—¿A qué otra cosa pude haber venido? A hablar… —repuso Iván, con fingida calma.
—El hecho de que tus guardaespaldas me atacaran me dice lo contrario. Y… esa cosa que llevas en tu espalda. Tampoco me convence.
El niño sonrió. La expresión furiosa de ella resultaba agradable y peligrosa a partes iguales.
—Estaban muy por debajo de tu nivel de habilidad, Kali. Y lo sabes. Solo quería ver tu sed de sangre saciada. Y a tí más tranquila.
—No eran tan malos, solo confiados —concedió Kali—. Sabes… podrían haber sido unos buenos guardianes de la Orden.
Iván no pudo evitar reír entre dientes.
—Siempre pensando en términos de la Orden, a pesar de que no perteneces allí hace mucho tiempo. Es irónico.
—Pues no capto tu ironía. Y créeme, no soy tan tonta como para que se me escape una observación así.
Iván dudó. ¿Acaso le estaría tomando el pelo… o en realidad no se daba cuenta de cosas tan obvias? Decidió seguirle el juego.
—Digo, sigues teniendo a tus semejantes en la cúspide de tus preferencias. Y, sin embargo, te importa tan poco la vida de los externos…
—¿A qué te refieres? - preguntó Kali.
El tono de voz del rusito cambió a uno más serio.
—No te hagas la inocente. Sé que asesinaste a una de tus familias adoptivas hace muchos años, por temor a que te descubrieran. Un incendio, muy conveniente.
Kali calló, pero levantó una ceja en desconcierto. Iván prosiguió.
—Solo que te llevaste a otras doce personas con tu acción, además de a la familia que te cobijó. ¿No te dio repugnancia el hedor de la grasa y la carne humana quemada? ¿O huiste antes de sin siquiera poder percibir eso?
—Qué demonios…
—¿Qué pasó, no calculaste bien el efecto de tus actos? ¿O no tuviste otra opción?
Kali enmudeció de la sorpresa. No solo era que aquel niño sabía demasiado acerca de su pasado… sino que la conversación parecía ir hacia ninguna parte. ¿Qué pretendía?
Iván continuó su ataque verbal, envalentonado. Los latidos de Kali seguían sin ser los de una persona dispuesta al combate, y las yemas sudadas de sus dedos no poseían el olor típico del estrés y la agresividad.
—Aunque lo que te he dicho no puede parecer extraño por parte de un ser que abandonó la Orden… por un simple capricho. Dime, Kali: ¿Has recorrido suficiente del mundo? ¿O quieres seguir ocultándote de tu destino?
Kali replicó, molesta.
—¿Y qué pretendías que hiciera? ¿Intentar salvar a una humanidad sumida en guerras, maldad y explotación desde hace milenios? Además, la Orden ha ayudado a reyes y presidentes que han matado a millones de personas con sus decisiones. ¿Quién dicta cuál vida vale más? ¿Ustedes?
Iván suspiró. Kali tenía fama de ser intransigente. Si no había más remedio…
—Velo desde este punto de vista. Creer que tus servicios no eran necesarios no fue fruto de la humildad, sino de la arrogancia. Piénsalo bien.
Kali calló por unos instantes, como dando la razón a su contrincante. Luego, atacó:
—"Quien pretende el gobierno del mundo, y transformar este, se encamina al fracaso. El mundo es un vaso espiritual que no se puede manipular. Quien lo manipula, lo empeora. Quien lo tiene, lo pierde"
Iván sonrió. Otra vez.
—Es curioso que invoques el Tao Te King para avalar tus caprichos. Pues bien, como YO escribí en ese libro de sabiduría: "El espíritu superior que oye hablar del Tao lo practica con diligencia, el espíritu mediocre que oye hablar del Tao tanto lo conserva como lo pierde, el espíritu inferior que oye hablar del Tao… ríe ruidosamente". ¿Satisfecha, o vamos a intercambiar frases toda la noche?
De repente, algo se exaltó en Kali. Los que habían asesorado al pequeño Iván tenían razón…
—¡No vine a que me regañaras, maldito embustero!
La amenaza no era vacía. Kali ya había sacado su katana y la tenía en posición de combate. Todo esto, en un abrir y cerrar de ojos.
Ahora, Iván no tenía más remedio que combatir. Con algo más de prudencia, podría haberle dicho que había algo más que la Orden en el horizonte de los seres como ellos. Pero las cartas estaban echadas.
¿Y por qué Kali se había enojado tan rápidamente?
La pelea fue violenta, alejada de cualquier esgrima de combate convencional. Kali lanzó un fuerte ataque hacia la guardia de Iván, que se defendió como pudo. La niña aprovechó el primer cruce de espadas para dar un medio giro y lanzar un corte con su cuchillo tanto a la pierna de su contrincante. La herida no fue grave, apenas un roce, pero el eslavo tuvo que retroceder para evitar más daños, perdiendo una perfecta oportunidad para dar una estocada a su adversario. Un hilillo de sangre comenzó a brotar desde el tajo, apenas visible en el pantalón de ejercicio. Kali decidió aprovechar la iniciativa, y un segundo después los aceros comenzaron a entrechocar nuevamente. Una marca bastante fea en el filo de Indra la convenció de sosegarse.
Ambos se pusieron en guardia, por tercera vez. Kali recordó los consejos de su maestro, como un tren de pensamientos que se perdía en la inmensidad del tiempo: "Hay que ser simple y rápido, si no, tu espada no durará mucho sin quebrarse. En el momento que sale de su funda, la pelea debería acabar".
Ni Kali ni Iván pudieron evitar un segundo cruce de espadas, pero esta vez Kali decidió repetir la finta que tan buenos resultados le dio la primera vez. No obstante, su rival estaba ya sobre aviso: tomó la espada de Kali desde el lomo, inmovilizándola, y con un rodillazo apartó el tanto de su otra mano, que ya se decidía a apuñalarlo en un riñón. La maniobra hubiera funcionado, de no ser por el violento cabezazo que le dio Kali, aplastándole la nariz. La patada subsiguiente lo tiró al suelo, fuera de guardia, pero Kali también debía destinar unos segundos a reponerse del golpe.
No tardó mucho en tener a Indra en posición de combate otra vez.
La niña temblaba un poco en su mano izquierda, señal de que el golpe debía de haberle afectado las articulaciones, o algún nervio. Pero seguía siendo peligrosa. Iván se acercó con cuidado, aprovechando la leve ventaja que le daba su katana más larga.
—No tenemos que terminar así— dijo con una voz gangosa.
—¿Tienes idea de lo que me costó encontrar un sitio como este? ¿Un pueblo tranquilo, donde no hacen demasiadas preguntas? ¿Un colegio para superdotados? ¿Un tutor que no esté sobreprotegiéndote y te deje explorar a gusto?
—Kali… No perteneces a este lugar y lo sabes.
—¿Y quién eres tú para decidir lo que hago yo con mi destino?
—Es inevitable que…
El ataque de Kali dejó la frase a medio terminar. Por miedo, Iván levantó la espada sin retroceder el cuerpo, por lo que no pudo usar la ventaja de su longitud. El golpe de Kali, sin embargo, no se dirigió al torso de Iván, sino a la hoja de su arma, de la cual perdió el balance. Si su rival hubiera querido asestar un golpe definitivo, tal vez eso le hubiera dado tiempo para componer su guardia, pero…
La punta de Indra apenas tocó la mano hábil de Iván, provocando un tajo superficial pero sangriento. El dolor arrancó un quejido del eslavo. Iván no pudo ni siquiera terminar de quejarse, cuando una nueva estocada corta de Indra se enterró en su pecho. Dos segundos después, tal vez tres, una nueva patada de Kali lo arrastró por el mugriento suelo. Restos de aceite antiguo se mezclaron en su ropa con las heces de palomas y ratones.
—Kali, te lo ruego. Podemos ser más poderosos que nunca. Solo tienes que decir…
Iván ni siquiera tenía levantada la espada, pero Kali decidió asegurarse. El fuerte golpe de Indra mutiló su antebrazo derecho, con tanta precisión y violencia como la de una cuchilla de carnicero. Un súbito rocío de sangre brotó de las venas y arterias cercenadas, regando sus ropas de rojo. El grito de Iván rebotó en todos los rincones del recinto.
El niño eslavo, ahora blanco del susto, había perdido hasta la capacidad de hablar. Se colocó de rodillas, apretándose el muñón sangrante con la otra mano. Esperaba que Kali amainara su furia al verlo en esas condiciones.
Pero lo que se había encendido dentro de la niña no se apagaría hasta ver a su rival muerto. Apoyó su rodilla derecha en tierra, justo la misma posición en la que había apuñalado al último guardaespaldas de Iván, y dio a Indra un amplio giro, cargado de energía. La cabeza de Iván salió rodando por la fuerza del corte.
La niña, inmóvil, destinó unos minutos a recobrar el resuello y calmar su mente. Luego, se incorporó con cuidado. Limpió a Indra con una de las pocas partes de la camiseta de Iván que no estaban sucias de sangre o mugre, y recorrió el resto de la planta sin enfundar su katana, por si acaso. Suspiró de alivio al ver que no había más amenazas que alimañas y aves.
—Algo raro está pasando aquí —dijo al fin— porque todos los inmortales saben que YO escribí el Tao Te King.