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Chapter 4 - 04 La Familia de Berman

Son las 4:30am del sábado por la mañana.

Después de una semana escolar en la que se tiene que despertar temprano para ir a estudiar, los jóvenes están emocionados por el fin de semana que les da oportunidad para salir a divertirse en las mañanas, ya que en los días escolares no se les da permiso, por el mismo hecho de que podrían llegar tarde al colegio.

Hacen dos semanas que inició el nuevo año escolar. De aquel entonces han sucedido muchas cosas.

Desde el primer día en que le fue decomisado el brazalete a su mejor amigo Mauro, y al día siguiente tener que viajar de emergencia por la enfermedad de su madre, esa chica nueva que fijó su mirada en sus ojos el siguiente lunes, la llamada de Mauro pidiéndole encarecidamente recuperar el brazalete, todo ese plan ideado minuciosamente para hacerse con esta pulsera. La copia de llave, la zanja cavada, el impacto con Fabiola, el descubrimiento del profesor, la historia de amor que le contó, la petición que le hizo. La preocupación de su madre al verlo llegar tan tarde y ensuciado, la mentira que le tuvo que relatar para saltar del regaño, y la llamada de Darío Trelles, con la noticia de la chica nueva que iba a salir a correr.

Han pasado muchas cosas en solo 14 días, que Berman no habría imaginado al ingresar al nivel secundario de estudios.

Sale del escritorio y a modo de esperar el llamado de Darío, se dirige hacia la huerta de su casa. Camina lentamente observando la vieja planta de naranjo que su padre sembró hace 5 años atrás pero que hasta ahora no da frutos, pasa por la planta de limón, que también no da frutos, pero que de sus hojas brotan una indomable fragancia natural, llega hasta el único árbol que hasta ese entonces les produce frutos: el pan de árbol, o panguisho como lo llama su padre.

Este es un extraño fruto para los habitantes de la zona, que dedican la mayoría de sus actividades comerciales a la extracción del material aurífero del oro, ya que su zona es considerada como el "corredor minero de la selva", pese a encontrarse en el mismo paraíso de inmensa vegetación, en una tierra que a no ser por el oro, de todas formas sería deseada porque todo lo que es plantado crece vigorosamente.

Es en este contexto de sociedad que la gente conoce los frutos comunes de alimentación como las naranjas, los plátanos, las mandarinas, los mangos, las sandillas, granadillas, limas, etc.

Pero poco saben de los frutos silvestres que también produce la vasta Amazonía, y que en su extenso inventario se encuentra el "pan de árbol" que el papá de Berman sembró hace un par de años, y que ya produce buena cantidad de frutos cada cierto tiempo.

Justamente su fruto tiene una contextura parecida a la castaña por fuera, más cuando es cocido, como comúnmente lo comen en la casa de Berman, su cáscara se debilita, y con una no tan suave pelada deja al sentido gustativo deleitarse con una suave brasa de harina blanda con sabor extrínseco pero mítico a la vez.

Sonríe ante aquel árbol de unos 3 metros de altura, y de pronto observa la figura de una persona al fondo del huerto, al lado de la planta de pacay soga que ha sido sembrado recientemente.

Siente como los pequeños vellos que le han comenzado a salir en sus brazos se erizan llenos de temor y confusión por saber que es, o quién es.

Mira con detenimiento y nota que es una persona arrodillada debajo del árbol.

Temiendo que tal vez sea un ratero que ingresó a la casa atravesando el cerco y que está de rodillas meditando la consumación de su plan, coge un pedazo de una rama que estaba tirada en el suelo, y se dirige cautelosamente hacia él.

Pero al estar relativamente ante esa presencia se percata que la silueta misteriosa es conocida, y deteniéndose unos segundos más, concluye que es su padre. "Es mi papá", se dice. "¿Pero qué hace de rodillas? ¿Es que acaso está orando?"

La familia de Berman está compuesta por sus padres y dos hermanas mayores, que al igual que él eran muy inteligentes y habían estudiado en el mismo colegio que está ahora.

Su hermana mayor se encontraba cursando el primer año de estudios en una universidad adventista en Juliaca, a 12 horas de viaje.

Y su otra hermana se encontraba trabajando en un banco del pueblo, juntando dinero para el mismo objetivo de ir a estudiar con su hermana mayor, ya que su papá se encontraba relativamente quebrado en el ámbito financiero.

Pero qué hacía su padre orando por la madrugada en la huerta de la casa. Era cierto que desde hacía un par de meses había comenzado a asistir a la iglesia que su mamá fervorosamente iba los sábados llevándolo a él y a sus hermanas, pues había tenido una fuerte discusión con Crisel, ya que cierto sábado cuando don Román regresó del trabajo a su casa por haber olvidado una herramienta, encontró a sus tres hijos descansando tranquilamente, y molesto porque no habían seguido a su mamá, les reclamó:

- ¿Qué hacen acá trío de haraganes? ¿Dónde está su mamá?

- Ah… papá, nosotros – respondió atemorizada Lisa.

- Su mamá está en la iglesia, y ustedes están acá sin hacer nada.

- No papá, es que… – respondió Berman asustado también.

- Es que nada – dijo severamente don Román – al menos allá estarían aprendiendo algo provechoso, y no estarían acá rascándose la barriga sin hacer nada.

- Espera papá – dijo decididamente Crisel – como quieres que nosotros vayamos, si tú no vas, si tú no nos das el ejemplo.

Era cierto, don Román estaba tranquilo al saber que ellos asistían a la iglesia, no por el sentido de que serían buenas personas, sino porque él bien sabía que allí los instruirían de una u otra forma, potenciando su capacidad de memoria e inteligencia.

Él era un hombre que prefería estar con los amigos, tomando bebidas alcohólicas con ellos, pero si le gustaba instruirse leyendo libros ya que consideraba al poder argumentativo como la pieza fundamental de armamento en el mundo actual.

Por eso respondió:

- Pero que haría yo en una iglesia, no tengo nada que hacer allí.

- Al menos irías para verme cantar – le dijo Crisel

- ¿Qué? ¿Tú cantas? – preguntó emocionado don Román, ya que no conocía que su hija cantaba.

- Claro. Al menos irías a verme.

- Espera, espera… Como es eso que cantas. ¿Desde cuándo cantas? ¿Cómo cantas?

- Ya ves, ni siquiera eso sabes – respondió triste y desconsolada Crisel.

- Hagamos esto – dijo su papá – canta ahora. Si me convence tu canto este mismo sábado que viene estaré en tu iglesia para escucharte cantar.

Crisel se dispuso a cantar un melodioso canto, que a la ternura de sus letras y a la dulzura de su sonido, don Román quedó enamorado de tan bellísima presentación.

Así que decidió ir a la iglesia con toda su familia solo para escuchar cantar a su hija mayor.

Aquel sábado le pareció que el cielo se abría ante él y le convidaba a disfrutar de sus delicias.

De esta forma continuó yendo los siguientes sábados porque le llegaron a interesar los temas que allí escuchaba.

Cierto día, cuando Crisel quería ir a estudiar a la universidad, le dijo a su padre para que la enviara, pero él le respondió que no tenía dinero, y que esperase un año hasta que lograre juntar un monto para mandarla a estudiar después.

Más hacía un año que ella ya había salido del colegio, y era muy importante no perder más tiempo. Rogó tanto a su padre, que terminaron en una fuerte discusión:

- ¿Por qué no me puedes enviar a estudiar?

- Porque ya te dije que no tengo dinero – respondió don Román.

- Tú no tienes dinero porque no crees en Dios – increpó Crisel.

- ¿Tú crees en Dios?

- Sí.

- Entonces que tu Dios te haga estudiar.

- Está bien, ya verás que si tú mi padre terrenal no puedes hacerme estudiar, mi padre celestial lo hará.

Y se retiraron ambos. Don Román a su trabajo, y Crisel a su cuarto. Cuando el padre volvió de trabajar encontró que su hija se encontraba de rodillas en su cuarto orando. Se durmió.

A la mañana siguiente para ir al trabajo, se dio cuenta que Crisel continuaba orando. Se fue y cuando volvió para la hora de almorzar también continuaba orando.

Don Román no podía creer lo que veía. "Será que se pone a orar cuando sabe que yo llego para que la vea?" se decía.

Así que aprovechó algunos intermedios a la mitad de su jornada laboral para regresar a su casa y ver si su hija se encontraba orando. Llegó sin avisar en muchas ocasiones, y la seguía encontrando en la misma posición.

Entre sus muchas preocupaciones comenzó a removerle la cabeza el pensamiento de que Dios de verdad le haga caso a su hija y se decía: no vaya a ser que Dios la escuche y yo me vea avergonzado por la fe de mi hija.

Así pasaron los días, y al cabo de una semana Crisel despertó una mañana emocionada y llena de vida.

- Papá, papá – gritaba emocionada – tuve un sueño.

- ¿Qué sueño hijita? – respondió su padre suelto de ira – cuéntame.

- Soñé que cabalgaba en un caballo blanco – respondió Crisel

- Has vencido hija mía. Has vencido – repetía don Román extasiado de felicidad.

Se pusieron a saltar abrazados cual niños que reciben un regalo. Ambos sabían que significaba algo prodigioso.

- Y ahora ¿Qué hago? – preguntó a su padre.

- Hoy no salgas de casa – respondió don Román – Espera acá, que Dios escuchó tu oración y te ha dado victoria.

- Si papá – consintió Crisel.

Y así actuaron aquel día. Don Román fue a su trabajo como de costumbre, Crisel se quedó en casa. Sucedió que alrededor del medio día llegó un amigo de la familia, el padrino de la hija mayor, y al verla en casa le preguntó qué hacía allí y no en la universidad.

- Es que mi papá no tiene dinero para enviarme a estudiar.

- Pero eso no es inconveniente Criselsita. Espérame 10 minutitos. Vuelvo en un momento.

Se fue y en efecto regresó en breve con dos cajas llenas de libros. Solía ser que este señor era un experimentado vendedor de libros costosos que venían en series de tomos.

- Toma esto hijita. Véndelos y vete a estudiar.

- Pero yo nunca he vendido un libro – respondió incrédula Crisel.

- Confía en Dios hija mía – aseveró el padrino.

- Gracias padrino – agradeció Crisel en un profundo abrazo, pues bien sabía ella que esto era la respuesta a sus oraciones.

Cuando se fue el padrino. Crisel esperó a su padre, a quien consultó la mejor forma de vender todo ese material.

- Mañana ve a la casa del loco Flores como a visitarlos de mi parte, y enséñales a sus hijos el material de los libros, cuando se encariñen se lo ofreces al padre – comentó don Román.

Y así se hizo. Crisel, acompañada de su hermana Lisa fueron de mañana a la casa del señor Flores, quien era un exitoso empresario minero, y conversando con él se puso a jugar con los niños, a quienes mostró los libros.

Ellos quedaron maravillados como si un efecto divino los hipnotizara, ya que su padre los compró en ese mismo instante sin objeción alguna, todos los libros que tenían en las cajas, los cuales dejaron una jugosa suma de un poco más de tres mil soles.

Crisel se fue a estudiar a la universidad adventista. Ya luego don Román cubriría los gastos de mensualidad y demás, pero ese fue el empujón que necesitaban para confiar en que Dios obraba allí.

Fue así que ya iban unas 4 semanas que a don Román se le veía estudiando asiduamente la Biblia, iba los sábados a la iglesia, pero ésa era la primera vez en la que Berman lo veía orando de madrugada.

Meditó un momento. Ya casi era hora en la que llegaría Darío. "¿Mi padre se está volviendo cristiano?. Esto es medio extraño. Significa que será más estricto con ir a la iglesia. Ya no podré darme mis escapaditas. Es que a veces me aburro allí. Y hablando de eso no creo que hoy me deje salir a correr porque hoy es sábado. Uhm… ¿Qué hago?" pensaba Berman. Pero de pronto…

- Bermaaaaaaaaaaaaannnnn – se escucha el llamado de Darío desde afuera de la casa de Berman.

Este grito levanta a su padre de la oración que estaba realizando y Berman se encuentra en la clara mirada de él.

- Despierta dormilón – vuelve a llamar Darío – Bermaaaaaan.

Aunque Berman ha salido airoso de la mayoría de cosas que causan temor, a su padre jamás le ha podido faltar el respeto, porque la severidad y autoridad de su gobierno familiar siempre ha sido estrictamente presidida por él, casi sin vacilamiento a sus órdenes, a excepciones como las que le presentó Crisel para que vaya a la iglesia, o para que la envíe a estudiar, o a un par de pequeñas ocasiones.

Pero ante esto Berman queda desconcertado, y no sabe si acudir al llamado de su compañero de clases, o pedir permiso a su padre.

En otras ocasiones jamás se le impidió este tipo de distracciones a Berman, muchas veces incluso apoyado por el mismo don Román, pero en este momento las cosas no cursan el ritmo de antaño.

- Hoy es sábado hijo mío – dice don Román acercándose a su hijo con sublime voz.

- Lo sé papá – responde Berman – Saldré a avisar a mi amigo que no iré a correr.

Baja a la puerta de su casa. La abre, y están Darío y tres compañeros de clase a la espera.

- ¿Que aún no estás listo? – pregunta Genaro Torres

- No me digas que no saldrás – dice Darío Trelles.

- Lo siento muchachos – responde Berman – Es que mi papá está raro últimamente.

- ¿Por qué? – pregunta expectante Carlos Saire – cuenta, cuenta, cuenta

- Es que comenzó a ir a la iglesia desde hace un par de meses, y está estudiando y orando constantemente.

- Sí, pero tú vas a la iglesia desde que naciste y aun así los sábados íbamos a jugar – increpa Darío.

- Es porque nos llevaba mi madre.

- ¿Y cuál es la diferencia? – pregunta desentendido Félix Salas – si tu madre es una santa, más que tu padre.

- Por eso mismo pues cholitos – responde Berman – mi padre es más autoritario, y cuando me levanté hoy lo encontré debajo de un árbol orando.

- ¿Debajo de un árbol? – exclama Carlos – quien ora debajo de un árbol en la madrugada. Yo me moriría de frío.

- Ni creas – dice Berman – pero a fin de cuentas, me recordó que hoy es sábado y no pude decirle más.

- Está bien, está bien. Te entendemos – dice Félix Salas – la iglesia es importante. Deberíamos ir todos con Berman.

- ¡¿Estás bromeando?! – exclama decepcionado Carlos Saire – ¿y la chica de 1A?. Está muy bonita.

- Pero si a ti te gusta Patricia Lozano jajaja – se ríe Darío Trelles.

- Disculpen muchachos, en serio. Mañana si puedo salir.

- No pues Berman. Te pasas ah – dice molesto Carlos Saire.

- Ya dejémosle tranquilo – dice Genaro Torres – Vámonos. Que la misericordia divina se apiade de nosotros y la niña nueva nos mire y se enamore de mí.

- Sí. Vámonos – dice Darío Trelles.

- Saludos a tu mamá fanfarrón – dice Félix Salas.

- Si, si. Y a tú papá también. Mal ah. Eres una falla Berman – menciona aun molesto Carlos Saire.