Dieciocho años atrás.
—¿Por qué? —me interrogué confundida, mientras de mis manos caían esas pruebas de infertilidad, en mi cabeza no entraba la probabilidad de no ser hija de mis padres, no hasta este momento.
Miré caer al piso ese análisis hormonal de mi madre, justo al lado del de espermatozoides, un hueco profundo se creó en mi pecho, al terminar de leer, aun con esa chispa de incredulidad, comencé a buscar entre todos esos documentos viejos mi acta de nacimiento, la desesperación en mis manos temblorosas se hizo palpable. No pasó mucho tiempo para que encontrara lo que buscaba. En mi mano descansaba una hoja de papel; cuya descripción redactaba los solicitantes en la adopción de una niña de cuatro meses de edad, en la que figuraban como padres adoptivos: Izaura Flynn y John Abernethy.
Mire la fecha de expedición del documento y de inmediato las lágrimas comenzaron a salir, deslizándose por mis mejillas. Un cuatro de agosto, hacía dieciséis años atrás.
—mi fecha de cumpleaños es justo la fecha en la que me adoptaron —murmure, mientras acariciaba mi vientre que ya comenzaba a verse ligeramente abultado, de pronto el grito de Lamar me sacó de mis pensamientos.
Centré la vista en mi pequeño hermano; mientras caminaba hacia mí, balbuceando palabras inaudibles.
—¡Lamar! — escuché gritar a mi madre, mientras el pequeño seguía su camino a pasos torpes hacia mí.
«No entiendo, ¿Cómo puedes ser su hijo tú y yo no?», pensé, mientras lo seguía observando, de pronto la silueta de mi madre se postró en el marco de la puerta.
Caí en cuenta de los documentos que tenía sobre mis manos y su rostro me dijo todo, a excepción de lo que esperaba, la mire correr hacia mí, esquivando al pequeño Lamar, arrancó el certificado de adopción de mis manos y me miro tajante.
—¿Qué haces hurgando en los documentos? —interrogó con disgusto.
—¿Soy adoptada? —interpelé, esperando que me diera una respuesta distinta a la que sabía. Me negaba a que fuera cierto.
—Yo y tu padre pasábamos por un mal momento... lo intentamos por mucho tiempo, pero no sucedía nada.
—¿Qué día nací? ¿Quiénes son mis padres?, ¿de dónde vengo? —interrogué
—No lo sabemos, solo nos entregaron a una bebé de pocos meses —indicó justo antes de sentarse a mi lado —de tus padres biológicos no se nos dio a conocer, no sé de donde vienes, pero este es tu hogar —. Comentó con una profunda melancolía.
Mis lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, deslizándose por mis mejillas, al momento que desvié la mirada de mi madre, fijándola en mis manos temblorosas, pellizcaba mis dedos torpemente y elevé nuevamente mi rostro, pero esta vez hacia el pequeño Lamar que estaba increíblemente calmo al frente de nosotras; observándonos con esos ojos al color de mi padre y esa mirada profunda. Lo mismo que me había cuestionado mentalmente un centenar de veces.
«¿Por qué yo no tenía ni un solo rasgo facial de ellos?», y ahí, frente a mis ojos; sobre mis manos había estado mi respuesta a tantas interrogantes, pero ahora había una más y no se hizo esperar para lanzarse de mis labios:
—Si eran... prácticamente estériles ¿Por qué te vi embarazada de ellos dos? —inquirí a mi madre, llevando mi vista nublada por las lágrimas hacia ella.
—No lo sabemos y... no quisimos indagar. Solo quede en cinta y aun con miedo lo disfrutamos hasta el nacimiento de Stephan, después vino Lamar —comentó, la observé, ver a su pequeño hijo y hacerle un gesto para que se acercara a ella —. Pero eso no quiere decir que tú no seas nuestra hija o que no tengamos el mismo amor para darte.
—No sé quién soy. No sé de dónde vengo, si fui deseada o no.
—Nosotros te deseamos y tuvimos la dicha de poder adoptarte para brindarte todo nuestro amor.
—¡Pero tú no eres mi madre! —chillé, y eso hizo que Lamar comenzara a hacer un puchero, el mismo que desencadenó una ola de llanto. Observe a mi madre, abrazarlo a ella y comenzar a intentar apaciguar su sobresalto.
«¡No pertenezco aquí!», me grité mentalmente; mis piernas tomaron fuerza y me puse en pie, viendo el emotivo panorama que Izaura Flynn mostraba con su hijo legítimo.
Mis lágrimas comenzaron a ser más constantes en mi piel, y no pude observar más ese momento, Salí de la recámara de mi madre y a pesar de sus gritos pidiéndome que regresara, Salí de casa. Mi destino fue incierto, solo tenía a una persona a la cual acudir
«Otto Berg», pensé mientras corría como si lo hiciera intentando salvar mi vida.
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Llegué al frente de esa oficina de la que lo había visto entrar un par de veces; las cuales no se había dado cuenta de que le seguía. En el local se veía la leyenda
"Andersson & Berg asocs."
Y al justo momento en el que me disponía a cruzar la acera, miré la puerta del establecimiento, abrirse de ella salió una mujer de cabello largo; en un tono cobrizo, de su mano sujetaba la pequeña mano de una niña que seguramente no tenía más de cuatro años, la mano que llevaba en su vientre mostraba una argolla de matrimonio y seguida de ella y la pequeña salió, Otto. La pequeña soltó la mano de su madre, elevando los brazos por lo alto, posándose al frente de él
—No me dormiré hasta que llegues a darme las buenas noches —sentenció la niña, mientras la mirada de Otto se concentró en ella.
—Llegaré temprano. Lo prometo cariño —aclaró, tomando a la niña en brazos.
—Papá lo prometió, mami —indicó la pequeña.
La mujer sonrió y asintió hacia la niña, y fue ahí donde mire la argolla de matrimonio que llevaba Otto con orgullo en su dedo anular, esa argolla que jamás en todo este tiempo había visto, seguramente se la quitaba antes de vernos. En ese momento y mientras observaba a esa pequeña familia, me di cuenta de algo más, la mujer no quitaba su mano de su vientre y es que un bulto en su cuerpo era lo que hacía descansar su mano de esa forma. Otto se acercó a la que seguramente fungía como su esposa, depositando un beso en sus labios, mientras la niña descansaba sobre su antebrazo y con la otra mano acariciaba el vientre de la mujer.
Un enternecedor momento para la familia Berg, que no fue más que un trago amargo que sumó más decepción a mi vida, la vista de la mujer se fijó en mí, seguida de la de Otto y la pequeña niña, mis lágrimas eran evidentes, tanto como el rostro descompuesto de Otto al verme al frente de la calle, la voz de la mujer se hizo notar de inmediato.
—¿Estás bien, linda? —preguntó, sin siquiera sospechar quien era yo, le sonreí desviando la mirada de ellos y asentí, dándome la vuelta, para caminar por donde había llegado.
Que mi vida fuera un total desorden no era culpa de aquella mujer.
—Otto, se nota que necesita ayuda —comentó la mujer
—Seguro es una loca, ya se va. —comentó él con molestia, y pude ver su desagrado a través del ventanal de la panadería, que reflejaba a la familia.
Que su marido fuera un cínico desgraciado no era culpa de ninguna de las dos, pero yo no estaba dispuesta a dar un dolor a esa mujer, a esa niña y a ese vientre. El tiempo se haría cargo de cobrar cada una de sus deudas.