Hoy es un día como cualquier otro, acostada sin nada más que hacer que ver el techo que llevo viendo tanto tiempo, el techo de una habitación en la cual lo único que hay es una cama, una habitación hecha específicamente para una bastarda.

Por cierto, mi nombre es Robin, Robin Everhart, la hija bastarda del duque con mayor influencia en este reino. Pero eso no tiene tanta importancia, al fin y al cabo, estoy a algunos días de ser liberada de esta celda llamada habitación o ser expulsada al lugar llamado mundo.

No sé cuál es peor: un lugar donde lo único que puedes hacer es estar en silencio, en oscuridad, en una inexpresiva oscuridad...

*Sshhlap* - una bandeja de metal fue tirada hacia la habitación.

Cuando me acerqué, era lo mismo de siempre: un pedazo de pan mohoso y un vaso de agua para ablandar esa piedra llamada pan.

Mientras comía, seguí pensando: ¿Qué debo hacer? ¿Debería escapar y enfrentarme a un mundo donde la gente mata por obligación, o quedarme en una casa que mata por placer? Al final, ambas opciones son basura.

En el primero, debo recordar que estoy en un mundo donde las leyes a favor de la vida han sido abolidas, la única ley que prevalece es la del más fuerte. Teniendo en cuenta que la fuerza es una de mis principales debilidades, creo que debo pasar.

Por otro lado, seguir en este ambiente aristocrático me molesta bastante. Tener que lidiar con las miradas de desprecio, aguantar humillaciones, soportar todo tipo de insultos solo por haber nacido una mujer que nadie conoce.

Ninguna opción me suena aceptable, pero si puedo escoger una opción para morir, moriré con la vista en alto y no siendo humillada por alguien que simplemente nació en una familia mejor.

En ese momento, había terminado de comer, pero algo era diferente. En la bandeja de comida había algo que nunca había visto, al menos no uno real. Había escuchado que se habían prohibido cuando esas cosas desataron la guerra.

El gobierno dijo que no eran necesarios y que deberíamos centrarnos en las armas. Sin embargo, esta cosa estaba aquí, una flauta, según los libros que leí. Si soplas aquí...

*Flaut - Flaut* un sonido bastante desagradable salió de esa cosa. Sabía que era complicado, pero no pensé que sonaría tan mal al principio.

Pero bueno, ¿qué más puedo hacer? Estoy encerrada aquí. Si intento salir, los soldados están listos para golpearme hasta que ni yo misma me reconozca. Se me confiscaron todo tipo de libros cuando cumplí los 10 años, sellaron mi ventana al año siguiente. No tengo nada que hacer, así que por ahora perderé tiempo en esto.

// Después de algún tiempo...

Un silbido suave y apacible se escuchaba en esa habitación, uno que calmaba hasta el corazón más afligido, un silbido que se asemejaba a aquellos animales alados de las leyendas. Era una flauta, una flauta que parecía bastante desgastada pero era completamente funcional.

Pero ese silb

ido no paraba el tiempo. El tiempo era caprichoso y no se detenía ante nada ni nadie. Y hoy era el día en que se sellaría el destino.

Hoy, en mi cumpleaños número 17, los guardias que estuvieron vigilando para que no escapara de mi habitación entraron sin aviso en mi habitación, me esposaron y me arrastraron con una cuerda.

Mientras caminaba, escuchaba a las sirvientas reírse de mí, a los hijos legítimos llamarme un animal, a los soldados disfrutando de tales humillaciones. Pero todo terminó cuando llegamos a esta puerta, una puerta como cualquier otra, una puerta común y corriente, pero una puerta que sellaría mi destino.

Al entrar, lo vi a él, sentado en lo alto de un lugar desde donde podía observar lo que ocurriría. Un hombre fornido, de grandes músculos, del que se decía que con un solo dedo podía romper rocas, del que entró a la batalla contra esas cosas y salió inmune. Sí, estoy hablando de mi padre.