me aventuré sin rumbo, dando a parar en quien incentivó inadvertidamente este impulso.
Era mi némesis perfecta, y quizás lo que necesitaba para quebrantar mis límites.
– Adelante. – Instigué, desafiante, viendo cómo fugazmente su rostro mostró una expresión de asombro que pasó a ser de avaricia.
Lo siguiente que sentí fue un fuerte golpe que extrajo todo el aire del que disponía, y cuya incipiente necesidad fue frustrada por el azote brusco de una sensación húmeda que inundó toda mi boca, para acto seguido obligarme a seguir el ritmo de lo intuí fue su lengua contra la mía.
– Recuerda que… tu accediste. – Pronunció con la respiración pesada, sin darme oportunidad de objetar.